Normalmente estoy de acuerdo con John Stossel. Stossel hace lo que muchos habrían pensado imposible: usa el razonamiento económico para defender la libertad individual y los mercados libres en los medios nacionales. En un artículo de 2008, Stossel afirma que la gente desinformada no debería votar. Stossel explica esta idea preguntando a los miembros de la audiencia de un concierto de Rock the Vote. Muchos de los que acudían a estos eventos no podían reconocer imágenes del vicepresidente o el Portavoz de la Cámara y ni siquiera sabían cuántos senadores hay en el Senado de EE. UU. Stossel sugiere que la gente que no conozca esa información básica tiene el deber de no votar. Por el contrario, la gente que esté informada en política debería votar.
Hay una pizca de verosimilitud en el argumento de Stossel. La idea de que la democracia funciona mejor cuando vota gente informada parecería tener sentido. Sin embargo, la defensa del voto informado se viene abajo cuando consideramos las dificultades de estar bien informado acerca de opciones políticas. En términos económicos, los votantes tienen que evaluar alternativas de políticas y programas económicos.
Hablando estrictamente, un votante racional debe primero estimar los efectos generales de alterar o abolir políticas y programas públicos concretos. Para cada programa o política federal hay una serie de reformas que podrían mejorar su funcionamiento. Un votante completamente informado y racional evaluaría las mejores opiniones de reforma pública. Sin embargo, es muy difícil evaluar los efectos de reformar siquiera una política o programa. Cambiar un programa o política normalmente produce consecuencias no pretendidas. Dada la complejidad de Estados Unidos (y del mundo en este sentido), un cambio importante en la política pública causaría una serie de reacciones de la gente que sienta los efectos de estos cambios. Ninguna persona puede predecir estas consecuencias no pretendidas.
Otra complicación aparece cuando se considera el número real de políticas y programas federales que existen actualmente. El gobierno de EE. UU. tiene docenas de agencias que implantan miles de políticas. Nadie puede entender todos estos programas y políticas. El gobierno federal es complejo más allá de la comprensión de nadie. Por supuesto, la gente que no reconozca al vicepresidente ni entiende a favor o en contra de qué votar este noviembre.
¿Pero cómo podrían siquiera los votantes mejor informados manejar las opciones que enfrentan los votantes modernos?
Hay una respuesta evidente a la crítica anterior del voto. Los votantes podrían acudir a expertos. Los expertos en políticas antitrust podrían aconsejar a los votantes sobre las políticas más correctas. Los expertos en macroeconomía podrían aconsejar a los votantes sobre política fiscal. Los propios políticos podrían crear programas políticos basados en las opiniones de los mejores expertos.
Hay varios problemas con esta solución. Primero, los expertos ofrecen opiniones en lugar de hechos. Si los distintos expertos están en desacuerdo respecto de cómo deberían cambiar las políticas, los votantes tendrán que determinar qué expertos tienen razón. Este problema niega mucho del propósito de tener expertos para empezar.
Segundo, los expertos proporcionan opiniones sobre los efectos generales de la reforma de las políticas públicas. Los votantes racionales están más preocupados con los efectos sobre ellos mismos y los que están cerca de ellos que con los efectos generales de todo el electorado. Suponer que cambios que benefician al grupo también benefician a cualquier miembro de ese grupo conlleva la falacia de la división.
Para estar bien informado, un votante debe primero descubrir qué políticas producen el mejor resultado para toda la nación. Cada votante individual debe entonces desagregar su resultado general en ventajas individuales y luego evaluar la probabilidad de recibir ventajas particulares. Una vez hecho todo esto, un votante está ahora cerca de tomar una decisión política racional. Sin embargo el votante debe ahora estimar la probabilidad de éxito de la acción política. Lo más probable es que un voto no cambie el resultado de unas elecciones nacionales.
Lo que importa es que los votantes no pueden comprender el impacto que el voto tiene en sus propias vidas. Dar un solo voto, entre más de 100 millones, es una acción inútil.
Se podría argumentar que aunque votar sea mucho más complicado de lo que cree la mayoría de la gente, no tenemos alternativa, ni otra manera de cambiar el mundo a mejor. La idea de que no hay alternativa a la participación política es falsa.
Por ejemplo, en el sector privado, la gente trata la complejidad sencillamente prestando atención a los precios. Los precios reflejan las demandas relativas de miles de millones de consumidores en la economía global. Todos los días, la gente pone “votos en dólares” en elecciones que determinan cómo se usan los recursos escasos. El sistema de precios es de esta manera una red de comunicaciones que hace posible que la gente se oriente en un mundo que, en todos sus detalles, es complejo más allá de la comprensión de nadie. Los vendedores que ganen más votos en dólares de los consumidores obtienen ganancias y siguen en el negocio. Los que pierden las elecciones mediante el gasto en consumo de dólares incurren en pérdidas y van a la quiebra.
El problema de votar en los Estados Unidos modernos es que tenemos una sociedad politizada y la sociedad moderna es extraordinariamente compleja. Stossel sugiere que solo debería votar la gente que siga la política, Sin embargo, ni siquiera quienes siguen la política muy de cerca entienden las implicaciones de los cambios en la política pública. Aquí la lección es que los esfuerzos por reformar gradualmente las políticas y programas públicos mediante el proceso democrático son inútiles. En la medida en que votemos en absoluto, la gente racional debería votar para despolitizar la economía.
Lo que significa esto es que necesitamos reintroducir el sistema de precios como método primario de comunicación económica y el mecanismo de pérdidas y ganancias como método primario de reforma social.
Publicado originalmente el 11 de octubre de 2010. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.