Mira, má: ¡manos invisibles!

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Parte I: La mano invisible del orden espontáneo.

En un artículo reciente, Brink Lindsey, pensador libertario, escribe:

La mano invisible del orden espontáneo funciona a las mil maravillas sólo porque se basa en reglas impuestas y hechas valer por el gobierno. Sin esa base, no habría orden espontáneo —sólo caos. Y en tal situación, la máxima libertaria de “No sólo no hagas algo, ¡no hagas nada!” deja de ser confiable.
Esta afirmación se basa en el argumento libertario en favor del gobierno limitado y en contra del anarcocapitalismo. ¿Qué es la “mano invisible” de la que habla Lindsey”? Adam Smith la describe así en La riqueza de las naciones:
Todo individuo trabaja para obtener de la sociedad el máximo ingreso anual posible. Por lo general, no intenta promover el interés público, ni sabe en qué medida lo está haciendo […] Sólo busca el beneficio personal, y una mano invisible lo guía en este, como en muchos otros casos, a promover un fin que no formaba parte de sus intenciones. Y no es malo para la sociedad que así sea: Al perseguir su propio interés, a menudo el individuo promueve el interés de la sociedad de una manera más eficaz que cuando tiene el propósito explícito de promoverlo. Jamás he sabido de un gran bien hecho por quienes han actuado por el interés público.

Los economistas libertarios reconocen que los mercados producen orden espontáneo. Reconocen que en el mercado libre los actos basados en el autointerés producen beneficios generales sin que los individuos tengan el deseo explícito de producirlos en ese mercado. Los consumidores desean productos de buena calidad a bajos precios. El empresario desea tener ganancias. En un mercado libre la mano invisible obliga al empresario a proporcionar bienes de buena calidad y a precios bajos si es que quiere obtener ganancias. Si el empresario produce bienes de baja calidad, sus ganancias irán a las manos de otro empresario que ofrezca bienes de mayor calidad y al mismo precio; o si el precio de sus productos es demasiado alto, sus ganancias irán a las manos de otro empresario que ofrezca bienes de la misma calidad y a precio más bajo. El empresario sólo debe preocuparse por su propio beneficio, pero en un mercado libre, la mano invisible lo obliga a producir bienes para los demás al menor precio posible, para alcanzar el beneficio propio. Sin importar si le interesa o no el beneficio de los demás, en el mercado libre debe beneficiar a los demás para poder beneficiarse a sí mismo.

Decimos que el mercado libre produce valor espontáneamente, porque facilita su producción al obligar a que uno produzca valor para los demás si uno mismo quiere obtenerlo.

Por lo anterior, el mercado genera orden espontáneo. Es muy cómodo para mí poder ir a un solo lugar, una tienda de abarrotes, y encontrar carne, pan, leche, cereal, especias, verduras y miles de productos a precios que estén a mi alcance. La carne, la fruta y el café que compre ahí pueden venir de diferentes partes del mundo, pero el dueño de la tienda se ha encargado de traerlos y ponerlos a mi disposición y pocos kilómetros de mi casa. Es asombroso porque ni siquiera tuve que pedirle que lo hiciera. Tampoco lo obligué a hacerlo; él era libre de hacer lo que quisiera con su vida, pero voluntariamente escogió traer y juntar comida de todo el mundo y hacer que estuviera a mi fácil alcance. Ése es el orden espontáneo de la mano invisible. Como David Friedman lo ilustra en un horrible -y perspicaz- poema, la anarquía no es caos.

El señor Lindsey dice que esto no puede pasar de no ser por las reglas impuestas y hechas valer por el gobierno. Éste es uno de los principales argumentos en favor del gobierno y en contra del anarquismo de mercado. Según el argumento, los mercados libres sólo existen ahí donde el gobierno tiene la autoridad para resolver disputas entre las partes. Sin gobierno, no hay mercado, sólo el estado natural de Hobbes, la guerra de todos contra todos. Y sin el mercado, no hay mano invisible ni orden espontáneo. De ahí que los defensores del gobierno limitado digan que primero debemos imponer el orden mediante el establecimiento de un gobierno.

El argumento es completamente falso, y se refuta con facilidad.

Yo vivo en Estados Unidos. Supongamos que quiero hacer negocios con Joe, quien vive en Canadá. Digamos que quiere venderme cerveza y yo quiero comprar cerveza. ¿Alguien duda que haya un mercado aquí? Si Joe quiere venderme cerveza, estará bajo el control de la mano invisible de ese mercado: no podrá venderme cerveza de mala calidad, por lo menos no de manera frecuente, porque dejaré de comprársela a él y buscaré a alguien más que me venda cerveza de mejor calidad. Tampoco podrá venderme cerveza a precios exorbitantes porque, de igual forma, simplemente buscaré a alguien más. O podría no comprar más cerveza.

Es obvio que aquí hay un mercado. Y la mano invisible del orden espontáneo está operando.

Pero no hay ningún gobierno.

¿A qué me refiero cuando digo que no hay ningún gobierno? ¿Acaso no hay gobiernos en Estados Unidos y Canadá? Claro que los hay, pero el punto es que no hubo ningún gobierno que ejerciera su autoridad sobre el mercado en el que Joe y yo estamos haciendo negocios. El gobierno estadounidense no tiene autoridad sobre Joe y el gobierno canadiense no tiene autoridad sobre mí, y ninguna agencia o cosa por el estilo tiene autoridad sobre los dos. No existe gobierno en el mercado en el que hacemos negocios. Canadá puede gobernar a Joe, pero no a mí. Estados Unidos puede gobernarme a mí, pero no a Joe. Ningún gobierno puede gobernar el mercado. Estados Unidos y Canadá coexisten en un estado de anarquía cada uno respecto del otro. Los dos países pueden hacer un tratado mediante el cual busquen definir el mercado, una especie de contrato, pero esto no gobernará el mercado; en principio, no es diferente de un contrato entre agencias independientes en ausencia de gobierno. Si existiere alguna disputa entre las partes que firman el tratado o contrato, no habría ninguna autoridad superior a la que las partes pudieran apelar.

Puesto que no hay “reglas impuestas y hechas valer por el gobierno” que tenga autoridad sobre Canadá y Estados Unidos, ¿significa que no tenemos “orden espontáneo –sólo caos”? Difícilmente. Lo que tenemos es un mercado floreciente. La mano invisible del orden espontáneo está funcionando a la perfección. A pesar de no estar bajo una autoridad común, Estados Unidos y Canadá no están en nada que se parezca a un estado de guerra perpetua el uno contra el otro.

Lindsey estaba equivocado. El mercado no existe gracias al gobierno; existe a pesar del gobierno. La mano invisible del orden espontáneo no opera gracias al gobierno; opera a pesar del gobierno.

Parte II: La mano invisible de la corrupción espontánea

En La riqueza de las naciones Adam Smith observó que los mercados generan orden espontáneo y no intencional, como si una mano invisible dirigiera el mercado libre. Para él, el autointerés individual es la fuerza que mueve a esa mano invisible: “Al perseguir su propio interés, a menudo el individuo promueve el interés de la sociedad de una manera más eficaz que cuando tiene el propósito explícito de promoverlo”.

Propongo que hay otra mano invisible; una que hace que el gobierno genere desorden espontáneo y no intencional. La fuerza que mueve a esta otra mano invisible es la misma: cada individuo que participa en el gobierno está motivado por sus intereses particulares. Sin embargo, mientras que el autointerés produce una cooperación benéfica en el mercado libre, también conduce rápidamente a la corrupción, cuando esos mismos individuos ejercen el control coercitivo a través del gobierno.

La Teoría de la Elección Pública explica la estructura de incentivos que nutre esta corrupción:

Si bien es de esperarse que los legisladores persigan el “interés público”, sus decisiones son acerca de cómo utilizar los recursos de otras personas, no los suyos propios. Además, esos recursos provienen de quienes pagan impuestos y de quienes son obligados a pagar mediante regulaciones, sin importar si quieren hacerlo o no. Puede que los políticos traten de gastar esos recursos ajenos de manera sabia. Sin embargo, sus buenas decisiones no les producirán ningún beneficio personal, ni obtendrán una porción de aquel dinero que hayan conseguido ahorrar para beneficio de los ciudadanos. No reciben una recompensa directa por luchar contra los poderosos grupos de presión, con el fin de beneficiar a un público que ni siquiera está enterado, o no sabe quién trabajó en su favor. Así, los incentivos para hacer una buena administración son débiles. Por el contrario, los grupos de presión, los grupos con intereses especiales, están organizados por personas que obtendrán enormes ganancias gracias a la acción gubernamental. Por ello proporcionan a los políticos fondos y gente para sus campañas. A cambio, serán escuchados por los políticos, y a menudo recibirán de éstos apoyo para sus metas. Es decir, como los legisladores pueden cobrar impuestos y obtener recursos mediante la coerción, y como los votantes prestan muy poca atención a los actos de los legisladores, éstos actúan de formas muy costosas para los ciudadanos.~ Jane S. Shaw en The Concise Encyclopedia of Economics

¿Por qué los votantes vigilan apenas a sus legisladores? La verdad es que los votantes permanecen sustancialmente desinformados acerca de la conducta de sus legisladores porque así les conviene. Cuando un consumidor quiere comprar un automóvil en el sector privado, tiene sentido que se esfuerce por saber qué automóvil se acoplará mejor a sus necesidades, puesto que será él quien reciba todos los beneficios de ese esfuerzo. Pero cuando el votante está decidiendo a qué representante elegir para un cargo público, no ve la necesidad de invertir mucho esfuerzo en ello, puesto que la posibilidad de que su voto influya en el resultado final de la elección es mínima, y porque él no obtendrá una tajada grande de los beneficios que pudiera producir ese voto suyo –el beneficio se distribuirá entre todos. Así, mientras los estatistas afirman que los gobiernos son necesarios para encargarse del problema de los bienes públicos, esto a su vez genera precisamente uno de esos problemas: el problema de controlar al gobierno.

Aun cuando el gobierno persiga de buena fe el interés público, aun así fracasará. Ludwig von Mises expuso la idea crucial: el control del gobierno destruye la posibilidad del cálculo económico. Los precios son las señales necesarias del cálculo económico ya que revelan las preferencias de los individuos. Sin esta medida de las preferencias individuales, es imposible hacer juicios económicos válidos. Y la intervención del gobierno en el mercado distorsiona los precios. El ideal estatista democrático es que las decisiones económicas sean tomadas por sabios representantes que persiguen el interés común. Se supone que a más sabios y justos sean esos representantes, más podremos confiar en ellos, y que si son suficientemente sabios y justos, podrán dirigir nuestros asuntos económicos de una forma que nos beneficiará a todos. Ludwig von Mises refutó este ideal: el gobierno, por muy sabio que sea, no puede administrar razonablemente bien la economía de los gobernados, porque el acto mismo de gobernar destruye la medición de las preferencias individuales, medición que es necesaria para tomar buenas decisiones económicas. El ideal estatista democrático no puede funcionar.

Muchos estatistas pueden tener buenas intenciones. Pueden desear honestamente el beneficio de usted. Pero su defensa del estado no está bien fundamentada, porque la mano invisible de la corrupción espontánea generará, necesariamente, un desorden no intencional.


Tomado de http://www.strike-the-root.com/columns/Kennedy/kennedy1.html. Traducido del inglés por William Gilmore.

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