Un amigo mío hace una década estaba buscando doctorarse en economía y uno de los lugares en los que pregunto fue la universidad estrella de su estado. Pero decidió no doctorarse en ese lugar concreto después de hablar con alguien que estaba a punto de defender allí su tesis.
Parece que el inminente doctor no estaba familiarizado con el término “coste de oportunidad”. (Se estaba especializando en la llamada macroeconomía, que tiende a adoptar todas las falacias keynesianas y algunas más, así que quizá no debería sorprender a nadie que esa persona no estuviera familiarizada con conceptos de escasez: los keynesianos creen que lo gobiernos crean riqueza de forma fiduciaria).
Recuerdo esta historia después de leer un post reciente de Paul Krugman en su blog del New York Times, en el que afirma que los mercados libres son responsables de la mala comida en Gran Bretaña y de la falta de calefacción central en la ciudad de México. Escribe:
Felix Salmon se sorprende por la ausencia de calefacción central en Ciudad de México y sugiere que la ciudad está atrapada en un mal equilibrio: nadie tiene calefacción porque nadie tiene calefacción.
Esto me recuerda un artículo con el que disfruté hace muchos años, sobre la terca persistencia de la mala comida en Inglaterra. Mi hipótesis era que la urbanización demasiado temprana, teniendo lugar antes de que fuera posible llevar mucha comida fresca desde el campo, estableció unos lamentables hábitos alimenticios que fueron difíciles de romper.
Por supuesto, si se toman en serio estas cosas, son malas noticias para la idea de que los mercados maximizan la utilidad, incluso en cosas bastante triviales. O quizá no tan triviales: es difícil exagerar lo mala que era la comida inglesa a principios de los 80. (Cursivas añadidas)
Como el doctorando en economía que no podía entender el equivalente económico del 1 + 1 = 2, Krugamn no ha desacreditado tanto a los mercados libres como ha demostrado su propia ignorancia económica. Si hay aquí un fallo, no es con los mercados libres como tales, sino más bien con lo que se enseña en la economía universitaria moderna, que ha conseguido reemplazar un sistema lógico de pensamiento con un batiburrillo matemático que afirma su propia “prueba de mercado”.
Primero, y lo más importante, nunca he leído en ninguna parte (al menos en la literatura austriaca) que “los mercados maximizan la utilidad”. Lo que está diciendo Krugman (y lo que los austriacos desacreditan) es que la “utilidad” puede someterse a mediciones cardinales y que es teóricamente posible comparar la “función de utilidad” de una persona con la de otra.
Aunque lo que dice Krugman es coherente con las afirmaciones de Jeremy Bentham, la idea de “utilidad cardinal” fue rechazada hace mucho por pensadores economistas. Eso no impide que los economistas académicos creen “funciones de utilidad” y multiplicadores de Lagrange utilizando bienes, sus precios dados y una restricción en la renta como mecanismo para medir dicha “maximización de la utilidad”. (Técnicamente, se supone que maximiza la combinación “óptima” de bienes frente a la utilidad real, pero a menudo eso se pierde en la traducción).
Segundo, Krugman afirma que los mercados realmente estimulan una “dependencia del camino” en la que la gente se ve llevada mediante mecanismo del mercado a un “equilibrio” en el que la gente podría mejorar solo si se sacudiera las cadenas que le han puesto los mercados libres. La afirmación es que la gente ya “conoce” cuál sería un producto mejor y también el camino para llegar allí, pero los mercados libres no le permiten esa opción.
Es una lógica curiosa, pero sin embargo es parte del currículo actual en los programas económicos académicos de “élite”. No hay fin para los “fallos del mercado” si se emplea ese modo de pensar- Por ejemplo, me gustaría que un tren de alta velocidad parara justo enfrente de ni casa en el rural Condado de Garrett, pero dudo que ese ferrocarril llegue a realizarse.
Caramba, me gustaría que de una vez las empresas telefónicas estuvieran dispuestas a pasar un cable de Internet de alta velocidad junto a mi casa en lugar del sistema de Internet por satélite que tengo actualmente y sin duda Krugman afirmaría que esta situación es otro ejemplo de fallo del mercado. (No estoy dispuesto a pagar a Comcast o Verizon los 2.000$ o más en costes por adelantado para llevar una línea a mi casa). Sin embargo, el problema no es la naturaleza del mercado “per se”, sino más bien cómo la definen Krugman y los economistas académicos modernos.
Los típicos libros de texto universitarios de economía no explican los mercados como tales, ya que crean hombres de paja que supuestamente representan a los mercados. Después de crear su hombre de paja, los autores de los libros de texto (normalmente economistas académicos conocidos, como Krugman) echan abajo el ejemplo demostrando que “falla” la hipótesis de la “competencia perfecta” si una empresa individual afronta algo que se parezca a una curda de demanda decreciente.
Estos podrían ser ejercicios académicos sensatos, pero no nos dicen nada acerca de los mercados, y aún menos del concepto de “fallo del mercado”. Daré un ejemplo alternativo, pero no iré a Ciudad de México. De hecho, ni siquiera saldré de mi casa.
Mi familia y yo vivimos en un camino rural en el Condado de Garrett, Maryland. Como estamos ubicados en la meseta de Allegheny (la elevación media del Condado de Garrett es de unos 700 metros, haciendo de él uno de los condados más altos en el este de Estados Unidos), tendemos a tener veranos frescos e inviernos fríos y nevados.
Pocas casas en el Condado de Garrett tienen calefacción central, excepto los “casoplones” que se construyen los muy ricos cerca del lago Deep Creek, en la parte oeste del condado. Muchas casas nuevas aquí (incluyendo la mía) son modulares, lo que significa que se construyen en una fábrica y se envían en grandes piezas liastas para montar.
Si quisiera instalar una bomba de calor (dado que no hay líneas de gas natural y no he optado por calor con gas propano), podría hacerlo, pero creo que sería un desperdicio de tiempo y recursos. Primero, no la necesitamos realmente en invierno; ya tenemos un buen calor con pequeñas radiadores eléctricos y una estufa de madera. Segundo, no la necesitamos realmente en el verano, nuestra máxima media entonces es de 25 grados.
Sí tenemos unidades de aire acondicionado, pero durante los últimos dos veranos las hemos puesto en marcha solo una vez. Es correcto: hemos puesto el aire acondicionado solo una vez en dos veranos, prefiriendo usar ventiladores en aquellos días en que las temperaturas suben por encima de los 27 grados.
Además, no estamos solos en este asunto. Alguna gente en el Condado de Garrett tiene menos tolerancia al calor que nosotros, pero sin embargo pocos están dispuestos a optar por un sistema centralizado de aire a presión que costaría mucho más crear y mantener que lo que hemos elegido actualmente.
Dicho de otra manera, los sistemas de calefacción y climatización utilizados por la gente en el Condado de Garrett están adaptados al clima de la zona. Igualmente vemos lo mismo en Ciudad de México, que tiene las temperaturas medias mensuales máxima (en naranja) y mínima (en azul) que siguen, según Weather.com:
A partir de estos datos, es evidente que poca gente encontraría necesaria calefacción (o climatización) central en Ciudad de México, dado que tiene temperaturas bastante constantes a lo largo del año. (Eso mismo pasa en otras ciudades latinoamericana que están ubicadas en grandes altitudes y tienen temperaturas constantes y confortables).
No estoy seguro de cómo se puede dar una interpretación de “fallo del mercado” a la falta de calefacción central en Ciudad de México, igual que no podría declararse que la escasez de sistemas de bomba de calor en el Condado de Garrett sea el resultado de un “fallo” del sistema de mercado. De hecho, se puede argumentar mejor que los mercados han creado un maravilloso sistema de alternativas a los sistemas centrales de aire acondicionado que Krugman aparentemente cree que son los únicos medios aceptables para calentar y refrescar.
Durante los días fríos de invierno, quemamos madera que puedo comprar a un vecino que puede cortar, enviar y apilar un atado de forma mucho más barata que lo que sería para mí hacer lo mismo, dados mis propios costes de oportunidad. Cuando las temperaturas de verano superan los 30 grados (muy de vez en cuando, el mercurio llega supera los 35 grados aquí), podemos usar el aire acondicionados, que compramos mucho más barato que un sistema centralizado, o podemos aguantarnos temporalmente solo con nuestros ventiladores.
Nuestra casa modular no solo está bien aislada sino que tiene ventanas de doble panel eficientes energéticamente que mantienen fuera el frío y el viento (especialmente el viento, dado que nos llegan habitualmente fuertes rachas de noviembre a marzo). En otras palabras, el mercado ha creado formas maravillosas para mí y mi familia para residir en un lugar rural y aun así evitar los mayores costes de oportunidad que resultan de vivir lejos de un pueblo o ciudad.
No me sorprende que estas cosas se le escapen a alguien como Krugman o la mayoría de los economistas académicos ortodoxos. Una vez se sigue el rastro del conejo de la “maximización de la utilidad” y las nociones esotéricas del “fallo del mercado”, es dudosos que se pueda entender el sencillo coste de oportunidad.
La incursión de Krugman en la cocina británica es incluso más extraña que su afirmación de que el fallo del mercado es responsable de la falta de calefacción central en Ciudad de México. Como mucha gente ha comentado en su post, Gran Bretaña tiene una gran variedad de restaurantes étnicos que ofrecen una maravillosa alternativa a la insulsa comida tradicional británica.
Repito que todo esto se pierde en “economistas” que insisten en ver el mundo de una forma mecanicista muy simplificada. Mientras que los austriacos ven cómo las personas que trabajan en mercados libres han mejorado su vida, Krugman y sus colegas solo ven caos, fallos y mala comida.
Publicado originalmente el 21 de enero de 2011. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.