La Fed y la política

0

Las políticas monetarias orientadas políticamente y los ciclos económicos son los subppoductos inevitables de un banco central, la institución bancaria favorecida en último término que es vista como sabia por algunos políticos ante elecciones. Después de las elecciones llega la factura: La Inflación se dispara. La nación cae en una dolorosa recesión o la bolsa se estrella. Sea cual sea el grado de daño, la política monetaria es siempre la causa principal de estos males económicos.

Un episodio de esa jugarreta monetaria se produjo hace tres décadas durante la presidencia de Nixon. En las desastrosas secuelas de las políticas monetarias de principios de la década de 1970, Estados Unidos daría tumbos durante una década de estanflación (alta inflación con altas tasas de desempleo, que era algo que los economistas keynesianos habían dicho que nunca podría ocurrir simultáneamente. Aun así, a principios de la década de 1970, eso es precisamente lo que ocurrió).

Esta ronda de política monetaria mediante política empezó cuando el presidente Nixon, descontento con las políticas del entonces presidente de la Fed, William McChesney Martin, que había seguido una política monetaria rígida, decidió que no renovaría a Martin. Nixon optó por nombrar a su aliado político, Arthur Burns,  que había ocupado el cargo de asesor del presidente, para suceder a Martin. Nixon acusó a Martin de la recesión de 1969 y 1970. A Nixon le preocupaba su reelección a dos años vista.

Uno de los asesores económicos de Nixon criticó a Martin, diciendo que los gobernadores de la Fed “tienen una expansión de la oferta monetaria del 5% pero siguen sin aplicarla”. Nixon no daba alternativas. “Tendremos inflación si es necesario, pero no tendremos desempleo”.

Burns se convirtió en presidente de la Fed a principios de 1970. Casi inmediatamente, Nixon empezó a presionar. Hablando acerca del nuevo presidente de la Fed, dijo a su audiencia: “Respeto su independencia. Sin embargo, espero que deduzca independientemente que mis opiniones son las que deberían seguirse”.

En privado, el mensaje de Nixon era más descaradamente político.

“Debo indicarte, con toda la fortaleza que pueda, mi idea de que lo que realmente determina el resultado de una elección no son los tipos de interés, sino las estadísticas de desempleo en tiempo de elecciones (…) no cabe dudad en mi cabeza de que si la Fed continúa taponando los aumentos en la oferta monetaria y si la economía no se expande (…) la culpa se atribuirá directamente a la Fed”, escribía a Burns.

Nixon amenazaba con lanzar una campaña pública contra Burns si no flexibilizaba la política monetaria. Se filtraban noticas a la prensa de que Nixon iba a doblar los miembros del Consejo de la Reserva Federal, lo que habría diluido el poder de Burns. La administración creía que esta política de amenazas tendría éxito y las imprentas resonarían.

H.R. Halderman alardearía en privado en 1971de que “Tenemos a Arthur Burns cogido por las pelotas en la oferta monetaria”. La administración iba a obtener la oferta monetaria que quería.

Burns, dijeron posteriormente varios miembros del consejo, presionaría por políticas monetarias más laxas en 1971 y 1972. Las cifras, que están disponibles en el sitio web del Consejo de la Reserva Federal, confirman que el ritmo de creación de dinero aumentó enormemente en 1972. El crecimiento mensual monetario, que había sido de media un 3,2% en el primer cuarto de 1971, saltó al 11% en el mismo periodo de 1972. La creación de dinero fue un 25% más rápida en 1972, comparada con 1971.

Burns y sus aliados en la Fed estaban inundando el mercado con nuevo dinero. La Fed iba a hacer todo lo posible para asegurarse de que 1972 fuera un gran año para la economía. Y parecía ser un buen año, ya que disminuyó la tasa de inflación, junto con las cifras del paro.

El asesor de Nixon, John Ehrlichman, escribió posteriormente que Burns entendió lo que quería la administración republicana: “Algunos economistas olvidan la realidad política, pero Arthur Burns era en todo tan político como economista”.

Solo un mes después de las elecciones (en las que Nixon fue reelegido, ganando en cuarenta y nueve estados, y fueron reelegidos la mayoría de los demócratas en el Congreso), aparecieran las dañinas tasas de inflación en dobles dígitos. En un discurso en Toronto en diciembre de 1972, Burns decía que “el actual problema inflacionista no tiene ningún paralelo cercano en la historia económica”.

Aparte de una desastrosa expansión de la oferta monetaria (que, a mediados de la década de 1970, daría al país tasas de inflación en dobles dígitos), Burns era parte de un equipo económico de la administración que rehuía constantemente las fuerzas del mercado. Convenció a la administración para seguir adelante con una política de control de rentas, así como de salarios y precios, políticas que fueron tan malas como sus políticas monetarias laxas.

Burns se quejó posteriormente de que había que culpar de la inflación a los enormes déficits, olvidando convenientemente el papel que había desempeñado en la gran expansión monetaria de 1971 y 1972 y sin mencionar el fracaso de los controles de salarios y precios. Todas estas políticas, que tenían en común la intervención en la economía de un mayor gobierno, fueron fracasos.

Nixon continuaba financiando una guerra cara en Vietnam. No desmanteló los enormes programas de la Gran Sociedad de Lyndon Johnson. Y, en una medida que sería tan desastrosa en el aspecto fiscal como sus políticas monetarias, Nixon, con apoyo bipartidista, expandió enormemente los programas de Seguridad Social en medio de las elecciones antes mencionadas de 1972.

¿Han aprendido los estadounidenses la lección de las políticas monetarias y fiscales politizadas? Ha habido propuestas para limitar lo peligros de un banco central. Sin embargo es más importante que tenemos que escuchar a Vera Smith: Un banco central es una creación artificial, una imposición de los políticos que trabajan a menudo de acuerdo con personas pseudo-empresarias, que creen que les llegará el éxito de los favores de políticos con las palmas abiertas. Cuando Nixon quería más dinero, no solo hablaba de contribuciones a sus campañas.

Antes de pensar en cualquier reforma, los estadounidenses deben estudiar el historial de estas peligrosas instituciones llamadas bancos centrales. Debemos entender que, igual que un complejo militar industrial es perjudicial para nuestras libertades, también un banco central es una amenaza para nuestra libertad económica, igual que un déspota lo es para nuestras libertades políticas.

Probablemente se vuelva a producir daño en la economía mientras los estadounidenses acepten la idea errónea de que el principal banquero de la nación, el presidente del Sistema de la Reserva Federal, es también un economista omnisciente que siempre puede prever las tendencias económicas y que o no le interesan las presiones políticas o es invulnerable a ellas.


Publicado originalmente el 3 de agosto de 2001. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

Print Friendly, PDF & Email