Sí, es verdad que los libertarios monárquicos existen; y me sorprende la frecuencia con que los he encontrado en el pasado. En otros lugares he señalado cómo la Edad Media monárquica fue quizá lo más cerca que el mundo ha llegado a esa sociedad totalmente privatizada con la que muchos libertarios sueñan. Lo que me lleva a esta nueva revisión del tema es el gran número de libertarios que se asombran ante la idea de un libertarismo monárquico. No importa si eres libertario o no, el punto aquí es que no debiera ser chocante la idea de que un libertario sea a la vez un monárquico. El pensamiento libertario no contradice a la monarquía en la forma en que el comunismo o el socialismo sí lo hacen (el socialismo es el comunismo para alumnos de lento aprendizaje). Después de todo, el socialismo tiene que ver con hacernos a todos iguales, con tratar a todos por igual, y con utilizar el poder del Estado para eliminar todo tipo de discriminación. Sin negar que hoy en día hay monarquías altamente socialistas, es obvio que esto contradice la naturaleza misma de la monarquía, la cual –reconozcámoslo- supone una cierta cantidad de la discriminación: que no todo mundo es igual y que no todos serán tratados de una manera exactamente igual.
Por otra parte, los libertarios, que apoyan el capitalismo puro, admiten que la igualdad total es imposible e incluso no deseable. Aceptan que en el mercado libre algunos serán mejores que otros; algunos tendrán más, otros menos, y, como resultado de la competencia, “la crema se elevará a lo alto”, como suelen decir. Puede que algunos libertarios no quieran decirlo, o que lo encubran con un lenguaje que suene como republicano, pero es inherente a todo sistema capitalista el que emerja una élite natural. Eso pasa siempre; ni siquiera los gobiernos más socialistas o comunistas pudieron evitarlo, y todavía tienen una elite que intenta negarlo o lo justifica como algo temporal. En cambio, los libertarios admiten que algunos tendrán éxito, que algunos lo harán mejor, y que por tanto habrá desigualdad en una sociedad libre. Por ello me sorprende mucho que los libertarios miren con desdén a las monarquías. Ciertamente, no todo monárquico es un libertario (muchos se estremecerían ante la idea de serlo), pero todo libertario debiera ser un monárquico si llevara sus propias ideas hasta su última conclusión lógica. Dado que la mayoría de los libertarios aceptan y entienden la desigualdad inherente a su sistema ideal, dado que no tienen problema con esto y aun lo celebran como algo positivo, me sorprende mucho su sensiblería igualitarista cuando se habla de la monarquía.
Voy a esto: puesto que los libertarios creen que todo mundo debería tener la libertad de hacer lo que quiera, es absurdo decir que no tiene el derecho de elegir a su jefe de Estado. Debo confesar que este tipo de “lógica” no tiene sentido para mí. Yo pensaba que el libertarismo tenía que ver con el derecho a tomar decisiones para uno mismo, pero no para otras personas. Pero de eso trata la democracia: de que el 51% de la masa decida por el otro 49%. Al votar por el jefe de Estado eso te afectará no sólo a ti, sino también a otros. Por lo menos estarás diciendo a otros hombres lo que van a hacer durante los próximos cuatro años de su vida (o lo que dure el mandato). Yo pensaba que el libertarismo tenía que ver con la libertad de tomar decisiones que te afectan a ti, pero no con tomar decisiones que afectan a los otros. De hecho, la “lógica” de que el empleo más importante –el de jefe de estado- es algo que debe decidirse democráticamente siempre me ha parecido contraria a los principios fundamentales del libertarismo. Parece exactamente lo opuesto a lo que el libertarismo debiera ser. Si uno de los principios esenciales y centrales del libertarismo es que cada individuo es superior al colectivo, no logro entender porqué se considera muy libertario dejar que los individuos decidan todo, pero a la vez, cuando hay que elegir al jefe de Estado, se insiste en que esa decisión debe tomarla la colectividad.
Ningún libertario que se precie diría que las decisiones en una empresa deben ser tomadas por la voluntad democrática de los trabajadores de esa empresa. Los libertarios estarían de acuerdo en que la propiedad controlada por un individuo irá mucho mejor si las decisiones las toma ese individuo, no un colectivo; por tanto, siguiendo los principios libertarios, es razonable que un país sea gobernado por una sola persona, no por un colectivo. Un libertario que ha señalado esto, de manera admirable, es el economista Hans-Hermann Hoppe, en su obra Democracy: The God that Failed. Desde hace tiempo ha mostrado cómo las monarquías tradicionales se gobernaban mucho mejor que las democracias. Porque un monarca es, o al menos se percibe a sí mismo, como el “dueño” de su país, y se encarga de ello tan diligentemente como alguien lo haría con su propiedad; mientras que el político elegido democráticamente es sólo el cuidador temporal de un país, y trabaja sólo para saquearlo tanto como puede, y mientras puede, antes de que su mandato termine. Como explica Hoppe, la monarquía es una forma privada de gobierno, mientras que la democracia es una forma colectiva de gobierno, y él, como libertario, encuentra que la monarquía es por ello superior. Encuentra también algunos patrones históricos y económicos que apoyan su tesis, sobre todo en las monarquías tradicionales de la Edad Media, cuando el “gobierno” era minúsculo, los impuestos eran intermitentes o inexistentes, el gasto era bajo, las deudas de guerra eran el único tipo de la deuda; e incluso las propias guerras se libraban de forma limitada, pues los reyes perseguían metas específicas y no deseaban perder sus ejércitos, cuyo equipamiento y manutención eran costosos.
Así también, los libertarios enfatizan fuertemente el derecho a la propiedad privada, y entonces no debiera haber duda de que la democracia perjudica a la propiedad privada más que la monarquía. Desde los días de la antigua Grecia es bien sabido que las democracias fracasan tan pronto las personas descubren que pueden votar o tomar decisiones sobre la propiedad de otros. Y proceden a sangrar a los productores, los dejan con poco o sin nada, y la sociedad se derrumba como consecuencia; y esto siempre sucede porque, sea una democracia directa o una democracia representativa, los políticos aprenden con la misma rapidez que la manera de alcanzar y mantenerse en el poder es tomar de la minoría y dar a la mayoría. Nadie vota contra un político que le promete más cosas gratis. Por otro lado, nada es absoluto, pero un monarca está en una posición inherentemente superior para salvaguardar la propiedad privada, aunque sólo sea por su propio bien. Como dijo el rey Carlos I en su última declaración en el juicio, al defender sus propios derechos, defendía el derecho de cada súbdito a lo que era legítimamente suyo. Si se permite a la mayoría tomar lo que pertenece a la minoría, ¿qué impedirá que tomen también lo que pertenece al monarca? Él es, después de todo, la última minoría, puesto que sólo hay un rey. Nada lo impedirá; por ello el monarca desearía evitar que eso suceda.
De hecho se podría argumentar que la monarquía tradicional es la única forma en que un país libertario puede ser gobernado. Porque cualquier otro sistema implica el gobierno de colectivos de tamaños diversos; pero el liderazgo individual a nivel nacional sólo puede ser ejercido o por un monarca o por un dictador. Ahora bien, aquéllos que piensen que un dictador podría ser algo mejor, piénsenlo una vez más. Los dictadores son movidos por ideologías políticas, y normalmente no heredan su liderazgo a su propia sangre. Algunos consiguen hacerlo, como en Siria y Corea del Norte, pero siguen vinculados a ideologías políticas profundamente erróneas. Ahora, si ese dictador imaginario no tuviese ideología política y su dictadura fuera hereditaria, alguno preguntaría en qué se distingue eso de las viejas monarquías absolutistas, no tradicionales. Pero el que pregunte tendría que ser extremadamente preciso, y en todo caso el debate se tornaría insustancial y llevaría a inútiles disputas y controversias terminológicas.
Hoy en día no hay país que pueda ser considerado un paraíso libertario. Muchos países se están moviendo o se han movido en direcciones más libertarias en temas sociales (la legalización de la prostitución, el consumo de drogas, la homosexualidad, los juegos de azar y el aborto); pero muy pocos siguen consistentemente una dirección libertaria en el frente económico. Por el contrario, se aferran a la idea de economías mixtas o economías socialistas con planificación central, redistribución de la riqueza a través del estado, altos impuestos y regulación excesiva. Aun así, en el frente económico, nadie puede negar el éxito de micro-estados monárquicos, como Mónaco y Liechtenstein, o el de dependencias de monarquías con gobierno autónomo, como las Islas Caimán o la Isla de Man. Estos países tienen impuestos muy bajos, muy poca regulación y una gran libertad económica que los ha convertido en lugares fabulosamente ricos. Tienen también un rey que los gobierna directamente, o un representante del rey que los trata con una benigna negligencia (y no, eso no es malo: Hong Kong se convirtió en la envidia de Asia gracias a eso: una negligencia benigna). En el caso de Liechtenstein y (quizá aún más) Mónaco, el Príncipe Soberano ha sido comparado a menudo con el dueño de una gran compañía. Estas compañías han sido bien administradas, ambas son muy prósperas, y ciertamente sus gentes no se sienten oprimidas, conservan los frutos de su trabajo, y en su gran mayoría apoyan a la monarquía y están satisfechos con la cantidad de poder que detenta su príncipe.
El problema, me parece, es que mucha gente, incluidos muchos libertarios, tienen muy adentro en su cabeza la idea de que democracia = libertad, y de que, por lo tanto, todo libertario debe oponerse a la monarquía y apoyar la democracia. Sin embargo, de hecho la democracia no es garantía de libertad personal, ni es un contrapeso eficaz del poder estatal. El actual Presidente de los Estados Unidos tiene más poder sobre las vidas de sus “ciudadanos” que el rey Luis XIV de Francia tuvo jamás sobre sus súbditos. La democracia es sólo un método de elección, y al contrario de lo que muchos parecen pensar, la libertad personal muy fácilmente puede ser expulsada en una democracia. En The Federalist Papers No.25, el “Padre Fundador” Alexander Hamilton escribió: “Es una verdad demostrada por la historia que el pueblo siempre corre el mayor peligro cuando los medios de perjudicar sus derechos están en manos de aquéllos de los que el pueblo menos sospecha”. Esto es verdad, y es exactamente la razón por la cual la democracia ha traído consigo mayor tiranía que las monarquías tradicionales. Lo más cerca que el mundo llegó a una sociedad privatizada fue durante las monarquías de la Edad Media, y aunque, en teoría, es al menos posible que una sociedad más libertaria pueda darse en una monarquía, es imposible creer que una democracia podría ser libertaria cuando cualquiera, con sólo votar, puede echar todo abajo. Como dije al comienzo, no todo monárquico debiera ser un libertario (yo no lo soy, y no intento convertir a nadie), pero, dados los hechos, sin duda cada libertario debería ser un monárquico.
Traducción por William Gilmore. El original aquí.