Autarquía y nacionalismo económico en pleno siglo XXI

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Articulo de Landa 2

“La política interior de los Estados nacionalistas se inspira en su propósito de mejorar la situación de algunos grupos de ciudadanos en perjuicio de los extranjeros y de los ciudadanos que hablan un idioma extranjero. En política exterior el nacionalismo significa discriminación contra los extranjeros. En política interior significa discriminación contra los ciudadanos que hablan un idioma que no es el del grupo dominante”.

Ludwig von Mises

El interés supremo de las naciones parece seguir siendo el motor que mueve a millones de mentes en el mundo entero. Después de que en el siglo pasado la humanidad sufriera la peor de sus tragedias de manos del nacionalismo, hoy sigue desatando pasión y odio en los lugares más inhóspitos de la tierra. Lo que debería ser periódico de ayer, hoy parece tener más vigencia y fuerza que nunca.

Las voces de las víctimas del nacionalismo nos piden a gritos desesperados que no olvidemos como en nombre de la patria y del bien común de los nacionales, se han cometido los más atroces crímenes de la historia de la humanidad. No sólo no debemos olvidar a las víctimas del nacionalismo de antaño, sino que tampoco debemos ignorar a quienes en la actualidad sufren a causa del “interés de la mayoría”.

Hoy día y después que ya el mundo ha enterrado en mayor o menor medida el nazismo, el nacionalismo por causas de racismo nos parece una cosa impensable, y es cierto. Si usted se atreve a ser racista inmediatamente se ganará el apelativo de “nazi”. También ha sido enterrada aquella vieja creencia europea en la superioridad por cuestiones de lenguaje e idioma y esa tendencia a anular a las minorías lingüísticas a través del accionar del  Estado que tanto marcó la historia de occidente en general y de Europa en particular. La división del trabajo más o menos ha calado en el pensamiento europeo y hoy vemos cada vez de forma más distante aquellos antiguos conflictos que asolaban constantemente a los países que hoy conforman la comunidad europea. Es cierto que esta paz generada por la división internacional del trabajo no es propia de muchos países orientales, quienes siguen en conflictos interminables por motivos religiosos y culturales; por lo tanto nos dedicaremos a tratar el problema desde la perspectiva de occidente.

El nacionalismo de nuestra época actual –salvo por algunos casos particulares– ya no se apoya en la firme creencia de la superioridad racial, étnica o lingüística, sino más bien en el apoyo irrestricto de las autoridades estatales en favor de los productores nacionales, poniéndolos en condiciones superiores respecto a su competencia extranjera. El nacionalismo de hoy es en mayor medida de tipo únicamente económico y cojea aún apoyado en el hombro de la autarquía. Pero, ¿qué es la autarquía?

La autarquía es la pretensión de que el sistema económico nacional sea totalmente autosustentable, y que por lo tanto no sea necesario el intercambio comercial entre extranjeros y nacionales –el cual consideran los nacionalistas y socialistas malévolo– para conseguir los bienes y servicios que la población demanda. El fin último de la autarquía es el aislacionismo total del país y la eliminación a toda escala de las importaciones. ¿Cuántos de nosotros no hemos escuchado decir que el problema es que nosotros no producimos lo suficiente? Seguramente todos hemos estado en alguna conversación donde la mayoría de los interlocutores –y a veces nosotros mismos– están de acuerdo que si produjéramos todo lo que necesitamos estaríamos mucho mejor.

Muchos de nosotros no vemos el problema, pero pretender aislar a un país del proceso de división internacional del trabajo y privarlo de entrar a competir dentro de la comunidad comercial mundial es un serio atraso tanto para el empresario nacional quién no podrá extender su actividad más allá de las fronteras de su país; como para el consumidor, quién tendrá muy limitada su capacidad de escogencia de productos y por lo tanto tendrá que conformarse con lo producido en su país, aunque su precio, calidad y cantidad no sean los que realmente desearía.

Podríamos caer en el error de pensar que la autarquía, aunque deseada por muchos, no ha calado en nuestros países, pues en mayor o menor medida todos nuestros mercados están llenos de productos extranjeros; pero la presencia de productos extranjeros en nuestro mercado no implica que los mismos compitan en igualdad de condiciones con los productos de la industria nacional, cuestión que intentaremos ilustrar con un ejemplo: Producir un kilo de manzanas cuesta en España 1$, pues el clima, la tierra y las demás condiciones medioambientales son favorables para la producción; y en Venezuela producir el mismo kilo de manzanas implicaría un coste de 5$, pues las condiciones en este país hacen mucho más complicado el hecho de producir manzanas. ¿Qué manzana compraría el consumidor? Es obvio que el consumidor compraría la manzana producida en España pues su coste es muy inferior a la producida en Venezuela. Y ahí es donde interviene el Estado, que para beneficiar al productor nacional carga de aranceles que encarecen las manzanas importadas haciéndolas mucho más costosas que las manzanas venezolanas, en favor del productor nacional y en detrimento del productor extranjero.

Podríamos de nuevo caer en el error de pensar que esto es bueno y que siempre que el Estado beneficie de una u otra manera al productor nacional, entonces la política económica es correcta… ¡pero no es así! Es un privilegio particular entregado al empresario que en nada beneficia a la economía nacional, pues no debemos olvidar que el consumidor último será quién termine pagando cinco veces el precio que podría pagar. Y no sólo eso, el empresario a sabiendas que tiene el apoyo y el respaldo del Estado y que ningún productor extranjero podrá competir de forma alguna con él, siempre preferirá  elaborar un producto de peor calidad, reduciendo a su máxima expresión los costes siempre en detrimento de la calidad final del producto. El productor nacional sabe que aunque el producto extranjero sea de mayor calidad, el precio que han generado los aranceles impuestos por el Estado hará que los consumidores sigan prefiriendo, por cuestión de ahorro, comprar el producto nacional aunque tengan conciencia de que este es de peor calidad. Si el propósito inicial es el de mejorar la situación de los nacionales, tanto productores como consumidores, el resultado final es todo lo contrario. Y es que hay otro punto que no podemos dejar fuera de la ecuación.

Regular el mercado nacional con aranceles a los productos extranjeros y con beneficios a los productos nacionales genera un alza general de los precios, una escasez relativa de los productos y también una reducción constante de las importaciones. Este último efecto que los nacionalistas modernos ven como un logro o como un bien deseado, no solamente se traduce en la ausencia de productos extranjeros, sino en la imposibilidad de exportar los productos nacionales. Y es que no debemos olvidar que las importaciones y las exportaciones son caras de una misma moneda, y que la una no puede subsistir sin la otra. ¡El único fin de las importaciones es pagar las exportaciones! Todo esto genera una baja  general del bienestar con su consecuente descenso del nivel de vida de los ciudadanos.

La autarquía cuando ha sido más o menos exitosa en calar en la mentalidad de los individuos como algo deseable, ha dado origen a actitudes que tienden a favorecer la guerra y el establecimiento de imperios, y de esto la historia tiene mucho que contarnos. Y es que se trata de una consecuencia totalmente lógico; si un país desea ser autosustentable y se encuentra que hay una buena cantidad de bienes que no puede producir por cuestiones de tipo geográficas, el remedio más sencillo aunque no por ello menos costoso, es la guerra y el expansionismo. Si Venezuela no puede producir café por cuestiones relacionadas con su ubicación geográfica, la única solución para ser autosustentable, es invadir Colombia y anexionar el territorio en el cual si es posible la producción del bien que necesita para la satisfacción de sus necesidades. Y aunque esto nos parezca una caricatura, podemos comprobar su veracidad a lo largo de la historia. Recordemos lo que decía el profesor Ludwig von Mises respecto a la Alemania Nazi: “Alemania no aspira a la autarquía porque desee hacer la guerra. Aspira a la guerra porque desea la autarquía, porque desea la autosuficiencia económica”.

Ya vemos que no sólo la creencia de la superioridad racial o cultural nos vuelve nacionalistas al más puro estilo nazi, sino que también el proteccionismo económico y la autarquía son signos del atraso y del oscurantismo propios del ideal nacionalista.

Son la división internacional del trabajo, el libre mercado y el comercio internacional las mejores formas probadas para proveer las herramientas idóneas para la satisfacción de las necesidades humanas de una manera más eficiente y moral. La división del trabajo obliga a los productores nacionales a competir con los productores extranjeros en igualdad de condiciones; obliga a los competidores a elaborar productos de la mejor calidad posible y al costo más bajo; permite que los comerciantes compitan en los más diversos mercados mundiales creando nuevos puestos de trabajo que aumentan el bienestar general;  elimina absolutamente cualquier posibilidad de establecer monopolios coercitivos; le da la oportunidad al consumidor de escoger bienes y servicios partiendo de un abanico de opciones muy amplio al mejor precio y calidad posible… En fin, nos permite a los seres humanos desarrollar nuestra capacidad creativa y empresarial, nos permite desarrollarnos como individuos y trabajar siempre en la búsqueda de nuestra propia felicidad.

Los dejamos con una reflexión del economista e historiador Ludwig von Mises a propósito de la división del trabajo comparada con la tendencia proteccionista y la autarquía tan deseada por nacionalistas y socialistas del mundo entero:

La división internacional del trabajo es un sistema de producción mucho más eficiente que la autarquía económica de todas las naciones. La misma cantidad de trabajo y de factores materiales de producción produce más. Esta mayor producción beneficia a todos los interesados. El proteccionismo y la autarquía dan siempre por resultado el desplazamiento de la producción desde centros en que las condiciones son más favorables –por ejemplo, allí donde la producción con la misma cantidad de recursos es más elevada– a centros en los que esas condiciones son menos favorables. Los recursos más productivos permanecen inactivos mientras se utilizan los menos productivos. El resultado es una disminución general de la productividad del trabajo humano, y por lo tanto un descenso del nivel de vida de todo el mundo. [1]

Los ciudadanos del mundo deben dejar de pedir privilegios a sus gobernantes y deben exigir con la mayor fuerza y convicción que los dejen hacer y actuar libremente, pues la LIBERTAD siempre funciona. Debemos confiar en nuestra capacidad innata y poner nuestras esperanzas en un futuro donde la malsana intervención del estado sea sólo un mal recuerdo y donde todos los seres humanos podamos intercambiar y relacionarnos sin ataduras y sin complejos.

Referencias:

Mises, L. (2002). Gobierno Omnipotente: En nombre del Estado. Madrid, España. Unión Editorial.


Luis Landa: Director de Formación del Instituto Ludwig von Mises Venezuela. Twitter: @Luis_Ale_Landa

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