Cómo los mercados libres aumentan la libertad de elección

0

Ludwig von Mises tuvo cuidado al establecer al actor individual como base para todo análisis económico. Una persona actúa para mejor sus circunstancias. Para hacerlo, escoge entre diversos medios disponibles para alcanzar sus fines. Esos fines se basan sus valores individuales, que se establecen subjetivamente. El individualismo metodológico y el subjetivismo dinámico son características distintivas de la economía austriaca misesiana.

La importancia de la economía basada en el individuo

Intervencionistas y keynesianos, por su parte, utilizan agregados económicos, como el PIB, y la demanda agregada como su base para el análisis. Al reducir la actividad económica a un asunto de medir agregados, los intervencionistas buscan justificar la manipulación de dichos agregados para establecer objetivos políticos y crear políticas intervencionistas que supuestamente pretenden alcanzar esos objetivos.

Para manipular esos inmensos agregados, los keynesianos recurren a instituciones públicas poderosas que, según dice la lógica keynesiana, son necesarias para gestionar una economía tan enorme. Estas instituciones incluyen no solo agencias públicas y regulaciones, sino también sus socios favoritos, incluyendo grandes bancos (franquicias financieras que se benefician de políticas del banco central y rescates), grandes farmacéuticas (monopolios farmacéuticos protegidos por el gobierno) y grandes empresas alimentarias (abastecedores protegidos por el gobierno de dietas aprobadas por el gobierno).

Esta regulación y manipulación se hace supuestamente por el bien de “la economía”, pero a la vista de tanto favoritismo público y gestión en beneficio de ciertos intereses especiales, es fácil que los actores económicos individuales se sientan despojados de sus derechos. Y no es solo una sensación. Cuanto más interviene el gobierno para controlar los mercados, menos soberanía tiene el consumidor.

Cómo el gobierno destruye la competencia

Un ejemplo de la creciente dominación de los bancos de Wall Street en los consumidores y pequeñas empresas de EEUU se refleja en encuestas en las que dos tercios de encuestados expresan constantemente su insatisfacción con los grandes bancos y tres cuartos dicen que es importante que los bancos sean locales. Aun así, el número de cajas de ahorro ha disminuido un 24% entre 2000-2013, mientras que los grandes bancos aumentaron su porción de depósitos: los cinco bancos más grandes tienen ahora el 47% de los depósitos y en algunos condados hasta el 75% de los depósitos. Sus bajas puntuaciones en satisfacción del consumidor son un resultado, en parte al menos, de precios más altos. Por ejemplo, Consumer Reports señalaba que los diez bancos más grandes cobraban una tasa mensual de 10,27$ por una cuenta corriente sin interesas, comparados con los 7,45$ en los bancos pequeños y los 6, 00$ en las diez cooperativas de crédito más grandes.

El profesor Amat R. Admati, de la Universidad de Stanford, decía en un testimonio ante el Comité Bancario del Senado en julio de 2014 que la legislación del “demasiado grande como para caer” proporciona una subvención explícita a los grandes bancos en forma de una coste inferior de capital y lamentaba la “extrema opacidad de las grandes instituciones bancarias”, que crecen “hasta tamaños ineficientemente grandes”.

Aun así, los consumidores no cambian. Parte de esto puede explicarse por la comodidad que se encuentra en la banca con una empresa muy grande, pero los consumidores también encuentran costoso cambiarse a bancos más pequeños a la vista del dominio del mercado facilitado por la protección pública.

Las cosas serían distintas si los grandes bancos tuvieran que competir de verdad. En Liberty and Property, Mises explicaba que el poder real del mercado reside en los consumidores individuales que acaban determinando la producción y los precios; lo llamaba “soberanía del consumidor”. Murray Rothbard, en El hombre, la economía y el estado, elevaba la idea del poder económico individual, destacando no solo el derecho a elegir, sino también (y quizá más contundentemente) el derecho a rechazar: “Así que el poder económico es simplemente el derecho bajo la libertad de rechazar realizar un intercambio. Todo hombre tiene este poder. Todo hombre tiene el mismo derecho a rechazar hacer un intercambio ofrecido”.

Elegir y rechazar realizar un intercambio, es decir, hacer negocios con cualquier otra entidad económica, es la esencia del poder económico individual.

Verdadera diversidad en el mercado

La verdadera libertad en el mercado puede dar en buena medida forma a todo un estilo de vida del consumidor.

En sus vidas financieras (si se permite una verdadera competencia de mercado) los actores económicos individuales pueden rechazar hacer negocios incluso con grande bancos globales o de Wall Street y elegir, por el contrario, cajas de ahorro o cooperativas de crédito.

En sus casas, los consumidores pueden instalar paneles solares o un generador doméstico y desconectarse del servicio eléctrico normal. Esto les evita aumentos garantizados de precios, a menudo causados por la necesidad de las empresas de servicios públicos de mantener sus compromisos excesivos de jubilación y las cargas impuestas por la redistribución forzosa de las subvenciones energéticas a familias de bajos ingresos.

Los consumidores pueden rechazar comprar a las empresas de alimentación que se esconden tras regulaciones alimentarias y las subvenciones agrícolas del gobierno y en su lugar elegir opciones más locales y sanas. Pueden elegir educación en línea en forma de MOCC (cursos masivos abiertos en línea ofrecidos por los principales profesores en muchas universidades) o pagar por curso a proveedores en línea, como Udemy, y rechazar las oferta de contenido de tendencia pro-gubernamental y profesores titulares keynesianos. Pueden elegir Uber y rechazar el monopolio local altamente regulado del taxi, que a menudo se caracteriza por vehículos viejos, incómodos y mal mantenidos, debido al alto coste de las regulaciones del taxi y la falta de competencia.

Por otro lado, toda subvención pública, toda regulación y todo cambio en el código fiscal que favorezca a un grupo de empresas sobre otro, reducen la soberanía del consumidor. Esta interferencia genera monopolios y oligopolios, que son normalmente el producto de la intervención pública en los mercados.

Sin embargo, a falta de un monopolio total (como los que disfruta a menudo el propio gobierno en derecho y otras áreas), el actor económico individual tiene libertad para rechazar hacer negocios con estos sectores favorecidos por el gobierno.

Una sociedad de empresarios y consumidores

La libertad de elección se garantiza mejor permitiendo la verdadera libertad tanto a empresarios como a consumidores.

Los empresarios “están al timón y pilotan el barco”, señalaba Mises en La acción humana. “Pero no son libres de marcar su rumbo. No son supremos, solo son timoneles, obligados a obedecer incondicionalmente las órdenes del capitán. El capitán es el consumidor”.

No es solo que el ejercicio de poder económico individual sea una decisión, es una herramienta poderosa para dirigir el cambio, uno del que podemos hacer uso con un fin. Como escribía Frank Fetter en The Principles of Economics: “Toda persona puede organizar una sociedad de consumidores, asociándose con los poderes de la virtud. Toda compra tiene consecuencias de largo alcance. Puedes gastar tu paga mensual con un agente de la iniquidad o de la verdad”.


Publicado originalmente el 29 de enero de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe.  El artículo original se encuentra aquí.

Print Friendly, PDF & Email