Contra los sandías

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4209[Este artículo es una respuesta a Paul Baer y otros, “Greenhouse Development Rights: A Proposal for a Fair Global Climate Treaty”, Ethics, Place & Environment, volumen 12, número 3 (2009)]

No hay una, sino más bien dos escuelas de pensamiento acerca del medioambiente y sus desafíos. Para tener una mejor nomenclatura, las calificaré como sandías y ecologistas del libre mercado.

La primera es mucho más conocida que la segunda. En ésta la solución a todos los problemas que procedan de esta fuente es más intervención gubernamental en la economía, más planificación central (verde), más denigración de los derechos de propiedad privada, nuevos descubrimientos de “fallos del mercado”.

¿Por qué llamarles “sandías”? Porque esta fruta es verde por fuera, pero roja por dentro. Los partidarios de este sistema son metomentodos: su “filosofía” consiste en hacer el bien y dar órdenes a quienes les rodean, controlar propiedades que no les pertenecen, obligando a otros a atender su última corrección política derivada de quién sabe dónde. Durante un tiempo, un largo tiempo han uncido su carro intelectual a la filosofía preeminente del momento, que promovía esos objetivos: el comunismo. Pero después, con al caída del Muro de Berlín en 1989 y la disolución de la URSS en 1991, el socialismo ya no podía ajustarse a sus propósitos. Se necesitaba un nuevo vehículo: se eligió la ecología.

La segunda escuela de pensamiento sobre estar materia es la ecología del libre mercado (ELM).[1] Para los partidarios de la primera postura, este nombre es una contradicción en los términos. En su opinión, el mercado se ve como el enemigo del planeta y su flora y fauna. Una vez estuve debatiendo con un profesor de biología que defendía el sandiísmo y cuando mencioné la ELM, empezó a reírse. No era un truco del debate. Pensaba sinceramente que era algo muy divertido.

La perspectiva de la ELM es que todos los problemas del medio ambiente derivan o bien de la falta de derechos de propiedad privada o de la regulación gubernamental del capitalismo de laissez faire o del control estatal de los recursos. Con libertad económica, todos esos desafíos o bien desaparecerían inmediatamente o se harían mucho más manejables.

El artículo de Baer es un ejemplo de sandíismo. Así que mencionemos algunos de sus defectos.

El más evidente es que el artículo habla de “cambio climático antropogénico” (énfasis añadido). ¿Por qué se puede objetar a esto? En la década de 1970, los (entonces presandías) críticos del mercado verde acusaban al sistema capitalista de crear un enfriamiento global. Cuando la evidencia no parecía apoyar esta acusación, cambiaron el campo y acusaron a la libre empresa del calentamiento global. Pero cuando se cancelaron demasiadas conferencias medioambientales debido a la condiciones de congelación, volvieron a cambiar. Ahora es el cambio climático el enemigo de todo lo que es santo y bueno, no el enfriamiento ni el calentamiento.

Bueno ¿qué tiene de malo? Lo que tiene de de malo es que el veredicto ya existe (el laissez faire daña el medio ambiente), todo lo que hacen los sandías es cambiar la acusación. Al cambiar del enfriamiento o el calentamiento a cualquier cambio, los críticos de los negocios y los beneficios doblan sus posibilidades de éxito. Pero en ello está implícito que la actual temperatura del planeta es la óptima (si no es así, ¿por qué oponerse a cualquier cambio?). El único problema es que eso no sólo no ha sido demostrado, sino que los ecologistas del dirigismo ni siquiera lo consideran una laguna en su sistema.

Hagamos algunas suposiciones heroicas. El calentamiento antropogénico global debido a las emisiones de gases de efecto invernadero es un hecho. Las manchas solares, etc. no son responsables. Hay una temperatura mundial ideal, de forma que las acciones humanas o bien la exceden o hacen caer por debajo, y esto será dañino, no beneficioso, en el balance neto.

Sobre esta base Baer y otros consideran dos posturas para ocuparse de este peligro: primera, “asignar obligaciones a los países industrializados basándose tanto en su capacidad de pago (riqueza) como en su responsabilidad por la mayoría de las emisiones previas o, segunda, asignar derechos de emisión bajo una base (posiblemente modificada) de igualdad por cabeza”.

Pero ignoran una tercera, que está mucho más justificada que cualquiera de ambas. Pues, según nuestros supuestos, emitir gas constituye, en realidad, un allanamiento. Y por favor, díganme qué tiene que decir la “equidad” acerca de cruces no autorizados de límites. Es sencillo: quienes perpetren esas violaciones de derechos de propiedad, y sólo esos perpetradores, deben ser llevados a los tribunales. Estoy de acuerdo con su énfasis en los individuos, no en los grupos, pero la equidad requiere que ignoremos la capacidad de pago como un criterio para las multas. En su lugar, el culpable debe pagar, y no el inocente, igual que en el caso de cualquier allanamiento.

Consideremos las violaciones reales, no la “violación” de Gaia. ¿Consideraríamos justo que la gente fuera condenada igualmente como violadores? Difícilmente, salvo algunas feminazis que piensan que cualquiera con un pene es un violador. ¿Sostendríamos la culpabilidad de la gente en las violaciones basándonos en su riqueza? De nuevo sería difícil propone runa mayor violación de la justicia. Así que deberíamos ignorar la capacidad de pago como un criterio para las multas. Más bien, el culpable debe pagar, y no el inocente, igual que en el caso normal del allanamiento. Además, supongamos que los pobres realizan más violaciones (reales) que los ricos. ¿Deberíamos “buscar asegurarnos de que ese [pago por] el régimen climático emergente no empeora las condiciones de la mayoría de pobres del mundo”?[2] Por supuesto que no, pues eso constituiría de nuevo una enorme injusticia. La gente debería ser responsable de sus violaciones de derechos y su riqueza debería ser, hablando estrictamente, completamente irrelevante.

Otro problema que veo en este artículo es que confunde “equidad” con “igualdad”, por ejemplo aquí “ocuparse de la desigualdad dentro de los países ricos asignando los costes de las políticas climáticas abrumadoramente sobre los más ricos puede ser esencial para obtener el apoyo para la equidad internacional” (énfasis añadido). Esta es una presunción habitual, pero repugnante, por parte de nuestros amigos de la Izquierda. Pero hay un mundo de diferencia entre ellas dos. “Equidad” significa justicia. “Igualdad” significa que la gente debe ser tratada por igual. El problema es que esta filosofía no deja espacio moral a los Bill Gates del mundo para tener más posesiones que cualquier vagabundo borracho, a pesar de las enormes diferencias en sus contribuciones a nuestra sociedad y civilización por parte de ambos.[3]

El ejemplo de “Wilt Chamberlain” de Nozick tendría que haber acabado con esta abominación moral: si redistribuimos el dinero por igual, la gente seguirá queriendo ver a Wilt hundir el balón en la canasta. Si se le permite cobrar por esto, la anterior distribución de riqueza se verá deshecha. Si no, esto demostarría que la “equidad” es incompatible con la libertad. Por supuesto, siempre podemos adoptar la política del “general apostador” (Vonnegut, 1973). Esto haría a Chamberlain incapaz de hacer gran cosa, no digamos dedicarse a los deportes, pero aquí la “equidad” se produce a costa de un escenario que hace que el descrito por Orwell (1961) palidezca.

Hay otra refutación de la “equidad” como “igualdad” mediante varias reducciones al absurdo: ¿deberían los ciegos tener derecho a uno de los ojos de la gente normal? La “equidad” obviamente lo requeriría, pero esto significa arrancar partes del cuerpo. ¿Deberíamos obligar a todo el mundo a entrar en máquinas, si las tuviéramos, que redistribuyan los cocientes intelectuales de quienes se considerara que tienen “demasiada” inteligencia a quienes tuvieran “demasiada poca”? Ésta parecería una implicación lógica de la “equidad” y aún así nuestro sentido de la justicia retrocede con horror ante un escenario así.

Las limitaciones de espacio sólo permiten una última dificultad. Desde la perspectiva de la ELM, la justificación de la distribución inicial de los derechos de propiedad es la ocupación. (Si el aeropuerto estaba antes, ocupa los derechos sobre el ruido, en otro caso debe comprarlos a los ocupantes previos). Pero el mismo criterio se aplica a cualquier otro tipo de contaminación, como las partículas de polvo o, en nuestro caso actual, las “emisiones de gases de efecto invernadero”. Simplemente no hay reconocimiento alguno en Baer de que este tipo de actividad esté justificada, al menos para algunos. Y no sólo algunos. Todos contribuimos al calentamiento global antropogénico al exhalar dióxido de carbono. En la ELM esto puede justificarse basándose en la ocupación: nuestros ancestros exhalaban y nos dejaron ese derecho. Cómo pueden responder a esta cuestión los sandías es algo que no está claro, por decirlo suavemente.

Referencias

Nozick, R. Anarchy, State & Utopia. Basic Books, Nueva York (1974).

Orwell, George. 1984. Destino (2009)

Rawls, John. A Theory of Justice, Cambridge: Harvard University Press (1971).

Rothbard, Murray N. “Law, Property Rights, and Air PollutionCato Journal, Vol. 2, Nº 1 (1982), Primavera; reimpreso en Economics and the Environment: A Reconciliation, Walter Block, ed., Vancouver: The Fraser Institute, 1990, pp. 233–279.

Saliba, Michael, Nick Capaldi y Walter Block. “Justice: Plain Old, and Distributive; Rejoinder to Charles Taylor”. Human Rights Review, Vol. 8, Nº 3 (2007), pp. 229–247, Abril.

Taylor, Charles. “The Nature and Scope of Distributive Justice” Philosophy and the Social Sciences: Philosophical Papers 2. Cambridge: Cambridge University Press (1985), pp. 289–317.

Vonnegut, Kurt. “Harrison Bergeron”, Welcome to the Monkey House, Nueva York: Dell (1973).


Traducido por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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