El corazón de un luchador

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Como muchos otros, me encontré muy contento por la atención dada por el papa Juan Pablo II después de su muerte y no solo porque escribiera una muy buena encíclica sobre economía que acepta calurosamente los mercados libres. Karol Wojtyla  empezó a ser adulto como un simple sacerdote que solo buscaba servir a otros, pero la historia le reclamó un papel diferente.

Una imagen de semanas recientes destaca en mi mente. Mostraba al presidente actual de EE. UU. y tres presidentes anteriores arrodillados delante del ataúd del papa. Incluso muerto, puso al poder de rodillas. Es especialmente gratificante pensar que con la atención prestada a Juan Pablo II se deshicieron algunos errores del pasado.

Después de todo, el siglo XX fue un tiempo en el que el mundo cantó las alabanzas de los déspotas y el despotismo. Cuando más guerras libraban los líderes del gobierno, más centralizaban su control, más restringían la economía, más libertad robaban, más recortaban el comercio y el intercambio con otras naciones, más su ganancia es nuestra libertad perdida, más estos líderes públicos han sido alabados por historiadores y expertos de todo tipo.

Para continuar la reparación de grandes errores, me gustaría hablaros acerca de otro hombre que empezó con lo que parecía una simple vocación, pero que acabó desempeñando un papel importante en la historia de las ideas en el mundo. Su vida estaría dominada por terribles tragedias y aun así llegó a representar una gran visión del futuro social y político.

Su nombre era Ludwig von Mises, un judío nacido en 1881 en los confines del imperio austro-húngaro y muerto en Nueva York en 1973. A lo largo de su vida, escribió 25 libros y enseñó a alumnos de todas las edades. Su tema iba a contracorriente en el siglo XX. En lugar del socialismo, el fascismo y la guerra, defendió la libertad y la paz.

Empezó su carrera como un economista que quería desarrollar la comprensión de la profesión de lo que es el dinero y cómo se integra con el aparato teórico de la economía. Pero la historia le reclamó un trabajo de distinto tipo. Su primer paso como formidable disidente intelectual llegó con su sorprendente afirmación en 1920 que se alejaba de lo que creía prácticamente cualquier persona educada en el continente europeo. Decía que el socialismo no puede funcionar como un sistema económico, no que tenga problemas o dificultades o que tenga un inconveniente, sino que es literalmente imposible, debido a su falta de un sistema de precios del mercado.

Al artículo le siguió un libro que apareció en 1922. Si no lo habéis leído, solo puedo describir el efecto que podría tener sobre alguien que simpatice con el socialismo. Es como jugar al ajedrez contra un verdadero maestro que parece estar apretando el nudo con cada movimiento. Para cuando llegas al final, produce el tipo de sacudida que aleja de la ilusión intelectual al socialista más radical. Mucha gente cambió sus ideas, incluyendo a F.A. Hayek, que posteriormente ganaría el premio Nobel por sus contribuciones.

Pero no se quedó ahí. Sus tratados, como La acción humana, Liberalismo y Teoría e historia revolucionaron la ciencia económica y la filosofía política. No solo esa, en solitario salvó a Austria del comunismo y la inflación desbocada. Y a lo largo de su vida, resistió personalmente a déspotas de todo tipo e inspiró a varias generaciones de intelectuales en dos continentes.

Sin embargo su caso fue ligeramente distinto del de Juan Pablo II. En la segunda mitad de su vida no tuvo un puesto prestigioso. De hecho, sus perspectivas de carrera se hundieron en su mayor parte a finales de la década de 1920 (principalmente debido a su política anticolectivista) hasta su muerte en 1973. Empezó como un economista famoso en Europa, pero su vida terminó de después de años en Estados Unidos sin un puesto fijo en la universidad y sin acceso a ninguna de las revistas de prestigio de su profesión. Una vez escribió que había pretendido ser un reformista, pero solo acabó como el historiador de una decadencia.

Sin embargo, lo que nos inspira no es su victimización, sino su triunfo sobre el mal. De niño adoptó el lema de Virgilio: Tu ne cede malis, sed contra audentior ito (No cedas ante el mal, sino responde con más fuerza contra él). Inmediatamente después de lamentar el destino de sus ideas, dijo que no lamentaba las decisiones que tomó. Decía que solo lamentaba sus cesiones.

Y aunque apenas puedo relatar todos los ejemplos apropiados, me gustaría dirigir vuestra atención a un acontecimiento que impactó directamente no solo a la fundación del Instituto Mises, sino al propio futuro de la libertad. Se refiere al momento de refugio de Mises cuando vivía como refugiado intelectual en Ginebra, Suiza, durante la Segunda Guerra Mundial. Se encontró en un centro de investigación de financiación privada con otros refugiados de Austria y Alemania, huidos por haber luchado contra la marea creciente del socialismo, tanto de izquierda como de derecha.

Observaba la marea cambiante en Viena en los primeros años de la década de 1930 en Austria, donde había estado dirigiendo un seminario quincenal para los principales economistas y filósofos de su generación. Pero como el prominente e importante pensador que era, no podía detener solo las tendencias que cambiaron su destino y el de Austria como país. La amenaza bolchevique parecía retroceder, pero otra forma de socialismo estaba avanzando, la del tipo nacionalista e imperialista. El partido nazi alemán tenía un apoyo creciente en Austria.

En 1934 llegó una carta desde el Instituto de Grado para Estudios Internacionales de Ginebra, en la que le ofrecían un trabajo. Como judío, viejo liberal y opositor al expansionismo alemán, fue inteligente aceptar la oferta, aunque significara ganar mucho menos. Cuando los ejércitos alemanes llegaron a Viena en 1938, fueron enviados al antiguo piso de Mises, donde este había dejado sus notas y papeles de sus años de enseñanza. Se registró el lugar y los papeles se embalaron y robaron.

Mises estaba a salvo en Ginebra, en un país que recibió a muchos judíos durante esos años, pero gracias a Dios permaneció neutral en los conflictos que destrozaron a tantos países. Mises empezó inmediatamente a trabajar en un tratado maestro que buscaba integrar muchas de sus contribuciones previas a la economía, la filosofía y la teoría política. Empezaba con una reconstrucción de la base metodológica de las ciencias sociales, explicaba el dinero y el intercambio, integraba teoría monetaria con precios, salarios y producción, proporcionaba un completo ataque al socialismo, defendía el libre comercio y… bueno, en lugar de toda la lista de contenidos, dejadme que use la palabra que empleó Murray Rothbard cuando se la preguntó qué contenía el libro: ¡todo!

El trabajo duró seis años hasta que apareció el producto final: Nationalokonomie, en alemán. Ahora bien, estaba a punto de desarrollarse una gran tragedia. Era tiempo de guerra. El libro estaba en alemán, impreso en Suiza. El autor estaba siendo presionado para irse y buscar un nuevo hogar y pronto se escaparía por poco a través de Francia y llegaría a Estados Unidos. La gran obra no tendría impacto en el mundo, al menos por entonces.

Cuando su barco llegó a Estados Unidos afronto barreras notables. Este hombre de 60 años no tenía previsto ningún puesto académico. Sus papeles de Viena se habían perdido, aparentemente para siempre. Tenía que alcanzar fluidez en un nuevo idioma. Tenía muy pocos contactos. Sobre todo, llevaba la carga de una gran tristeza.

Pero luego hubo algunos destellos de luz. Henry Hazlitt, entonces editor en el New York Times, tenía contactos en la Yale University Press, donde Mises encontró alguien que le escuchara. Yale publicó su primer libro en inglés, que era un relato de las causas de la Segunda Guerra Mundial. Demostraba que las semillas del totalitarismo alemán crecieron en un terreno extraño: el objetivo político de Hitler de lograr la autosuficiencia económica nacional. Esto es lo que llevó al imperialismo, la planificación nacional, el socialismo y finalmente la guerra. Mises destacaba en este libro que una política de proteccionismo no es solo cruel para con los consumidores nacionales y los productores internacionales, sino que también lleva a la violencia en el interior y el exterior. Entonces como ahora, el proteccionismo y el mercantilismo es un camino desastroso que solo puede acabar destrozando la prosperidad y la paz.

Basándose en el éxito comercial, no académico, de este libro y otro sobre burocracia que le siguió, Yale se acercó a Mises con una tarea aparentemente imposible: traducir al inglés su tratado de 1940. Solo podemos imaginarnos lo difícil que debe haber sido esto para él. Pero nueve años después de haber llegado sin blanca a las costas de EE. UU., estaba hecho. En 1949 apareció La acción humana. Incluso hoy sigue vendiéndose muy bien y es el mejor libro nunca escrito sobre ciencias sociales, en mi humilde opinión.

Entre la dirección de Yale había gente que dudaba de la sensatez de publicar este libro. Sin embargo, en semanas circulaba un memorando dentro de Yale University Press expresando su asombro por las rápidas ventas de La acción humana. ¿Cómo podía un tomo tan denso de casi 1000 páginas, caro para lo habitual en su tiempo, escrito por un economista sin un puesto docente prestigioso ni ninguna reputación notable en absoluto en EE. UU., publicado contra la opinión de muchos en el consejo asesor académico de Yale, venderse tan rápidamente que se hacía necesaria una segunda y una tercera edición en solo cosa de meses?

Imaginaos lo sorprendida que hubiera estado esta misma gente al descubrir que la 1ª edición, reimpresa 50 años después como la Edición para Investigadores  de La acción humana, se vendía de nuevo igual de rápido. Pero esto es lo que ha experimentado el Instituto Mises desde que imprimimos nuestra edición para investigadores en 1999.

La acción humana apareció en medio de turbulencias ideológicas y políticas. La guerra mundial había terminado recientemente y EE. UU. estaba tratando de remodelar la política de Europa con un nuevo experimento de ayuda exterior global. La Guerra Fría estaba en sus inicios. La vieja idea de la sociedad liberal había desaparecido, aparentemente para siempre. Era una reliquia de una época lejana e indudablemente no el modelo para una sociedad industrial moderna. El futuro estaba claro: el mundo se acercaría a la planificación pública de todos los aspectos de la vida y se alejaría de la anarquía de los mercados. Respecto de la profesión económica, la Escuela Keynesiana aún no había llegado a su cumbre, pero iba a llegar pronto.

La teoría socialista cautivó a la profesión hasta el punto de que se pensó que Mises había perdido el debate sobre si era económicamente posible el socialismo. En la universidad, se estaba criando una nueva generación bajo la creencia de que FDR y la Segunda Guerra Mundial nos salvaron de la Depresión y de que no había límites a lo que el Estado podía hacer. Gobernando el territorio estaba un régimen caracterizado por la reglamentación en la vida intelectual, social y política.

La acción humana no era una sugerencia educada de que el mundo echara otro vistazo a los méritos de la libre empresa. No, era una declaración constante y sin ambages de pureza teórica que estaba completamente en contra de la opinión predominante. Más que eso, se atrevía a hacer lo que era completamente anticuado entonces y ahora, que es crear un sistema completo de pensamiento desde los cimientos. Incluso los antiguos alumnos de Mises se quedaron atónitos por la magnitud de la argumentación y la pureza de su postura.

Cuando lees La acción humana, no obtienen un comentario sobre las turbulencias del momento, sino más bien una argumentación teórica prístina que parece elevarse por encima de todo. Es verdad que Mises  se ocupa de los enemigos de la libertad en estas páginas, y estos resultan ser los mismos enemigos que nos rodean hoy. Pero mucho más notable es la forma en que fue capaz de alejarse del acaloramiento de los acontecimientos diarios y escribir un libre rehaciendo y desarrollando una ciencia pura de lógica económica, desde la primera página a la última. No contiene ninguna palabra o frase pensada para apelar a las inclinaciones del mundo que le rodeaba. Por el contrario, buscaba hacer un alegato que trascendiera a su generación.

Tenemos que reflexionar sobre aquello a lo que obligó personalmente a Mises escribir el libro. Había sido desarraigado de su país y mucha de su amada Europa estaba hecha jirones. Habiendo sobrepasado con creces el ecuador de la vida, Mises tuvo que volver a empezar, con un nuevo lenguaje y escenario. La habría sido sencillo mirar a su alrededor en el mundo y concluir que la libertad estaba condenada y que su vida había sido inútil. Tratad de imaginar el valor intelectual que le hizo falta para sentarse y escribir, como hizo, una completa apología para la vieja causa liberal, dándole un fundamento científico, batallando contra todos los enemigos de la libertad y acabando su enorme tratado con una llamada a todo el mundo a cambiar de dirección de su rumbo actual hacia uno completamente nuevo.

La gente no estaba entonces lista para ese mensaje, pero ahora lo está más, porque vivimos en tiempos en que el gobierno confisca habitualmente la mitad o más de los beneficios asociados con el emprendimiento y el trabajo, regula todos los aspectos de la vida humana y presume de ocuparse de nosotros de la cuna a la tumba. Republicanos y demócratas reclaman expansiones del poder público. Discrepan sobre las razones, pero están de acuerdo en discrepar y seguir adelante con el negocio de gravar y gastar. Después de todo, no es su dinero de todas formas.

De hecho, no creo que la respuesta a nuestros problemas o la esperanza de una sociedad libre se encuentren en la política. La mayor esperanza de libertad en nuestros tiempos viene del cambio ideológico y será la obra de pensadores como Mises la que la traerá.

Sin embargo hay muchas formas de ayudar. Podemos leer, estudiar y entender las enseñanzas de la gran tradición liberal. Podemos apoyar a quienes trabajan con estudiantes a conseguir una mayor comprensión de la que se da en la mayoría de las aulas en este país. Podemos apoyar a los profesores que siguen el camino de Mises ejercitando independencia de ideas y disintiendo del pensamiento ortodoxo del grupo.

Podemos trabajar por una sociedad que respete la libertad de asociación y la propiedad. Podemos eliminar la política de la envidia. Podemos y debemos trabajar por un mundo en el que la conciencia nacionalista se mantenga dentro de límites apropiados y no degenere en guerra e imperialismo. Debemos tener libre comercio. Fueron el nacionalismo y el proteccionismo los que llevaron a Europa a la Segunda Guerra Mundial y estas fuerzas también destrozarán EE. UU.

El mérito de pensar fuera de límites es que ayuda a reforzar una fuente muy importante de paz, que es la interdependencia económica del mundo. La vida de Mises se recompuso porque se le permitió abandonar un país que se había convertido en inseguro para él y entrar en otro. La libertad de votar con los pies podría ser el voto más importante que ejerzamos nunca.

También necesitamos más refugios para intelectuales preocupados por la libertad. El Instituto Mises se fundó en honor de Mises para asegurarse de que siempre habría un lugar para disidentes, una institución que apoye su causa. Como el Instituto de Grado de Ginebra, buscamos y continuamos buscando medios independientes de apoyo. Por eso no aceptamos concesiones, ni dinero, ni privilegios públicos. Luchamos por ser un refugio intelectual donde la libertad pueda vivir y respirar.

Fue la firme convicción de Mises de que las ideas, y solo las ideas, pueden producir un cambio en el discurrir de la historia. Por esta razón fue capaz de completar su gran libro y llevar una vida heroica a pesar de todos los intentos por silenciarle. Los seguidores intelectuales de Mises en nuestros tiempos muestran estos rasgos y nos inspiran cada día con su iniciativa, principios y aproximación radical para rehacer el mundo de las ideas. En su trabajo para revistas, en sus libro y en sus enseñanzas vemos colmados los ideales y el valor de Mises.

Mucho de esto lo he aprendido en mis años como jefe del Instituto Mises. No basta con tener una buena educación. Ni siquiera basta con tener las ideas correctas. Lo que se necesita para ser un héroe y alcanzar la grandeza es valor moral. Para realmente marcar la diferencia en este mundo, hay que estar dispuesto a defender aquello en lo que se cree y ser implacable ante la presión política y social. Es un rasgo mucho más raro que la brillantez y el ingenio.

Juan Pablo II lo tenía. Lo mismo Ludwig von Mises, Cuando murió Mises, no sabía que los papeles que se saquearon en su piso acabarían en un archivo secreto en Moscú. No sabía que el tratado de 1940 estaría disponible para el mundo en una publicación en línea. No sabía que habría un instituto con su nombre. No sabía que sus obras se leerían y estudiarían más un cuarto de siglo después de lo que lo fueron en la segunda mitad de su vida. No sabía que el comité de los premios Nobel concederá a su alumno el premio de economía por sus desarrollos sobre una teoría originalmente desarrollada por el propio Mises.

A veces recuerdo una fotografía de Mises cuando era un niño de unos 12 años, de pie con su padre. Vestía el traje austriaco tradicional popular en la década de 1890 y tenía una raqueta en la mano. El retrato es granular y distante. Y aun así se aprecia que hay algo en los ojos de Mises, una cierta determinación y fuego intelectual, incluso a tan joven edad. Sus ojos parecen saber, como si ya estuviese preparándose para lo que podría afrontar.

Pero o puede ser. No puede haber sabido que el mundo en el que entonces vivía sería destruido y que el final de su vida le llegaría en el otro extremo del mundo, hablando y escribiendo en un idioma distinto y dando ideas rechazadas por todo el mundo. Si lo hubiera sabido, ¿habría seguido adelante? Creo que sí.

Miramos y tratamos de descubrir qué es lo que le hizo ser ese luchador, lo que le hizo resistir donde otros cayeron, lo que le dio ese sentido de certidumbre moral para luchar por verdades perdurables independientemente de los vientos políticos. Incluso en esta fotografía granular tenemos alguna sensación de que lo vemos en sus ojos, ese destello que refleja un corazón que nunca cederá ante el despotismo, sino que defenderá la verdad de la libertad humana hasta su último suspiro.

Mises fue modelo e ideal entre demasiados pocos en el siglo XX. Mi mayor honor y privilegio, como presidente del Instituto Mises, es encontrarme en disposición de atraer atención hacia su vida y obra y ayudar a otros que puedan adoptar igualmente como suyo el lema de Virgilio.


Publicado originalmente el 22 de abril de 2005. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe.

El artículo original se encuentra aquí.