Este mismo año, Lituania ha restaurado el servicio militar, afirmando el estado lituano que ha sido en respuesta a las amenazas desde Rusia. Ucrania también reinstauró recientemente el servicio militar, como resultados políticos diversos y por razones declaradas similares.
Independientemente de cómo se evalúa la magnitud de la agresión rusa, el problema que afrontan estados pequeños como Lituania es importante.
¿Cómo puede un estado pequeño con poca población (y por tanto un ejército pequeño) esperar defenderse frente a un estado mucho más grande?
Es una pregunta importante, especialmente para los libertarios, ya que, como ha señalado Hans-Hermann Hoppe, si debemos tener estados, un sistema de estados pequeños e independientes (es decir, como Mónaco, Liechtenstein, Luxemburgo y tal vez Suiza) es más ideal que un sistema de estados de tamaño grande o medio.
Como se ilustra aquí y aquí, creemos que los estados pequeños no menos capaces de imponer monopolios estatales coactivos fuertes, ya que estos afrontan una mayor competencia de los estados vecinos y los estados abusivos (si son pequeños) tienen más riesgo de perder por emigración a sus ciudadanos más productivos. Así, los estados pequeños tienen un incentivo para seguir más políticas de laissez faire.
La implicación natural de esto es que los libertarios y otros defensores del laissez faire deberían buscar un mundo de estados pequeños mediante la secesión o mediante una descentralización radical que lleva a una autonomía local de hecho.
En respuesta a esto, los oponentes a la secesión y la descentralización afirman que solo estados grandes y fuertes pueden proporcionar una defensa militar adecuada ante regímenes extranjeros grandes y no liberales. “Podemos reducir América y Europa a regiones de estados pequeños y débiles”, pueden decir, “pero eso los dejaría indefensos frente a la dominación de algún equivalente futuro a China o Rusia o Estados Unidos”.
¿Pero están los estados pequeños realmente indefensos?
La riqueza (no el tamaño) compra defensa
Hacer la guerra es una empresa cara e intensiva en capital. Irónicamente, algunos de los estados más belicosos tienen su origen en economía relativamente de laissez faire (por ejemplo, las economías estadounidense y británica imperial), porque esas economías son capaces de proporcionar más ingreso fiscal.
Sin embargo, la otra cara de la moneda es el hecho de que las sociedades más ricas tienen una mayor capacidad de defenderse de los agresores. Las sociedades más ricas pueden permitirse armamentos importantes y caros como defensas antiaéreas y tecnologías defensivas relacionadas. Pueden permitirse pagar tropas especializadas altamente preparadas en lugar de recurrir a un impuesto de reclutamiento del 100% sobre gente sin ninguna habilidad especial para ser soldados. Las sociedad más ricas pueden también obtener más fácilmente tecnología de armas nucleares que ha demostrado claramente disuadir de la guerra a los grandes estados agresivos.
Asimismo, las sociedades más ricas pueden comprar defensa a los vecinos en una variedad de otras formas. Pueden contratar mercenarios extranjeros y pueden sencillamente sobornar a regímenes extranjeros no amistosos. Los posibles agresores extranjeros también serán reticentes a bombardear ciudades extranjeras que son fuente de comercio e inversión lucrativos.
Y finalmente, en una sociedad más rica, los residentes a un nivel organizativo individual y pequeño, son más capaces (si el estado lo permite) de armarse ellos mismos, con el efecto de añadir otra capa de resistencia a la agresión extranjera.
Las ventajas de la descentralización
Esta última ventaja de la riqueza económica nos lleva a las ventajas tácticas de la descentralización política y militar. Hoppe escribe:
Como monopolista de la toma última de decisiones, el estado decide obligatoriamente por todos si resistir o no: si resistir, ya sea en forma de desobediencia civil, resistencia armada o alguna combinación y si hay resistencia armada, en qué manera. Si decide no oponer resistencia, puede ser una decisión bienintencionada o puede ser el resultado de sobornos o amenazas personales del estado invasor, pero en todo caso, indudablemente será contrario a las preferencias de muchas personas a las que les hubiera gustado oponer alguna resistencia y que por tanto tienen una doble amenaza, porque como resistentes desobedecen ahora a su propio estado, así como al invasor.
Por otro lado, si el estado decide resistir, esto también puede ser una decisión bienintencionada o puede ser el resultado del orgullo o el temor, pero en todo caso también será contrario a las preferencias de muchos ciudadanos a los que les hubiera gustado no oponer ninguna resistencia o resistir por medios distintos y que se ven ahora atrapados como cómplices de los planes del estado y sometido a los mismos efectos colaterales y justicia del vencedor que todos los demás.
La reacción de un territorio libre es claramente distinta. No hay gobierno que tome una decisión. Por el contrario, hay numerosas instituciones e individuos que eligen su propia estrategia de defensa, ya sea independiente o en cooperación con otros, cada uno de acuerdo con su propia evaluación del riesgo. Consecuentemente, el agresor tiene muchas más dificultades para recoger información y conquistar el territorio. Ya no basta con “conocer” al gobierno, con ganar una batalla decisiva u obtener el control del cuartel general del gobierno desde donde transmitir órdenes a la población nativa. Incluso si se “conoce” a un oponente, se gana una batalla o se derrota a una agencia de defensa, esto no afecta a los demás.
Además, la multitud de estructuras y estrategias de mando, así como el carácter contractual de una sociedad libre afectan a la conducta tanto de la resistencia armada como de la no armada. Respeto de la primera, en los territorios-estado la población civil está normalmente desarmada y existe una fuerte confianza en ejércitos regulares financiados con impuestos y reclutamientos obli8gatorios y guerra convencional. Por tanto, las fuerzas de defensa crean enemigos incluso entre su propia ciudadanía, lo que el estado agresor puede usar en su propia ventaja y en todo caso hay poco que temer por parte del agresor una vez es derrotado el ejército regular. Por el contrario, la población de territorios libres está probablemente fuertemente armada y la lucha realizada por guerrillas irregulares lideradas por profesionales de la defensa en forma de guerrilla y partisanos. Todos los luchadores son voluntarios y todo su soporte: alimentos, alojamiento, ayuda logística, etc., son voluntarios. Por tanto las guerrillas deben ser extremadamente amistosas con su propia población. Pero precisamente esto: su carácter completamente defensivo y su apoyo casi unánime en la opinión pública les puede hacer casi invencibles, incluso para ejércitos invasores muy superiores. La historia proporciona numerosos ejemplos: la derrota de Napoleón en España, la derrota de Francia en Argelia, la derrota de EE. UU. en Vietnam, la derrota de Israel en el sur del Líbano.
Defensa colectiva, guerrillas y armas privadas
Rothbard exploró estos mismos temas en su obra sobre la Revolución Americana, en la que señalaba el papel esencial de la guerrilla en ese conflicto. Simultáneamente a la guerra, “Estados Unidos” funcionaba como un grupo de estados independientes que se habían unido para la defensa colectiva. La coalición tuvo éxito contra el estado más poderoso del momento y los estados americanos siguieron siendo de hecho pequeñas entidades independientes, aunque funcionaran internacionalmente bajo una sola bandera diplomática.
Por consiguiente, encontramos que la defensa militar efectiva no necesita un estado centralizado unidad política. No hay razón convincente para creer que si hubiera habido veinte o treinta colonias en lugar de trece, el resultado o desarrollo de la guerra en el bando americano hubieran sido distintos.
Estos hechos siguen siendo relevantes incluso hoy, ya que otras regiones del mundo podrían aprovechar la misma dinámica, si son capaces de superar su compromiso con el nacionalismo y el autoritarismo. Por ejemplo, si Lituania fuer aseria con respecto a la defensa militar, podría apreciar el hecho de que los exestados del bloque soviético, de Estonia a Bulgaria (sin incluir a las antiguas repúblicas soviéticas, como Ucrania), tienen una población combinada de más de 100 millones de personas, con poblaciones extendidas sobre una gran área. En otras palabras, la región tiene potencial para montar una defensa militar eficaz y creíble ante invasores extranjeros a través de una defensa colectiva y descentralizada.
La capacidad militar defensiva podría también mejorar enormemente con un compromiso con el crecimiento económico mediantes desregulación y laissez faire. Sin embargo no resulta sorprendente que la mayoría de los estados de la región no estén dispuestos a librar a sus economías de la intervención pública. Al mismo tiempo, esos mismos estados están comprometidos con el desarme de las poblaciones locales y la centralización de la capacidad militar mientras endosan sus costes de defensa al contribuyente estadounidense a través de la OTAN.
La región (como la mayoría del mundo) sigue atrapada en la idea de que un estado centralizado y un sector privado indefenso son las mejores opciones para la defensa. El número de armas de fuego de propiedad privada en Bulgaria, por ejemplo, es de seis armas por cada 100 personas. En Polonia, el número de de 1,3 armas fuego privadas por cada 100 personas. Hay aún menos armas privadas en Lituania (0,7 por 100), que ha decidido esclavizar a los jóvenes mediante el servicio militar obligatorio en lugar de dejar que los ciudadanos tengan armas. Cuando comparamos estas cifras con la propiedad de armas de fuego en Suiza, que tiene un porcentaje de cuarenta y cinco armas por 100 personas (el porcentaje es de ochenta y ocho por 100 en Estados Unidos), queda abundantemente claro que los regímenes de Europa oriental no son serios con respecto a ningún tipo de defensa militar que no priorice proteger el monopolio de coacción del estado sobre sus propios ciudadanos.
La ideología importa
Economía, tamaño y calidad del material de guerra importan, pero ninguno e ellos puede superar el poder de la ideología. Hoppe escribe:
¿Cómo se puede explicar, por ejemplo, que Francia no haya conquistado Mónaco, o Alemania Luxemburgo, o Suiza Liechtenstein, o Italia la Ciudad del Vaticano o EE. UU. Costa Rica? ¿O cómo se explica que EE. UU. no hay “acabado el trabajo” en Iraq sencillamente matando a todos los iraquíes? Indudablemente, en términos de población, tecnología y geografía son tareas asequibles.
La razón para estas omisiones no es que los gobernantes franceses, alemanes, suizos, italianos o de EE. UU. tengan escrúpulos morales por principio contra la conquista, ocupación, expropiación, esclavitud y encarcelamiento o asesinato de inocentes: hacen estas cosas diariamente a su “propia” población. (…) Lo que limita la conducta de los gobernantes estatales y explica su reticencia a hacer cosas que parecen viables desde un punto de vista “técnico” es la opinión pública, internamente, pero también en el extranjero.
Como han explicado La Boétie, Hume, Mises, Rothbard, el poder público se basa en último término en la opinión, no en la fuerza bruta. No es el mismo Bush el que mata o pone un arma en la cabeza de aquellos a los que ordena matar. Generales y soldados siguen sus órdenes por sí mismos. Tampoco Bush puede “obligar” a nadie a continuar proporcionándole los fondos necesarios para su agresión. La ciudadanía debe hacerlo por sí misma, porque crea que, en líneas generales, es lo correcto. Por otro lado, si la mayoría de generales, soldados y ciudadanos dejaran de creer en la legitimidad de las órdenes de Bush, estas no se convertirían en nada más que humo.
En definitiva, ninguna estructura gubernamental puede impedir la guerra si la ideología prevalente es una que prefiera la violencia a la paz y el nacionalismo al laissez faire internacional. Igualmente, Suiza y Noruega (por ejemplo), nunca han llegado a enfrentamientos, no porque la OTAN o EE. UU. les impogan la paz, sino porque las gente de la región ve la guerra como una opción insostenible. Hay paz (por ahora) en la mayor parte de Occidente porque pocos de los ciudadanos contribuyentes productivos de Occidente se inclinan por hacer la guerra de otros ciudadanos de Occidente. Es un triunfo ideológico, no militar.
Publicado originalmente el 12 de junio de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.