La agregación inadecuada no es solo cosa de economistas

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La profesión económica continúa hoy afrontando una creciente crítica por no predecir y explicar las crisis económicas.

Según las críticas de la Escuela Austriaca a la síntesis keynesiana, este fracaso se debe en buena medida a una absurda determinación de introducir en la economía la precisión matemática de las ciencias físicas. Para lograr esta precisión, los economistas neoclásicos se centran desproporcionadamente sus investigaciones en mediciones globales de la actividad económica: producto nacional bruto, demanda agregada, ofertas globales de dinero, bienes o trabajo y otras variables que se prestan a cuantificación y modelado numérico. Perdida en el análisis de la economía ortodoxa se encuentra la atención debida al actor económico individual, que, en virtud de su poder de autodeterminación, resulta poco apropiado para la ecuación o el gráfico.

Un romance parecido con los métodos cuantitativos se ha apoderado rápidamente del campo médico en las últimas décadas. Como en la economía ortodoxa, ecuaciones y predicciones solo pueden aparecer cuando se abandona la atención al paciente individual para centrarse en el grupo agregado o población como objetivo principal del análisis y la intervención. Así, medicina de la población es una expresión adecuada para describir la disciplina que busca matematizar la práctica médica sin preocuparse por el paciente concreto, sino por el paciente medio, globalmente o en abstracto.

Para los promotores de la medicina de la población, la interacción clínica individual no interesa. Se rechaza como singular, anecdótica e intrascendente para una adecuada comprensión de los asuntos sanitarios. Por el contrario, los datos de interés son los que se consiguen de grandes estudios epidemiológicos y pruebas clínicas. De esa investigación se pueden derivar “factores de riesgo” para las enfermedades, dilucidar los “determinantes de sanidad” y promover medidas prescriptivas en franjas amplias.

Una clave para la atención sanitaria planificada centralizadamente

Fomentando la cómoda ficción de que lo que sea bueno para el grupo debe ser bueno para el individuo, la medicina de la población se ha convertido en un marco indispensable de análisis para la planificación centralizada de la atención sanitaria. Así las agencias públicas pueden ahora hacer uso de las conclusiones de esta disciplina para decidir qué servicios, medicinas e intervenciones deberían pagarse y promoverse y cuáles deben considerarse como innecesarias o incluso fraudulentas. Así las decisiones pueden considerarse cubiertas por “pruebas científicas”.

Un ejemplo de actividades promovidas por la medicina de la población es el “cálculo del riesgo”, que se espera que adopten los doctores o afronten sanciones por practicar fuera de la norma prescrita. El cálculo del riesgo implica introducir un puñado de factores del paciente (edad, peso, colesterol, presión arterial y similares) en una fórmula para obtener el “riesgo personal” del paciente de morir o sufrir un episodio concreto en el futuro. Basándose en esta idea matemática, se prescriben las intervenciones. Así que un paciente puede así disfrutar del privilegio de ser tratado como un número no solo en sentido figurado, sino bastante literalmente.

No hace falta decir que los creadores de las medicina de la población olvidan que el concepto de “riesgo personal” está bastante falto de sentido, como explicó hace muchas décadas el estadístico Richard von Mises. Voluntario o ingenuo, este punto de vista está convirtiendo a la medicina en una gigantesca empresas de gestión del riesgo dirigida a resolver un juego imposible de optimización sanitaria.

Por ejemplo, de acuerdo con la sabiduría de la medicina de la población, estar sano es limitar tu peso, tu colesterol en la sangre o tu azúcar a un rango cada vez más estrecho de “valores normales”, definidos (y revisados repetidamente), no sobre la base de la realidad fisiológica, sino de la voluntad de los comités de tecnócratas médicos. Con cada nueva revisión en las definiciones de lo que constituye una presión arterial, colesterol o azúcar en sangre “normales”, millones de ciudadanos indefensos, cuyas cifras resultan estar fuera del rango designado, se convierten instantáneamente en pacientes, para gozo de la industria farmacéutica.

Y no son solo las variables antropomórficas las que se definen tan estrechamente. Lo que comemos, cuánto bebemos, cuánto tiempo estamos sentados y lo rápido que nos movemos, todo ello interesa a los científicos de la población, ansiosos por mostrarnos el estrecho camino a la vida saludable medido en precisas raciones por comida, onzas por día, horas por semana o millas por minuto.

El consejo científico, por desgracia, no siempre lleva a un resultado sano. Un impulso en toda la población hacia desanimar el consumo de grasas saturadas, por ejemplo, llevó a un aumento en toda la población del consumo de carbohidratos y esto puede haber desempeñado un papel en la epidemia de obesidad de los últimos veinte años. Como mínimo, las modas en el estilo de vida defendidos a través de los megáfonos de la medicina de la población están indudablemente causando epidemias de neurosis de alimentos y ejercicio.

La medicina de la población pretende ambiciosamente mejorar la salud de naciones enteras. Para hacerlo, procede a dibujar un retrato cada vez más cuantificado pero al mismo tiempo menos realista del ser humano, a analizar por parte de quienes disfrutan dirigir la atención médica desde la comodidad remota de sus poltronas académicas o gubernamentales.


Publicado originalmente el 18 de mayo de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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