Privatizar el riesgo

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Jan Davis, de sesenta años, salto a su muerte porque el paracaídas que le prestaron no se abrió durante un salto que realizó desde El Capitán, en el Parque Nacional de Yosemite el 22 de octubre de 1999. Su muerte inmediatamente desató una tormenta de polémicas respecto a cuánto riesgo debería permitirse asumir a una persona en una sociedad libre.

Cuando los aventureros quieren dedicarse a lo suyo, se plantea la pregunta de cómo puede hacerse esto de forma que limiten el riesgo a ellos mismos. Y las aventuras son una gran parte de cualquier vida humana, aunque no siempre impliquen riesgos fatales. Cuando la aventura tiene lugar en un entorno público, los problemas políticos se ciernen en el horizonte.

El problema en esferas públicas como bosques nacionales es que son públicos, es decir, propiedad del gobierno. Allí la política se decidirá con el estilo habitual semidemocrático con el que se deciden las políticas públicas. Si hay una mayoría sustancial y activa a favor de alguna política, se implantará, sin que importen sus méritos objetivos. Lo mismo pasa en caso contrario.

Un buen ejemplo son las carreras de automóviles en la mayoría del mundo. Es indudablemente una actividad con riesgo, pero no se prohíbe, sino que se ajusta, dado que la mayoría de la gente la quiere. Es verdad que se realiza a menudo en circuitos privados de carreras. Pero bastante a menudo se hace en carreteras públicas, igual que carreras de bicicletas y motos. Incluso la conducción normal se considera como una actividad peligrosa aprobada públicamente: la gente quiere conducir y a menudo acelera y en carreras que son bastante peligrosas.

Comer diversos alimentos puede ser también arriesgado para la salud, pero como se hace en privado, las autoridades públicas aún no han conseguido regularlo a su capricho.

No pasa lo mismo con el tabaco.

Aun así, solo donde una mayoría sustancial ha decidido que debería prohibirse fumar se ha hecho esto ilegal o se ha regulado para no animar a la mayoría de la gente. Dependiendo de los vientos políticos, se pueden ver sociedades democráticas favoreciendo o desanimando diversas conductas de riesgo.

Los funcionarios del Parque Nacional de Yosemite, probablemente siguiendo indicaciones del electorado político relevante, decidieron dejar de permitir la actividad peligrosa del salto con paracaídas. Es esta decisión contra la que, paradójicamente, estaba protestando Jan Davis con su salto cuando encontró la muerte.

Aun así, si el apoyo a los saltos viniera de un segmento suficientemente grande de la población de California como para hacer que los políticos teman prohibir esta actividad, este salto concreto podría no haberse producido nunca. Por el contrario, habrían continuado los saltos de un tipo más rutinario.

Pero las formas de la democracia hacen que la mayoría políticamente activa decida, independientemente de los méritos de algunas práctica o los derechos de los que se dedican a ella.

Y esa no es la forma en que debería funcionar una sociedad libre. Una forma que ayudaría sería privatizar los lugares en los que se realizarían las tareas peligrosas.

Si un lugar como Yosemite fuera privado, los dueños podrían decidir si permitir si se permite el paracaidismo. Y tendrían fuertes incentivos para asegurarse de que si lo permiten, no haya medidas laxas de seguridad, ni mucho menos convertirse en responsables de accidentes. O los paracaidistas podrían formar asociaciones que podrían comprar lugares apropiados para el salto (y quizá otras actividades recreativas y productivas) y saltar bajo su propio riesgo. Las aseguradoras podrían establecer estándares que harían más imperativo ocuparse de las medidas de seguridad. Los bancos públicos, sin embargo, no serían una opción.

¿Sería inteligente? Porque así es como se protegen mejor los derechos individuales. Hacer posible que la gente haga cosas arriesgadas es parte de la protección de sus derechos. De hecho, todos tomamos riesgos habitualmente, pero quizá los que están ampliamente aprobados, cuando asumimos riesgos que la mayoría no quiere prohibir.

¿Por qué deberían prohibirse los riesgos que quiere prohibir la mayoría (o sus burócratas)? No hay ninguna buena razón. Por supuesto, quizá no debería asumirse el riesgo. Pero entonces quizá no se debería subir al propio automóvil o tomar un avión y dedicarse a uno o varios propósitos más o menos importantes, dado que la probabilidad de tener un accidente nunca es cero. Que la mayoría no encuentre eso objetable no hace sin embargo que sea distinta la toma de riesgo.

El hecho sencillo es que alguna gente encuentra el paracaidismo y otras actividades de riesgo poco usuales lo suficientemente importantes para ellos, dado quiénes son y que quieren hacer eso, sin que importe lo que piense la mayoría. ¿Y por qué debería prohibírselo?

El hecho de que sea arriesgado no es una buena razón: ya hemos visto que se permiten cientos de actividades de riesgo. Los hombres y las mujeres libres son libres precisamente porque dirigen sus propias vidas. Y si otros quieren gobernarles, deben obtener su consentimiento individual. Eso es lo que significa la libertad individual. Y saltadores de motocicletas, paracaidistas, submarinistas y esquiadores no están exentos de que se respeten y protejan sus derechos básicos.

Pero cuanto mayor se haga el ámbito público (lo que controla el gobierno), más personas se verán sometidas a la autoridad pública en todos los ámbitos de conducta que deberían en realidad permanecer privados (o sociales con compañías voluntarias). En un sistema democrático, eso significa que todos estamos sometidos la voluntad de la mayoría políticamente declarada. En una dictadura, significa someterse a la voluntad del tirano.

Así que para no permitir que las democracias se conviertan en tiranías de la mayoría, los ámbitos públicos tienen que reducirse: menos lugares deben caer bajo la autoridad pública y más tienen que caer bajo la autoridad privada. Sí, esto puede plantear riesgos. ¿Pero qué tipo de libertad no plantea riesgos?


Publicado originalmente el 22 de noviembre de 1999. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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