Escucho en la radio a dos antiguos compañeros de colegio, economistas de profesión, alertando sobre la “peligrosa” deflación. Entendemos por deflación la bajada de los precios resultante de cambios en la relación monetaria. Para entendernos, los precios bajan por dos motivos: a) Se reduce la oferta de dinero, es decir, aumentan los saldos de tesorería de los consumidores; la gente, por así decirlo, “atesora” una mayor cantidad de dinero y reduce su consumo. Por ejemplo, una persona decide no irse de vacaciones para liquidar una deuda. b) Aumenta la productividad y los empresarios pueden ofrecer a los consumidores productos más baratos y eficientes. Por ejemplo, una empresa se traslada de España a China y puede fabricar teléfonos móviles más baratos. Los precios bajarán en proporción a la mayor demanda (por retención) de dinero y a la mayor productividad de las empresas. Estos dos factores, pueden sumarse o contrarrestarse mutuamente. Es posible que los precios se estabilicen si a) aumenta y b) disminuye en igual proporción.
La mayoría de economistas -mainstream- sostiene, según la tesis de John Maynard Keynes (Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, 1936), que la deflación perjudica a la economía, a saber, se reduce el consumo y aumenta el desempleo. Según los keynesianos, las crisis cíclicas de la economía pueden mitigarse si el gobierno interviene oportuna y convenientemente. Es decir, los políticos pueden conjurar la crisis si aplican “medidas anticíclicas” tales como los “estímulos económicos”. Un buen ejemplo de “estímulo” fue el ruinoso Plan “E” del gobierno de Zapatero o pócima keynesiana cuyo resultado fue rematar al enfermo. Por fortuna, cada día quedan menos defensores -como Paul Krugman- de Lord Keynes y cobra fuerza la tesis de los economistas de la Escuela Austriaca de Economía: Mises, Hayek, Rothbard y Huerta de Soto, por citar los más relevantes. Estos autores opinan que la causa del ciclo económico es de origen monetario: la inflación causada por el gobierno (a través del Banco Central) que aumenta la masa monetaria y por la expansión artificial del crédito que provoca la Banca Privada (orquestada por el Banco Central). Ambos fenómenos tienen el mismo efecto: un cambio acelerado en la relación monetaria que desajusta la estructura del capital. Ahora veamos por qué la deflación, lejos de ser peligrosa, tiene efectos deseables:
1. La deflación forma parte de la “purga de errores” cometidos durante la primera fase del cliclo económico: auge o expansión monetaria que ocasiona las consabidas “burbujas”. La recesión económica, como dice el profesor Huerta de Soto, es la resaca que llega inevitablemente después de la borrachera de crédito artificial (que no es producto de ahorro genuino). La deflación es la reacción del mercado para que los precios inflados vuelvan a la “normalidad” (es una forma de hablar ya que no hay precios “normales”). Por ejemplo, si durante la burbuja inmobiliaria los precios de la vivienda subían anormalmente 12% anual, es inevitable que durante la recesión se haga el ajuste en sentido contrario. Lo malo -como afirma Rothbard- es que tanto inflación como deflación no son neutras, o sea, benefician a unos y perjudican a otros. La subida de precios beneficia a los que venden y perjudica a los que compran; y viceversa.
2. La deflación compensa los desajustes ocasionados por la inflación. Esto es especialmente cierto con aquellas personas que tienen ingresos fijos: asalariados, funcionarios y pensionistas. Cuando los precios subían en mayor cuantía que su ingreso perdían capacidad adquisitiva pero con la deflación sucede al revés: pueden comprar más bienes con el mismo dinero. Los vendedores, durante el auge, ganan más dinero y durante la recesión ganan menos dinero o incluso sufren pérdidas. Por tanto, la subida o bajada de precios no afecta por igual a todos los agentes económicos. La deflación sanea, por tanto, los nocivos efectos producidos por la inflación.
3. La deflación no puede causar desempleo. Esto es más difícil de ver. Supongamos que Repsol, como consecuencia de la caída de los precios del crudo, se ve obligada a reducir los salarios de sus trabajadores. Si durante la fase de auge (vacas gordas) los salarios suben, por igual motivo, también deberían bajar durante la recesión (vacas flacas). Pero ¿cuál es el problema? que muchos convenios colectivos no permiten este ajuste y el despido es la única solución. Esta ha sido la gran tragedia de España y la causante de tres millones de parados más. Si el mercado laboral fuese completamente libre no habría desempleo involuntario, es decir, todos aquellos dispuestos a trabajar tendrían un empleo. Por tanto, sólo la rigidez salarial provocada por sindicatos y gobierno es la causante del desempleo masivo que se produce durante la fase deflacionaria. Pero vayamos más lejos, supongamos que Repsol debe despedir, en todo caso, 1.000 trabajadores ¿dónde se colocarán? El mercado los podrá situar en otros sectores de la economía; con la gasolina más barata, las empresas de transporte podrán ampliar sus operaciones y necesitarán contratar más personal. Los consumidores también dispondrán de un dinero extra en sus bolsillos para gastarlo en consumo: comida, bares, ropa, ocio, servicios, etc. Por tanto, la deflación puede provocar el trasvase de trabajadores de un sector a otro de la economía e incluso la reducción de los salarios pero, si el mercado no es interferido, no puede provocar desempleo neto.