En su último artículo, Paul Krugman demuestra más que nada que el emperador está desnudo. Después de identificar correctamente la veracidad de un estudio reciente que decía que los demócratas superan holgadamente a los republicanos en las facultades universitarias, Krugman trata luego de explicar por qué es así. Empieza bien, luego se va al País de Nunca Jamás e incluso realiza su ataque más temible a la economía austriaca, comparándola indirectamente con una religión.
Su primera explicación, una apelación a la autoselección, tiene su mérito. Krugman escribe:
Una respuesta es la autoselección: el mismo tipo de autoselección que lleva a los republicanos a superar cuatro a uno a los demócratas en el ejército. El tipo de persona que prefiere una carrera académica al sector privado es probable que sea algo más progresista que la media, incluso en ingeniería.
Sospecho que tiene razón, al menos en parte. Muchos republicanos que conozco no tienen las características que les valdrían en la universidad, lo que no es un insulto, creedme. Simplemente es un hecho que la gente que podría tener proclividad personal para ser progresistas demócratas son también gente que podría prosperar en la atmósfera de torre de marfil que es tanto la política como como su investigación académica. (Dejaré a un lado la extraña suposición de que la universidad y el “sector privado” son opuestos por definición).
Si Krugman hubiera parado ahí, habría aplaudido su respuesta y leído otro artículo. Por desgracia, solo estaba entrando en calor.
Parte de lo que ha escrito es una reacción a una idea verdaderamente tonta: Las políticas republicanas de “acción afirmativa” en la educación superior. Una propuesta de ley impulsada en el parlamento de Colorado reclama que las universidades contraten a más conservadores políticos, lo que es irónico en ambos bandos. (Otros parlamentos han visto propuestas similares). [Adendum: Una versión previa de este artículo decía que David Horowitz apoya esas políticas, pero escribe para decir que “El primer principio de mi Declaración Académica de Derechos prohíbe específicamente la contratación de miembros de la universidad sobre la base de sus opiniones políticas. La Declaración Académica de Derechos se escribió siguiendo enteramente el espíritu de Von Mises”].
Como supuestamente la “diversidad” es lo que está “de moda” en los miembros de facultades y administradores universitarios, cabría pensar que se premiaría la “diversidad intelectual y política”, pero no es difícil ver que el pensamiento grupal es el habitual en el mundo académico. Como los conservadores supuestamente están contra la acción afirmativa y todo lo que esta supuestamente defiende, es doblemente irónico verles reclamando que el gobierno instaure políticas que obliguen a las instituciones de educación superior a contratarles dentro de sus facultades. Ya he dicho bastante sobre este sinsentido.
Por desgracia, Krugman no dice eso. Por el contrario presenta un retrato falso de la división intelectual, declarando que los demócratas en cierto modo creen en la “ciencia”, mientras que los republicanos creen en la “revelación”. (Repito que no estoy juzgando un caso de demócratas contra republicanos, pero como Krugman parece creer en estereotipos de los partidos políticos como la norma, tengo que usar sus analogías).
Escribe:
Pensad en el mensaje que envía esto: el Partido Republicano actual (cada vez más dominado por gente que cree que la verdad debería determinarse por revelación, no por investigación) no respeta la ciencia ni la investigación en general. No debería sorprender que los intelectuales hayan devuelto el favor perdiendo el respeto por el Partido republicano.
Es aquí donde su partidismo se muestra más profundamente:
A los conservadores debería preocuparles la alienación de las universidades; deberían al menos preguntarse si parte de la culpa no está en los profesores, sino en ellos mismos. Por el contrario, buscan una solución al estilo Lysenko que haría que la política determinara el contenido de los cursos.
Y no sería solo caso de reclamar a los historiadores rebajar el papel de la esclavitud en Estados Unidos o a los economistas que dieran a las teorías macroeconómicas de Friedrich Hayek tanto respeto como a las de John Maynard Keynes. Pronto a los profesores de biología que no enseñen creacionismo el mismo tiempo que evolucionismo y a los profesores de geología que rechacen la opinión de que la tierra tiene solo 6.000 años de edad podrían afrontar demandas.
Es difícil saber por dónde empezar con un estallido como este. Tras haber visto una investigación reciente de gente como Thomas DiLorenzo y Robert Ekelund y Mark Thornton sobre el tema de la Guerra de Secesión y la esclavitud, parece que puede hacerse una defensa muy sólida de que factores económicos como los aranceles causaron una parte importante de las desavenencias entre Norte y Sur en el siglo XIX. Sin embargo, Krugman no entenderá nada de eso. DiLorenzo, Ekelund y Thornton simplemente estarían practicando “religión” y tratando de imponer una teocracia académica, viendo condenada la precisión de su trabajo.
Krugman continúa. En la práctica, declara que la economía keynesiana es “ciencia” (lo que en lenguaje de Krugman significa una serie de teorías que no pueden discutirse de ninguna manera). Por el contrario, Hayek y la economía austriaca son una mera “religión”. (En la mente de Krugman, esto significa que están por debajo de cualquier consideración académica).
Ludwig von Mises entendía bien esta mentalidad estrecha. En Teoría e historia, escribía:
El ámbito de la polémica cambió cuando la nueva ciencia de la economía entró en escena. Los partidos políticos que rechazaban apasionadamente todas las conclusiones prácticas a las que llevaban inevitablemente los resultados del pensamiento económico, pero eran incapaces de plantear ninguna objeción razonable contra su verdad y corrección, cambiaron su argumentación a los campos de la epistemología y la metodología. Proclamaron que los métodos experimentales de las ciencias sociales eran el único modo legítimo de razonamiento científico. Se comportaron como si nunca hubieran oído hablar de los problemas lógicos que implicaba la inducción. Todo lo que no era experimentación ni inducción era metafísica a sus ojos, un término que empleaban como sinónimo de sinsentido.
No importa que mucha de la economía keynesiana haya sido desacreditada completamente, tanto mediante el análisis lógico como por el funcionamiento real de la historia. Intelectualmente, no hay ataque más devastador a la Teoría general de Keynes que The Failure of the New Economics, de Henry Hazlitt. Aun así, a pesar del rigor lógico que aplica Hazlitt a la obra de Keynes, Krugman rechazaría la obra de aquel como “religiosa”. (Ver también la maravillosa sátira de Rothbard: “Keynes, el hombre”).
Además, la obra de Hayek ha encontrado mucho predicamento incluso en la ortodoxia económica. (Ha usado textos no austriacos que se refieren a menudo a su clásico “The Use of Knowledge in Society”). Además, una vez se dejan de lado los insultos, la buena investigación reclama que evaluemos las obras de Hayek y Keynes en la arena del análisis lógico.
Por desgracia, Krugman (que está en la facultad de la Universidad de Princeton y se doctoró en el MIT) no tendrá nada de eso. Hasta cierto punto, su pensamiento refleja el muy aislado mundo endogámico de las universidades de élite en Estados Unidos. Estas universidades tienden a contratarse graduados entre sí, que provienen de programas que generalmente no difieren mucho unos de otros.
Como puede verse en la respuesta absurda y desmesurada a favor de la facultad de Harvard por las declaraciones de Larry Summers sobre mujeres y ciencia, está claro que estar en una facultad de élite no le hace a uno un campeón de la investigación intelectual.
A Paul Krugman le ha ido bien en su carrera académica. Ha ganado el premio John Bates Clark y su nombre suena como alguien que puede ganar el premio Nobel de economía en un futuro cercano. Aunque puedo estar en desacuerdo con sus opiniones sobre economía, creo que debería tratar de mantener sus desacuerdos a un nivel civilizado.
Por desgracia, Krugman ha elegido tomar un camino muy distinto. Atacando a historiadores que en realidad quieren ver las políticas y condiciones económicas de Estados Unidos en 1860 o desdeñando a alguien como Hayek, (quien, al contrario que Krugman, realmente ganó el premio Nobel) demuestra que no tiene interés por el proceso académico. Por el contrario, practica su propia variedad de estrecho fundamentalismo y lo llama “ciencia”.
Publicado originalmente el 19 de abril de 2005. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.