[Este es el ensayo que sirve de prólogo para el nuevo libro de Hans-Hermann Hoppe, From Aristocracy to Monarchy to Democracy]
Hans-Hermann Hoppe es un maestro en historia teórica. Nos dice que
Aquí no es mi intención ocuparme de la historia habitual, es decir, la historia que escriben los historiadores, sino ofrecer una reconstrucción lógica o sociológica de la historia, informada por eventos históricos reales, pero motivada más esencialmente por preocupaciones teóricas (filosóficas y económicas).
La obra de Carl Menger y Ludwig von Mises sobre el origen material del dinero es un buen ejemplo de lo que Hoppe tiene en mente.
Al llevar a cabo su revelador proyecto, Hoppe se encuentra en oposición a la forma dominante de ver la evolución del gobierno. De acuerdo con esta perspectiva, el gobierno a lo largo de los siglo se a convertido siempre en más democrático. El gobierno por el pueblo es la forma final de gobierno; una vez se ha llegado a ello, la historia, al menos en lo que se refiere al gobierno, se ha acabado. Este movimiento histórico es, además, “algo bueno”. Es el triunfo de la libertad. La historia es la historia del progreso.
Hoppe no es un completo pesimista como el “Deán Sombrío” W.R. Inge, quien, en su famoso Discurso Romanes de 1920, denunciaba “la superstición del progreso”. Por el contrario, Hoppe piensa que, en la vida económica, la Revolución Industrial permitió a la humanidad alcanzar un nivel de prosperidad sin precedentes.
Sin embargo, en el gobierno las cosas son completamente distintas y aquí Hoppe es un firme opositor de la ortodoxia progresista. Para él, la historia en esta área es más bien la historia de una caída, no del Jardín del Edén, sino más bien de una forma razonable de resolver conflictos.
¿Cómo ha resuelto el problema del conflicto social la gente real, racional y pacífica? La que aceptaría más probablemente la gente como solución es, por tanto esto: Se presume que cada uno es, prima facie, el dueño (con el derecho de control exclusivo) de todos los bienes que ya controle y posea de hecho, y por tanto de forma indiscutible. Este es el punto de partida. Como su poseedor, tiene, prima facie, un mejor derecho a la cosa en cuestión que cualquiera que no posea estas cosas y consecuentemente, si alguien interfiere en con control del poseedor de estos bienes, esta persona, prima facie, se equivoca y la carga de la prueba, que consiste en demostrar los contrario, le corresponde a él. Sin embargo, como ya muestra esta ultima cualificación la posesión presente no basta para tener el derecho.
Hoppe supone que todos están de acuerdo en los principios apropiados para resolver los conflictos sobre propiedad:
Los criterios, los principios, empleados para decidir entre un controlador y poseedor actual de algo y las reclamaciones de otra persona están por tanto claras y puede suponerse con seguridad que se llegará a un acuerdo universal entre gente real con respecto a ellos.
Por reiterarlo, Hoppe ve la propiedad como anterior al estado; la gente en un “estado de naturaleza” acordará racionalmente los principios apropiados.
El hecho de que la gente se ponga así de acuerdo no resuelve todos los problemas. Los principios todavía han de aplicarse a asuntos concretos y aquí aparece la posibilidad de conflictos. Si la gente discute sobre títulos de propiedad, ¿qué hay que hacer? Hoppe sugiere que la gente se inclinará hacia ciertos “líderes naturales” que se consideren dignos de confianza para resolver casos de una forma imparcial:
Para resolver sus conflictos y hacer que la resolución sea reconocida y respetada de forma duradera por otros, se dirigirán a autoridades naturales, a miembros de la aristocracia natural, a nobles y reyes. Lo que quiero decir (…) es sencillamente esto: En toda sociedad de algún grado mínimo de complejidad, unos pocos individuos adquieres el estatus de una élite natural. Debido a logros superiores en riqueza, sabiduría, valor o una combinación de ellos, algunas personas llegan a poseer más autoridad que otras y su opinión y juicio tiene un respeto extendido.
Hoppe demuestra aquí ser una auténtico jeffersoniano. En una carta a John Adams, escrita el 28 de octubre de 1813, Jefferson decía:
Estoy de acuerdo contigo en que hay una aristocracia natural entre los hombres. Las bases de esta son la virtud y los talentos. (…) La aristocracia natural se considera el don más precioso de la naturaleza, para la instrucción, la confianza y el gobierno de la sociedad. Y, de hecho, habría sido incoherente con la creación haber formado al hombre para el estado social y no haber proporcionado virtud y sabiduría bastante como para gestionar las preocupaciones de la sociedad.
¿Es el proceso que ha descrito Hoppe algo más que mera especulación? Hoppe busca en la Europa feudal confirmación de su línea de pensamiento.
Los señores feudales solo podía “gravar” con el consentimiento de los gravados y, en su propio territorio, todo hombre libre era como un soberano, es decir, el que toma la decisión final, como lo era el rey feudal en el suyo. (…) El rey estaba por debajo y subordinado al derecho. (…) Este derecho se consideraba antiguo y eterno. Las “nuevas” leyes se rechazaban habitualmente por no ser leyes en absoluto. La única función del rey medieval era la de aplicar y proteger “el buen derecho antiguo”.
Es probable que a los lectores se les ocurra una objeción evidente, pero Hoppe está preparado para ella: Lo que Hoppe ha descrito es una utopía “que nunca ocurrió, en mar o tierra”. La Edad Media fue en realidad un periodo de opresión a gran escala. Hoppe replica:
Solo afirmo que este orden [feudal] se aproximaba a un orden natural mediante (a) la supremacía y la subordinación de todos bajo una ley, (b) la ausencia de cualquier poder que creara derecho y (c) la falta de cualquier monopolio legal para el enjuiciamiento y el arbitraje de conflictos. Y yo afirmaría que este sistema podría haberse perfeccionado y mantenido prácticamente sin cambios mediante la inclusión de los siervos en el sistema.
Por desgracia las cosas no se desarrollaron de esta manera feliz, Por el contrario, lo reyes consiguieron cada vez más poder. Afirmaron tener la autoridad final, rechazando apelaciones a autoridades en competencia dentro de los territorios que controlaban. Hoppe encuentra fácil de entender por qué los reyes podrían atreverse a arrogarse ese poder, pero otra cuestión resulta desconcertante a primera vista. ¿Cómo pudieron los reyes tener éxito en apoderarse del poder absoluto? ¿Por qué no se lo impidieron los defensores de viejo orden aristocrático?
Hoppe ofrece una respuesta en dos partes a este misterio. Primero, el rey se alió con el pueblo contra la aristocracia.
Apeló al sentimiento popular siempre y en todo lugar de la envidia entre los “desfavorecidos” contra sus “mejores” y “superiores”, sus señores. Se ofreció a liberarlos de sus obligaciones contractuales con sus señores, ha hacerlos dueños en lugar de arrendatarios de sus pertenencias, por ejemplo, o a “perdonar” sus deudas a sus acreedores y podía también corromper así el sentido público de justicia lo suficiente como para hacer inútil la resistencia contra su golpe de mano.
En esta apropiación de poder, el rey tuvo la ayuda de los “intelectuales de corte”. Estos hacían propaganda a favor del rey, apoyando la tesis de que el rey representaba al pueblo.
La demanda de servicios intelectuales es normalmente baja y los intelectuales, casi congénitamente, sufren de un ego muy hinchado y por tanto siempre tienden y se hacen promovedores ávidos de envidia. El rey les ofrecía un puesto seguro como intelectuales de corte y estos devolvían el favor y producían el apoyo ideológico necesario para la posición de rey como gobernante absoluto.
¿Cómo pudieron los intelectuales de corte llevar a cabo su maligna misión? Lo hicieron promoviendo un doble mito. La sociedad empezó con una guerra de todos contra todos. Para escapar a esta condición, la gente voluntariamente hizo un contrato con un gobernante absoluto. De esa forma, podía escapar de desorden caótico.
Hoppe rechaza con firmeza ambas partes de la historia, como debería estar ahora absolutamente claro. La socie3dad no empieza con un estado hobbesiano de naturaleza, sino más bien con un mutuo reconocimiento de los derechos de las personas y no hubo ningún contrato que diera el poder al rey.
Con ayuda de los intelectuales de corte, los monarcas en Europa consiguieron el poder absoluto que buscaban, pero la apelación al pueblo acabó siendo su perdición. El mito del contrato ayudó a transformar la monarquía absoluta en constitucional y a esta transición Hoppe no la considera en modo alguno un progreso. Las constituciones “formalizaron y codificaron” el derecho del rey a legislar y gravar.
La monarquía constitucional acabó dejando de satisfacer a los intelectuales.
Paradójicamente, las mismas fuerzas que elevaron primero a los reyes feudales a la posición de absolutos y luego a reyes constitucionales: la apelación a sentimientos igualitarios y la envidia del hombre común contra sus superiores (…) también ayudó a traer la caída de los propios reyes y abrió el camino a otra locura, aún mayor: la transición de la monarquía a la democracia.
Cuando las promesas del rey de una justicia mejor y más barata resultaron vanas y los intelectuales siguieron insatisfechos con su rango y posición social, como cabía prever, los mismos intelectuales volvieron esos mismos sentimientos igualitarios que el rey había alegado previamente en su batalla contra sus competidores aristocráticos contra el propio gobernante monárquico.
Con la ayuda de los intelectuales, el gobierno por el pueblo pasó a reemplazar a la monarquía y, como es sabido que argumenta Hoppe, esta transición no debe celebrarse en modo alguno.
Todo lo contrario. En lugar de estar restringidos a príncipes y nobles, bajo la democracia los privilegios están al alcance de todos: todos pueden participar en el robo y vivir del botín con solo convertirse en funcionarios públicos.
Así que la democracia no acabó con la depredación de la monarquía absoluta, sino que en realidad la aumentó.
Aun así, un rey, como “posee” el monopolio y puede vender y legar su reino a un sucesor que elija, su heredero, se preocupará por las repercusiones de sus acciones sobre valores de capital.
Aquí es necesario evitar un error. Hoppe no defiende la monarquía absoluta. Esta lejos de hacerlo. Solo argumenta que la democracia tal y como hoy se entiende es peor que la monarquía. Pero, como no debe olvidarse nunca, la monarquía está muy por debajo del mejor sistema, de derechos de propiedad en el que miembros respetados de la élite resuelven los conflictos.
Así que este ensayo es un verdadero tour de force. Acepta la explicación habitual de la evolución del gobierno de la aristocracia feudal a la monarquía y la democracia, pero invierte exactamente la valoración habitual de este proceso.
Aunque Hoppe no expone aquí ningún progreso, no nos deja sin un consejo para la desesperanza. El frenesí financiero del estado democrático no puede continuar eternamente y encuentra espacio para la esperanza en un movimiento hacia gobiernos más pequeños y descentralizados.
La crisis económica golpea y una inminente debacle estimulará tendencias descentralizadoras, movimientos separatistas y scesionistas y llevará a la quiebra del imperio.
De esta forma puede invertirse en crecimiento hacia el Leviatán.
Este ensayo proporciona una introducción idea a la explicación extendida de Hans Hoppe de su pensamiento político en su gran obra Democracy: The God That Failed. Hoppe es unos de los teóricos sociales más original e importante de nuestro tiempo y los lectores conseguirán una comprensión clara de la esencia de sus ideas acerca del crecimiento del gobierno.
Nota: las opiniones expresadas en este artículo no reflejan necesariamente las de Mises Hispano.
Publicado originalmente el 27 de diciembre de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.