[Publicado como “A Note on Burke’s Vindication of Natural Society” de Burke ” en el Journal of the History of Ideas, 19, 1 (enero de 1958), pp. 114-118.]
En 1756, Edmund Burke publicó su primer trabajo: Vindicación de la Sociedad Natural. Curiosamente, ha sido casi completamente ignorado en el actual resurgimiento de Burke. Este trabajo contrasta radicalmente con otros escritos de Burke, porque no está en consonancia con la imagen actual del Padre del Nuevo Conservadurismo. Es difícil imaginar una obra menos conservadora; de hecho, la Vindicación de Burke fue quizá la primera expresión moderna de anarquismo racionalista e individualista.
Una obra embarazosa para los conservadores
Es bien sabido que Burke pasó el resto de su carrera defendiendo puntos de vista diametralmente opuestos a los de su Vindicación. Su propia explicación tardía fue que la Vindicación era una sátira sobre las opiniones de los racionalistas deístas, como Lord Bolingbroke, que demuestra que la devoción por la razón y el ataque a la religión revelada pueden desembocar lógicamente en un ataque subversivo al principio del gobierno mismo. La mayor parte de los biógrafos y seguidores de Burke han tendido a asumir su explicación de forma acrítica. Sin embargo, pasan de puntillas y rara vez mencionan su Vindicación en sus debates acerca de Burke, y con buenos motivos, pues la obra resulta de lo más embarazoso. Una lectura cuidadosa apenas revela rastros de ironía o sátira. En realidad es un tratado muy sobrio y serio, escrito en su estilo característico. De hecho, los biógrafos de Burke han comentado el carácter fallido de la obra como ironía, sin plantear la cuestión fundamental de si estaba realmente destinada en absoluto a ser una ironía.
La propia explicación de Burke no resulta, de hecho, muy plausible. No era muy dado a la sátira, y rara vez cultivó dicho estilo en años posteriores. La Vindicación se publicó de forma anónima cuando Burke tenía 27 años. Nueve años más tarde, una vez que su autoría había sido descubierta, Burke se encontraba a punto de embarcarse en su célebre carrera parlamentaria. Admitir que había sostenido en serio esta clase de puntos de vista en años anteriores habría sido políticamente desastroso. Su única salida era sacudírselo de encima como una sátira, reivindicándose a sí mismo de ese modo como un enemigo acérrimo del racionalismo y de la subversión.
Burke comienza la Vindicación precisando el objetivo de su investigación: investigar a la luz de la verdad la naturaleza general de las instituciones políticas o de la “sociedad política”. Desecha de partida la típica reticencia conservadora a alterar las creencias predominantes y las antiguas tradiciones. Él defiende ese noble principio del racionalismo del siglo XVIII: que la felicidad, a la larga, se basa en la verdad y sólo en la verdad. Y que la verdad es la ley natural de la actividad humana y de las relaciones humanas. El derecho positivo impuesto por el Estado lesiona al hombre cada vez que se desvía de la senda conocida de la ley de la naturaleza humana. ¿Cómo se descubre la ley natural? No por Revelación, sino por el uso de la razón humana.
“Todos los imperios han sido cimentados con sangre”
Es característico de Burke llevar a cabo su revisión del Estado a través de la investigación histórica. En primer lugar, están las relaciones exteriores entre los Estados. Él considera que la relación típica es la guerra. La guerra es prácticamente la única faceta exterior del Estado; y Burke señala que el protagonismo de la guerra en el estudio de su Príncipe por parte de Maquiavelo se aplica a todas las formas de Estado, y no exclusivamente a las monarquías. Burke, con disgusto evidente, prosigue con la crónica de algunas de las notables “carnicerías” en que los Estados han incurrido. “Todos los imperios han sido cimentados con sangre” y con intentos mutuos de destrucción. Y Burke deduce ingeniosamente que el terrible punto de vista de Hobbes acerca de la humanidad en el estado de naturaleza se deriva, no de observaciones de la acción humana ordinaria por parte Hobbes, sino de su estudio de las acciones de los hombres una vez agrupados en Estados.
El catálogo de asesinatos es lo suficientemente impactante, y Burke estima que, desde la antigüedad, treinta y seis millones de personas han sido asesinadas por los gobiernos. Pero Burke no se limita a detenerse ahí. ¿Por qué —se pregunta—, por qué la maldad se concentra en los Estados? Y encuentra la respuesta en la naturaleza del propio Estado. Toda “sociedad política” se basa en la subordinación, por un lado, y en la tiranía, por el otro.
Los Estados vulneran la ley natural
Burke examina la naturaleza del Estado. Subraya el hecho conocido de que los gobiernos hacen cosas “por razones de Estado” que los individuos no podrían legítimamente hacer. Pero añade que estas injusticias se basan en la propia naturaleza del Estado mismo, es decir, en el hecho de que el Estado se apoya necesariamente en la violencia:
Para demostrar que este tipo de sociedades políticas suponen una violación de la naturaleza, y una coacción de la mente humana, basta con fijarse en las medidas sangrientas y los instrumentos violentos que se utilizan en todas partes para sustentarlas. Fijémonos en las mazmorras, los látigos, las cadenas, los potros de tortura o las horcas que abundan en toda sociedad… Reconozco, en efecto, la necesidad de tales procedimientos en tales instituciones, pero me veo obligado a tener una opinión muy mala de instituciones en las que dichos procedimientos son necesarios.[1]
Burke continúa con una discusión de los famosos tipos aristotélicos de gobierno: el despotismo, la aristocracia y la democracia. Considera cada uno, lo examina, y lo encuentra deficiente. El despotismo es, obviamente, malo; pero la aristocracia no es mejor. De hecho, una aristocracia tiende a ser peor, ya que su dominio es más permanente y no depende de los caprichos de un solo hombre. ¿Y la democracia? Aquí Burke se basa en su acervo de conocimientos sobre la antigua Grecia. La democracia no sólo es tiránica, sino que está destinada a sucumbir al odio hacia los individuos superiores. El dominio del pueblo tiende a ser beligerante y despótico, y a hacer un uso intensivo de impuestos y de subsidios.
La forma de gobierno en Estados Unidos también es despótica
Finalmente, Burke analiza la forma “mixta” de gobierno, la forma particularmente admirada por los teóricos republicanos en los tiempos modernos. Mediante la división y el equilibrio entre poderes, se supone que el gobierno republicano combina estas tres formas de gobierno, de manera que cada una pueda controlar y equilibrar [check and balance] los excesos de la otra. Burke, confesando su antigua adhesión a este sistema, se sumerge en su análisis, persiguiendo la verdad hasta dondequiera que pueda conducirle. En primer lugar, dice que este intrincado equilibrio es por definición muy delicado, y que puede fácilmente ser alterado por un poder u otro. En segundo lugar, las esferas superpuestas de poderes crean una fuente constante de confusión y de disputa. Y en tercer lugar, el efecto de los conflictos entre los distintos poderes es que primero un sector, y luego el otro, alcanzan el poder predominante en una lucha sin fin, y tiranizan alternativamente al pueblo. Sea cual sea el partido que llegue al poder, el resultado es la tiranía:
. . . el equilibrio se desborda, ahora hacia un lado, ahora hacia el otro. El gobierno es, un día, poder arbitrario en manos de una sola persona; al otro, una variopinta confederación de unos pocos para engañar al príncipe y esclavizar al pueblo, y al tercero, una democracia frenética e inmanejable. El gran instrumento de todos estos cambios… es el partido…; el espíritu que impulsa a todos los partidos es el mismo: el espíritu de la ambición, del interés propio, de la opresión y del engaño.[2]
Análisis burkeano de la casta
La Vindicación contiene mucha retórica sobre la desigualdad entre ricos y pobres. Un examen más profundo revela, sin embargo, que Burke no está escribiendo sobre clases sociales, sino sobre castas sociales, es decir, se está refiriendo a las desigualdades de riqueza artificiales resultantes de la actividad del Estado, y no a las desigualdades resultantes de la libre actividad. Lo que Burke está denunciando es la esclavitud, la pobreza y los vicios introducidos por la “sociedad política”.
Debería quedar claro a partir de esta obra que al referirse a la “sociedad política”, Burke no aludía a la “sociedad” en general. No se trata de una invocación rousseauniana para regresar a la selva, ya sea con seriedad o satíricamente. El ataque de Burke no está dirigido contra la sociedad —el marco de las interrelaciones humanas y de los intercambios pacíficos, sino contra los Estados —los únicos elementos singularmente coercitivos dentro de las relaciones humanas. Su argumento se basa en la creencia de que, cuando observamos la naturaleza del hombre, descubrimos que los Estados son instituciones antisociales.
Burke era anarquista
“Anarquismo” es un término radical, pero ningún otro puede describir adecuadamente las tesis de Burke. Una y otra vez, Burke denuncia enfáticamente todos y cada uno de los gobiernos, y no solamente las formas específicas de gobierno. Resumiendo sus opiniones sobre el gobierno, declara:
Las diversas formas de gobierno compiten entre sí en lo absurdo de sus constituciones, y en la opresión que hacen soportar a sus súbditos. Consideradas las formas de gobierno que se quiera, en efecto no son más que un despotismo…
Los partidos religiosos y políticos revelan lo suficiente unos de otros como para que un hombre sensato guarde precauciones contra todos ellos. El monárquico, y el aristocrático, y los partisanos populares han estado conformando alianzas en la raíz de todo gobierno, y cada uno de ellos ha demostrado, por turnos, que los otros son absurdos e inconvenientes. En vano me dirán que el gobierno artificial es bueno, y que sólo me quejo de los abusos. ¡La cosa, la cosa en sí es el abuso! [3]
Todo gobierno —añade Burke—, se basa en un “gran error”. Se sabe que los hombres a veces cometen actos de violencia unos contra otros, y que por ello es necesario protegerse contra esa clase de violencia. Como resultado, los hombres designan gobernadores entre ellos. Pero ¿quién defiende al pueblo de los gobernadores?
¿Fue Burke un anarquista de la propiedad privada?
El anarquismo de la Vindicación de Burke es negativo, más que positivo. Consiste en un ataque contra el Estado, en lugar de en un modelo positivo del tipo de sociedad que Burke consideraría ideal. En consecuencia, tanto la rama comunista como la rama individualista del anarquismo han encontrado sustento en esta obra. William Godwin, el fundador inglés del anarquismo comunista a finales del siglo XVIII, elogió la Vindicación como precursora de su propio punto de vista. Por otro lado, un discípulo inglés del anarquismo individualista de Josiah Warren reimprimió la Vindicación en 1858, con acertados comentarios al margen, y Benjamin R. Tucker lo elogió y lo reimprimió en Liberty [el periódico anarquista] en 1885. A fin de cuentas, sería justo, aunque no concluyente, situar la Vindicación en el bando individualista, ya que no hay ninguna evidencia de hostilidad contra la propiedad privada como tal en esta obra.
Una obra seria
Hay muchos indicios internos de que se trata de una obra seria por parte de Burke, y no de una sátira. En primer lugar, está su tratamiento de la razón. Uno de los puntos de vista característicos de Burke en sus últimos años —el que le hace granjearse el afecto de los Nuevos Conservadores— es la desconfianza que muestra por la razón. En particular, los racionalistas que desean planificar la vida de la gente del mismo modo en que un ingeniero construye una máquina se contraponen a los conservadores que confían en el cambio espontáneo y no planificado. Parecería, pues, que la confianza en la razón que Burke muestra en la Vindicación es simplemente una sátira sobre estos puntos de vista racionalistas. Pero no es el caso en absoluto. Al defender la razón como el baluarte de sus radicales puntos de vista libertarios, Burke también ataca a los racionalistas que pretenden planificar y tiranizar a la sociedad. Y no les ataca porque sean racionalistas, sino precisamente porque falsean la razón. No son lo suficientemente racionalistas como para darse cuenta de la racionalidad de la libertad. Se dedican a la “razón artificial”, en lugar de a la “razón natural”:
En el curso de mi investigación, es posible que hayan observado una diferencia muy sustancial entre mi manera de razonar y la que manejan los instigadores de la sociedad artificial. Ellos trazan sus planes a partir de lo que le parece más deseable a su imaginación, para poner en orden a la humanidad. Yo me doy cuenta de los errores contenidos en esos planes, a partir de las consecuencias reales conocidas que se han derivado de ellos. Ellos emplean la razón para volverla contra sí misma… en la medida en que nos hemos desviado del simple dictamen de nuestra naturaleza, y en que hemos vuelto nuestra razón contra sí misma, en esa medida exacta hemos aumentado las locuras y las miserias de la humanidad. [4]
En segundo lugar, si Burke hubiera tenido la intención de impugnar las opiniones deístas de Bolingbroke, habría criticado “la religión artificial” tanto o más de lo que critica el gobierno. Pero, por el contrario, Burke afirma explícitamente que el gobierno es un mal mucho peor. [5]
Burke odiaba a los abogados, por supuesto
Otra prueba de la seriedad de la Vindicación es la amarga crítica que contiene a los abogados y a los procedimientos legales. Sabemos que Burke, en este período, era un desdichado estudiante de derecho, harto de la ley y entusiasmado con la literatura y con los compañeros de letras. Sus amargos pasajes sobre la Ley que contiene la Vindicación encajan perfectamente con lo que sabemos de sus sentimientos en aquel período.[6] Pero si estos pasajes reflejan con fidelidad las auténticas opiniones de Burke, ¿por qué no iba a suceder lo mismo con el resto de la obra?
Los historiadores han destacado que la Vindicación fue escrita a imitación del estilo del recién fallecido Bolingbroke, y lo han tomado como prueba de su inclinación satírica. ¡Sin embargo, estos mismos biógrafos de Burke admiten que, en sus últimos escritos, continuó escribiendo en un estilo similar! ¿Resulta tan sorprendente que el joven Burke tratase de imitar el estilo del hombre universalmente reconocido como el estilista y orador más grande de su época? Los elaborados esfuerzos de Burke por ocultar su identidad al público y por dar a entender que se trataba de una obra póstuma de Bolingbroke sugieren una explicación diferente, que consiste en que comprendía que el tipo de puntos de vista expresados en la Vindicación serían amargamente vilipendiados y criticados. Recordemos que esta obra fue la primera expresión de anarquismo, puede que el más “radical”, el menos “conservador” de los credos. Todo el tono de la Vindicación, de hecho, es el de un hombre que teme las consecuencias personales de la publicación de sus opiniones, que incluso intenta reprimirlas, pero que se ve impulsado hacia adelante por la fuerza de su convicción en que se ha descubierto una nueva y gran verdad. Burke revela:
Estos y muchos otros puntos, estoy muy lejos de desarrollarlos en toda su extensión. Pueden ustedes percibir que no empleo ni la mitad de mi fuerza; y no pueden ustedes desconocer el motivo. A un hombre se le permite suficiente libertad de pensamiento a condición de que sepa cómo elegir adecuadamente los temas a tratar. Uno puede criticar libremente la constitución china, y opinar con toda la severidad que le plazca sobre los absurdos trucos o el fanatismo destructivo de los bonzos [monjes budistas]. Pero la escena cambia cuando uno vuelve de regreso a casa, y puede denominarse ateísmo o traición en Gran Bretaña a lo que se llamaría razón y verdad, si se afirmasen de China. [7]
El siguiente pasaje es especialmente sorprendente:
Cuando el mundo esté en un estado de ánimo más adecuado para oír la verdad de lo que lo está en la actualidad, o cuando yo sea más indiferente a dicho estado de ánimo, mis pensamientos podrán ser más públicos. Mientras tanto, dejemos que reposen en mi propio seno, y en el seno de aquellos hombres que sean aptos para ser iniciados en los delicados misterios de la verdad y de la razón. [8]
Nada de sátira
Tal vez estas palabras proporcionen la clave del misterio de la Vindicación. Si la obra fuera realmente una sátira, ¿por qué proclamarlo como tal solamente cuando estaba en juego una carrera política ascendente? ¿Por qué no dar cuenta de ello poco después de su publicación? Y si el Burke de la Vindicación hablaba absolutamente en serio, ¿realmente modificó sus puntos de vista anteriores, o se inclinó prudentemente este gran defensor de la prudencia ante la opinión general?
[1] Edmund Burke, Works (Londres, 1900), I, 21.
[2] Ibid., 35.
[3] Ibid., 46, 32-33.
[4] Ibid., 37.
[5] Ibid., 46-47.
[6] Ibid., 38-41.
[7] Ibid., 36.
[8] Ibid., 32.
Publicado originalmente en enero de 1958. Traducido del inglés por Jon Rouco. El artículo original se encuentra aquí.