La burocratización de la mente

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BurocraciaLa moderna marcha hacia la omnipotencia gubernamental y el totalitarismo hubiera sido atajada de raíz si sus partidarios no hubiesen tenido éxito adoctrinando a la juventud con sus consignas e impidiendo que se familiaricen con las enseñanzas de la economía.

La economía es una ciencia teórica y en cuanto tal no le dice a la persona qué valores debe preferir ni qué fines debería perseguir. No establece fines últimos. Esta no es labor del teórico sino del hombre que actúa. La ciencia es un producto del razonamiento, la acción es un producto de la voluntad. En este sentido podemos decir que la economía en tanto que ciencia es neutral en relación a los fines últimos de la conducta humana.

Pero es diferente en relación con los medios a aplicar para alcanzar fines sociales determinados. Ahí la economía es la única guía fiable para la acción. Si los hombres desean tener éxito en la búsqueda de cualesquiera fines sociales, debieran ajustar su conducta a los resultados del pensamiento económico.

El hecho sobresaliente de la historia intelectual de los últimos cien años es la lucha en contra de la economía. Los partidarios de la omnipotencia gubernamental ni siquiera acceden a discutir los problemas implicados. Llamaron por sus nombres a los economistas, levantaron sospechas sobre sus motivos, y les ridiculizaron y maldijeron.

[…] En la mayoría de los países del continente europeo las universidades son dominadas y operadas por el gobierno. Están sometidas al control del Ministerio de Educación igual que una comisaría de policía está sujeta a su jefe jerárquico. Los profesores son funcionarios lo mismo que los agentes de policía o de aduanas. El liberalismo del siglo diecinueve intentó limitar el derecho del Ministerio de Educación para interferir con la libertad de los profesores universitarios para enseñar lo que ellos consideraban verdadero y correcto. Pero como el gobierno nombraba a los profesores, lo hacía únicamente sobre hombres de confianza, esto es, que compartían el punto de vista del gobierno y estaban dispuestos a relegar la economía y enseñar la doctrina de la omnipotencia gubernamental.

Como en todas las demás áreas de burocratización, la Alemania del siglo diecinueve destacaba con mucho a la cabeza de otras naciones también en esta materia. Nada caracteriza mejor el espíritu de las universidades alemanas que un fragmento de un discurso que el fisiólogo Emil du Bois-Reymond pronunció en 1870 en su doble calidad de Rector de la Universidad de Berlín y Presidente de la Academia Prusiana de Ciencias: “Nosotros, la Universidad de Berlín, emplazados enfrente del Palacio Real, somos, según el propósito de nuestra acta fundacional, los guardaespaldas intelectuales de la Casa de Hohenzollern”. La idea de que un servidor real pudiera profesar puntos de vista contrarios a las tesis sostenidas por el gobierno, su empleador, era incomprensible para una mentalidad prusiana. Mantener la teoría de que existen tales cosas como leyes económicas era juzgado una modalidad de rebelión. Porque si existen leyes económicas entonces el gobierno no puede ser considerado como omnipotente, pues sus políticas únicamente podrían tener éxito en la medida en que se ajustasen a la operación de tales leyes. Así el principal interés de los profesores alemanes de ciencias sociales consistió en denunciar la escandalosa herejía de que existe una regularidad en los fenómenos económicos. La enseñanza de la economía fue anatemizada y se pusieron en su lugar la  wirtschaftliche Staatswissenschaften (los aspectos económicos de la ciencia política). Las únicas cualidades requeridas en un académico profesor de ciencias sociales eran que menospreciase la operación de los procesos de mercado y un apoyo entusiasta al control gubernamental de la economía. Bajo el Kaiser no eran susceptibles de ser nombrados como profesores titulares los marxistas radicales que abogaban abiertamente por un levantamiento revolucionario y la toma violenta del gobierno; la República de Weimar abolió virtualmente esta discriminación.

La economía trata de la operación de todo el sistema de cooperación social, de la interacción de todos sus determinantes, y de la interdependencia de las varias ramas de producción. No tiene sentido fragmentarla en campos separados para ser tratados por especialistas que dejen aparte y se olviden del resto. No tiene sentido estudiar el dinero o el trabajo o el comercio exterior con el mismo tipo de especialización que el historiador aplica cuando divide la historia humana en varios compartimentos. La historia de Suecia puede ser tratada sin casi ninguna referencia a la historia de Perú. Pero no puedes tratar los niveles salariales sin al mismo tiempo considerar los precios de las mercancías, los tipos de interés, y los beneficios. Cualquier cambio que ocurre en uno de los elementos económicos afecta a los demás elementos. Uno nunca descubrirá lo que una política definida o cambio trae consigo si limita su investigación a un segmento concreto del conjunto del sistema.

Es precisamente esta interdependencia lo que el gobierno no quiere ver cuando interfiere en asuntos económicos. El gobierno pretende estar dotado con el poder místico de otorgar favores a partir de un inagotable cuerno de la abundancia. Se piensa tanto omnisciente como omnipotente. Se cree que puede por medio de una varita mágica crear felicidad y abundancia.

Lo cierto es que el gobierno no puede dar nada si no se lo quita a alguien. Un subsidio nunca es pagado por el gobierno a partir de sus propios fondos; es a expensas del pagador de impuestos que el estado otorga subsidios. La inflación y la expansión crediticia, los métodos preferidos por la prodigalidad de los gobiernos de hoy día, no añaden nada a la cantidad de los recursos disponibles. Hacen a algunas personas más prósperas, pero únicamente en la medida que hacen a otros más pobres. La interferencia para alterar los precios, salarios, y tipos de interés conforme son determinados por la demanda y la oferta, puede en el corto plazo conseguir los fines perseguidos por el gobierno. Pero en el largo plazo tales medidas siempre resultan en un estado de la cuestión que -desde el punto de vista del propio gobierno- es más insatisfactorio que el estado previo que pretendían alterar.

No está en la mano del gobierno hacer a todo el mundo más próspero. Puede aumentar los ingresos de los agricultores pero restringiendo por la fuerza la producción agrícola interna. Pero los precios más elevados de los productos agrícolas son pagados por los consumidores, no por el estado. La contrapartida de la elevación del nivel de vida de los agricultores es la disminución del nivel de vida del resto de la nación. El gobierno puede proteger a los pequeños comerciantes de la competición de las cadenas y los grandes almacenes. Pero aquí también es el consumidor quien paga la factura. El estado puede mejorar las condiciones de una parte de los asalariados mediante una legislación alegadamente  favorable al trabajo u otorgando vía libre a la presión y compulsión de los sindicatos. Pero si esta política no resulta en un aumento correspondiente en los precios de las manufacturas, por medio del cual se lleve a los salarios reales de regreso a su nivel de mercado, trae consigo desempleo para una parte considerable de aquellos que quieren trabajar.

Una detallada investigación de tales políticas desde el punto de vista de la teoría económica debe demostrar necesariamente su futilidad. Esta es la razón del tabú decretado por los burócratas hacia la economía. Sin embargo los gobiernos instigan a los especialistas a que limiten sus observaciones a un estrecho campo sin preocuparse de las ulteriores consecuencias de una política. El economista del trabajo trata solo con los resultados inmediatos de la políticas pro-labor, el economista de la agricultura únicamente con el aumento de los precios agrícolas. Los dos ven los problemas solo desde el ángulo de aquellos grupos de presión que son inmediatamente favorecidos por la medida en cuestión y dejan de lado sus consecuencias sociales últimas. No son economistas, sino defensores de las actividades gubernamentales en un área particular de la administración.

Por eso hace tiempo que bajo la interferencia gubernamental con la empresarialidad, la unidad de las políticas gubernamentales se ha desintegrado en trozos mal coordinados. Han pasado los días en que era posible hablar de una política del gobierno. Hoy en la mayoría de los países cada departamento sigue su propio camino, trabajando contra los esfuerzos de los demás departamentos. El departamento de trabajo persigue mayores salarios y menor coste de la vida. Pero el departamento de agricultura de la misma administración intenta conseguir precios más altos para los alimentos, y el departamento de comercio intenta aumentar los precios de las mercancías nacionales mediante aranceles. Un departamento lucha contra los monopolios, pero otros departamentos establecen –mediante aranceles, patentes, y otros medios- las condiciones que se requieren para constituir restricciones monopolísticas. Y cada departamento se remite a la experta opinión de aquellos especializados en su respectivo campo.

Así pues los estudiantes ya no reciben nunca una iniciación a la economía. Aprenden datos inconexos e incoherentes sobre variadas medidas gubernamentales que se oponen o contrarrestan unas a otras. Sus tesis doctorales y su trabajo de investigación para la obtención del grado tratan no con la economía sino con diversos temas de historia económica e instancias variadas de interferencia gubernamental con la empresarialidad. Tales detallados y bien documentados estudios estadísticos de las condiciones del pasado reciente (a menudo erróneamente titulado como referido a las condiciones “actuales”) presentan gran valor para un futuro historiador, y no son menos importantes para la tarea profesional de abogados y funcionarios. Pero no suplen en absoluto la falta de instrucción en economía. Es llamativo que la tesis doctoral de Stresemann tratara sobre las condiciones del comercio de cerveza embotellada en Berlín. Dadas las condiciones del currículo de la universidad alemana esto significó que el mismo dedicó una parte considerable de su trabajo universitario al estudio de las ventas de cerveza y a los hábitos de bebida de la población. Este fue el equipamiento intelectual que el glorificado sistema universitario alemán proporcionó a un hombre que más tarde actuaría como canciller del Reich en los años más críticos de la historia alemana.

Tras el fallecimiento de los profesores que habían obtenido sus cátedras en el breve florecimiento del liberalismo alemán, se hizo imposible escuchar nada sobre economía en las universidades del Reich. Ya no hubo en adelante ningún economista alemán más, y los libros de los economistas extranjeros no podían encontrarse en las bibliotecas de los seminarios universitarios. Los científicos sociales no siguieron el ejemplo de los profesores de teología quienes hacían familiarizarse a sus alumnos con las posiciones y dogmas de otras iglesias y sectas y con la filosofía del ateismo porque estaban deseosos de refutar los credos que reputaban heréticos. Todo lo que los estudiantes de las ciencias sociales aprendieron de sus profesores fue que la economía es una ciencia espúrea y que los llamados economistas son, como dijo Marx, fanáticos apologistas de los injustos intereses de clase de los explotadores burgueses, dispuestos a vender el pueblo a las grandes compañías y al capital financiero. Los graduados salían de las universidades convencidos partidarios del totalitarismo bien de la variedad Nazi o bien de la de Marx.

Las condiciones en otros países fueron similares. El establecimiento más eminente de la educación en Francia era la École Normale Supérieure de París; sus graduados ocuparon los puestos más importantes en la administración, la política, y la enseñanza superior. Esta escuela estaba dominada por marxistas y otros propulsores del más completo control gubernamental. En Rusia el Gobierno Imperial no admitía a una cátedra universitaria a nadie sospechoso de tener ideas liberales de la economía “occidental”. Pero, por otra parte nombró a mucho marxistas del ala “leal” del marxismo, esto es, aquellos que se mantenían fuera de la vía revolucionaria. Así los propios Zares contribuyeron al posterior triunfo del marxismo.

El totalitarismo europeo es un rebrote del predominio de la burocracia en el campo de la educación. Las universidades pavimentaron el camino para los dictadores.

Hoy tanto en Rusia como en Alemania las universidades constituyen las principales plazas fuertes sustentadoras de los sistemas de partido único. No solo las ciencias sociales, la historia, y la filosofía, sino todas las demás ramas del conocimiento, del arte, y de la literatura están regimentadas o, como dicen los nazis, gleichgeschalted.  […]


Traducido del inglés por Jorge Bueso Merino.

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