La importancia de saber lo que realmente se quiere

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No, yo no quiero un golpe. Y no quiero la vuelta de los militares. Tampoco veo motivos para que cualquier candidato derrotado en las pasadas elecciones asuma el poder. ¿Destitución? Depende. Destitución sin una investigación es legalmente un golpe – y un golpe es aquello que ya dije que no quiero, en la primera frase de este texto. Si hay razones jurídicas para la salida de la presidente, entonces el juego cambia – y en ese caso confieso que no me importa si quien asume legalmente no sea adecuado, si esto causaría una inestabilidad política momentánea u otra excusa cualquiera que usted quiera dar.

Cuando se insiste en el discurso de que no deberíamos investigar a un presidente porque su sucesor inmediato no nos agrada, o porque nada irá a cambiar simplemente cambiando de nombres, o porque es preciso tener, además de todo esto, “conciencia”, usted está dejando escapar la ocasión de fortalecer las instituciones del país. Usted está permitiendo que los peores no sean penalizados por sus eventuales crímenes y creando un incentivo para que los políticos se mantengan ejerciendo sus desmanes, sabiendo que nada les ocurrirá.

Yo no llamaría a eso exactamente “conciencia”, sea lo que sea que usted quiere decir con eso. Cuando hay razones jurídicas para una destitución, no se discute nada más – presidente que comete un crimen y permanece en el cargo ejecuta un golpe. Y ya dije por dos veces aquí que yo no quiero un golpe.

Es fantástico ir a protestar en las calles? Depende. Protestar contra qué? Contra todo eso que está ahí? Por más derechos, un término peligrosamente vago? No, gracias. En ese caso, es mejor permanecer echado en el sofá. Protestar es genial, es legal, es “ejercer la democracia y la libertad de expresión” y mucho más – al político impopular le encanta repetir ese discurso – más es necesario tener las pautas bien definidas, no?

Sabe una que yo encuentro genial? Luchar para que la justicia ejerza su poder de forma verdaderamente independiente y que se investigue a todo aquel que deba ser investigado.

Solo que hay un problema en toda esta historia: mientras las instituciones brasileñas permanezcan frágiles, como son las nuestras, quizás todo esto no pase de ser un sueño utópico, y continuaremos presenciando como el Legislativo y el Ejecutivo, ejerciendo una injusta presión sobre el Judicial, se libran de incómodas consecuencias. Continuaremos viendo al ministro del Supremo Tribunal Federal coludir en salas cerradas un presidente de la República; y permaneceremos atados de manos ante el hecho incuestionable de que los políticos ocupan una casta superior de la sociedad, intocables, por encima del bien y del mal.

Por todo esto, luchar apenas para que “se investigue” no logrará gran cosa. Es necesario algo más.

A pesar de toda la narrativa oficial, yo no colocaría en el haber de la corrupción la caída libre de la popularidad de Dilma y su partido. Si, usted probablemente no soporta ya encender la televisión y encarar aquellas noticias que parecieran estar en un bucle todos los días, sobre los desmanes, esquemas, desvíos y todo tipo de crímenes cometidos por la clase política.

La corrupción tiene ciertamente un papel en todo ese pastel, pero yo retomaría el viejo eslogan del entonces candidato estadounidense Bill Clinton, que dió un giro clave en la jerga del universo político-económico, para justificar toda esta conmoción en torno al “Fuera Dilma”.

“It´s the economy, stupid!” (“Es la economía, idiota!”)

Es la buena y vieja economía: el aumento en el recibo de la luz y de los impuestos, el incremento de la inflación de precios, el bajo crecimiento, el dólar alto, la dilapidación de las cuentas públicas, el desempleo, todo eso sumado a los desmanes en Petrobras, hacen que apenas un 7% de la población apruebe a la actual presidente.

La capa más pobre de la población, la más afectada por todos estos problemas, simplemente se cansó, desistió, abandonó. Y sabe por qué aconteció todo esto? Porque la política económica defendida por el Partido de los Trabajadores se agotó, probó ser insostenible.

Más entonces, será que existe alguna pauta “simple”, objetiva, que permita combatir la actual política económica fracasada al mismo tiempo que se lucha contra la corrupción? La respuesta es positiva. Por lo que si usted no está satisfecho con la situación actual del país, he aquí un buen motivo para salir del sofá y hacerse notar en las calle.

No crea que la solución es mágica – en economía, la magia no funciona, y tampoco en la lucha contra la corrupción. Económicamente, más efectivo que luchar contra todo eso que está ahí, a fin de promover el crecimiento y aumentar la productividad del brasileño, es necesario enarbolar con coraje banderas como la disminución de la burocracia y de la carga tributaria, el fin de los subsidios estatales a los empresarios amigos del gobierno (o desea usted continuar pagando por el ascenso y caída de nuevos Eikes?) y la retirada del estado de sectores que regula con la clara intención de proteger empresas y perjudicar al consumidor.

Es necesario cambiar el actual modelo, en el que el gobierno ejerce un fuerte e irracional control económico, empujando al país hacia la 118ª posición en el ranking de libertad económica y hacia la 120ª posición en el ranking de facilidad para realizar negocios – y permitir algo aún inédito por aquí: una mayor libertad económica.

Dónde aparece la corrupción en todo este pastel? Fácil. Además de mejorar la economía, luchar por la libertad económica es también luchar contra la corrupción – al final, cuanto menor sea el control del gobierno sobre la economía, menos tendrán los políticos para birlar.

Como se demuestra empíricamente en este artículo, pocas acciones son más contundentes como antídoto contra la corrupción que la apuesta por la apertura del mercado. Cuanto más libre económicamente es un país, menos corrupto será éste.

De esta forma usted mata dos conejos de una sola vez. La libertad económica es una bandera capaz de hacer que Brasil vuelva a crecer, robusteciendo la economía y nuestras instituciones, y disminuyendo el poder ejercido por los políticos al mismo tiempo que se combate la corrupción. Hay una vasta literatura que demuestra que ese fue el camino seguido por los países más desarrollados del mundo.

Y no se engañe: esa pauta (aquello que el PT tacha estúpidamente de neoliberalismo) es la mayor enemiga del PT. Pocas cosas reflejan mejor el partido de Dilma que esa oposición al libre mercado. Por eso, si hay realmente una razón poderosa para que usted salga del sofá, es esa.

Cuando vaya a tomar las calles movido por la insatisfacción con el gobierno actual y esté pensando en un país mejor, sea objetivo. Luche por la disminución de los impuestos, por la desburocratización a la hora de montar un negocio (si usted es un comerciante, sabe mejor que nadie cuán complicado es soportar todo ese peso estatal), por la disminución del papel del gobierno en la economía.

Luchar simbólicamente por menos corrupción puede parecernos genial, más es lo mismo que pedir educadamente a un ladrón que deje de robarle, clamando por más decencia (Consejo: no avanzará mucho).

Cuando usted entrega el 40% de su renta – que gana trabajando dignamente – a políticos que están más interesados en dificultar la forma honesta en que usted gana dinero, está claro que sobrará poco para usted al final de las cuentas.

Por todo esto, no caiga en la trampa de la gente que rotula la insatisfacción como “golpismo”. SI hay un buen motivo para protestar, que se inicie una buena protesta. Y si hay alguna bandera que defender contra el actual gobierno, ella atiende por el nombre y sobrenombre de libertad económica.

En las calles. esa es la única lucha que el PT verdaderamente aborrece y la única que realmente vale la pena.


Publicado originalmente el 16 de marzo de 2015. Traducido del portugués por José Manuel García. El artículo original se encuentra aquí.

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