La mentalidad militar

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[Basado en un discurso pronunciado en la Conferencia de la Sociedad Propiedad y Libertad en Bodrum, Turquía]

 

Como combatiente veterano, se me pregunta a menudo qué piensan los soldados acerca de nuestras guerras.

Algunos soldados son constitucionalistas y les deseo lo mejor. Mientras que consideran al estado como único proveedor legítimo de seguridad, ven a nuestras guerras no declaradas en el extranjero como vio9laciones del documento que juraron proteger y defender contra todos los enemigos. En 2008, el personal militar y los veteranos donaron más dinero a la campaña presidencial de Ron Paul que a todos sus oponentes republicanos juntos.

Creo que la mayoría del personal militar que se sintió ofendida por la contradicción entre nuestras guerras y la Constitución que juraron apoyar y defender simplemente hizo lo que yo y se hizo a un lado.

Por supuesto, muchos otros militares creen en la perspectiva generalmente promovida en las noticias de la tarde y las escuelas públicas. Aunque pocos lo admitirían, consideran las restricciones constitucionales al gobierno inapropiadas para el mundo moderno.

Estarían de acuerdo con el sentimiento expresado en el prólogo de mi Constitución de bolsillo, que compré en el Monumento a Jefferson en Washington DC por 2,99$:

Muchos estadounidenses creen hoy que la rapidez de la vida a finales del siglo XX ha hecho de la Constitución, un documento del siglo XVIII, algo anacrónico. (…) La Constitución no era un documento perfecto ni pretendía serlo. De hecho, es un documento vivo, siempre evolucionando al crecer y cambiar Estados Unidos.

Este descargo de responsabilidad fue escrito por la Dra. Patricia Woods, directora ejecutiva del Instituto Woods.

Una vez la Constitución se convierte en una burla, el personal militar puede recurrir a la bondad de algo, quizá el propio empeño.

Es bastante fácil para los constructores de naciones creer que están haciendo algo bueno. Puedo atestiguar por experiencia personal que entregar dinero de otros te hace sentir bien, especialmente entregándolo a poblaciones desesperadamente pobres en lugares exóticos y lejanos.

La gente local demuestra una profunda reverencia que probablemente no hayas encontrado nunca antes (y nunca después). Están pendientes de todas tus palabras. ¿Por qué debería un constructor de naciones dejar de ver su grandeza y benevolencia personal y verse en su lugar como un burócrata respetado solo porque controla el flujo del dinero?

Si no es la grandeza del empeño,  es la bondad de la institución. Los soldados pueden considerar al ejército como una institución orgullosa basada en una noble tradición (no estoy seguro de estar completamente en desacuerdo) y muchos están dispuestos a dejar que se les considere un arma por parte de los representantes de su estado.

Finalmente, cuando uno se desilusiona por las guerras inconstitucionales, por la brutalidad de las tareas, por la gestión burocrática del ejército, puede retirarse a una cuarta línea de defensa: el bien de Estados Unidos, expresado, supongo, en las decisiones de sus políticos.

Mi gente favorita en el ejército, especialmente hacia el final, eran los libertarios constitucionales o los indiferentes.

Pocos soldados consideraban a nuestras guerras otra característica del paisaje mundial, igual que una montaña o un río, cuya creación y sostenimiento no tienen nada que ver con ellos. La guerra simplemente existe y hacen cálculos económicos con respecto a su implicación personal.

Quizá no debería sorprendernos que el propio interés del individuo sea el factor motivador de los soldados. Los factores en su cálculo económico incluyen el dinero, el nivel de peligro, la calidad de vida, la búsqueda de desarrollo personal (fue en buena parte mi motivación) y el estatus que alcanzan.

Estas han sido siempre las motivaciones de los soldados. Esto es evidente desde Tucídides hasta el día de hoy.

El estatus es un factor importante. Cuando volví de Afganistán en 2002 o de Iraq en 2004, fui colmado de alabanzas por cualquiera que supiera que era un veterano de guerra. Desconocidos se ofrecían a pagar bebidas y comidas.

Entonces yo aún era un estatista, pero encontraba esto desagradable solo porque estaba orgulloso de mi trabajo y no me gustaba la idea de la misma bienvenida heroica para soldados completamente incompetentes. No quería agradecimientos de gente que ignoraba si mandaba un pelotón de infantería o trabajaba en un pupitre.

Parecía que la imagen era más importante que la realidad y he llegado a apreciar que es inevitablemente así, ya que la hipocresía de la guerra y sus ruines motivos políticos se esconden tras la imagen del soldado. El papel del soldado como proveedor de seguridad es de importancia secundaria. Principalmente funciona como una expresión del orgullo y la identidad nacionales, una llamada a la unión en apoyo del esfuerzo bélico oficial. Es difícil imaginar que ocurra esto en una agencia de seguridad privada.

Aunque probablemente menos acusado sin reclutamiento obligatorio ni propaganda asociada, la adulación a los soldados era evidente también en nuestra guerra actual, particularmente en los primeros años ya que la gente tenía que acostumbrarse a la idea de invadir y ocupar países.

Ahora, por supuesto, lo veo como directamente peligroso. Abre la puerta a todo tipo de tiranía en el interior y, lo que es más importante, permite una agresión sistemática contra gente inocente, basada solo su proximidad a nuestro enemigo percibido.

También se me ha preguntado si pienso que los insurgentes son más nobles que los soldados, porque luchan por una ideología, mientras que los soldados luchan por dinero. Entiendo la hostilidad libertaria hacia todo tipo de ejército, pero estoy en desacuerdo con este análisis.

Nuestra primera misión de combate en Afganistán en 2002 fue una misión de dos semanas durante la cual caminamos, conducimos y viajamos en helicóptero entre distintos objetivos, tratando de establecer contacto con luchadores insurgentes y fracasando, aunque si hicimos estallar varios miles de libras de armas y munición que encontramos.

Al volver a la base de la Fuerza Aérea en Kandahar, un camarada teniente me dijo con voz muy emocionada que durante los traslados en helicóptero habían tenido visiones de cristianos rezando en iglesias en Estados Unidos para que les mantuviera a salvo y recordaba las dificultades de nuestra formación y hablaba de los privilegiado que se sentía por estar defendiendo a Estados Unidos. El momento era para él una culminación de su cristianismo, su americanismo y su servicio militar.

Podría acusarle de estar loco, quizá de ser un egoísta, pero nunca le acusaría de no ser sincero. Tenía también su ideología.

En el otro lado, en Iraq, en 2003, capturaríamos a granjeros pobres y miserables instalando cohetes para atacar nuestra base. Se les pagaba por hacerlo y parecían tener pocos incentivos para hacer efectivos sus ataques. A veces era difícil incluso saber si los cohetes iban contra nosotros.

Los insurgentes a menudo luchan también por dinero y probablemente podáis encontrar un chiste negro en mi relato acerca del poder de los precios del mercado.

Hay otro poderoso factor motivador en ambos bandos. A los jóvenes les gusta luchar. Todo hombre joven quiere saber si es un cobarde o no.

Como evidencia, señalaré cómo, cuando era miembro del Hawkeye Brazilian Jiu Jitsu Club, conducimos cuatro horas hasta Milwaukee y pagamos una cuota de entrada de 60$ por el privilegio de luchar, aunque fuera bajo las condiciones limitadas de un torneo de lucha.

Aunque los libertarios ven inmediatamente la diferencia entre un torneo voluntario como este y una guerra de agresión, la mayoría de los jóvenes no, y por eso, a lo largo de la historia, convencer a los jóvenes para luchar por causas dudosas no ha sido un obstáculo demasiado grande.

Las motivaciones individuales de soldados e insurgentes son más parecidas de lo que cree la gente. Buena gente se ha sacrificado en ambos bandos de todo conflicto militar en la historia humana e, incluso más trágicamente, una vez que un intento se riega con la sangre de buena gente, toma un significado religioso y e convierte en su propia justificación.

Al destacar la similitud de mentalidades entre soldados e insurgentes, no quiero agitar las aguas de la justicia (hay una gran diferencia entre residentes e invasores), pero se debe aplicar una filosofía de individualismo y una devoción rigurosa a los derechos de propiedad para que el invasor y el invadido aparezcan claramente diferenciados.

La mejor defensa para una invasión como la de Iraq es débil. Empieza citando masacres y abusos sistemáticos cometidos por el régimen de Saddam Hussein y el sincero y desesperado deseo de los iraquíes de que una agencia externa de seguridad les libre de su dictador.

En muchos sitios, los iraquíes nos vitoreaban con gritos y la gente se alineaba en las calles para darnos la bienvenida. Creían que les liberábamos y yo también. Me dieron las gracias hombres que literalmente lloraban cuando me daban la mano. Conocían el alto nivel de vida de Estados Unidos y pensaban que les ayudaríamos a progresar hacia él. Yo también.

Por supuesto, en otros lugares la gente nos disparaba. Era muy confuso.

Es una defensa muy débil de la guerra. No justifica el tamaño y ámbito de la invasión. No justifica la muerte de entre 100.000 y un millón de iraquíes y el éxodo de 4 millones más. No justifica la construcción nacional, la tortura, el volumen y la agresividad de la ocupación o la coacción usada para financiar la guerra.

Con los estados como unidades de toma de decisiones y de acción, y con la creencia en que el estado debe ser un monopolio de seguridad, la guerra es una consecuencia lógica, incluso para gente bienintencionada. Para los políticos, se trata simplemente de hacer lo que describió una vez Hermann Goering: convencer a una parte importante de la población de una amenaza extranjera y denunciar a los pacifistas como antipatriotas y peligrosos.

No hace falta gente mala para hacer cosas malas, solo hace falta ideologías malas. Como evidencia adicional, citaré el experimento de la prisión de Stanford de 1971.

Se eligió a las 24 personas más estables mentalmente de entre 75 voluntarios. Se les dio papeles como prisioneros o como guardias de prisión y uniformes apropiados para sus papeles. El experimento, planeado para dos semanas se interrumpió después de solo seis días, cuando los guardias se convirtieron en beligerantes, crueles e incluso sádicos.

Cuando yo era una libertario constitucional, una postura a la que renuncié con reticencias pero que ahora considero una contradicción, señalaba a menudo que si hubiésemos seguido la Constitución reclamado una declaración de guerra del Congreso, si hubiésemos seguido el aviso de los Padres Fundadores acerca de mantener grandes ejércitos permanentes en tiempo de paz, no habríamos peleado en una guerra cada década durante los últimos 60 años: Corea en las década de 1950, Vietnam en las de 1960 y 1970, Panamá y Honduras en la de 1980, la Primera Guerra del Golfo en la de 1990 y, desde el nuevo milenio, Iraq, Afganistán y Libia. Esto ni siquiera incluye guerras más pequeñas como Somalia y Filipinas.

El argumento de que estas podían haberse evitado siguiendo la Constitución y evitando tener ejércitos permanentes en tiempo de paz probablemente sea cierto, aunque se base en la suposición de que un monopolio de la seguridad y la justicia es capaz de seguir la Constitución. No estoy seguro de que lo sea.

Hoy me gustaría señalar a mi antiguo yo que esas limitaciones constitucionales no impidieron a Estados Unidos entrar en la Primera Guerra Mundial en un momento en el que los bandos estaban dispuestos a hacer las paces, prolongando la guerra y probablemente preparando el escenario para el nacionalsocialismo en Alemania y el socialismo marxista-leninista en Ucrania y Rusia.

Tampoco impidió que muchos historiadores consideraran la primera guerra imperialista de Estados Unidos, la Guerra Hispano-Estadounidense y la brutal ocupación de las Filipinas que le siguió, algo de lo que nunca supe en la escuela pública.

Un congresista republicano que visitó las islas en 1902, es citado diciendo:

No se ha oído nunca nada acerca de disturbios en el norte de Luzón y el secreto de esta pacificación es, en mi opinión, el secreto de la pacificación del archipiélago. Nunca se rebelan en el norte de Luzón porque no hay nadie allí para rebelarse. El país fue arrasado y limpiado de la manera más resuelta. El buen Señor en el cielo es el único que conoce el número de filipinos que han quedado bajo tierra. Nuestros soldados no tomaron prisioneros, no dejaron registros, simplemente arrasaron el país y allí donde encontraban un filipino, lo mataban. Se perdonaba a mujeres y niños y ahora puede advertirse en cifras desproporcionadas en esa parte de la isla.

Esto se hizo de acuerdo con la Constitución, con la bendición de la declaración de guerra del Congreso. El alegato correcto contra la guerra y el mayor alegato contra la guerra empiezan con un rechazo del estado como proveedor único y exclusivo de seguridad. Los precios de mercado y el apoyo voluntario son una restricción mucho mejor al poder que cualquier constitución.

Un leviatán cultural se interpone en el camino de los razonables argumentos contra un monopolio de la seguridad elaborados por Hans-Hermann Hoppe y otros. El mito del estado como noble proveedor de seguridad está profundamente arraigado. El estado ejerce presión mediante sus instituciones públicas para reemplazar la cultura local con cultura nacional, el orgullo individual con orgullo nacional y la identidad individual con identidad nacional. A mucha gente no le queda nada más.

Si echamos abajo el mito del estado o si este se viene abajo por sí mismo, como podría ocurrir, quedarían conchas vacías y huecas, difícilmente capaces de responder a la pregunta ¿quiénes sois?

Todos debemos poder responder a esa pregunta con confianza. Así habremos dado el primer paso para reclamar nuestros derechos y libertades.


Publicado originalmente el 26 de agosto de 2011. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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