Contra el sufragio femenino

0

women_voteLas mujeres son seres humanos, y por lo tanto tienen los mismos derechos naturales que todo ser humano puede tener. Tienen tanto derecho a hacer leyes como lo tienen los hombres; y esto quiere decir que no tienen derecho alguno. Ningún ser humano, ni ningún grupo de seres humanos, tienen derecho a hacer leyes, y obligar a otros seres humanos a obedecerlas. Decir que tienen este derecho es decir que ellos son dueños y amos de aquellos a quienes requieren obediencia.

La única ley que cualquier ser humano puede legítimamente ser obligado a obedecer es simplemente la ley de la justicia. Y la justicia no es una cosa que se pueda hacer, o deshacer, o alterar, por ninguna autoridad humana. Se trata de un principio natural, inherente a la naturaleza misma del hombre y de las cosas. Es ese principio natural que determina lo que es mío y lo que es tuyo, lo que es el derecho o propiedad de uno y lo que es el derecho o propiedad de otro. Es, por así decirlo, la línea que la Naturaleza ha establecido entre los derechos y propiedad de un hombre, y los derechos y propiedad de otro hombre.

Este principio natural, que llamamos justicia, y que asignamos a cada ser humano, es, repito, no una cosa que se ha hecho, sino un tema de la ciencia que hay que entender, como las matemáticas, la química o la geología. Y todas las leyes, así llamadas, que los hombres han hecho nunca, ya sea para crear, definir, o controlar los derechos de las personas, son intrínsecamente tan absurdas y ridículas como lo sería crear leyes para definir o controlar las matemáticas, la química, o la geología.

Prácticamente toda tiranía, robo y crimen que los gobiernos han cometido siempre -y que o bien han cometido ellos mismos o bien han autorizado a otros para que lo cometan, o prácticamente todo lo que alguna vez ha sido cometido en el mundo por cualquier persona-, fueron cometidos por ellos con el pretexto de crear leyes. Algún hombre, o algún grupo de hombres, han reivindicado el derecho, o usurpado el poder, de hacer leyes y obligar a otros hombres a obedecer; estableciendo así sus propias voluntades, y haciéndolas cumplir, en lugar de la ley natural, o el principio natural, que dice que ningún hombre o grupo de hombres puede legítimamente ejercer cualquier poder arbitrario sobre las personas o la propiedad de otros hombres.

Hay una gran clase de hombres tan codiciosos que desean apropiarse para su propio uso de las personas y las propiedades de los demás hombres. Ellos se juntan para este fin, se hacen llamar Gobierno, hacen lo que ellos llaman leyes, y luego emplean los tribunales, gobernantes, funcionarios y, en última instancia, bayonetas, para hacer cumplir dicha ley.

Hay otra clase de hombres, que son devorados por la ambición, el amor al poder y el amor a la fama.

Ellos piensan que es algo muy glorioso dominar a los hombres, hacer leyes para gobernarlos. Pero como no tienen ningún poder para exigir obediencia, se unen con la clase rapaz antes mencionada y se convierten en sus herramientas. Prometen hacer las leyes que la clase voraz desea, si esta última clase los autoriza en su nombre y les facilita dinero y tropas para poner sus leyes, así llamadas, en rigor.

Otra clase de hombres, vanidosos de su propia sabiduría, virtud o religión, piensan que ellos tiene el derecho, y una especie de autoridad divina, para hacer las leyes para gobernar a aquellos que piensan que son menos sabios, virtuosos o religiosos que ellos. Ellos asumen que saben lo que es mejor que todos los demás hombres hagan o no, sean o no, tengan o no. Y conspiran para hacer leyes que obliguen a todos los demás hombres a seguir su voluntad, o, como dicen, a sus superiores juicios. Parece que no tienen la percepción de la verdad de que a todo ser humano se le dio una mente y un cuerpo propios, separados y distintos de las mentes y cuerpos de los otros hombres; y que el cuerpo y la mente de cada hombre tiene, por naturaleza, derechos que son totalmente distintos y separados de todos los demás hombres; que estos derechos individuales son en realidad los únicos derechos humanos que hay en el mundo; que los derechos de cada hombre son simplemente el derecho a controlar su propia alma, cuerpo y propiedad, de acuerdo con su propia voluntad, placer y juicio, mientras no interfiera con los derechos iguales de los demás hombres a controlar el libre ejercicio de sus almas, cuerpos y propiedades. Ellos no parecen concebir el hecho de que, dejando las almas, cuerpos y propiedades de los demás solos, el hombre no tiene la obligación de creer en esta sabiduría, virtud o religión como ellos hacen o piensan que es mejor para él.

Este grupo de sabios, virtuosos y religiosos, al no ser lo suficientemente poderosos como para crear leyes y hacerlas cumplir al resto de la humanidad, se juntan con la clase de codiciosos y ambiciosos mencionados más arriba para llevar a cabo los propósitos en que todos coinciden. Y la farsa, la jerga y el Babel de lo que ellos llaman gobierno, sería sumamente patético y ridículo, si no fuera la causa de casi toda pobreza, ignorancia, vicio, crimen y miseria que existe en el mundo.

Esta última clase -es decir, los vanidosos, sabios, virtuosos y religiosos- son los que abogan por el sufragio femenino y están muy ansiosos para que las mujeres participen en la falsedad, el absurdo, la usurpación y la delincuencia y el hacer leyes para obligar a otros a seguirlas. Es increíble la cantidad de sabiduría, virtud y conocimiento que las mujeres proponen aplicar y hacer cumplir en el resto de la humanidad si pudiesen participar con los hombres en la elaboración de leyes. De acuerdo con sus propias promesas y predicciones, no habrá un solo ser humano natural que se deje de banda en el mundo si las mujeres pudiesen ser elegidas y añadir sus poderes al de los hombres en la elaboración de leyes que nadie tiene el derecho de hacer, y que nadie tendría la más mínima obligación de obedecer. De acuerdo con el programa de estas personas, estamos a punto de ser colocados en el molino legislativo y ser invadidos, atados, trabajados y formados de una manera que apenas se parece a la de los seres humanos. Asumiendo ser dioses, nos proponen rehacer sus imágenes. Pero hay tantas imágenes diferentes entre ellos que podemos, a lo sumo, tener una característica de un modelo único y otra de otro. Lo que será de nosotros al final es imposible de decir.

¿No es mejor sufrir los males casi insoportables que nos provocan las leyes ya hechas -de cualquier manera es mejor ser (si se nos permite) simples seres humanos como la naturaleza nos hizo- en lugar de ser moldeados de forma horrible y grotesca por el nuevo conjunto de legisladores, si llegan a tratar de ejercer su poder sobre nosotros?

El pretexto que las mujeres ofrecen para todas las leyes que proponen infligirnos es que ellas mismas son oprimidas por las mismas leyes que existen. Por supuesto que son oprimidas; y también lo están los hombres -excepto los opresores. Como regla general, la opresión fue la única razón por la cual las leyes se hicieron. Si los hombres quisieran justicia y nada más que justicia, ninguna ley necesitaría hacerse, ya que la justicia en sí no es algo que se pueda hacer. Si los hombres o mujeres, o los hombres y mujeres, quieren justicia y nada más que justicia, el procedimiento adecuado es no hacer ninguna otra ley, sino abolir las leyes -todas las leyes- que ya se han hecho. Cuando eliminemos las leyes que se han hecho, vamos a estudiar y observar y, si es necesario, aplicar la única ley universal -la ley de la naturaleza- que es “lo mismo en Roma que Atenas” -en China o Inglaterra- y la cual el hombre jamás ha elaborado. Mujeres y hombres, entonces, tendrán sus derechos; todos sus derechos; todos los derechos que la naturaleza les dio. Pero hasta entonces, ni los hombres ni las mujeres tendrán nada que puedan llamar derechos. Tendrán, como máximo, las libertades y privilegios que las leyes ya hechas les permiten tener.

Si las mujeres, en lugar de abogar por la admisión a la participación para poder hacer más leyes, dijeran a los actuales legisladores que ellas van a la Junta de Estado y que van a prender fuego a todos los libros de leyes existentes, estarán haciendo una cosa muy sensata -una de las cosas más sensatas que ellas pueden o tienen que hacer. Y tendrán una multitud de hombres -por lo menos todos los hombre sensatos y honestos del país- que las apoyarán.

Sin embargo, este tema requiere ser entendido, y no debe ser juzgado por las pocas palabras escritas aquí. Y ninguna repulsión especial debe darse en relación con el sufragio femenino; muchas de las cuales están, sin duda, entre las mejores y más honestas de esas personas tontas que creen que las leyes deben hacerse.


Artículo escrito por Lysander Spooner titulado Against Woman Suffrage, escrito en el New Age (24 de febrero de 1877). Traducido por Josep Purroy.

Print Friendly, PDF & Email