Entre finales de los 70 y principios de los 80 en Los Ángeles fue una época próspera para los libertarios. En esos años tuve la suerte de conocer a muchas notables personalidades y escritores influyentes que vivían en el área de Los Ángeles, y entre ellos, Sam Konkin, o para dar su nombre completo, Samuel Edward Konkin III, fue uno de los más significativos.
Uno no podía dejar de ver a Konkin en cualquier reunión libertaria. Para mostrar sus ideas anarquistas, se vestía completamente de negro, un color asociado con ese movimiento desde el siglo XIX. Si alguna vez cambió su atuendo, no puedo decirlo, porque no lo conocía bien; pero en las ocasiones en que lo veía, él siempre llevaba este color.
Konkin tenía un don para acuñar palabras que atraían al público libertario, e incluso algunos libertarios no familiarizados con Konkin usan hoy sus términos. Llamaba a los partidarios de un Estado mínimo “minarquistas,” condenó a los del Partido Libertario como “partiarcas”, y advirtió en contra de la influencia indebida del “Kochtopus”. Recuerdo otra de sus acuñaciones, que no se ha hecho famosa. Ésta se deriva de su desdén por los minarquistas; en particular, no era un admirador del líder teórico minarquista, Robert Nozick. No creo que esto se haya escrito, pero llamaba a los seguidores de Nozick “Nozis“. Esto era poco amable, pero en cualquier caso era divertido.
Konkin fue mucho más que un ingenioso creador de palabras. Murray Rothbard, que a menudo estaba en desacuerdo con Konkin, dijo de él: “Y, sin embargo, los escritos de Konkin son bienvenidos. Porque necesitamos mucho más policentrismo en el movimiento. Debido a que él sacude a los “Partiarcas” que tienden a caer en la irreflexiva autocomplacencia. Y, sobre todo, porque él se preocupa profundamente por la libertad y puede leer y escribir, cualidades que parecen estar pasando de moda en el movimiento libertario.” (Konkin sobre la Estrategia Libertaria)
Si examinamos la obra principal de Konkin, Manifiesto Neo Libertario, nos confirma la grata opinión de Rothbard sobre él. Aunque su pensamiento no siempre sienta cátedra, muestra una notable originalidad, y plantea cuestiones importantes. Él comienza con un asalto sostenido al Estado como depredadores y criminales: “Tal institución de la coerción -centralizando inmoralidad, dirigiendo robos y asesinatos, y coordinando opresiones en una escala inconcebible por cualquier criminal- existe. Es la Mafia de las mafias, Jefe de las pandillas, Conspiración de conspiraciones. Ha asesinado a más personas en los últimos años que todas las muertes de la historia antes de este tiempo; ha robado en los últimos pocos años más que toda la riqueza creada en la historia hasta ese momento; ha engañado -para su supervivencia – a más mentes en los últimos años que toda la irracionalidad de la historia hasta este tiempo; Nuestro Enemigo, El Estado“.
Para los lectores de Rothbard, esta es la tónica general, pero pronto Konkin muestra que se diferenciaba de Rothbard en aspectos importantes. Por un lado, rechazaba los castigos por violaciones del principio de no-agresión: sólo la restitución era justificable. “Uno debe concluir esta descripción de la teoría de la restauración haciendo frente a algunas de las arcanas objeciones de la misma. La mayoría de estas se reducen a los desafíos de atribuir valor a los bienes o las personas violadas. Dejar que el mercado impersonal y la víctima decidan parece más justo tanto para la víctima como el agresor. Este último punto ofende a algunos que sienten que el castigo es necesario para los malos pensamientos; la reversibilidad de la escritura no es suficiente para ellos.”
La verdadera originalidad de Konkin salió en su propuesta de lucha contra el Estado. Los libertarios, él decía, deben rechazar la acción política. En su lugar, deben pasar del Estado en su vida cotidiana en la medida que es posible. Para ello, deben llevar a cabo sus negocios en el mercado negro o gris. “Además de algunos Nuevos Libertarios ilustrados tolerados en las áreas estatistas más liberales del mundo (la “tolerancia” existe en el grado de contaminación libertario del estatismo), ahora percibimos algo más: un gran número de personas que están actuando de una manera agorista con poca comprensión de cualquier teoría, pero que son inducidos por la ganancia material para evadir, evitar o desafiar al Estado. Sin duda, son un potencial esperanzador”. En el mercado negro, los bienes que el Estado considera ilegal se compran y venden, por supuesto fuera del dominio del Estado. Los productos que no son ilegales, pero que se comercializan sin el conocimiento del estado constituyen el mercado gris. Konkin llamaba las transacciones en estos mercados, así como otras actividades que evitaban el Estado, “contra-economía“. Pacíficas transacciones tienen lugar en un mercado libre, o ágora: de ahí su expresión “agorismo” para la sociedad que trataba de lograr.
Para que este proceso tenga lugar, una importante condición tiene que cumplirse, y esto Konkin lo sabía. Un gran número de personas deben actuar como emprendedores independientes, en lugar de trabajar como asalariados. El Estado sería poco probable que ignorase a las altamente estructuradas empresas; sólo los individuos, o como máximo grupos muy pequeños, podían aspirar a evitar sus garras. Mucho mejor, argumentó Konkin. Los individuos libres, pensó, deberían, en cualquier caso, no tener que trabajar para los demás.
Pero, ¿puede una sociedad a gran escala formarse casi en su totalidad de personas que trabajan para sí mismas? Murray Rothbard no lo creía. Levantó contra Konkin una objeción importante: “En primer lugar, hay un error fatal, que no sólo vicia la estrategia agorista de Konkin, sino también le permite evadir el problema de la organización (ver más abajo). Es esta asombrosa opinión de Konkin de que trabajar por salarios es de alguna manera anti-mercado o anti-libertario, y desaparecería en una sociedad libre. Konkin afirma ser un austriaco economista de libre mercado, y cómo puede decir que una venta de la mano de obra voluntaria por dinero es de alguna manera ilegítima o no-libertaria. Por otra parte, es simplemente absurdo que pensie que, en el mercado libre del futuro, el trabajo asalariado desaparecerá. La contratación independiente, tan amable como algunos la ven, no es rentable para la actividad manufacturera. Los costos de transacción serían demasiado altos. Es absurdo, por ejemplo, pensar en la fabricación de automóviles por medio de subcontratados independientes y autoempleados.”
Konkin respondió, con guión característico, pero en mi opinión, sin éxito; pero los lectores pueden juzgar por sí mismos. En lugar de hacer girar los detalles del agorismo de Konkin, me gustaría concentrarme en la parte menos conocida pero más estimulante y provocadora de su pensamiento.
Konkin rechazaba por completo la Propiedad Intelectual y en 1986 escribió un artículo importante sobre el tema. Algunos lectores pueden encontrar este hecho sorprendente, ya que creen que la “revolución anti-PI” (PI: Propiedad Intelectual) es una cosa de nuestros tiempos, pero este punto de vista se basa en un malentendido. Mucha gente piensa que la mayoría de los libertarios, hasta la reciente revolución, apoyaban las patentes y derechos de autor. Es cierto que Ayn Rand y sus seguidores apoyan la PI, pero de ninguna manera todos los libertarios fuera de sus rígidos círculos están de acuerdo con ella. Al contrario, las visiones anti-PI estaban muy en el aire, hace treinta años: Wendy McElroy destaca sobre todo en mi mente como una crítica contundente y eficaz a la PI. Incluso antes, Rothbard estuvo en el Man, Economy, and State (1962) a favor de la sustitución del sistema de patentes y derechos de autor del Estado por acuerdos contractuales, negociados libremente. (Si uno se mueve fuera de libertarismo moderno, Benjamin Tucker rechazó la PI hace más de un siglo, como Wendy McElroy ha documentado en un artículo destacado.)
Konkin sostuvo que los derechos de propiedad privada se derivan de la escasez. Pero las ideas no son escasas; una persona usando una idea no excluye a nadie a usarla. “La propiedad es un concepto extraído de la naturaleza por el hombre para designar a la distribución de bienes escasos -todo el mundo material- entre avariciosos egos compitiendo. Si tengo una idea, es posible que tengas la misma idea y eso no me quita nada a mi. Usas las tuyas como quieres y yo hago lo mismo con las mías.” No había, pues, ninguna base de la ley natural de la propiedad en las ideas.
¿Qué sucede si alguien niega esto? ¿No podría uno, entonces, decir que cualquiera que acuñara una nueva palabra debería perpetuar su propiedad sobre ella? Un notable libertario de aquellos días, A.J. Galambos, no retrocedió al sostener exactamente esto, pero la mayoría de los defensores de la PI se negaron a presentar su lógica hasta el final. ¿Sobre qué base, sin embargo, lo hacen? “A. J. Galambos, bendito su anarco-corazón, trató de llevar los derechos de autor y las patentes a una conclusión lógica. Cada vez que rompemos un palo, el primero que lo hizo debería cobrar un royalty. Las ideas tienen propietario, dice él; locura y resultado caótico.”
Para Konkin, el argumento contra la Propiedad Intelectual de la ley natural era de suma importancia, pero se encontró con defensores de la Propiedad Intelectual en sus propios términos utilitaristas. No era cierto, dijo, que los autores no pudiesen escribir sin la protección de los derechos de autor. Los que escriben por los beneficios seguirían encontrando amplios incentivos financieros en un mundo sin PI: “Pero, por desgracia, la eliminación inmediata de los derechos de autor tendría un efecto insignificante en el sistema estrella. A pesar de que se corte en el tren de vida del sistema actual, no tendría ningún efecto en su mayor fuente de ingresos: el contrato para su próximo libro (o guión, juego o incluso artículo de una revista o un cuento corto). Ahí es donde está el dinero. ‘Eres tan bueno como lo es tu última creación’ -pero cobras por eso en tu próxima venta. Las decisiones del mercado se hacen por ventas anticipadas.”
Konkin otra vez anticipa otro tema muy destacado en la reciente revolución. Él rastrea el origen de la Propiedad Intelectual en los privilegios de monopolio otorgados por el Estado: “Si los derechos de autor son una mierda, ¿por qué y cómo evolucionaron? No por procesos de mercado. Igual que todos los privilegios, eran garantizados por el Rey. La idea no podía -ni podría- surgir hasta la imprenta de Gutenberg, y coincidió con el surgimiento de la divinidad real, y poco después, el ataque del mercantilismo”. Concluye con su estilo característico: “Es [el copyright] una criatura del Estado, pequeño murciélago del Vampiro. Y, por lo que a mí respecta, la palabra debe ser copywrong.».
Konkin no ideó estos argumentos, pero es mérito singular suyo el darles un reparto claramente libertario. La mayor parte de las consideraciones a favor y en contra de las patentes y derechos de autor han sido durante mucho tiempo conocidas por los economistas. En la Acción Humana, por ejemplo, Mises menciona que las ideas o “recetas”, como él las llama, pueden ser utilizadas por muchas personas al mismo tiempo. También señala que las patentes comenzaron como privilegios de monopolio del Estado. Poner fin a la Propiedad Intelectual podría convertir las invenciones en economías externas; en contra de esto se deben establecer ventajas para el primer creador. No hay noticia en el breve tratamiento de Mises que lo que él pensaba fuera original. Por el contrario, parece ser un resumen de un consenso bien establecido en las consideraciones pertinentes. (Véase la Acción Humana, Edición Escolar, pp.657-658.)
El trabajo de Konkin sobre la PI merece por lo menos igual reconocimiento como su más conocida defensa de la contra-economía y agorismo; y, en la medida en que las visiones anti-PI vienen a prevalecer entre los libertarios, mi predicción es que Sam Konkin será un nombre que a menudo escucharemos.
Traducido del inglés por Josep Purroy. El artículo original puede encontrarse aquí.