Subvencionar la enfermedad

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[Este discurso se pronunció en la convención anual de la Asociación de médicos y cirujanos de América, en St. Louis, Missouri, el 26 de octubre de 2000]

 

A lo largo del siglo XIX, la ideología socialista ganó terreno entre intelectuales que trataban de revivir sueños antiguos de una estado total que gestionara todos los aspectos de las vidas de las personas. Los críticos también sopesaban explicar que el socialismo tenía limitaciones éticas y prácticas. Si se deroga la propiedad privada, algo que propone hacer el socialismo, se deroga el intercambio económico, que es una fuente de paz social. Además, se elimina el motivo del lucro, que es un factor importante para impulsar a la gente a trabajar y producir.

Las principales críticas a este modo dominante de crítica es que estaba centrado estrechamente contra la idea de eliminar completamente la propiedad privada. Además, las críticas económicas del socialismo en siglo XIX no iban al núcleo del asunto, que es que cualquier intento de obstaculizar los frutos de las fuerzas del intercambio económico llevan a los recursos a usos antieconómicos. Una economía se define como un sistema en el que las energías y recursos humanos e emplean para sus propósitos más productivos. No solo el socialismo, sino todas las intervenciones en el mercado libre redirigen recursos en formas que son contraproducentes: lejos del sector voluntario de la sociedad y hacia el sector estatal.

La historia de la teoría socialista está llena de políticas sobre el mercado médico. Controlar el acceso de la gente a la atención médica es controlar sus propias vidas, así que no sorprende que este sea el objetivo de todo estado. En el curso de un siglo hemos realizado una larga marcha desde un sistema de provisión médica esencialmente privado a uno dominado por programas y órdenes no libres.

Y aun así, lamento informar de que EE. UU., a pesar de enormes intervenciones a una escala inimaginable en una época de mercados libres, sigue siendo más libre que la mayoría de los lugares del mundo. La privatización de la provisión médica no está en el radar de los políticos mundiales, ni siquiera después de fracasos manifiestos. Incluso después de completo colectivismo de la Unión Soviética ye Europa Oriental, ha habido mínimos movimientos por una reforma en el sector médico.

Estamos muy lejos de pensar con claridad sobre el tema de la atención médica y de darnos cuenta de que la provisión de servicios médicos de cualquier tipo es mejor que se deje a las fuerzas de la economía de mercado y el sector caritativo que puesta en las manos del estado regulador, intruso y fijador de impuestos.

Ludwig von Mises fue el mayor crítico del socialismo, habiendo escrito el ataque decisivo en 1922. A su libro se le atribuye habitualmente que demostró por qué no podía funcionar nunca el socialismo al estilo soviético. Pero menos conocido es el hecho de que atacaba toda la panoplia de las que llamaba políticas “destruccionistas”, que incluían las políticas médicas de los estados de bienestar en el mundo germanoparlante del momento. Mises tiene una forma de ir al núcleo del asunto, así que sus comentarios sobre el seguro sanitario socializado se aplican a nuestra situación actual. Los críticos de su época apreciaron su oposición y los criticaron como desvarías de un liberal clásico extremista. Si es así me encanta desvariar.

Permítanme citar completos sus comentarios:

Para el defensor intelectual del seguro social y para los políticos y estadistas que lo aplicaron, la enfermedad y la salud aparecían como dos condiciones del cuerpo humano radicalmente diferenciadas entre sí y siempre reconocibles sin dificultad o duda. Cualquier doctor podría diagnosticar las características de la “salud”. La “enfermedad” era un fenómeno corporal que se mostraba independientemente de la voluntad humana y no era susceptible a influencia por la voluntad. Había gente que por una u otra razón simulaba enfermedad, pero el doctor podía descubrir el fingimiento. Solo la persona sana era completamente eficiente. La eficiencia de la persona enferma se rebajaba de acuerdo con la gravedad y naturaleza de su enfermedad y el doctor era capaz, por medio de pruebas fisiológicas determinables objetivamente, de indicar el grado de reducción de la eficiencia.

Pero toda la exposición en esta teoría es falsa. No hay una frontera claramente definida entre salud y enfermedad. Estar enfermo no es un fenómeno independiente de la voluntad consciente y de fuerzas físicas trabajando en el subconsciente. La eficiencia de un hombre no es simplemente el resultado su condición física: depende en buena parte de su mente y voluntad. Así que toda la idea de poder separar, por examen médico, los no aptos de los aptos y de los falsos enfermos y de los capaces de trabajar de los incapaces de trabajar, resulta insostenible. Los que creían que el seguro médico y de accidentes podían basarse en medios completamente efectivos de evaluar enfermedades y lesiones y sus consecuencias estaban muy equivocados. El aspecto destruccionista del seguro médico y de accidentes reside sobre todo en el hecho de que dichas instituciones promueven accidentes y enfermedades, obstaculizan la recuperación y a menudo crean, o en todo caso intensifican y alargan, los desórdenes funcionales que siguen a la enfermedad o el accidente.

Sentirse sano es bastante distinto de estar sano en sentido médico y la capacidad de un hombre de trabajar es en buena parte independiente del rendimiento psicológicamente valorable y medible de sus órganos individuales. El hombre que no quiere estar sano no es simplemente un falso enfermo. Es una persona enferma. Si la voluntad de estar bien y ser eficiente se debilita, se causa enfermedad e incapacidad para trabajar. Debilitando o destruyendo completamente la voluntad de estar bien y ser capaces de trabajar, el seguro social crea enfermedad e incapacidad de trabajar, produce la costumbre de quejarse, que es en sí mismo una neurosis, y neurosis de todo tipo. En resumen, es una institución que tiende a animar la enfermedad, por no hablar de los accidentes, y a intensificar considerablemente los resultados físicos y psíquicos de accidentes e enfermedades. Como institución social, enferman física y mentalmente a la gente o al menos ayudan a multiplicar, alargar e intensificar la enfermedad.

Así hablaba Mises. Observa que hay un riesgo moral con la medicina socializada y subvencionada. Porque no hay una línea clara entre enfermedad y salud y el lugar real en el que estés depende de la decisión individual. Cuantos más servicios médicos proporcione el estado como parte del estado de bienestar, más programas refuerzan las condiciones que producen la necesidad de hacer uso de ellos. Esta sola idea ayuda a explicar cómo la medicina socializada elimina los incentivos para estar sano y maximiza el problema de la sobreutilización de recursos. Por tanto la medicina socializada debe fracasar por las mismas razones que debe fracasar todo el socialismo: no ofrece ningún sistema para asignar recursos racionalmente y por el contrario promueve la sobreutilización de todos los recursos acabando en bancarrota.

Y ahora consideremos la campaña presidencial de 2000. Los grupos del país más dependientes médicamente son ancianos, que resultan también ser, al mismo tiempo los miembros más adictos al gobierno y más acomodados financieramente. Su atención médica se paga en buena parte mediante dólares públicos. Y aun así este grupo está muy unido en la defensa de que no basta. Reclaman que sus medicamentos sean gratuitos o al menos tan baratos como las frutas y las verduras en la tienda. Y los candidatos responden, no apuntando la falta de realismo y la ilegitimidad de sus demandas, sino compitiendo por ver quién puede proporcionar medicamentos gratuitos más rápidamente mediante un plan centralizado u otro.

¿Puede alguien dudar de que Mises tenía razón, de que la medicina socializada ha llevado a un estado enfermo de mente que ha arrasado y ahora domina la cultura? La costumbre de quejarse es endémica en este sector de la sociedad. Nunca ha habido tantos ricos a los que se haya dado tanto por el gobierno reclamando mucho más. Y los políticos no han sido ridiculizados por mimarlos, sino recompensados hasta el punto de que pueden soñar con planes centralizados que agraden a la clase quejosa mediante aún más regalos.

¿Y cuándo acaba esto? Cuando los cofres se agotan. Hasta entonces, las subvenciones actúan distorsionando el mercado y distorsionando el sentido propio de la gente. Y nadie ha señalado durante esta campaña presidencial qué significaría este programa para las farmacéuticas. Esencialmente, las nacionalizaría ordenándolas que trabajen primero para el gobierno que estaría subvencionando las compras de medicinas y solo después para el consumidor. Pero esta es la vía que siguen todos los pasos hacia la medicina socializada: en lugar de médicos y pacientes realizando intercambios cooperativos, tenemos al gobierno en medio de ellos y dictando la atención médica.

A veces se dice que la atención médica es demasiado importante como para dejarla al mercado y que es inmoral beneficiarse de las enfermedades de otros. Yo digo que la atención médica es demasiado importante como para dejarla a los planes centralizados fracasados de la clase política. Y respecto de beneficiarse proporcionando atención médica, nunca se nos puede recordar lo suficiente que, en una sociedad libre, un beneficio es una señal de que se están proporcionando a l gente servicios valiosos de forma voluntaria. Los beneficios son simplemente un subproducto del sistema de propiedad privada y la libertad de intercambio, dos condiciones que son la base de un sector médico innovador y receptivo.

Sin embargo, en el siglo reciente, estas instituciones han sido atacadas y subvertidas a todos los niveles. En el mercado de la atención médica, el proceso empezó a finales del siglo XIX con las políticas del alemán Otto von Bismarck, que buscaba una tercera vía entre el viejo liberalismo y le comunismo. Como originador del nacionalsocialismo destinado a desbaratar el socialismo internacional, reclamaba ser el primero en establecer un sistema nacional de atención sanitaria, adoptando así el mismo socialismo que afirmaba estar combatiendo.

Desde entonces los políticos han seguido este camino, continuando con el emperador Francisco José de Austria-Hungría, Guillermo II de Alemania, Nicolás II de Rusia, Lenin, Stalin, Salazar de Portugal, Mussolini de Italia, Franco en España, Yoshihito e Hirohito de Japón, José Vargas de Brazil, Juan Perón de Argentina, Hitler yFDR. ¡Menuda lista! Como personas, la mayoría se ha desacreditado y denostado como dictadores. Pero sus políticas de atención médica se siguen viendo como el mismo espíritu de la política pública compasiva, a expandir ordenar, un mundo sin fin.

En cada caso, el líder nacional señalaba la importancia de la atención médica centralizada para la salud de la nación. Pero lo que era siempre más importante era el hecho de que dichas políticas recompensaban a políticos y partidos en el poder con control adicional sobre el pueblo, mientras arrastraban a la profesión médica (un sector importante e independiente que es potencialmente un gran baluarte contra el poder del estado) a un sistema público de ordeno y mando.

Antes de llegar al poder, el partido de Hitler, por ejemplo, hizo declaraciones condenando la medicina socializada y el seguro social obligatorio como una conspiración para rebajar la hombría alemana. Pero una vez en el poder, vieron las ventajas de los mismos programas que condenaban. Como argumentaba  Melchoir Palyi, Hitler vio que el sistema era en realidad un gran medio para la demagogia política, un bastión del poder burocrático, un instrumento de disciplina y una reserva de la que conseguir trabajos para favoritos políticos. En 1939, Hitler había extendido el sistema de seguro obligatorio a las pequeñas empresas y reforzado el sistema en Austria. Una de sus últimas acciones en 1945 fue incluir en el sistema a los trabajadores de empleos de tipo irregular, socializando la atención médica incluso en sus últimos días.

Después de la guerra, el Partido Social Demócrata a cargo de la desnazificación expandió inmediatamente su sistema para centralizar aún más el sector médico. En el frente de la atención sanitaria, Hitler todavía puede lograr su Reich de los mil años.

La Unión Soviética siguió una vía más radical. Fue el primer país en adoptar una atención médica completamente socializada, el sueño del Partido Demócrata en este país. En 1919, Lenin firmó un decreto que decía que todo ciudadano soviético tenía derecho a atención médica gratuita. En 1977, este derecho se expandió enormemente para convertir en derecho a la propia salud, un lenguaje ahora usado habitualmente por los políticos de EE. UU.

En los años intermedios, la Unión Soviética albergó unos de los sistemas más atrasados, asesinos y coactivos de provisión médica nunca inventados. El país formó a más doctores que nadie en el mundo, pero las estadísticas vitales mostraban un panorama más completa. La esperanza de vida era 10 o 20 años menor que en los países occidentales. La mortalidad infantil era el doble mayor. Cuando se desplomó el socialismo, se dijo que 80 millones de personas tenían enfermedades crónicas y hasta el 68% de la gente estaba mal de salud según los estándares internacionales. El retraso mental afectaba a casi un cuarto de los niños, una consecuencia de las graves privaciones.

A la gente normal le era imposible tener acceso a medicinas decentes. Las tiendas solo tenían las medicinas más primitivas. Sin embargo, el país estaba inundado de penicilina, como ordenaba el plan centralizado, un plan que se alteró ni siquiera cuando los ciudadanos se convirtieron en resistentes a ella. Los hospitales alojaban de 12 a 16 pacientes por habitación. Más de un tercio de los hospitales rurales no tenían agua corriente. Las jeringuillas se reusaban una media de 1.000 veces. Para mantener la tasa de mortalidad planificada, los hospitales echaban habitualmente a la gente antes de morir, de forma que el hospital no sobrepasara su cuota.

Por supuesto, la mayoría de la atención real era sumergida, donde sobornar para conseguir anestesia era común. El antiguo economista soviético Yuri N. Maltsev señala que este método se usaba incluso en el caso del aborto, que era el procedimiento quirúrgico más común en la Unión Soviética. Después de que Maltsev emigrara a EE. UU., se asombraba al ver que EE. UU. estaba adoptando muchos de los principios que dirigían el antiguo sistema soviético. Pero en EE. UU., no se le llama socialismo o comunismo. Se llama seguro.

Todos los sistemas occidentales se han basado en una idea profundamente defectuosa del seguro. Después de que se presentara el absurdo plan médico de Hillary en 1993, aparecí en debates en National Review y el Instituto Claremont sobre el tema y expliqué lo que es un seguro y lo que no. El plan de Hillary no era un seguro. Era disciplina a través del estado del bienestar. Otros participantes estaban horrorizados de que estuviera criticando no solo el plan de Hillary, sino el mismo principio del seguro público, remontándome a Bismarck. Así que, para no confundirnos, déjenme que me explique.

El mundo está lleno de riesgos, entre los cuales están los propios de la naturaleza de las cosas y los que pueden aumentarse o disminuirse de acuerdo con la voluntad humana. Los riesgos contra los que puedes asegurarte son aquellos sobre los que no tienes ningún control. No puedes impedir que un huracán destruya tu casa. Las posibilidades de que ocurra esto son aleatorias. Por tanto puedes protegerte contra pérdidas mediante seguro con cuotas razonables, establecidas de acuerdo con el factor de riesgo. Si realizas acciones que producen tu propia destrucción y tratas de percibir la indemnización, estás sin embargo cometiendo un fraude al seguro. Porque los resultados que pueden controlarse directamente no son aleatorios y por tanto no son asegurables.

El riesgo de enfermar combina variables aleatorias y no aleatorias. Las enfermedades catastróficas pueden distribuirse al azar y por tanto ser aseguradas. Pero un mantenimiento rutinario sigue muchas líneas predecibles que deben reflejarse en las primas. La forma más eficaz en costes de pagar la atención médica es la misma forma en que se paga el mantenimiento de un automóvil: una tarifa por servicio. En un mercado libre, esta debería ser la forma dominante de financiación de la atención médica. Los precios serían claros y competitivos y habría rangos de calidad disponibles para todos. No habría ningún riesgo moral. Este era, por supuesto, en buena parte el sistema anterior.

Lo que se llama seguro sanitario en EE. UU. consiste en dos tipos: uno proporcionado por empresarios, en el que al asegurador no se le permite discriminar muy severamente ante riesgos individuales. El otro no es un seguro en absoluto, sino un pago abiertamente social ordenado por el estado: es Medicare, Medicaid y el enorme rango de programas que proporcionan socorro a los individuos. Ninguno tiene mucho que ver con una provisión de servicios médicos de libre mercado.

Como consecuencia, el consumidor tiene menos derechos que nunca. Los médicos se ven atrapados en una red terrible de regulaciones y mandatos. El negocio se ve limitado por enormes cargas que no tienen nada que ver con satisfacer las demandas de los consumidores. Y la innovación se limita por una serie de sanciones, subvenciones y regulaciones. El fracaso del sistema actual crea presiones constantes pidiendo cada vez más legislación que socializa cada vez más el sistema, lo que produce más fracaso y así sucesivamente.

En la mayor parte de EE. UU., la larga marcha hacia el socialismo médico ha seguido la vía de la menor resistencia política. La ira pública ante el plan sanitario de Hillary Clinton de 1993 fue algo digno de ver y, con la ayuda de la Association of American Physicians and Surgeons (AAPS), esta ira obligó a la administración a recular. Entretanto, el estado regulatorio ha dado pasos hacia la imposición de algunas disposiciones que defendía Hillary.

En algunos aspectos, los republicanos son tan malos como los demócratas. Por ejemplo, a lo largo de la década de 1990, el Partido Republicano ha respaldado legislación que puede describirse como hillarista, llena de restricciones a la capacidad de discriminar de los seguros, máximos en las pólizas de algunos grupos, sanciones por incumplimiento, portabilidad obligatoria y así sucesivamente. Por muy mala que haya sido la legislación aprobada en la década de 1990, podemos agradecer que el estancamiento impidiera que se aprobara un plan completo.

La intervención pública en el mercado médico de EE. UU. empezó a finales del siglo XIX, primero en forma de regulaciones públicas de escuelas médicas. Nadie soñó hasta dónde iba a acabar llevando esto. Además, nadie habría pensado en calificar a esas intervenciones como una especie de socialismo. El socialismo, se creía, era Platón. Era Marx. No era la American Medical Association. La AMA trata de garantizar la calidad, no de igualar la riqueza o expropiar a los expropiadores.

De hecho, el empoderamiento de este cártel médico fue el pecado original de la medicina estadounidense. Mediante su capacidad de limitar la oferta y prohibir la competencia, la medicina organizada ha castigado a sus consumidores, aunque la palabra no se haya usado nunca para ocultar lo que es, después de todo, una relación económica.

La competencia entre proveedores lleva a precios racionales y máximas alternativas para el consumidor. Pero esto es exactamente lo que la AMA siempre buscó evitar. La AMA, organizada en 1848 en Nueva York, defendía dos propuestas aparentemente inocentes en sus primeros tiempos: que todos los doctores tuvieran una “educación apropiada” y que “se adoptara un patrón uniforme elevado de requisitos para el doctorado por todas las escuelas médicas en EE. UU.”. Estas eran parte del programa real de la AMA, que fue abiertamente explicado en sus convenciones y revistas médicas: conseguir un monopolio médico obligado por el gobierno y altas rentas para doctores ortodoxos.

La membresía en la nueva organización estaba abierta solo a médicos “normales”, cuyas terapias se basaran en el “mejor sistema de fisiología y patología, como se enseña en las mejores escuelas en Europa y América”. No incluía enfáticamente entre los “mejores” a los homeópatas. El cómo los “normales” llegaron a aplastar a homeópatas y otros competidores y a penalizar a los pacientes en el proceso es una historia de engaño y manipulación, de intereses creados del sector y poder estatal. La organización sabía que necesitaba más que persuasión para conseguir un monopolio, así que reclamaba una oficina nacional de medicina para supervisar ls licencias estatales y otras regulaciones.

Sin embargo, en aquellos tiempos de gobierno limitado, la idea no iba a ninguna parte. Pero en la estatista Era Progresista después del cambio de siglo, las medidas anticompetitivas se convirtieron en respetables y la AMA reanudó su búsqueda de un cártel, espoleada por la popularidad de la automedicación y el creciente número de escuelas médicas y doctores. Entonces el secretario de la AMA, N.P. Colwell, ayudó a planificar (y algunos dicen que a escribir) en famoso informe de 1910 de Abraham Flexner. Flexner, dueño de una escuela primaria quebrada, tuvo la fortuna de tener un hermano, Simon, que era el director del Instituto Rockefeller de Investigación Médica.

A sugerencia de su hermano, Abraham Flexner fue contratado por la Fundación Carnegie, aliada de Rockefeller, para que el informe no se viera como una iniciativa de Rockefeller. Los consejo médicos dominados por la AMA dictaban que para practicar la medicina, un doctor tenía que graduarse en una escuela aprobada. Tras Flexner, una escuela no podía aprobarse si enseñaba terapias alternativas, no restringía el número de alumnos u obtenía beneficios basados en las matrículas de los estudiantes.

El Informe Flexner fue más que un ataque a la libre competencia financiado por intereses especiales. Fue también un fraude. Por ejemplo, Flexner afirmaban haber investigado concienzudamente 69 escuelas en 90 días y envió copias previas de su informe a las escuelas favorecidas por sus revisiones. Así que podemos ver que usar mentiras para conseguir objetivos políticos es algo muy anterior a la campaña de Gore.

Con su monopolio, la AMA buscaba fijar precios. Pronto la AMA había llegado a la conclusión de que no era “ético” para el consumidor tener algo que decir sobre la que pagaba. Los precios comunes se convirtieron en “tarifas” profesionales y la AMA pretendía hacerlas uniformes en toda la profesión. Rebajar tarifas y anunciarlas era la peor violación de la ética médica y se convirtieron en ilegales. Cuando aumentaban las tarifas en todas partes, como pudo hacerse frecuentemente con la menor competencia, se hacía en secreto.

Luego estaba el problema de los farmacéuticos vendiendo medicinas sin receta médica. Esto fue denunciado como “nihilismo terapéutico” y la American Pharmaceutical Association, controlada por la AMA, trató de erradicar esta práctica de demanda a bajo coste. En caso todos los estados, la AMA consiguió leyes que hacían ilegal para los pacientes pedir tratamiento a un farmacéutico. Pero seguían siendo comunes los farmacéuticos que reescribían recetas a solicitud del cliente. La AMA cabildeó para hacer también esto ilegal, pero la mayoría de los legislativos estatales no seguirían con esto, debido a la presión de los electores. La AMA, por supuesto, se abrió paso a través del gobierno federal.

Al final de la Era Progresista, la AMA había triunfado sobre todos sus competidores. A través del uso del poder gubernamental, había llegado a controlar educación, licencias, tratamientos y precios. Posteriormente superó los seguros médicos mutuos con las subvencionas y privilegiadas por los estados Blue Cross y Blue Shield. Las Blues dominadas por la AMA, además de otros beneficios, nos dio la noción igualitaria de la “clasificación comunitaria”, bajo la cual todos pagan el mismo precio sin que importe cuál sea su condición.

El resto de la historia se escribe solo. Una profesión cartelizada es más fácil de controlar y nacionalizar. Así, el New Deal nos trajo masivas subvenciones nacionales. La Gran Sociedad nos trajo los desastrosos sistemas sociales de Medicare y Medicaid. También estuvieron las subvenciones HMO de la monstruosa Health Care Financing Administration de la administración Nixon. Las órdenes a los empresarios que hicieron tan difícil la vida a las pequeñas empresas y llevaron a la creación de más HMO generaron el cabildeo de las grandes empresas que querían imponer costes mayores a sus competidoras y de los sindicatos tratando de cartelizar la fuerza laboral y eliminar los servicios laborales de bajo precio.

Y hoy ambos partidos mayoritarios dicen que todo este aparato es maravilloso y debería protegerse y expandirse hasta el fin de los tiempos. Es verdad que hay unos intentos maravillosos en marcha para resistir una mayor socialización de la atención médica. Pero no hay vivos movimientos políticos activos que estén consiguiendo ningún avance hacia un mercado completamente libre en medicina, hacia una absoluta desnazificación, una completa desovietiación y una total des-AMAización.

¿Qué tipo de programa deberíamos adoptar?

Hace varios años, en medio de las primeras batallas de la atención médica de la década de 1990, el economista de la UNLV, Hans-Hermann Hoppe desarrolló un plan que es extremo en su simplicidad y radical en sus implicaciones. Dejenme que les presente hoy ese programa.

1. Eliminar todos los requisitos de licencia para escuelas médicas, hospitales, farmacias y doctores en medicina y otro personal sanitario. Esto haría que aumentara la oferta. Los precios bajarían y aparecería en el mercado una mayor variedad de servicios de atención médica, muchos proporcionados en la forma actual, pero otros mediante nuevas técnicas innovadoras. Muchos tratamientos escondidos saldrían a la luz.

Y, sí, aumentarían los curanderos. Pero, como pasa con otras profesiones, las agencias de acreditación compitiendo voluntariamente tomarían el ligar de las licencias públicas obligatorias, porque a los consumidores les importa la reputación y están dispuestos a pagar por ella. Los consumidores pueden realizar decisiones discriminatorias de atención médica, igual que deciden discriminadamente en cualquier otro mercado.

2. Eliminar todas las restricciones públicas a la producción y venta de productos farmacéuticos y dispositivos médicos. Esto significa cavar con la FDA, que actualmente perjudica a la innovación y aumenta los costes. Costes y precios bajarían y llegaría antes al mercado una mayor amplitud de mejores productos, particularmente mediante envíos en línea. Y al competir fabricantes y vendedores de medicamentos y dispositivos, tanto para protegerse frente a demandas de daños y perjuicios como para atraer a consumidores, proporcionarían productos y garantías cada vez mejores.

3. Desregular el sector del seguro médico. La salud o falta de salud de una persona queda cada vez más dentro de su propio control, gracias a la proliferación de información sanitaria. En lugar de subvencionar riesgos no asegurables, el “seguro” implicaría la agrupación de riesgos individuales. “Ganadores” y “perdedores” se distribuyen aleatoriamente. Habría libertad de contratación sin restricciones: unas aseguradora sanitaria sería libre de ofrecer cualquier contrato, de incluir o excluir cualquier riesgo y de discriminar entre cualquier grupo de individuos. DE media, los precios caerían radicalmente y la reforma restauraría la responsabilidad individual en la atención médica.

También los pacientes serían libres de formar contratos con sus doctores acordando no demandar salvo en caso de verdadera negligencia y nunca por un resultado infeliz.

4. Eliminar todos los subsidios a los enfermos y faltos de salud. Como decía Mises, los subsidios crean más de lo que se está subsidiando. Los subsidios a los enfermos crean enfermedades y promueven el descuido, la indigencia y la dependencia. Si los eliminamos, reforzaremos la voluntad de llevar vidas sanas y de trabajar para ganarse la vida. En primera instancia, eso significa abolir Medicare y Medicaid. Como la medicina es un servicio económico, las reglas de la oferta y la demanda se aplican a ella como a todo lo demás.

Mientras estas decisiones se tomen en un mercado no intervenido y mientras la gente que necesite atención médica pueda elegir libremente entre alternativas, el sistema funcionará tan correctamente como cualquier otro mercado. La llamada crisis en la medicina no deriva de ninguna peculiaridad en el propio servicio, sino más bien de la forma en que los políticos han decidido que la atención médica sea tanto producido como distribuida.

Tenemos que rechazar los principios que rigen la medicina socializada. Estos incluyen las ideas de igualdad y servicio universal ordenadas por el estado, así como la opinión de que es responsabilidad de las empresas y no del individuo pagar los costes de la atención médica. Sobre todo, tenemos que superar esa idea de que la atención médica es un derecho. No lo es. Es un servicio como cualquier otro.

¿Qué pasa con aquellos que no puedan pagar servicios muy necesitados? Durante la campaña, George W. había acabado su discurso y se alzó la mano de una joven que procedió a quejarse de que no podía pagar un dispositivo especial que le permitiría superar su incapacidad visual. Aún relativamente novato en la campaña. Bush le preguntó cuánto constaría el aparato. Ella respondió que costaría unos 400$. W. pidió entonces a alguien en la audiencia que ayudara a esta chica con los gastos y, en pocos minutos, había dinero comprometido suficiente para hacer posible a la chica que comprara el dispositivo.

La prensa nacional se alteró ante el incidente. Afirmaban que había perdido la oportunidad, que no era atender la necesidad particular de la chica, sino más bien desarrollar un plan nacional usando a la chica como propaganda política. En realidad, me gustaba más la idea de Bush. Estaba sugiriendo que la chica no tenía derecho natural al aparato. Creía que tenía que conseguirlo de la forma en que se consiguen esos lujos en un mercado libre: mediante compra o caridad.

El futuro

Juzgando desde su comportamiento más reciente, no creo que justifiquemos ser optimistas sobre sus planes de atención médica. Tampoco creo que haya mucha esperanza en reformas que pretendan usar principios de mercado para distribuir mejor la atención médica en el sistema actual. Realistamente, lo mejor que podemos esperar es una paralización legislativa, basada en el principio de, primero, no hacer más daño. Vivir bajo este principio significa ignorar los lemas partidistas que dominan el discurso de cualquier reforma propuesta. Por el contrario, se debe vivir siguiendo esta norma: leer cuidadosamente toda legislación antes de ofrecer apoyo.

Muy a menudo algunas reformas suenan bien en principio (y aquí estoy pensando en engaños como los cheques educativos y la privatización de la seguridad social), pero una vez miran los detalles, se descubre que la legislación no haría sino empeorar el sistema actual. Fue así con la ley sanitaria republicana de mediados de la década de 1990. Contra la que la AAPS luchó tan valerosamente. No tengo duda de que lo mismo pasa con diversas propuestas de cuentas de ahorro médico. A la élite política nada le gusta más que convertir una buena idea de reforma en una tapadera para un aumento en el poder estatal. Estad atentos y no creáis nunca los discursos hasta que veáis de verdad la propuesta.

Así que, sí, soy pesimista acerca del proceso legislativo. Sin embargo, a largo plazo, soy cautelosamente optimista acerca de nuestra situación general. El poder expansivo de la economía de mercado y su capacidad de eludir y superar a los planificadores es tan evidente en la atención médica como en cualquier otro sector. Ya hemos empezado a ver la forma en que la red ha  presentado serios desafíos a las formas convenciones de prestar atención médica.

El futuro ofrecerá otras oportunidades. Y deberíamos aprovechar cada una, bajo el principio de que todas las formas de estado del bienestar y regulación estatal merecen ser arrojadas al vertedero de la historia junto con el sistema ideológico que les vio nacer.


Publicado originalmente el 21 de julio de 2000. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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