Hacienda informa de que más gente renunció a su ciudadanía estadounidense en el primer trimestre de 2015 que en cualquier otro trimestre de la historia. Notablemente, una buena porción de los que renuncian a su ciudadanía lo hacen para escapar de los altos impuestos. Estados Unidos es el único país, salvo la dictadura militar de Eritrea que grava todas las formas de renta de ciudadanos viviendo en el extranjero.
Curiosamente, son los ricos (es decir, generalmente los miembro más económicamente productivos de la sociedad) los que se están yendo permanentemente y el hecho de que EE. UU. esté expulsando a sus miembros más ricos no es una buena señal para las perspectivas a largo plazo para el país. Es también lo contrario de lo que ocurre en un país con un sano respeto por la propiedad privada y las libertades humanas básicas.
Superando barreras para irse
En concreto, Hacienda informa de que 1.335 ciudadanos estadounidenses renunciaron para siempre a su ciudadanía durante el primer trimestre. Durante 2014, más de 3.000 hicieron lo mismo. Es solo una porción diminuta de la población total de ciudadanos estadounidenses, aunque esto no cuenta el grupo mucho mayor de expatriados que siguen siendo ciudadanos. Tres millones de ellos abandonan el país cada año. Las cifras tampoco incluyen residente a largo plazo que renunciaron a la residencia.
Las cifras totales de renuncias a la ciudadanía siguen siendo pequeñas, pero en realidad es sorprendente que la cifra sea tan grande. Renunciar a la ciudadanía cuesta ahora más que nunca. CNN informa de que “el gobierno aumentó la tasa de renuncia a 2.350$, más de cuatro veces lo que solía costar. (…) Además de esto, a algunos ciudadanos de EE. UU. se les abofetea con una gigantesca factura de ‘salida fiscal’, a veces de millones de dólares, cuando renuncian. (…) El dolor fiscal puede durar años, con algunos exestadounidenses pendientes de pagos adicionales décadas después de renunciar”.
Y una vez se completa la renuncia, la ley de EE. UU. permite al Fiscal General de EE. UU. a prohibir a antiguos ciudadanos a reentrar nunca de nuevo en el país si el gobierno decide que este lo abandonó para evitar pagar impuestos. La experiencia de Eduardo Saverin ilustra las muchas barreras y fosos relacionados con la renuncia a la ciudadanía.
Así que renunciar a la ciudadanía puede no solo ocasionar grandes gastos monetarios, sino que puede significar que no se pueda visitar nunca más a amigos y familia en Estados Unidos.
Está claro que el gobierno de EE. UU. no está exactamente tratando de recortar el coste para los emigrantes. ¿Y por qué querría algún estado facilitar el proceso de emigración a los que tienen dinero y habilidades valiosas? Es ventajoso para el estado conseguir tanto como pueda en términos de capital y recursos humanos.
La opción de escapar
De hecho, ha sido la relativa facilidad de escapar lo que ha servido como control del poder público durante buena parte de la historia y la facilidad relativa con la que los miembros más productivos de la sociedad podían escapar de regímenes más opresivos fue un factor importante en el desarrollo económico y político de Europa.
Ralph Raico, en su ensayo “El milagro europeo”, examinaba cómo el pequeño tamaño de los estados y la falta de barreras importantes para la reubicación de mercaderes y otros contribuyentes fue esencial para el aumento de la prosperidad económica y ls ideologías de la libertad y la propiedad privada. Cuando un principio proponía subir los impuestos, observaba Raico, los miembros más productivos de la sociedad trasladaban su riqueza y a sí mismos a jurisdicciones vecinas en la que la expropiación principesca fuera menor. Raico escribe:
Aunque los factores geográficos desempeñaron un papel, la clave para el desarrollo occidental ha de encontrarse en el hecho de que, aunque Europa constituía una sola civilización (la cristiandad latina) estaba al mismo tiempo radicalmente descentralizada. Frente a otras culturas (especialmente China, India y el mundo islámico), Europa comprendía un sistema de jurisdicciones y poderes divididos y, por tanto, en competencia.
Dentro de este sistema, era muy imprudente para cualquier príncipe intentar infringir los derechos de propiedad de la manera habitual en cualquier otro lugar del mundo. En rivalidad constante entre sí, los príncipes veían que las expropiaciones directas, los impuestos confiscatorios y el bloqueo del comercio no quedaban sin castigo. El castigo era verse obligados a ser testigos del progreso económico relativo de sus rivales, a menudo mediante el movimiento del capital, y de los capitalistas, a reinos vecinos. La posibilidad de “salida”, facilitada por la compacidad geográfica y, especialmente, por la afinidad cultural, actuó para transformar al estado en un “depredador limitado”.
La descentralización del poder también llegó a marcar las disposiciones nacionales de varias políticas europeas. Aquí varios expertos piensan que el feudalismo (que generó una nobleza basada en el derecho feudal en lugar del servicio al estado) desempeñó un papel esencial (…). Mediante la lucha por el poder dentro de los reinos, nacieron los cuerpos representativos y los príncipes se vieron a menudo con las manos atadas por cartas de derechos (por ejemplo, la Carta Magna), que se veían obligados a conceder a sus súbditos. Al final, incluso dentro de los relativamente pequeños estados de Europa, el poder estaba disperso entre estados, órdenes, pueblos aforados, comunidades religiosas, cuerpos, universidades, etc.
En otras palabras, un sistema de un gran número de jurisdicciones pequeñas (unido a la descentralización dentro de las propias jurisdicciones) llevó a una incapacidad por parte de los gobernantes de controlar fácilmente los movimientos de personas y capitales.
Sin embargo, por desgracia, vemos poco en común entre los Estados Unidos modernos y la Europa descrita por Raico.
Además de los costes legales directos impuestos por el propio gobierno de EE. UU., el estado estadounidense también se beneficia de las barreras informales impuestas por la demografía y la geografía. Por ejemplo, casi el 80% de los angloparlantes nativos vive dentro de Estados Unidos y esto impone una barrera práctica de salida, ya que esta probablemente requiera que el emigrante aprenda un nuevo idioma. Además, el mismo tamaño de Estados Unidos asegura que la emigración requiera que el emigrante se mude a cientos, si no a miles, de millas lejos de sus amigos y familia. El hecho de que EE. UU. solo tenga frontera con dos países asegura además una falta de alternativas cuando se buscan regímenes “cercanos” que puedan ser más favorables a los gustos de los emigrantes. La diferencias en clima (Canadá es frío y muy oscuro en invierno) y el hecho de que uno puede no ser bienvenido por los extranjeros se añaden a los incentivos contra el traslado.
Así que, para el emigrante potencial, las repercusiones del traslado son enormes y desalentadoras y muy distintas a las del mercader europeo de la Edad Media descrito por Raico, que puede escapar de los edictos de un príncipe trasladando su residencia entre otros (que hablan el mismo idioma y practican la misma religión) cincuenta millas río abajo.
¿Amarlo o abandonarlo?
Durante la Guerra de Vietnam, los defensores de la guerra inventaron el lema “Ámalo o abandónalo” como un ataque a los que se oponían a la guerra o a otras injusticias percibidas perpetradas por el estado estadounidense. Lo que se supone es que si a uno no le gusta el gobierno de EE. UU., debería limitarse a irse a otro país. Un lema similar (en portugués) fue también empleado por la dictadura militar en Brasil.
Indudablemente, muchos que no lo “aman”, lo “abandonarían” si esto no implicara ese enorme cambio de vida.
Para ilustrar esto, realicemos un experimento mental en el que un movimiento secesionista divida a Estados Unidos en dos partes independientes, con la frontera en el río Misisipi. En ese escenario, los ciudadanos de los dos países se encontrarían repentinamente con dos países de entre los que escoger, con ambas alternativas ofreciendo climas, aspectos culturales e idiomas similares. La mudanza de uno a otro también supondría que los emigrantes no estarían más allá de un vuelo corto y un viaje en automóvil. Las poblaciones de ciudades a lo largo de la frontera, como St. Louis y Minneapolis tendrían un auge, ya que los residentes tratarían de escoger entre oportunidades ofrecidas a ambos lados de la frontera.
Evidentemente, si la secesión continuara después con otras jurisdicciones y los viejos EE. UU. se rompieran en varias o incluso docenas de nuevas jurisdicciones, las alternativas entre regímenes disponibles para residentes se multiplicarían. La emigración se convertiría en un asunto mucho menos desalentador (especialmente para aquellos con dinero y activos que serían bienvenidos en otras jurisdicciones) y sería mucho más probable dar el salto basándose en consideraciones económicas.
Naturalmente, los estados son también muy conscientes de estas realidades y por eso el gobierno federal trabaja incansablemente para sustituir la variedad ofrecida por leyes estatales con derecho federal informe sobre todo, de la banca al matrimonio gay. A pesar de todo esto, la gente sigue “votando con sus pies”, mudándose de estados, ciudades y condados con impuestos altos a estados, ciudades y condados con impuestos bajos. Los federales lo toleran porque tienen los más importantes impuesto de la renta, impuestos de ganancias de capital y más. Tratad de escapar de estos impuestos y veréis que no lo “amaréis”.
Publicado originalmente el 5 de junio de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.