No habría sido capaz de escribir este artículo sin haber leído antes el libro del Profesor Jörg Guido Hülsmann,The Ethics of Money Production. De este libro puede el lector obtener muchas cosas, pero el aspecto más importante es darse cuenta de que, al contrario que casi todos los demás asuntos “políticos”, el tema del dinero (es decir, ¿qué es el dinero?, ¿de dónde procede?, ¿cómo se produce?, ¿quién los controla?) no se explica nunca o raramente.
El Profesor Hülsmann lo expone así:
Los problemas éticos de la producción se han evaluado en un gran número de industrias, yendo de la agricultura a la fabricación textil en países subdesarrollados y a la farmacia. Hoy solo unas pocas industrias importantes han escapado a dicho escrutinio. La más importante de entre ellas es la fabricación del dinero. El dinero es omnipresente en la vida moderna y aún así la fabricación del dinero no parece merecer ninguna evaluación moral. (2008, p. 1).
Un ejemplo perfecto de esta “no explicación” viene a través del sermón de mi pastor el pasado fin de semana.
Sin embargo, déjenme que les diga: Mi pastor es una persona extraordinaria. Ama apasionadamente a Dios y a la gente. Predica desde el corazón es decir, con convicción) y continuamente me hace pensar moral e intelectualmente. No puedo pedir un mejor pastor.
Pero el pasado domingo hubiera preferido un filósofo mejor.
Mi problema era éste. Estaba hablando de la “ética” de manejar, gastar y ganar dinero y aún así nunca definió qué era el dinero. Era como hablar de guerra sin mencionar a la armas o como hablar de religión sin pronunciar la palabra “Dios”.
Faltaba algo.
Su sermón provenía de la Epístola de Santiago, capítulo 5, versículos 1 a 6:
¡Vamos ahora, oh ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestros cuerpos como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días finales. He aquí, clama el jornal de los obreros que han segado en vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores de los que habían segado han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y habéis sido disolutos; habéis engordado vuestros corazones como en día de matanza. Habéis condenado y dado muerte al justo, sin que él os opusiese resistencia.
Así que si eres un “rico”, este pasaje parece algo desalentador. Pero no es tan sencillo de leer. Con un poco de análisis y un pensamiento claro, es evidente (y mi pastor lo apuntaba) que Santiago no estaba hablando a los “ricos” como tales, sino a los capitalistas, es decir, a los propietarios de negocios, ricos industriales y quienes emplean a las masas. Santiago les dice: No seáis explotadores.
Santiago nos advierte contra cuatro tipos de explotación: (1) envilecimiento de la moneda, (2) defraudar a los empleados, (3) gula y (4) agresión legal/civil.
Mi pastor hizo un trabajo estupendo al ocuparse de los puntos 2, 3 y 4. Nos instruyó sobre la ética de ser buenos empresarios y trabajadores. Habló de la ética de llevar un negocio de una forma que sea justa y (económicamente) gentil con sus empleados. E incluso habló de la ética de gastar nuestro dinero de una forma prudente y virtuosa. Dicho de forma sencilla, defendió que el dinero es neutral como valor (es decir, que no es “malo” tener dinero) y por tanto es lo que hagas con tu dinero los que determina si eres una persona ética (en los negocios).
Pero la pregunta persiste: ¿qué es el dinero? Y tras ella: ¿qué es el dinero ético?
El dinero es el medio de intercambio más generalmente aceptado en una sociedad. Dicho de forma sencilla, es lo que casi todas las personas en una sociedad aceptarían a cambio de alguna otra cosa. En el pasado, productos como tabaco, conchas, algodón e incluso whisky han sido en algún momento dinero, pero el oro y la plata han demostrado (a lo largo de miles de años) ser las formas predominantes de dinero. Advirtamos, sin embargo, que el dinero no ha sido inventado por el gobierno ni creado por contrato social. Es el resultado de la convergencia espontánea de muchos individuos eligiendo voluntariamente hacer transacciones pacíficas entre sí, el oro y la plata eran su lenguaje común (Hülsmann, p. 23).
Santiago también entendía este lenguaje y es evidente por su terminología en el pasaje.
Lo que nos lleva de vuelta al punto que olvidó el pastor: La advertencia de Santiago contra el envilecimiento de la moneda. El versículo 3 en la cita anterior dice: “Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestros cuerpos como fuego”.
Respecto de este versículo, deben explicarse tres cosas: (1) El oro y la plata eran la moneda de aquel tiempo. (2) El oro y la plata tienen una serie de atributos únicos que les hacen ideales para ser dinero y uno de esos atributos es que, siempre que sean puros en un 99,9% nunca se deterioran (enmohecen). Finalmente, (3) El oro y la plata deben forjarse mediante fuego y cuando se funden aparecen todas las impurezas y éstas se separan del oro y la plata puros.
Comparando lo dicho por Santiago con estos hechos, está claro de qué se estaba ocupando en el versículo 3:Está hablando de dinero y está hablando contra su envilecimiento.
Como se ha dicho antes, Santiago da por sentado que el oro y la plata son dinero, pero no acepta el hecho de que quienes tienen dinero (es decir, los ricos) tengan derecho a envilecerlo añadiéndole impurezas.
Pregunta: ¿Por qué habrían querido los ricos añadir impurezas (y así arriesgarse al enmohecimiento) a su oro y plata? La respuesta es sencilla. Porque obtenían una ganancia. Al añadir metales más baratos a su oro y plata, los ricos eran capaces de generar más dinero para sí mismos (sin trabajar o ahorrar para ello) y luego crean capaces de pasar ese “nuevo” dinero como real a gente inconsciente. Dicho sencillamente, era una estafa.
Los reyes fueron notables en este aspecto.
Aquí va un ejemplo: Un rey tiene 1.000 monedas de plata (que ha confiscado al pueblo mediante impuestos) pero quiere 500 monedas adicionales de forma que pueda comprar más caballos para sus guardias, más flores para su palacio y más comida para su séquito. ¿Qué debería hacer? ¿Trabajar para ello? No. Es una idea ridícula. Sólo el hombre común trabaja para comer. Al rey le basta con decirlo y es suyo.
¿Debería imponer aún más impuestos? Probablemente no. El pueblo se cansa pronto de ser robado continuamente y, como reacción, reclamará la cabeza del rey. Así que los impuestos no valen. “¿Cómo puedo obtener más dinero sin tener que trabajar o imponer más impuestos?”, se pregunta el rey.
Luego piensa en la idea más brillante: sencillamente creará “nuevo” dinero.
Por tanto, decide tomar sus 1.000 monedas de plata, fundirlas, añadir estaño a la mezcla y luego obtener para sí mismo 1.500 (o más) nuevas monedas de “plata”. Ahora el rey tiene su dinero. Ahora también puede gastarlo. Paga al labrador quemado por el sol y el duro trabajo el equivalente al trabajo de un mes. Luego compra algunos de los mejores caballos a un hombre que se ha esforzado durante años en domar a los animales. Y a muchísimos más el rey les hace lo mismo: intercambiar monedas de “plata” falsa e impura por bines y servicios del honrado, industrioso y laborioso pueblo.
El rey les estafa.
No hace falta ser teólogo para entender que los que hace el rey es inmoral. El rey ha quebrantado no solo la ley moral sino las leyes de Dios. La ley moral básica establece que es injusto robar a una persona inocente. El rey ha violado este principio. También ha violado el octavo y noveno mandamientos: el rey está robando y está prestando falso testimonio contra la persona a la que compra. Por tanto cuando el rey intercambia conscientemente su moneda envilecida con personas inocentes, el rey roba a esa gente y está violando la ley moral y las leyes de Dios.
Tampoco hace falta ser un economista para ver que lo que ha hecho el rey es asimismo naturalmente ilógico. El trabajo es una carga para todas las personas. Para poder comer, una persona debe trabajar. Y no solo trabajar, una persona debe producir algo de valor que pueda ser consumido (o usado) por ella misma u otro. Incluso el rey solo puede comer si otros trabajan y producen para él. Por tanto, cuando el rey se fabrica nuevo dinero (y ni trabaja ni ahorra por ese dinero) explota a quienes hayan trabajado intercambiando su (del rey) dinero devaluado por productos valiosos, su falta de trabajo por su trabajo real, si riqueza imaginaria por su riqueza verdadera.
Nada puede ser más injusto o cruel.
Contra esto advierte Santiago. “Vuestro oro y plata están enmohecidos”, escribe. La lógica de Santiago es ésta: el enmohecimiento del oro y la plata son el resultado de las impurezas, las impurezas son la evidencia del envilecimiento y el envilecimiento es la práctica del fraude y el robo. Por tanto, dice Santiago, no envilezcas tu moneda para pagar a tus trabajadores o comprar sus bienes, porque hacerlo es cometer fraude y robo contra ellos.
Hoy no tenemos que preocuparnos de que los ricos (es decir, de nuestros empresarios) envilezcan nuestro oro o plata, porque ya no se nos paga con oro y plata. No, afrontamos algo mucho más preocupante: el gobierno controla nuestra moneda. De hecho, el gobierno controla nuestro dinero de la misma forma que lo hacía nuestro deshonesto rey: crea dinero de la nada y devalúa nuestra moneda cada vez que lo hace.
No es un cuento de hadas. No es una teoría conspiratoria. Es la vida real.
Siempre que el gobierno de EEUU quiere hacer una guerra, expandir su imperio, controlar sus escuelas, militarizar su policía, perseguir a sus detractores, rescatar a sus amigos, aplastar a sus enemigos, alabar su propia explotación o reclamar nuestra obediencia, solo necesita imprimir el dinero para hacerlo.
Si no me creen, lean esto.
Por tanto, persiste la pregunta: ¿Por qué no hablamos de ética (lo correcto o lo incorrecto) de la fabricación de dinero en Estados Unidos? Si Santiago condenaba al propietario del negocio que envilecía los salarios de los trabajadores, ¿por qué no estamos condenando a un gobierno que explota el dinero de sus ciudadanos? ¿Y qué violación es mayor? Al menos el trabajador estafado puede buscar otro empresario para preservar su riqueza y dignidad. ¿Cómo va a ser capaz el ciudadano de escapar a la injusticia de su gobierno? Eso es casi imposible.
¿No debería mi pastor haber hablado de esto? ¿No es algo de lo que deberíamos hablar?
Publicado el 22 de abril de 2011. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.