Mises, sobre el estado vengativo

0

“Represaliar por el mal sufrido, vengarse y castigar satisface los instintos más bajos, pero en política el vengador se daña sí mismo no menos que al enemigo, escribió Mises refiriéndose a Alemania en Nación, estado y economía (1919). “Qué ganaría saciando su sed de revancha a costa de su propio bienestar”.

Fue un logro de Ludwig von Mises (1881-1973) recrear en su momento el programa radical del primer liberalismo, es decir, la consecución de la libertad individual, la paz y la prosperidad mediante limitaciones al poder estatal, derechos individuales y una economía basada en la propiedad individual. Se enfrentó sistemáticamente a los errores intelectuales que prevalecían en la época post-liberal de estatismo en la que vivió y atacó con inteligencia, erudición y valiente pasión al todopoderoso estado y sus apologistas intelectuales (por esto, se la ha considerado a menudo como “intransigente”). Buscó aprender cómo y por qué el propio liberalismo había sucumbido ante las nuevas modas del colectivismo, el estado de bienestar, el militarismo, etc. Esta tarea implicaba una crítica histórica completa del liberalismo desde dentro, para descubrir exactamente qué errores de pensamiento habían jugado en manos de anti-liberales y cómo y cuándo habían aparecido esos errores.

Al principio del siglo XX, cuando Mies inició sus estudios sistemáticos de derecho, sociedad y economía, los nuevos pensadores de moda proclamaban el fin del laissez faire y la necesidad de intervención estatal a gran escala para superar los “males” propios de la economía de mercado y recrear una solidaridad social “orgánica”. Por su parte, los conservadores contribuyeron al problema general, adoptando y adaptando las nuevas doctrinas de la intervención estatal e injertándolas en antiguas doctrinas feudalistas a las que nunca habían renunciado los conservadores del viejo estilo.

Respecto del socialismo, fue (como escribiría posteriormente Murray N. Rothbard[1]) en sus mismos orígenes, una fusión de temas e ideas tomados tanto del liberalismo como de la reacción feudal/estatista. Esta “fusión” llegó en oleadas sucesivas. Los socialistas pretendían mantener los objetivos liberales de paz y prosperidad, usando la intervención para “corregir” supuestas tendencias autodestructivas en la sociedad liberal. El positivismo, con su nueva élite directiva, el hegelianismo, el “socialismo científico” de Marx y la sociología, todos se movían en esta dirección.

El nuevo estatismo tenía tendencias de izquierda y derecha en competencia: marxismo y corporativismo. Mises vivió y trabajó en un mundo en el que supuesto ingenieros sociales dominaban la vida pública, disputando sobre qué forma de colectivismo era la mejor vía, pero estando de acuerdo en un cada vez mayor control estatal de las vidas y propiedades de la gente. La “catástrofe de 1914-1918” (expresión de Schumpeter para la Primera Guerra Mundial) intensificó esas tendencias del siglo XIX como el “imperialismo social” y diversas formas de “nacional socialismo”.

La educación universitaria de Mises le dejó bien preparado para su intento de criticar y reconstruir el liberalismo. Sus estudios empezaron en la facultad de derecho, dándole una base intelectual mucho más amplia de lo que cabría esperar de un economista contemporáneo. Su “intenso interés por el conocimiento histórico” le llevó a rechazar la escuela histórica alemana.

La reconstrucción del liberalismo de Mises

En la Primera Guerra Mundial, Mises sirvió como oficial de artillería. Fue testigo de revoluciones comunistas en Alemania y Hungría y era consciente de la revolución en Rusia. Estos acontecimientos trasladaban el problema del socialismo de algo teórico a algo práctico.

Pero el desmoronamiento del orden europeo anterior a 1914 planteaba preguntas aún más amplias de economía política. Así, Mises tuvo que ocuparse necesariamente de las causas y consecuencias de las guerras desde el punto de partida del liberalismo racionalista. Puso a tratar este problema las herramientas de la praxeología, la teoría del valor subjetivo, sus teorías del dinero, el socialismo (una derivación el anterior), ciclos económicos, etc. Aplicando todo esto, Mises escribía necesariamente obras que contenían mucho material histórico.

En 1919 Mises publicó Nation, Staat, und Wirtschaft (en español: Nación, estado y economía), que analizaba problemas de minorías étnicas en relación con el poder estatal, la democracia, los derechos de las minorías la libertad, la autodeterminación, la secesión, etc. Aquí Mises evaluaba las causas y consecuencias del desastre europeo. El desastre incluía el Tratado de Versalles.

Para Mises, la “nación consiste en quienes se comunican y piensan en el mismo idioma. Rebate algunos argumentos comunes en contra, mientras que observa que no es necesario que todos los miembros de una nación estén incluidos en el mismo estado.

Así, en 1919, Mises escribe como un alemán aconsejando a otros alemanes, incluido los germano-austriacos, cómo ocuparse de su crisis. Aunque usa el término “derecho” con respecto a diversas libertades y a la autodeterminación, mantiene este término en un nivel secundario. Sus argumentos son utilitaristas (consecuencialistas), de forma que si alguien quiere vivir en una comunidad libre y próspera, debería hacer x, y y z, es decir, seguir el programa de liberalismo de laissez faire reconstruido por Mises.

A partir de las premisas, el argumento es convincente. Dados los pasivos, políticos y financieros, impuestos a los pueblos alemanes por sus vecinos imperialistas victoriosos, había dos (y solo dos) salidas. La primera era el imperialismo, una reanudación de la guerra tan pronto como fuera posible. Era muy popular, pero criminalmente errónea. La segunda opción era adoptar el programa completo del liberalismo.

Mises era consciente del lado de la guerra que muchos encontraban inspiradora y creativa:

La actividad bélica asegura a un hombre esa profunda satisfacción que produce el máximo esfuerzo en la resistencia ante peligros externos. No es un mero renacimiento atávico de impulsos e instintos que se ha convertido en un sinsentido en circunstancias cambiantes. El sentimiento interior de felicidad que deriva, no de la victoria y la revancha, sino más bien de la lucha y el peligro se origina en la vívida percepción que produce esa exigencia a la persona del máximo desarrollo de fuerzas que sea capaz y que hace que todo lo que tenga dentro se convierta en efectivo. (…) El valor es una emanación de salud y fuerza y el surgimiento de la naturaleza humana contra la adversidad externa. El ataque es la iniciativa más primaria. En sus sentimientos, el hombre es siempre un imperialista.[2]

Sin embargo, sería completamente irracional “llevar al mundo a la ruina para hacer que se cumpla un anhelo romántico”. Quienes querían hacer exactamente eso negaban sin embargo el patriotismo y los sentimientos nacionales de los liberales:

A la política racional a la que se llama habitualmente las ideas de 1789 se le ha reprochado ser antipatriota (en Alemania, antialemana). No tener ninguna consideración por la patria, más allá de la humanidad y el individuo, olvida la nación. Este reproche es comprensible solo si se acepta la idea de que hay una división insalvable entre el interés del pueblo en general por un lado y el de los individuos y toda la humanidad por el otro. Si se empieza con la armonía de los intereses correctamente entendidos, entonces no se pueden entender en absoluto esa objeción.

A la política utilitarista se le ha reprochado también dirigirse solo a la satisfacción de intereses materiales y olvidar los objetivos superiores del esfuerzo humano. El utilitarista supuestamente piensa en el café y el algodón y por eso olvida los verdaderos valores de la vida. (…) Nada más absurdo que esta crítica. Es verdad que el utilitarismo y el liberalismo postulan el logro de la máxima productividad posible del trabajo como primer y principal objetivo de la política. Pero en modo alguno lo hacen por no entender el hecho de que la existencia humana no se agota en los placeres materiales. (…) Si niegan al estado la misión de avanzar en la consecución de los valores de la vida, no lo hacen por falta de estima por loa valores reales, sino más bien en reconocimiento de que estos valores (…) son inaccesibles a toda influencia de fuerzas externas. (…) Reclaman la libertad de pensamiento porque clasifican al pensamiento demasiado alto como para entregarlo a la dominación de magistrados y consejos. Reclaman la libertad de expresión y prensa porque esperan el triunfo de la verdad solo de la lucha de opiniones opuestas. Rechazan toda autoridad porque creen en el hombre.

La persona que tiene una baja opinión sobre la mente no es la que quiere liberarla de toda regulación externa, sino más bien la que quiere controlarla con leyes penales y ametralladores. El reproche de una forma materialista de pensar se aplica no al utilitarismo individualista sino al imperialismo colectivista.[3]

Gustave de Molinari y otros sobre estas cuestiones

En este punto, me gustaría presentar otros escritores que se han ocupado de asuntos muy similares. En 1854, Gustave de Molinari escribió un ensayo sobre “Progreso realizado en los usos de guerra”.[4] El progreso económico, escribía Molinari, ha generado la separación de personal y materiales de guerra de los de la paz, simbolizados por el contraste entre ciudades abiertas y pueblos fortificados. Con el crecimiento de las ocupaciones pacíficas llegó el respeto a lo sectores productivos y comerciales y un deseo de perturbar sus actividades tan poco como sea posible en la guerra. La utilidad de esta política se ha visto demostrada por la práctica; esas prácticas se codificaron luego en los derechos de las naciones.

“Por desgracia”, escribe Molinari, “las nuevas prácticas que los intereses correctamente entendidos de los beligerantes introdujeron en la guerra de acuerdo con el interés general de la civilización no prevalecieron siempre durante la gran lucha de la Revolución y el Imperio” (1789-1815). Alaba a Wellington, el Duque de Hierro, por seguir estrictamente las normas de la guerra civilizada y tratar bien a los civiles. Las fuerzas de Wellington no se llevarón nada de la gente que no pagaran. Por el contrario las fuerzas rusas en Valaquia y Moldavia pagaban sus adquisiciones con “papel moneda depreciado”.[5]

Hasta entonces, las reglas que protegían el comercio y la propiedad privada solo se aplicaban en tierra. En el mar, era normal la incautación y destrucción de propiedad, incluso amenazando la navegación neutral. Molinari menciona un borrador de tratado de 1780 entre Suecia, Dinamarca, EEUU, Prusia, Austria, Portugal y las Dos Sicilias que pretendía rectificar este asunto.

La explicación de Murray Rothbard de la diplomacia de EEUU bajo la Confederación proporciona un interesante apoyo al relato de Molinari. Rothbard señala que en abril de 1783, Benjamin Franklin había negociado un tratado con Suecia “basado en el plan libertario estadounidense de 1776”, es decir,

libertad de comercio y protección de los derechos de los neutrales: en particular, restringir el contrabando que puedan incautarse las potencias beligerantes; la libertad de navegación neutral entre puertos beligerantes y el [principio de que] los barcos libres hacen libres los bienes. El tratado sueco tenía el añadido liberal de acordar hacer convoyes de los barcos de los demás en tiempo de guerra.[6]

El Congreso nombró una nueva comisión del tratado, encabezada por Thomas Jefferson, en 1784. La comisión tenía que trabajar en busca de tratados basados en la lógica ya adoptada. El Congreso buscaba acuerdos “prohibiendo el corso entre las partes en caso de guerra entre ellas y restringiendo el ámbito de los bloqueos”. Además, debía introducirse una nueva norma de que “ahora el contrabando iba a comprarse en lugar de incautarse. (John Adams, de hecho, quería abolir completamente la categoría del contrabando y así preservar totalmente los derechos de los neutrales)”.[7]

Un tratado negociado con Prusia en 1785 “se ocupaba de los convoyes neutrales, pero también de la compra de contrabando y de la abolición de todo corso entre los dos países, incluso si estuvieran en guerra”.

Jefferson explicó, en favor de los comisionados estadounidenses, que estas disposiciones eran “por el interés de la humanidad en general, que las situaciones de guerra y sus alicentes deberían disminuir”. El objetivo final iba a ser “la total emancipación del comercio y la unión de todas las naciones para una libre intercomunicación de felicidad”.[8]

Estos intentos de proteger el comercio, incluso durante la guerra, no prevalecieron. Por el contrario, como señaló Molinari, las potencia habían ido más allá de la búsqueda “activa” de saqueo en el mar a la política “pasiva” de dañar a las empresas productivas del enemigo mediante bloqueos generales. De ambos, los segundos bien podrían ser más dañinos y contraproducentes, teniendo lo opuesto al efecto deseado.[9]

Así, la coalición aliada (desde 1793) buscaba imponer un bloqueo por hambre a Francia. Esto reforzó la Revolución, retrasó la paz y “exasperó las animosidades nacionales”. No fue casualidad, escribía Molinari, que las regiones costeras de Francia mostraran el mayor odio a Inglaterra. Bien podría compararse con el bloqueo de la Primera Guerra Mundial de las Potencias Centrales por las Aliadas.[10]

Molinari se ocupa a continuación de la Guerra de Crimea, que había empezado en marzo de 1853. Aquí también se consideró una guerra económicamente contraproducente. Remarca bastante secamente que algo fue mal cuando el zar, esperando castigar a sus enemigos, prohibió la exportación de cereales y metales rusos, mientras que Inglaterra buscó castigar a Rusia ¡impidiendo el transporte de los mismos productos![11]

Otras políticas descabelladas acompañaron a la Guerra de Crimea. Los ataques ingleses a la propiedad privada finlandesa habían enviado a los normalmente antirrusos finlandeses a los brazos de Rusia. Esa destrucción de propiedad subyace la mayoría de los odios nacionales. Esto hace más difícil una paz duradera e, implícitamente, prepara el escenario para nuevas guerras.[12]

Molinari recomendaba una distinción entre bloqueos estratégicos y comerciales. Tendría sentido bloquear un puerto enemigo que fuera principalmente una base naval.[13] Los bloqueos comerciales generales serían un ata            que a la prosperidad y la civilización. Los problemas que derivaron de la Guerra de 1812, la Guerra de Secesión (1861-1865) y la Primera Guerra Mundial (1914-1919), corroboran el  razonamiento de Molinari.

Molinari señala que el interés real de todos con respecto al comercio y la propiedad “no es menos real por no ser inmediatamente evidente a la vista”.[14]

Lo contraproducente de la guerra (incluso desde el punto de vista de los “vencedores”) se subraya en el ensayo de William Graham Sumner “La conquista de los Estados Unidos por España” y, recientemente en el pequeño libro del historiador militar Caleb Carr, The Lessons of Terror (2002).[15] Sumner sostenía que al derrotar al desvencijado imperio español, Estados Unidos adoptó los valores arbitrarios e imperiales de España. El tema central de Carr es que los ataques a las poblaciones civiles son siempre contraproducentes.

Las conclusiones generales a las que llegó Mises en 1919

Mises consideraba a la Primera Guerra Mundial como una crisis de la civilización sin precedentes. Escribía: “Antes hubo grandes guerras; se aniquilaron estados florecientes, se exterminaron pueblos enteros. Todo eso no puede compararse en modo alguno con lo que está ocurriendo ahora ante nuestros ojos. En la crisis mundial cuyo inicio estamos experimentando (…) nadie puede quedarse a un lado” porque “el progreso en las técnicas de la guerra y el transporte y la comunicación hace hoy imposible a los derrotados eludir la ejecución de la sentencia de aniquilación del vencedor”.[16]

Las técnicas industriales desarrolladas por la economía capitalista moderna habían hecho a la guerra

más temible y destructiva que nunca, porque ahora se lleva a cabo con todos los medios de técnicas altamente desarrolladas que ha creado la economía libre. La civilización burguesa ha construido ferrocarriles y plantas de energía eléctrica, para crear riqueza. El imperialismo a puesto las herramientas de la paz al servicio de la destrucción. Con medios modernos, sería fácil eliminar a la humanidad de un solo golpe.

Así que el capitalismo inintencionadamente puso a disposición de los estados modernos medios que los viejos reyes y tiranos difícilmente habrían podido soñar, de forma que

Pulsando un botón se puede exponer a miles a la destrucción. Fue el destino de una civilización que fue incapaz de mantener los medios externos que había creado fuera de las manos de quienes se habían mantenido lejos de su espíritu. (…) Quien gobierna los medios de intercambio de ideas y bienes en la economía basada en la división del trabajo tiene más firmemente afianzado su gobierno que cualquier emperador anterior. (…) ¡Cuánto más eficaz que la guillotina de Robespierre y las ametralladoras de Trotsky! Nunca estuvo el individuo más tiranizado, que desde el estallido de la Guerra Mundial y especialmente de la revolución mundial. No se puede escapar de las técnicas policiales y administrativas actuales.[17]

Pero había un

límite externo (…) a este furor destructivo. Al destruir la libre cooperación entre los hombres, el imperialismo socava la base material de su poder. (…) Al usar las armas para reventar la forja y matar al herrero, se hace indefenso en el futuro. El aparato de la economía basado en la división del trabajo no puede reproducirse, y menos extenderse, si han desaparecido la libertad y la propiedad.[18]

Se llegaría al primitivismo.

Mises se ocupa a continuación del acuerdo de Versalles:

El desafortunado resultado de la guerra lleva a cientos de miles, incluso millones, de alemanes bajo gobierno extranjero e impone pago de tributos de tamaño inaudito al resto de Alemania. (…) Necesidad y miseria para el pueblo alemán derivarán de esta paz. La población disminuirá y el pueblo alemán, que antes se contaba entre los pueblos más numerosos de la tierra, tendrá que ser en el futuro menos importante de lo que fue una vez”.[19]

La nación alemana tendría que seguir un pensamiento serio y disciplinado para salir de esta situación artificial. Una solución popular, la vía de una guerra renovada y un imperialismo alemán solo podía acabar en desastre:

Las naciones que hoy han robado y esclavizado a Alemania son muchísimas. La cantidad de poder que han ejercido es tan grande que buscarán febrilmente impedir cualquier nuevo fortalecimiento de Alemania. Una nueva guerra que Alemania pueda iniciar podría convertirse fácilmente en una Tercera Guerra Púnica y acabar con la completa aniquilación del pueblo alemán. (…) El éxito no justificaría lo que está en juego.[20]

Por tanto, Mises recomendaba otra vía: la de la producción y la competencia. Los alemanes deben crear un sociedad genuinamente liberal de libre mercado en su nación, para así salir adelante mediante trabajo duro y eficacia. Superarían a quienes tuvieran temporalmente el flagelo sobre ellos:

No hacer nada contra los esfuerzos de los estados imperialistas vecinos por oprimirnos y desgermanizarnos que no sea trabajo productivo, lo que te hace rico y por tanto libre, es una vía que lleva más rápida y seguramente al objetivo que la política del enfrentamiento y la guerra.[21]

La expansión por la fuerza había fracasado. No podían saberse que obstáculos podrían poner las potencias victoriosas contra el liberalismo económico alemán. Si las potencias buscaban suprimir la rivalidad pacífica “toda la civilización moderna afronta su desplome”.

Las previsiones serían malas, en ese caso, aunque prevaleciera el bando relativamente inocente. Los que habían querido paz recurrirían a todos los medios del imperialismo; los victoriosos “no bajarían tampoco sus armas: seguirían siendo imperialistas”.[22]

Este fue exactamente el argumento de Sumner en “La conquista de los Estados Unidos por España”. Además, las potencias victoriosas (“ingleses, franceses y estadounidenses”) no estaban libres de pecados imperialistas, a pesar de su adopción de un relativo liberalismo económico:

Ahora quedan como vencedoras y no están dispuestas a contentarse con lo que indicaban como objetivo bélico antes de su victoria. Han olvidado desde hace mucho los estupendos programas por los que fueron a la guerra. Ahora tienen poder y no están dispuestos a perderlo. Quizá piensen que ejercerán el poder para el bien general, pero eso es lo que han creído todos los que han tenido poder. El poder es un mal en sí mismo, independientemente de quién lo ejercite.[23]

Si los Aliados resultaban poco razonables “mucho peor para ellos”. No era un argumento contra el liberalismo económico para la nación alemana. Los alemanes todavía podían beneficiarse: “Fue el mayor error de los imperialistas alemanes que acusaran a quienes aconsejaron un política de moderación de tener una simpatía antipatriota por los extranjeros; el discurrir de la historia ha demostrado cuánto se engañaban a sí mismos”.[24]

La venganza mediante la acción estatal no debería ser la base de la política alemana:

Sería la desgracia más terrible para Alemania y para toda la humanidad si dominara la idea de venganza en la política alemana del futuro. Librarse de las cadenas que se han impuesto al desarrollo alemán por la paz de Versalles (…) solo ese debería ser el objetivo de la nueva política alemana. Tomar represalias por el mal sufrido, vengarse y castigar si satisfacen los bajos instintos, pero en política el vengativo se daña a sí mismo no menos que al enemigo (…) ¿Qué ganaría de saciar su sed de venganza a costa de su propio bienestar?[25]

Las belicistas “ideas de 1914” se encarnaron en el injusto acuerdo de paz y la Sociedad de Naciones. “Se castigó” a naciones enteras y “renació la teoría de la incautación”. Esto amenazaba la inversión privada en el extranjero y rebajaba la división internacional de trabajo que iba de la mano del liberalismo. Fue realmente miope que “ingles, norteamericanos, franceses y belgas, los principales exportadores de capital, ayudaran a conseguir la aceptación del principio de que poseer capital en el extranjeros representa una forma de gobierno y que su expropiación es la consecuencia natural de los cambios políticos”. Ese principio y precedente no interesaba a nadie a largo plazo.[26]

Respecto de la muy propagada alternativa socialista, “Si queremos echarnos en los brazos del bolchevismo simplemente con el fin de molestar a nuestros enemigos, los ladrones de nuestra libertad y nuestra propiedad, o hacemos arder también nuestra casa, eso no nos ayudaría lo más mínimo”. Alemania no podía empujarse “por acciones belicistas ni por venganza y política de desesperación”. La única política viable era la del liberalismo en todas partes.[27]

 


[1] Left and Right: The Prospects for Liberty,” Left and Right, I, 1 (Primavera de 1965), reimpreso en Egalitarianism as a Revolt Against Nature and Other Essays (Auburn, AL: Ludwig von Mises Institute, 2000), pp. 21-53.

[2] Ludwig von Mises, Nation, State, and Economy, traducido por Leland Yeager (Nueva York: New York University Press, 1983), pp. 213-214.

[3] Mises, Nation, State, and Economy, pp, 214-215.

[4] Gustave de Molinari, “Progrès Réalisé dans les Usages de la Guerre,” en Questions d’Économie

Politique  et de Droit Publique, vol. II (París, Bruselas: Guillaumin, 1861), pp. 277-325.

[5] Ibíd., p. 285.

[6] Murray N. Rothbard, Conceived in Liberty, Vol. V [fragmento inédito sobre el periodo de la Confederación], p. 74 (y dorso), papeles de Rothbard.

[7] Ibíd., pp. 74-75.

[8] Ibíd., p. 75.

[9] Molinari, pp. 319-320.

[10] Molinari, pp. 296-298. Cf. Ralph Raico, “The Politics of Hunger: A Review“, Review of Austrian Economics, 3 (1989), pp. 253-259.

[11] Ibíd., p. 309, 323-324; for para toda la explicación, ver pp. 304-310.

[12] Ibíd., pp. 313-317.

[13] Ibíd., p. 320.

[14] Ibíd., p. 325.

[15] William Graham Sumner, War and Other Essays (New Haven, CT: Yale University Press, 1914); Caleb Carr, The Lessons of Terror (Nueva York: Random House, 2002).

[16] Mises, Nation, State, and Economy, pp. 215-216.

[17] Ibíd., p. 216.

[18] Ibíd., p. 217.

[19] Ibíd.

[20] Ibíd., pp. 217-218.

[21] Ibíd., p. 218.

[22] Ibíd., p. 219.

[23] Ibíd.; las cursivas son mías.

[24] Ibíd., pp. 219-220.

[25] Ibíd., p. 220; las cursivas son mías.

[26] Ibíd.; las cursivas son mías.

[27] Ibíd., p. 221.


Publicado originalmente el 17 de abril de 2002. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.