Hay un error popular que dice que dar ventajas fiscales a sectores económicos es lo mismo que subvencionarlos. Tristemente, como muchos mitos económicos, este simplemente no morirá.
El sector del videojuego ofrece un excelente ejemplo. Los críticos han estado argumentando durante años que los desarrolladores de juegos de EEUU reciben ventajas y “subvenciones” injustas a través de una serie de desgravaciones fiscales estatales y federales que rebajan el coste del diseño del juego y estimulan artificialmente su producción.
La fuente más comúnmente citada para esta crítica es un artículo del New York Times reprendiendo a los desarrolladores por reclamar varios de estos beneficios fiscales excepcionales. Y aunque el error económico no es extraño en el NYT, incluso algunos defensores de los mercados libres han caído en la trampa. Dada esta confusión, vale la pena ver más de cerca las ideas subyacentes.
Las desgravaciones fiscales no son subvenciones
Hace décadas, economistas como Mises y Rothbard ya argumentaban que las desgravaciones fiscales no son económica ni éticamente equivalentes a recibir subvenciones. Dicho de forma sencilla, permitir que te quedes con tu renta no es lo mismo que tomarla de tus competidores. Exenciones y resquicios no redistribuyen riqueza por medio de la fuerza; impuestos y subvenciones lo hacen, beneficiando así a algunos productores a costa de otros.
Sí, los empresarios que aprovechen las desgravaciones fiscales incurrirán en costes menores que los empresarios que no. Pero eso no demuestra que las exenciones o resquicios proporciones ventajas injustas; de hecho, es justamente lo contrario: demuestra que los impuestos penalizan a los empresarios que no tengan la suerte suficiente como para tener que evitar pagar a factura.
Las desgravaciones fiscales son beneficiosas para quienes las reclaman, pero no son subvenciones. Más bien las exenciones y resquicios no salvavidas en un mar de redistribución de riqueza. Mises lo dijo perfectamente: “el capitalismo respira a través de esos resquicios”. Tristemente, esta idea sencilla continúa eludiendo a la mayoría de los comentaristas.
Por ejemplo, el NYT afirma que la desarrolladora Electronic Arts recibe “ayuda financiera de mamás y otros contribuyentes de Estados Unidos para reducir su declaración de impuestos federales”. Pero EA no recibe nada de otros contribuyentes al ver reducida su propia declaración de impuestos. Las desgravaciones fiscales no son imposiciones, salvo que creamos que “mamás y otros contribuyentes” tengan derecho a las rentas generadas por el sector.
El gobierno no es la fuente de la riqueza
Argumentos similares se hacen respecto del gobierno más generalmente:
Durante los últimos cinco años [c. 2006–2011], Electronic Arts ha reclamado decenas de millones de desgravaciones fiscales por investigación y desarrollo de sus diversos juegos, según las declaraciones de la empresa. (Directivos de la empresa rechazaron especificar cuánto de ese total provino del gobierno federal).
Suena como si EA usara el dinero de otros para financiar sus propios proyectos egoístas, pero repito, la empresa simplemente pagó menos en impuestos de lo que podría haber pagado. Salvo que el gobierno fuera la fuente de riqueza o tuviera un derecho prioritario a ella (y por supuesto no es así), no hay razón para pensar en las desgravaciones fiscales como tomar privadamente de las arcas públicas.
Por desgracia, mucha gente sí piensa en el gobierno como un árbitro imparcial distribuyendo ayuda a los necesitados. Para estos críticos, el debate no ha terminado sobre si los resquicios son técnicamente subvenciones o incluso si las subvenciones son económicamente beneficiosas. Por el contrario, el problema es que el sector del juego está reclamando sibilinamente excepciones que no merece.
Las desgravaciones fiscales relevantes datan de las décadas de 1950 y 1980 y se pensaron originalmente para impulsar la competitividad de EEUU, luchando primero contra la Unión Soviética y luego contra Japón.[1] Las excepciones destacaban principalmente las nuevas tecnologías, pero acabaron expandiéndose al desarrollo de software y otros tipos de investigación usados en el desarrollo de juegos. Pero los especialistas argumentan que el juego no innova lo suficiente como para justificar los beneficios de estas excepciones:
Michael D. Rashkin, autor de “Practical Guide to Research and Development Tax Incentives”, indicó que el sector del videojuego no había nombrado ninguna novedad que haya ayudado a nadie más allá de sus accionistas, empleados o clientes. [!]
¿A qué otros podría estar ayudando? La afirmación de Rashkin es especialmente desconcertante cuando consideramos que las estimaciones del número de jugadores en todo el mundo excede con mucho la cantidad de mil millones. ¿No basta con que los juegos creen valor para tanta gente?
Aparentemente, no es la innovación como tal lo que importa: tiene que ser el tipo de innovación que resulta agradar a los críticos. Por ejemplo:
“El crédito a la investigación beneficia a las empresas equivocadas y estimula el tipo erróneo de investigación”, dijo Mr. Rahskin, un experto fiscal y ejecutivo en Marvell Technology, una empresa con sede en Santa Clara, California. “Al desviar financiación y atención de donde podría ser más útil, el crédito está perjudicando a la innovación estadounidense”.
Estos ataques condescendientes a los diseñadores de juegos son desgraciadamente comunes y suenan casi como los fisiócratas, que opinaban que cualquier trabajo fuera de la agricultura (especialmente para la producción de servicios de consumo) era improductivo. Pero una aproximación subjetiva a la teoría del valor no revela ninguna base económica para esas comparaciones entre innovación “buena” y “mala”.
Por supuesto, cuando se critica la intervención o se apoya a los mercados, tenemos que tener cuidado de no defender el estatus quo económico. El sector de los juegos sí se beneficia de alguna protección económica, especialmente mediante la ley de propiedad intelectual.[2] Pero eso no justifica otras imposiciones a los desarrolladores; como mínimo, resquicios cerrados o impuestos adicionales solo seguirían un patrón similar de redistribución de riqueza, en su mayor parte para beneficio de los mayores competidores del sector.
En definitiva, necesitamos ver la intervención como es y evitar confundir problemas genuinos con lo que son realmente soluciones (aunque solo sean marginales). Solo así podemos estar seguros de que las únicas “subvenciones” que reciben los productores son las de consumidores voluntarios.
[1] Merece la pena señalar que la productividad soviética acabó resultando ser un espejismo socialista, mientras que el crecimiento de Japón un auge en buena parte alimentado con crédito seguido inevitablemente por un declive.
[2] Algunas protecciones varían por región. Además de las desgravaciones fiscales, es estado de Texas también reembolsa el gasto dentro del estado de los desarrolladores, lo que podría incluso exceder sus pagos de impuestos. Además, mientras que las políticas de EEUU y Reino Unido se centran de modo similar en las desgravaciones fiscales, el gobierno canadiense si parece haber subvencionado directamente la apertura de nuevos estudios en Montreal y Toronto, aunque no está claro en qué medida las desgravaciones fiscales también afectaron a estos acuerdos.
Publicado originalmente el 27 de mayo de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.