Cómo la agregación económica esconde los problemas del intervencionismo

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Estaba recientemente repasando el libreo de texto para mi curso de principios de economía, pensando cómo podía reconciliar mejor el hecho de que como solo eligen las personas, la lógica de la economía trata de decisiones personales ante el hecho de la escasez. Aun así, la macroeconomía se presenta generalmente de forma directa en términos de agregados y cómo controlarlos, como si los agregados fueran las mediciones relevantes.

Los límites de la macroeconomía.

Quizá en sobrerreacción a la insignificante explicación que recibían esos asuntos en mi formación universitaria y de posgrado, dedico una cantidad importante de tiempo en el aula a las limitaciones de los agregados macroeconómicos. Por ejemplo, destaco que ninguna variable macroeconómica mide lo que querríamos saber exactamente. Por eso habitualmente evaluamos más de una medición imperfecta para ver si la “historia” que cuentan es coherente. Hacemos esto para estimar cuánta confianza puede darse a un “hecho” concreto (como cuál es la tasa oficial de desempleo o cómo fue una medición de un resultado ajustado a la inflación a lo largo de un periodo concreto). Por eso siento la necesidad de hacer entender más claramente a mis alumnos los problemas que puede causar la agregación.

Con eso en la cabeza, leí la introducción a los “impuestos netos” del libro de texto. Me sorprendió cómo “mirar detrás de la cortina” en esa categoría ilustraba cómo la agregación puede ocultar información y distorsionar conclusiones importantes.

“Impuesto netos” equivale a los impuesto pagados al gobierno menos los pagos de transferencia del gobierno a los receptores para el sector familiar en su conjunto. Es una categoría útil para ver el efecto neto de los programas públicos sobre la renta disponible del sector en su conjunto. Pero puede disimular enormes cantidades de redistribución de renta e importantes efectos del lado de la oferta sobre los incentivos productivos.

Supongamos que la gobierno grava a un subgrupo de la población 3 billones de dólares y da 2 billones en pagos de transferencias (cupones de comida, prestación de desempleo, Seguridad Social, etc.) a otro subgrupo. El efecto neto en la renta familiar disponible agregada es una reducción de 1 billón. Pero considerar solo esa cifra neta en un análisis es ignorar consideraciones muy importantes.

¿Qué hay detrás de las grandes cifras?

Más evidente resulta que la cifra neta ignora lo que puede ser un tratamiento enormemente distinto a familias distintas. Y eso es crucial para cualquier evaluación moral o ética de los efectos. Esto es particularmente cierto cuando queremos conocer el grado en que el gobierno ofrece “libertad y justicia para todos”, como decimos en el Juramento de Fidelidad (es decir, en qué grado respeta la autopropiedad individual y sus derechos derivados a su propia producción).Un estado que roba a Pedro para pagar a pablo a escala masiva viola nuestros derechos inviolables sobre nosotros mismos, pero agregar los efectos en “impuestos netos” esconde de la vista esos efectos.

Los efectos adversos en el lado de la oferta que tienen esas políticas también desaparecen de la vista cuando observamos la redistribución. La razón es que cuando “gravamos a los ricos para dar a los pobres”, reducimos los incentivos productivos de ambas partes. Los tipos fiscales más altos que soporta la gente con rentas más altas reducen la fracción del valor que producen para otros que llevan a su hogar, así que se protegen más y ganan menos renta. Es decir, hacen menos por los demás con los recursos a su disposición de lo que harían en otro caso.

Se ha advertido menos que la ayuda que se da a los pobres también está condicionada a que se mantengan pobres. Por ejemplo, la gente que pierde 30 centavos por cada dólar de ganancias cuenta para el programa. También mantiene por tanto una fracción menor de lo que producen sus esfuerzos a otros y también producirán menos para otros de lo que harían en otro caso.

Esconder la redistribución (y el grado en que reduce la producción conjuntamente beneficiosa al centrarse en los “impuestos netos”) no es la única forma en que distorsiona la agregación. Por ejemplo, es notable que quienes respaldan políticas como un mayor salario mínimo o de “subsistencia” porque “ayuda a lo pobres”, argumente en primer lugar a favor de este por afirma que los que ganan rentas menores, como grupo, tendrán mayores rentas.

Ahora, hay una serie de cosas implicadas en decidir si esto es verdad, pero enfocarse en esa cuestión ignora que habrá un número sustancial de trabajadores de baja cualificación que perderán sus empleos o las horas trabajadas, los prestaciones adicionales, la formación laboral que crea futura renta potencial, etc. Acabarán peor. Y argumentar que el grupo en lo agregado podría tener rentas superiores, lo que solo significa que las ganancias incrementadas de un subgrupo serán al menos algo mayores que las de otro subgrupo, no justifica en absoluto dañar a una gran cantidad de ese grupo, que son también pobres, en nombre de ayudar a los pobres.

La agregación proporciona poco conocimiento útil

Como señala  Friedrich Hayek en “El uso del conocimiento en la sociedad” (y en otros lugares) la agregación que es parte integrante de la planificación centralizada por su naturaleza elimina una gran cantidad de información valiosa. Las “circunstancias particulares de tiempo y lugar” que permiten la creación de valor y que solo conocen algunas personas (es decir, no el planificador central), solo pueden utilizarse descentralizando decisiones para aquellos que son los más expertos en esos detalles, en combinación con la información que proporcionan otros a través de las decisiones del mercado. Pero ese conocimiento

por su naturaleza no puede entrar en estadísticas y por tanto no puede expresarse para ninguna autoridad central en forma estadística. A las estadísticas que una autoridad central como esa tendría que usar tendría que llegarse precisamente abstrayendo diferencias menores entre las cosas, amontonándolas, como recursos de un tipio, cosas que difieren respecto de localización, calidad y otros detalles, en una forma que puede ser muy importante para la decisión concreta. De esto se deduce que la planificación centralizada basada en información estadística no puede por su naturaleza tener directamente en cuenta estas circunstancias de tiempo y lugar y que el planificador central tendrá que encontrar una u otra vía en que las decisiones que dependan de él puedan dejarse al “hombre en el sitio”.

Los agregados usados para calcular el producto interior bruto (PIB) tienen también severas limitaciones. Se basan en precios pagados para asignar valores a bienes y servicios intercambiados. La aproximación de la preferencia demostrada tiene sentido para un comportamiento completamente dirigido por el mercado, ya que el valor para cada unidad tendría que ser mayor que el precio pagado por las personas con intereses propios que realizan las compras. Sin embargo, incluso así, se ignorada el exceso de valor sobre lo que se pagó, que motivó las compras (llamada plusvalía del consumidor). Pero, donde interviene el gobierno, la precisión se ve gravemente degradada.

Por ejemplo, si el gobierno da a una persona una subvención del 40% para comprar un bien, todo lo que sabemos es que el valor para cada unidad excede el 60% de su precio para el comprador. No hay implicación de que esas compras valgan lo que se pagó, incluyendo la subvención. Y en áreas en las que el gobierno produce o utiliza directamente los bienes, como en los gastos de defensa, no sabemos casi nada de lo que valen. Los ciudadanos no pueden rechazar financiar lo que el gobierno decida comprar, bajo pena de prisión, así que ninguna transacción voluntaria revela que dicho gasto tenga valor para los ciudadanos. Y siglos de evidencias sugieren que los bienes y servicios proporcionados por el gobierno a menudo valen mucho menos de lo que cuestan. Pero dicho gasto se cuenta sencillamente como que vale lo cuesta en la contabilidad del PIB.

Otros pecados de la agregación

Estos temas de agregación no hacen más que rascar la superficie de los problemas que aparecen con ella. Hay muchos más una vez que entramos en detalles. Por ejemplo, por la forma en que se agrega y reportan los datos de empleo y desempleo, es posible tener un trabajo pero no estar oficialmente empleado o desempleado (por ejemplo, trabajadores con menos de 16 años), tener un trabajo pero estar oficialmente desempleado (por ejemplo, trabajadores en la economía sumergida) y estar oficialmente empleado pero no estar trabajando actualmente (sindicalistas en huelga). Además, una persona puede contar como múltiples empleados y las tasas de empleo y desempleo pueden moverse en la misma dirección al mismo tiempo.

Sin embargo lo principal es que confiar en los agregados como el foco aleja la atención de los individuos, que son los únicos que eligen, actúan y soportan las consecuencias, Incluso sin mayores complejidades y problemas, esa aproximación puede esconder todo, desde la redistribución de rentas dentro de grupos (leyes de salarios mínimos y de supervivencia) a efectos sobre a producción en el lado de la oferta (impuestos y medios que prueban los programas de prestaciones públicas), a la imposibilidad de que los planificadores dirijan eficientemente una economía (con estadísticas que arrojan detalles que son cruciales para la creación de riqueza), hasta la ambigüedad de mediciones del valor de la producción (suponiendo que la producción pública vale lo que cuesta). Es mucho a disfrazar o representar mal, y esos asuntos proporcionan una razón más que amplia para la sospecha cuando alguien aporta un argumento desde un premisa mayor de que “el agregado público X dio Y, por tanto sabemos que se deduce Z”.

 


Publicado originalmente el 7 de febrero de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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