En defensa de la propiedad privada: Mises y Aristóteles

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Acabo de releer dos textos fundamentales: Política de Aristóteles y Socialismo de Ludwig von Mises. Aunque escritos con casi dos milenios y medio de diferencia, resulta increíble lo mucho que se parecen estos dos tratados.

Ambos abordan la defensa de la propiedad y de las formas realistas de orden político frente a toda clase de soñadores, fanáticos y aspirantes a dictadores. Una contribución esencial en ambos libros consiste en la defensa de la institución de la propiedad privada frente a sus enemigos, que, como Aristóteles y Mises sabían, acabarían con todo lo que hay de maravilloso en la vida.

Cada uno tomó un camino diferente hacia el mismo objetivo. Aristóteles se centró en aquello que hace feliz a la gente y permite la realización de la vida virtuosa, pero tenía pocas nociones de economía, y su teoría de la propiedad era, como poco, problemática. Mises, por otra parte, se centró en la ciencia económica, y presentó una visión mucho más coherente de la propiedad, la libertad y el crecimiento económico.

Aun así, ambos cubren básicamente el mismo campo teórico. ¿Qué tipo de orden social y político es más propicio para la prosperidad humana, y cuál es el papel de la propiedad privada y de la vida privada en dicho orden?

Aristóteles habla de la imposibilidad de la realización de uno mismo bajo la propiedad colectiva.

En un Estado en que las mujeres y los niños fuesen comunes, el amor se diluiría; y el padre sin duda no diría ‘mi hijo’, ni el hijo diría ‘mi padre’. Al igual que un poco de vino dulce mezclado con una gran cantidad de agua es imperceptible en la mezcla, así se perdería, en este tipo de comunidad, la idea de relación basada en estos conceptos; no hay ninguna razón por la que el supuesto padre debería preocuparse por el hijo, o el hijo por el padre, o los hermanos entre ellos.

La ausencia de propiedad, por tanto, lleva al desprecio de la propia vida y de la vida de los demás. «¿Cuán inconmensurablemente mayor es el placer, cuando un hombre siente que una cosa es suya?», escribe Aristóteles: «pues el amor por uno mismo es un sentimiento que viene dado por naturaleza, y que no se da en vano (…)».

Todo depende de ello: la benevolencia, la datividad, el aprecio, e incluso el amor. «El mayor placer reside en hacer un favor o un servicio a amigos, invitados o compañeros, algo que solo puede hacerse cuando un hombre tiene propiedad privada», escribe Aristóteles. «Esa prerrogativa se pierde por la excesiva concentración del Estado».

Son todas reflexiones tremendamente profundas. Sin duda, la concepción aristotélica de la propiedad privada se ve seriamente empañada por su defensa de la esclavitud, y el filósofo es reacio a admitir a las mujeres en el ámbito de los ciudadanos que merecen lo que hoy llamamos derechos. Al leer estos textos, siempre hay que tener en cuenta lo perdidas que estaban realmente las contribuciones de la Ilustración en los antiguos filósofos. No sabían nada de derechos universales, de libertad de expresión o de libertad religiosa. Sin embargo, teniendo en cuenta esta salvedad, podemos ver a Aristóteles abriéndose camino hacia una teoría del orden social coherente.

Aristóteles llega incluso a condenar el saqueo de la propiedad a través del sistema político. «Si los pobres, por ejemplo, porque son más numerosos, se reparten entre sí la propiedad de los ricos, ¿no sería esto injusto? (…) Si esto no es injusticia, ¿qué podría serlo?» También es cierto lo contrario, según él mismo escribió. Sería injusto que los ricos emplearan su poder y su riqueza para saquear a los pobres.

Aristóteles repite su sentencia y resume: «No creo que la propiedad deba ser común, como sostienen algunos, sino que sólo por consentimiento amistoso podría haber un uso común de la misma; y tampoco ningún ciudadano debería verse en estado de necesidad».

Mises llevó todo este análisis mucho más lejos. El primer tercio de su Socialismo presenta una teoría completa del orden social y del lugar que le corresponde a la propiedad dentro de él. Trata la propiedad no como una ética o un plan de arriba a abajo, sino como una tecnología, algo creado a partir de un consenso social y que resulta necesario debido a la existencia de la privación material.

La generalización de la división del trabajo proporciona más oportunidades para crear la riqueza, y, finalmente, para crear el dinero, que es la clave para el cálculo económico racional en una economía moderna. Sin la propiedad privada de los bienes de capital, escribe Mises, no es posible afrontar los principales desafíos materiales que enfrenta la sociedad.

Ya conocemos las opiniones de los adversarios de Mises. Estaba rodeado de una clase académica de filósofos y economistas que en general simpatizaban con los ideales del socialismo. «El socialismo es la consigna y el lema de nuestros días», escribió. «El ideal socialista domina el espíritu moderno. Las masas lo aprueban. Expresa los pensamientos y los sentimientos de todos; ha estampado su sello en nuestra época».

Más adelante en el libro, Mises se ocupa de las ideas religiosas predominantes en su época, que se habían vuelto decididamente a favor del ideal socialista. Él las analiza, una a una, y muestra que la mayoría de los pensadores religiosos de su época no concebían la necesidad práctica que tiene una sociedad próspera de contar con instituciones económicas modernas arraigadas en la propiedad privada.

Mises prosigue su argumento para señalar que el fin de la propiedad implica en realidad el fin de la libertad. Todo aspirante a tirano vilipendia la propiedad privada, no porque el comunismo sea genial para la gente, sino porque la propiedad privada es una barrera para el poder y para el control del tirano. En su ausencia, el poder se impone y no existe nada que se parezca a la libertad. Sin propiedad privada, no puede haber libertad de prensa, libertad religiosa o libertad de asociación.

Los paralelismos con el libro de Aristóteles son sorprendentes. Estoy tratando de pensar en los problemas que enfrentaba Aristóteles en el siglo IV a.C. Estaba la influencia épica de Platón y de sus muchos discípulos. Platón escribió, ya sea irónicamente o no, a favor de una utopía comunista sin propiedad, sin familia, sin vida privada, y consideraba que se trataba de la única sociedad que estaba en consonancia con la justicia y con la armonía social.

Aristóteles se enfrentó a Platón, que era el representante del primer grupo de enemigos de la propiedad de todos los tiempos: la élite filosófica erudita. Así ha sido siempre, y así lo seguirá siendo.

Además, en tiempos de Aristóteles, había una religión oficial que era estable y fiable, y él exhortaba a la gente a que fuese fiel a ella. Estaba al servicio de la clase dominante, pero no era completamente disparatada. Sin embargo, el mundo se llenó de profetas autoproclamados por todas partes, gente que hablaba seriamente animando a la población con algún sueño delirante. Siempre y en todas partes, esto parece haber incluido el ideal socialista. ¡Si pudiéramos hacer que todas las cosas fuesen comunes, toda división humana desaparecería y emergería la utopía!

Este grupo, los místicos y los soñadores espirituales, se convirtió de este modo en el segundo grupo de enemigos de la propiedad. Entonces y ahora.

Pero aún existía otra fuerza peligrosa en la tierra: los aspirantes a tiranos. Los que mienten a la gente. Llegan al poder prometiendo democracia. Utilizan la desestabilización de la revolución para deponer un gobierno y promover otro mucho peor. Los déspotas aborrecen la vida privada de las personas que la propiedad hace posible. Proclaman las maravillas de la propiedad común, pero el resultado de sus visiones es siempre el mismo: más poder para los dictadores.

Afrontamos realmente una elección. O sufrimos bajo la bota del tirano o ratificamos el carácter sagrado de la propiedad privada. Aristóteles llegó a esta misma conclusión en el siglo IV a.C. Mises enfatizó el mismo punto en su maravilloso libro de 1922. Ambos vivieron en momentos radicalmente diferentes, y hablaron desde perspectivas diferentes, pero su preocupación era la misma. La propiedad y la libertad son ideales inseparables, tanto en sus épocas como en la nuestra.


Traducido del inglés por Jon Rouco. El artículo original se encuentra aquí.

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