Una educación de letras a precio cero

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Frank Bruni, en la década de 1980 vio a una mujer extasiarse y su reciente recuerdo le hizo reclamar un mayor apoyo federal a la educación de letras.

La mujer, Anne Hall, enseñaba Shakespeare en UNC-Chapel Hill cuando a los alumnos de North Carolina les importaba más ganar a Duke en baloncesto que la cautivadora interpretación de El rey Lear de Hall. Sin embargo, tuvo un gran impacto en Bruni. “Fue con mucho mi asignatura favorita en la Universidad de Carolina del Norte”, escribía, “aunque no podía y no puedo pensar en ninguna aplicación claramente práctica para ella, salvo que sigas una carrera en los escenarios o en la universidad.

El propósito de una educación de letras

Hoy, unos treinta años después y como columnista del New York Times, Bruni recuerda esto para lamentar la pérdida de la educación de letras en las grandes universidades estatales en favor de preocupaciones ridículas como la adquisición de habilidades y la búsqueda de empleo. ¿Aprenderán las futuras generaciones El rey Lear como él cuando están por el contrario centradas en aprender cosas que podrían realmente conseguirles un trabajo?

Bruno tiene razón en reverenciar las letras, pero no en suponer que sus beneficios sean puramente emocionales. El objetivo de la educación de letras (al menos antes de que la financiación del estado la diluyera) ha sido siempre enseñar a los alumnos a pensar claramente acerca del mundo que les rodea, desarrollar un sentido de razonamiento correcto cuando afronten las grandes preguntas de la vida y entender las leyes naturales para seguirlas mejor y tener vidas más felices. No cabe duda de que el efecto extendido de las ideas liberales en Europa en la Edad Media dio al hombre común el marco dentro del cual cuestionar las reclamaciones excéntricas de los reyes sobre el pueblo, como los derechos divinos y los tributos.

De la parroquia al bar y de la familia a la fábrica, fueron un contribuidor importante para una Europa descentralizada, llevando a niveles sin precedente de florecimiento humano y libertad social. De hecho, las ideas liberales tuvieron que ser denigradas y luego derrotadas para que apareciera el estado-nación moderno en el siglo XIX y conocemos el sufrimiento y muerte que produjo este en el siglo siguiente.

El Shakespeare a quien tanto admira Bruni fue un producto de las ideas liberales que aún reverberaban en Inglaterra a pesar de los intentos de Enrique VIII, Cromwell y otros por sofocarlas. Además, un Shakespeare actual se preguntaría correctamente lo que evita Bruni, que es si alguien puede recibir los beneficios de El rey Lear y las letras sin asumir también los 40.000$ de deuda para continuar alimentando el complejo industrial de la educación (para el cual Bruni está en realidad cabildeando).

Para Bruni, ese gasto nunca puede ser bastante, porque la educación de letras no tiene precio. Lo sea o no, lo curioso es que Internet pueda ahora extender los beneficios de una educación de letras prácticamente a precio cero y ya no hace falta sentarse en un aula oscura de una universidad de élite para recibir sus beneficios. Hablo con la experiencia de un padre que educa en su casa y cuyos hijos han aprendido lógica, latín, los clásicos y las ciencias y cuyo hijo en primer año de universidad ahora asiente en la clase de lógica en la que yo (un producto de la escuela pública) una vez tuve que pelearme como universitario.

¿Necesitamos al gobierno para financiar las letras?

Bruni debería animarse: Muchas empresas que desean una fuerza laboral con talento e inteligencia reclutan graduados de letras. ¿Pero las universidades públicas centradas en los ingresos de los costes de educación producen una sobreoferta de estos y contribuye eso a los problemas asociados hoy con los milenials que están sobreformados, son inempleables y viven con sus padres? ¿Y aprenden realmente esos graduados a ser críticos de, bueno, cualquier cosa, en lugar de haber desarrollado un sentido de (en palabras de Bruni) una “crudeza y majestad de la emoción”?

Si es así, la educación de letras en su forma moderna se ha convertido en parte del problema y no debería dejarse más a pensadores posmodernos ligados a las prestaciones públicas. En la década de 1980, Peter Drucker predijo que las empresas empezarían a contratar trabajadores en el instituto porque (1) requerían un salario de reserva más bajo y (2) podían ser formados para ajustarse a las necesidades de la empresa en formas que ya no se daban en las universidades. Muchas empresas están haciendo justamente esto en 2015. Gracias en parte a la educación de letras financiada federalmente, esas prácticas se harán más comunes.

Nada esto quiere negar la tremenda necesidad de una educación clásica en letras, ya que nuestro cuerpo político está directamente afectado por la pérdida de habilidades de pensamiento crítico por un votante medio infraexpuesto a este. Se podría argumentar que este era el propósito real de la educación de los reformadores de la Era Progresista, que querían implantar un sistema nacional de educación (siguiendo el modelo del de la Alemania de Bismarck) en el que se obligaría a las masas a acudir a escuelas públicas para estar preparadas para vidas en fábricas o en el ejército. Gente como Obama o Boehner quieren que la gente de la calle obedezca y no cuestione el mundo que le rodea, pensando más en 50 sombras de Grey que en la guerra perpetua, la deuda nacional y la NSA. Así que, desde esa perspectiva, es interesante pensar acerca de cómo la tecnología está liberando a la educación de letras de esas vías favorecidas por el Estado, en buena parte por rebeldes que la valoran más y optan por salirse del sistema.

La educación liberal y la sociedad liberal que alimenta, señalaba Mises en La acción humana, produjeron “una era de músicos, escritores, poetas, pintores y escultores inmortales; revolucionó filosofía, matemáticas, física, química y biología. Y, por primera vez en la historia, hizo a las grandes obras y los grandes pensamientos accesibles para el hombre común”.

Aún lo hace. Aunque mucho de ello está ocurriendo sub rosa, las letras están en realidad floreciendo en relación con cómo estaban hace veinte años, gracias a Internet y sin tener en cuenta los niveles de financiación de la educación superior. Yo no contendría la respiración esperando a que el New York Times lo reconozca.


Publicado originalmente el 23 de febrero de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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