Chile: perdón, justicia, reconciliación

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allende-pinochetOtro 11 de septiembre. Otra jornada de odiosidades y salvajismo. Parece ser que los chilenos no aprendemos. En la maraña, dos actos han sobresalido en los medios por su grosera irracionalidad revanchista. Uno, la profanación de la tumba de Jaime Guzmán. Otro, la destrucción de un memorial en recuerdo de los detenidos desaparecidos Jorge Marín y William Miller por oficiales del Ejército. Hechos puntuales que dejan entrever una verdad decepcionante: en 25 años de democracia hemos sido incapaces de superar la discordia y la polarización incubadas en revolución y reforzadas en dictadura. Las consignas de la calle son el eco del quiebre social retumbando aún hoy; la violencia, su corolario, transmitido generación tras generación.

Continuamos anclados en el odio. Pero Europa, sabia maestra, nos enseña una lección: es posible dar vuelta la página. Después de dos guerras mundiales devastadoras, de millones de vidas perdidas, de campos y ciudades completamente desolados, consiguió unirse y avanzar. ¿Cómo lo hizo? No sin dificultad, es cierto. Fue necesario que el tiempo y la justicia cicatrizaran las heridas. Para avanzar hay que perdonar, y para perdonar hay que hacer justicia. Los nazis tenían que ser ajusticiados para restaurar la dignidad a los humillados, para que la muerte de los soldados aliados y el dolor de todos no haya sido en vano, para lograr la paz. Pero eso no bastaba: en el contexto de la Guerra Fría, hacía falta concebir todo un sistema político y económico que estimulara la integración de las naciones europeas. A ello obedeció la creación de la Comunidad del Carbón y del Acero (Alemania Federal, Italia, Francia, Holanda, Bélgica y Luxemburgo), primero, más tarde la Comunidad Económica Europea, y, por fin, la Unión Europea.

Sea como haya sido, lo importante es la enseñanza del caminar europeo hacia la unidad y los frutos que de ella podemos extraer los chilenos. Escapemos de la lógica miserable del “ni perdón ni olvido”. No podemos olvidar, no. Un pueblo tiene el deber moral de recordar y comprender su historia –sus errores, para no volver a cometerlos, y sus aciertos, para volver a cometerlos–; un pueblo sin memoria es un pueblo necio. Pero tampoco podemos despreciar el perdón. Se ha hecho justicia. La dictadura ha caído. Los perseguidores han cedido. Es hora de mirarnos a la cara, reconocernos y perdonarnos. La reconciliación nacional está en manos de los jóvenes. Esta generación tiene la oportunidad de alcanzarla; según si lo hace bien o no, la historia dirá su valor.

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