No hay un fin de la historia, ni una existencia perfecta

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[Extraído del capítulo 16 de Teoría e historia (1957)]

4782Todas las doctrinas que han tratado de descubrir en el curso de la historia humana alguna tendencia definida en la secuencia de cambios estaban en desacuerdo, en referencia al pasado, con los hechos históricamente establecidos y cuando han intentado predecir el futuro han resultado ser espectacularmente erróneas por los acontecimientos posteriores.

La mayoría de estas doctrinas se caracterizaban por referencias a un estado de perfección en los asuntos humanos. Ponían este estado perfecto o bien al inicio de la historia o a su final o a ambos, principio y final. Consecuentemente, la historia aparecía en su interpretación como un deterioro o una mejora progresivos o como un periodo de deterioro progresivo al que seguiría uno de mejora progresiva. En algunas de estas doctrinas la idea de un estado perfecto se enraizaba en creencias y dogmas religiosos. Sin embargo no es tarea de la ciencia secular entrar en un análisis de estos aspectos teológicos del asunto.

Es evidente que en un estado perfecto de los asuntos humanos no puede haber ninguna historia. La historia es el registro de los cambios. Pero el mismo concepto de perfección implica la ausencia de ningún cambio, ya que un estado perfecto solo puede transformarse a un estado menos perfecto, es decir solo puede empeorar con cualquier alteración. Si ponemos el estado de perfección solo en el supuesto inicio de la historia, afirmamos que la edad de la historia vino precedida por una era en la que no hubo historia y que un día algunos acontecimientos que perturbaron la perfección de esta era original inauguraron la edad de la historia. Si suponemos que la historia tiene hacia la realización de un estado perfecto, afirmamos que la historia llegará algún día a su fin.

La naturaleza human le lleva a luchar incesantemente por la sustitución de condiciones menos satisfactorias por condiciones más satisfactorias. Este motivo estimula sus energías mentales y le mueve a actuar. La vida en un marco perfecto reduciría al hombre a una existencia puramente vegetativa.

La historia no empezó con una edad de oro. Las condiciones bajo las que vivió el hombre primitivo parecen a los ojos de las eras posteriores como bastante insatisfactorias. Estaba rodeado de innumerables peligros que ni amenazan en absoluto, o al menos en el mismo grado, al hombre civilizado. Comparado con las generaciones posteriores, era extremadamente pobre y bárbaro. Le hubiera encantado, si hubiera tenido la oportunidad, aprovecharse de cualquiera de los logros de nuestra época, por ejemplo de los métodos de curar heridas.

Tampoco la humanidad puede llegar nunca a un estado de perfección. La idea de que un estado de falta de objetivos e indiferencia es deseable y la condición más feliz que la humanidad pueda nunca lograr permea la literatura utópica. Los autores de estos planes retratan una sociedad en la que no hacen falta más cambios porque todo ha llegado a su mejor forma posible.

En la utopía ya no habría ninguna razón para esforzarse por mejorar, porque todo sería ya perfecto, la historia se habría llevado a su fin. Por tanto toda le gente sería rigurosamente feliz.[1] A esos escritores nunca se les ocurrió que aquéllos a quienes estaban ansiosos por beneficiar por la reforma podrían tener opiniones distintas respecto de lo que es deseable y lo que no lo es.

Últimamente ha aparecido una nueva versión sofisticada de la imagen de un sociedad perfecta a partir de una interpretación groseramente errónea del procedimiento de la economía. Con el fin de ocuparse de los efectos de los cambios en la situación del mercado, los esfuerzos por ajustar la producción a esos cambios y los fenómenos de pérdidas y ganancias, el economista construye una imagen de un estado de cosas hipotético, aunque inalcanzable, en que la producción siempre se ajusta completamente a los deseos apreciables de los consumidores y a ningún cambio posterior que pueda producirse.

En este mundo imaginario el mañana no difiere del hoy, no pueden producirse desajustes y no aparece ninguna acción emprendedora. La dirección de los negocios no requiere ninguna iniciativa: es un proceso que actúa por sí mismo, realizado por autómatas impulsados por una especie de instintos misteriosos. No hay para los economistas (y`, en este sentido, tampoco para los hombres comunes discutiendo sobre asuntos económicos) otra forma de concebir lo que está pasando en el cambiante mundo real que contrastarlo así con un mundo ficticio de estabilidad y ausencia de cambio.

Pero los economistas son plenamente conscientes de que la elaboración de esta imagen de una economía en constante rotación es simplemente una herramienta mental que no tiene equivalencia en el mundo real en el que el hombre vive y está destinado a actuar. Ni siquiera sospechan que alguien pueda dejar de apreciar el carácter meramente hipotético y auxiliar de su concepto.

Aún así, la gente entiende mal el significado de esta herramienta mental. En una metáfora tomada de la teoría de la mecánica, los economistas matemáticos califican a la economía en rotación constante como el estado estático, a la condiciones prevalentes en ésta equilibrio y a cualquier desviación del equilibrio desequilibrio. Este lenguaje sugiere que hay algo malo en el mismo hecho de que haya siempre desequilibrio en la economía real y que el estado de equilibrio nunca se haga real.

El estado hipotético meramente imaginario de equilibrio no perturbado aparece como el estado de la realidad más deseable. En este sentido, los autores califican a la competencia como prevalece en la economía cambiante como competencia imperfecta. La verdad es que la competencia solo puede existir en una economía cambiante. Su función es precisamente acabar con el desequilibrio y generar una tendencia hacia el logro del equilibrio. No puede haber ninguna competencia en un estado de equilibrio estático porque en dicho estado no hay ningún punto en el que un competidor pueda interferir con el fin de realizar algo que satisfaga mejor a los consumidores de lo que ya se está realizando.

La misma definición de equilibrio implica que no hay ningún desajuste en todo el sistema económico y en consecuencia no hay ninguna necesidad de ninguna acción para acabar con los desajustes, ninguna actividad emprendedora, ninguna pérdida ni ganancia empresarial. Es precisamente la ausencia de beneficios los que lleva a los economistas matemáticos a considerar el estado de equilibrio estático sin perturbaciones como el estado ideal, pues se ven inspirados por el prejuicio de que los empresarios son parásitos inútiles y los beneficios un lucro injusto.

Los entusiastas del equilibrio también se ven engañados por connotaciones timológicas ambiguas del término “equilibrio”, que por supuesto no tiene referencia alguna a la forma en que la economía emplea la construcción imaginaria de un estado de equilibrio. La idea popular de un equilibro mental del hombre es vaga y no puede particularizarse sin incluir juicios arbitrarios de valor. Todo lo que puede decirse acerca de un estado tal de equilibrio mental o moral es que no puede mover a un hombre a ninguna acción. Pues la acción presupone algún sentimiento de incomodidad, ya que su objetivo solo puede ser la eliminación de la incomodidad.

La analogía con el estado de perfección es evidente. El individuo completamente satisfecho no tiene propósitos, no actúa, no tiene incentivo para pensar, emplea sus días disfrutando de la vida. El que una existencia así, como al de la hadas, sea deseable puede quedarse sin opinión. Lo que es cierto es que los hombres vivientes no pueden alcanzar nunca un estado así de perfección y equilibrio.

No es menos cierto que, acuciados por las imperfecciones de la vida real, la gente soñaría con ese completo cumplimiento de todos sus deseos. Esto explica las razones de la alabanza emocional del equilibrio y la condena del desequilibrio.

Sin embargo los economistas no deben confundir esta noción timológica de equilibrio con el uso de una construcción imaginaria de una economía estática. El único servicio que ofrece esta construcción imaginaria es resaltar por contraste la incesante lucha de los hombres vivos y activos por la máxima mejora posible de sus condiciones. Para el observador científico no afectado no hay nada objetable en su descripción del desequilibrio. Es solo el apasionado celo prosocialista de los pseudoeconomistas matemáticos lo que transforma una mera herramienta analítica de los economistas lógicos en una imagen utópica del mejor y más deseables estado de cosas.

 

Nota

[1] En este sentido, También Karl Marx debe calificarse como utópico. Igualmente buscaba un estado de cosas en el que la historia llegara a un punto muerto. Pues la historia es, en el plan de Marx, la historia de la lucha de clases. Una vez que las clases y la lucha de clases sean abolidas ya no puede haber ninguna historia. Es verdad que el Manifiesto Comunista simplemente declara que la historia de todas las sociedades preexistentes, o como añadió posteriormente Engels más precisamente, la historia tras la disolución de la edad de oro del comunismo primigenio, es la historia de las luchas de clase y por tanto no excluye la interpretación de que después del establecimiento de milenio socialista pudiera aparecer algún nuevo contenido en la historia.

Pero los demás escritos de Marx, Engels y sus discípulos no ofrecen ninguna indicación de que puedan realmente producirse ese nuevo tipo de cambios históricos, radicalmente diferentes en naturaleza de los de las épocas precedentes de luchas de clases. ¿Qué cambios posteriores pueden esperarse una vez que se alcance la fase superior del comunismo, en la que todos tienen todo lo que necesitan? La distinción que hizo Marx entre su propio socialismo “científico” y los planes socialistas de autores anteriores a los que calificó de utópicos se refiere no solo a la naturaleza y organización de la comunidad socialista, sino asimismo a la forma en que se supone que llegará a existir dicha comunidad. Aquellos a quienes Marx despreciaba como utópicos crearon el diseño de un paraíso socialista y trataban de convencer a la gente de que su realización era altamente deseable.

Marx rechazaba este proceder. Pretendía haber descubierto la ley de la evolución histórica de acuerdo con la cual la llegada del socialismo es inevitable. Veía las limitaciones de los socialistas utópicos, su carácter utópico, en el hecho de que esperaran la llegada del socialismo por la voluntad del pueblo (es decir, por su acción conciente) mientras que su propio socialismo científico afirmaba que el socialismo llegaría, independientemente de la voluntad de los hombres, por la evolución de las fuerzas productivas materiales.


Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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