El complot eugenésico detrás del salario mínimo

0

En su “Carta desde la cárcel de Birmingham”, Martin Luther King Jr. señala al gobierno como el enemigo de los derechos y la dignidad de los negros. Él fue encerrado por marchar sin un permiso. King menciona las injusticias de la policía y las cortes en particular. E inspiró un movimiento para despertar la conciencia pública en contra de la brutalidad policial, especialmente aquella que involucra mangueras de alta presión, palos y celdas.

Menos obvio, sin embargo, ha sido el rol de medios más encubiertos de subyugación -formas de coerción estatal profundamente incrustadas en la ley y la historia de los EE. UU., las cuales en su momento fueron ofrecidas como políticas fundamentadas en la ciencia y el manejo científico de la sociedad.

Consideremos el salario mínimo. ¿Qué tanto se relaciona el racismo con él? Mucho más de lo que la mayoría cree. Una revisión cuidadosa a su historia muestra que el salario mínimo fue originalmente concebido como parte de una estrategia eugenésica — un intento de desarrollar una raza superior a través de políticas públicas diseñadas para limpiar a la ciudadanía de sujetos indeseables. Para lograr ese objetivo, el estado tendría que aislar, esterilizar y exterminar a las poblaciones no privilegiadas.

El movimiento eugenésico — casi universalmente apoyado por los académicos y la prensa popular durante las primeras décadas del siglo XX — viene a ser una reacción a los dramáticos cambios demográficos ocurridos a finales del siglo XIX. En estos tiempos los ingresos aumentaron y la expectativa de vida se incrementó de una forma nunca antes vista en la historia. Tales ganancias se vieron reflejadas en todas las razas y clases. La mortalidad infantil se redujo. Todo esto era debido a una masiva expansión de los mercados, tecnología y comercio, lo cual cambió al mundo. Esto significó una dramática expansión de la población en todos los grupos. Las masas populares estaban viviendo más y reproduciéndose más rápido.

Esta tendencia preocupaba a la clase blanca dominante en la mayoría de los países europeos y en los EE.UU. Tal y como lo documenta John Carey en Los Intelectuales y las Masas (1992), todos los fundadores de la cultura literaria moderna — desde H.G. Wells hasta T.S. Elliot — detestaban la nueva prosperidad y de diversas formas hablaron a favor de la exterminación y limpieza racial para ponerle fin a las entonces nuevas tendencias demográficas. Así como Wells lo sintetiza, “El extravagante enjambre de recién nacidos ha sido el desastre esencial del siglo XIX.”

El movimiento eugenésico, como una aplicación del principio de una “sociedad planificada”, era profundamente hostil a los libres mercados. Así como lo resume la editorial de The New Republic en 1916:

La imbecilidad engendra imbecilidad de la misma forma en la que gallinas blancas engendran pollitos blancos; dentro de un sistema de laissez-faire la imbecilidad tiene todas las posibilidades para reproducirse, y de hecho lo hace a tasas muy superiores a las que debería.

Para contrarrestar las tendencias desatadas por el capitalismo, los estados y los gobiernos nacionales empezaron a implementar políticas diseñadas a apoyar a las clases y razas “superiores” y desalentar la procreación de las “inferiores.” Como lo explica Edwin Black en su libro de 2003, La guerra contra el débil: la eugenesia y la campaña americana para crear una raza superior, el objetivo en contra de las mujeres y los niños era excluyente, pero con respecto a los no-blancos, era esencialmente de exterminación. Los medios elegidos no eran pelotones de fusilamiento ni cámaras de gas, sino los métodos más pacíficos y sutiles de esterilización, exclusión de trabajos, y segregación coercitiva.

Fue durante este período y por esta razón que en 1912 se llevaron a cabo los primeros intentos para implementar un salario mínimo en Massachusetts. La nueva ley afectaba solo a las mujeres y niños y era una medida para hacerlos desempleados a ellos y a otros “dependientes sociales” de la fuerza laboral. Aun cuando la medida fue pequeña y no estuvo bien aplicada, logró, de hecho, reducir la tasa de empleo entre los grupos seleccionados. 

Para entender por qué esto no ha sido visto como un fracaso, basta con observar las primeras discusiones modernas sobre el salario mínimo en la literatura académica. La mayoría de estos escritos habrían quedado en el olvido de no ser por un artículo del 2005 en el Journal of Economic Perspectives de Thomas C. Leonard.

Leonard documenta una serie de alarmantes artículos académicos y libros que aparecen entre 1890 y la década de 1920, los cuales fueron notablemente explícitos a la hora de hablar acerca de los intentos legislativos para expulsar personas fuera del mercado laboral. Estos artículos no fueron escritos por figuras marginales o radicales aislados, sino por líderes de la profesión, los autores de grandes libros de texto, y los líderes de opinión que moldeaban las políticas públicas.

“Economistas progresistas así como sus críticos neoclásicos”, Leonard explica, “creían que salarios mínimos obligatorios causarían pérdidas de trabajos. Sin embargo, los economistas progresistas también creían que las pérdidas de empleo inducidas por los salarios mínimos eran un beneficio social, pues actuaban como servicio eugenésico, eliminando de la fuerza laboral a los ‘no susceptibles de ser empleados’.”

Al menos los eugenésicos, a pesar de su parloteo pseudocientífico, no fueron ingenuos a la hora de ponderar los efectos de un piso salarial. En estos días, los medios de comunicación y un sin fin de políticos proclaman cuan maravilloso es el salario mínimo para el pobre. Los pisos salariales mejoran la calidad de vida, dicen ellos. Pero allá en 1912, las figuras públicas entendían mejor el asunto — los salarios mínimos excluyen trabajadores — y precisamente apoyaban estas medidas debido a que los pisos salariales expulsan gente del mercado laboral. Personas sin trabajo no pueden prosperar y son de esta forma desalentadas a reproducirse. Los salarios mínimos fueron diseñados específicamente para purificar el paisaje demográfico de razas inferiores y para mantener a la mujer al margen de la sociedad.

El famoso socialista fabiano Sidney Webb fue honesto como cualquiera en su artículo de 1912 “La teoría económica del salario mínimo

Un salario mínimo legal incrementa la productividad de la industria de una nación al asegurarse que el excedente de los trabajadores no empleados sea exclusivamente el grupo menos eficiente; o, para ponerlo de otra manera, asegurándose que todos los puestos de trabajo sean ocupados por los operarios disponibles más eficientes.

La historia intelectual demuestra que el todo el propósito del salario mínimo era el de crear desempleo entre las personas a las que la élite no creía merecedora de tener trabajos.

Y se pone peor. Webb escribió:

¿Cuál sería el resultado de un salario mínimo legal en el persistente deseo del empleador de usar trabajo de niños, niñas, mujeres casadas, el trabajo de viejos o retrasados mentales, de decrépitos y desechos inválidos y todas las otras alternativas a la participación de competentes hombres adultos a la tasa estándar?… En resumen, todo ese trabajo es parasitario de otras clases de la comunidad, y actualmente se emplea de esta forma solo porque es parasitario.

Además, Webb afirma: “Los no susceptibles a ser empleados, para ser honestos, no pueden bajo ninguna circunstancia ganarse la vida. Lo que debemos hacer con ellos es velar para que la menor cantidad de ellos se reproduzca.”

A pesar de que Webb escribía sobre la experiencia en el Reino Unido, y su foco estaba en mantener a las clases bajas lejos de la prosperidad, sus visiones no son inusuales. El mismo pensamiento estaba vivo en el contexto norteamericano, donde era la raza y no la clase, el factor que se volvió decisivo.

Henry Rogers Seager de la Universidad de Columbia, y luego presidente de la Asociación Americana de Economía, expone en “La teoría del salario mínimo” publicado en la American Labor Legislation Review en 1913: “La operación de los requerimientos del salario mínimo extendería la definición de defectuosos hasta abarcar a todos los individuos, quienes a pesar de haber recibido entrenamiento especializado, se mantengan incapaces de auto-sustentarse.”

Además, escribió: “Si queremos mantener una raza hecha de individuos y grupos familiares capaces, eficientes e independientes, debemos valientemente cortar por aislamiento o esterilización con todas las líneas hereditarias que hayan probado ser indeseables.”

La aislación y esterilización de los grupos poblacionales menos deseados es una forma de exterminio en cámara lenta. El salario mínimo era parte de esa agenda. Ese era su propósito e intención. Los moldeadores de la opinión pública de hace cien años no eran tímidos a la hora de decirlo. Esa política era una pieza importante de arsenal en su guerra eugenésica en contra de los grupos poblacionales no pertenecientes a la élite.

Royal Meeker, de la Universidad de Princeton, fue el comisario de trabajo de Woodrow Wilson. “Es mucho mejor decretar una ley de salario mínimo aun cuando eso prive a esos desafortunados de trabajo”, Pues según argumentó Meeker en 1910. “Es mejor que el estado apoye totalmente la ineficiencia y prevenga la multiplicación de sus crías, a que subsidie la incompetencia y el despilfarro permitiéndoles engendrar a más de los de su calaña.”

Frank Taussig, quien por lo demás fue un buen economista, pregunta en su afamado libro Principios de economía (1911): “¿Cómo debemos lidiar con los no susceptibles a ser empleados?” Ellos “deberían ser erradicados”, responde.

No hemos alcanzado la etapa en la cual podamos proceder a eliminarlos de una vez por todas; pero al menos pueden ser segregados, encerrados en sus refugios y asilos, y evitar que se propaguen los de su tipo…

¿Cuáles son las posibilidades de emplear a un salario prescrito a todos los individuos sanos y capaces que apliquen por trabajo? Las personas afectadas por tal legislación serían aquellas en el estrato económico y social más bajo. Los salarios a los cuales ellos pueden conseguir empleo dependen de los precios a los cuales sus productos serán vendidos en el mercado; o en el lenguaje técnico de las economía moderna, en la utilidad marginal de sus servicios. Todos aquellos cuyo producto adicional tuviera un precio inferior al mínimo que no pudiera ser pagado por los empleadores, quedarían sin empleo.  Puede ser viable para los empleadores el pagar a alguien menos del mínimo; es por eso que el poder de la ley debe ser de hecho muy fuerte, y ser ejercido de una forma muy rígida, con la intención de prevenir las negociaciones que serían bienvenidas por ambos sectores (empleadores y empleados).

Estos no son más que una pequeña muestra y pertenecen solo a esta política. La eugenesia ha influenciado otras área de la política estadounidense también, especialmente la segregación racial. Es evidente que no se pueden tener dos razas socializando y coexistiendo si el objetivo es gradualmente exterminar a una y aumentar la población de la otra. Este objetivo fue el motivo fundamental tras el cual se impusieron las políticas y regulaciones a las discotecas, por ejemplo. Fue también el motivo detrás de la proliferación de las licencias de matrimonio, las cuales estaban diseñadas para alejar a los “no aptos” de la posibilidad de casarse y reproducirse.

Pero el salario mínimo está en una categoría especial debido a que, en estos días, sus efectos son poco entendidos. Cien años atrás, legislar un piso salarial era una política concebida deliberadamente para empobrecer a las clases más bajas y a los indeseables, y de esa forma desincentivar su reproducción. Un gulag cortés.

Con el paso del tiempo, la sed de sangre de los movimientos eugenésicos decayó, no así como la persistencia de sus políticas de salario mínimo. Un salario mínimo nacional fue aprobado en 1931 con la ley Davis-Bacon, la cual requería que todas las firmas que recibieran contratos federales pagaran a sus trabajadores salarios justos, lo cual no era otra cosa que salarios establecidos por los sindicatos, un principio que luego se convertiría en el salario mínimo nacional.

Los discursos en apoyo de la ley eran explícitos a la hora de hablar del miedo de que los trabajadores negros debilitaran las demandas de los sindicatos conformados por blancos. El salario mínimo era una solución: hacía que fuera imposible trabajar por menos. La sucia historia de la ley del salario mínimo es terrible en sus intenciones pero, al menos, realista sobre lo que un piso salarial puede de hecho hacer. Detener la movilidad ascendente.

La eugenesia como idea eventualmente perdió apoyo luego de la Segunda Guerra Mundial, cuando empezó a ser asociada con el Tercer Reich. Pero las políticas laborales que este impulsó no desaparecieron. Empezaron a ser promovidas no como un método de exclusión y exterminación sino, aunque de forma inverosímil, como un esfuerzo positivo para beneficiar al pobre.

Cualesquiera sean las intenciones, los efectos son los mismos. En eso los eugenésicos estaban en lo correcto. El movimiento eugenésico, aunque malvado en sus motivos, entendía una verdad económica: el salario mínimo excluye a gente del mercado laboral. Le quita en éste ámbito a las poblaciones marginales su poder más importante: el poder trabajar por menos. Carterlíza el mercado laboral permitiendo el acceso a grupos con salarios superiores mientras excluye a grupos con salarios inferiores.

King escribió sobre la crueldad del gobierno en sus días. Esa crueldad viene de mucho más atrás en el tiempo y es cristalizada por una política de salarios que hace de la productividad y la movilidad ascendente algo ilegal. Si queremos rechazar políticas eugenésicas y la malicia racial que se esconde tras ellas, debemos también repudiar el salario mínimo y exigir  el derecho universal a la negociación.


Publicado originalmente el 10 de febrero de 2015. Traducido del inglés por José Graterol. El artículo original se encuentra aquí.

Print Friendly, PDF & Email