Crisis financiera y recesión

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La grave crisis financiera y la recesión económica resultante que hemos pronosticado durante años finalmente están desatando su furia. De hecho, la insensata política de expansión artificial del crédito que han permitido y orquestado los bancos centrales (liderados por la Reserva Federal de Estados Unidos) en los últimos quince años no podría haber terminado de otra manera.

El ciclo expansionista que se ha cerrado ahora se puso en marcha cuando la economía estadounidense salió de su última recesión en 1992 y la Reserva Federal se embarcó en una enorme expansión artificial del crédito y la inversión, una expansión no respaldada por un aumento paralelo en el ahorro familiar voluntario.  Durante muchos años, la oferta monetaria en forma de billetes y depósitos (M3) ha crecido a un ritmo medio por encima del diez por ciento anual (lo que significa que cada seis o siete años, el volumen total del dinero que circula por el mundo se ha doblado). Los medios de intercambio originado de esta grave inflación fiduciaria se han puesto en el mercado por el sistema bancario como préstamos recién creados concedido a tipos de interés extremadamente bajos (e incluso negativos en términos reales). Lo anterior cebó una burbuja especulativa en forma de un aumento sustancial en los precios de bienes de capital, activos inmobiliarios y valores que los representaban y se intercambian en la bolsa, donde los índices se dispararon.

Curiosamente, como en los años “salvajes” anteriores a la Gran Depresión de 1929, la sacudida de crecimiento monetario no ha influido significativamente en los precios del subgrupo de bienes y servicios en el nivel del consumidor final de la estructura de producción (aproximadamente solo un tercio de todos los bienes). La década recién pasada, como de la 1920, ha visto un notable aumento en la productividad como consecuencia de la introducción a escala masiva de nuevas tecnologías e importantes innovaciones empresariales que, si no hubiese sido por el “festín de dinero y crédito”, habrían dado lugar a una reducción sana y sostenida en el precio unitario de los bienes y servicios que consumen todos los ciudadanos. Además, la completa incorporación de las economías de China e India al mercado globalizado ha aumentado gradualmente todavía más la productividad real de bienes y servicios de consumo. La ausencia de una sana “deflación” en los precios de los bienes de consumo en un periodo de crecimiento tan considerable en la productividad como el de años recientes proporciona la principal evidencia de que la sacudida monetaria ha perturbado seriamente el proceso económico.

La teoría económica nos enseña que, por desgracia, la expansión artificial del crédito y la inflación (fiduciaria) de medios de intercambio no ofrece ningún atajo hacia un desarrollo económico estable y sostenido ni forma de evitar el sacrificio y disciplina necesarios detrás de todo ahorro voluntario. (De hecho, particularmente en Estados Unidos, el ahorro voluntario no solo no ha aumentado, sino que en algunos años ha caído incluso a niveles negativos).

En realidad, la expansión artificial del crédito y el dinero no es nunca más que una solución a corto plazo y a menudo ni siquiera eso. De hecho, hoy no cabe duda de las consecuencias recesionistas que tienen siempre a largo plazo las sacudidas monetarias: los préstamos recién creados (de dinero que los ciudadanos no han ahorrado primero) proporcionan de inmediato a los empresarios poder adquisitivo que usan en proyectos de inversión excesivamente ambiciosos (en años recientes, especialmente en el sector de la construcción y la promoción inmobiliaria). En otras palabras, los empresarios actúan como si los ciudadanos hubieran aumentado su ahorro, cuando en realidad no lo han hecho.

Los resultados de la descoordinación extendida en el sistema económico: la burbuja financiera (“exuberancia irracional”) ejerce un efecto dañino sobre la economía real y antes o después el proceso se invierte en forma de una recesión económica, lo que señala el inicio de un doloroso y necesario reajuste. Este reajuste requiere invariablemente la reconversión de toda la estructura productiva real, que la inflación ha distorsionado.

Los disparadores concretos del fin del eufórico “festín” monetario y el inicio de la “resaca” recesionista son muchos y pueden variar de un ciclo a otro. En las circunstancias actuales, los disparadores más evidentes han sido el aumento en las materias primas, particularmente el petróleo, la crisis hipotecaria subprime en Estados Unidos y, finalmente, el fracaso de importantes instituciones bancarias cuando quedó claro en el mercado que el valor de sus pasivos excedía al de sus activos (préstamos hipotecarios concedidos).

Actualmente, muchas voces con intereses propios están reclamando mayores reducciones en los tipos de interés y nuevas inyecciones de dinero, que permitan a quienes las desean completar sus proyectos de inversión sin sufrir pérdidas.

Sin embargo este “vuelo al futuro” solo pospondría temporalmente los problemas, a costa de hacerlos mucho más graves posteriormente. La crisis ha golpeado porque los beneficios de las empresas de bienes de capital (especialmente en el sector de la construcción y en el desarrollo urbanístico) han desaparecido debido a los errores empresariales provocados por el crédito barato y porque los precios de los bienes de consumo han empezado a aumentar más rápido que los de los bienes de capital.

En este punto empieza un reajuste inevitable y doloroso y, además de una caída en la producción y un aumento en el desempleo, ahora vemos un aumento muy dañino en los precios de los bienes de consumo (estanflación).

El análisis económico más riguroso y la interpretación más fría y ecuánime de los acontecimientos económicos y financieros recientes llevan inexorablemente a la conclusión de que los bancos centrales (que son en realidad agencias de planificación central monetaria) no es posible que tengan éxito en encontrar la política monetaria más ventajosa en cada momento. Esto es exactamente lo que quedó claro en el caso de los intentos fallidos de planificación de la antigua económica soviética desde arriba.

Por decirlo de otro modo, el teorema de la imposibilidad económica del socialismo, que descubrieron los economistas austriacos Ludwig von Mises y Friedrich A. Hayek, es plenamente aplicable a los bancos centrales en general y a la Reserva Federal y (en su momento) a Alan Greenspan y (actualmente) Ben Bernanke en particular. Según este teorema, es imposible organizar la sociedad, en términos de economía, basándose en órdenes coactivas emitidas por una agencia planificadora, ya que dicho cuerpo nunca puede conseguir la información que necesita para infundir a sus órdenes una naturaleza coordinadora. De hecho nada es más peligroso que permitirse la “fatal arrogancia” (por usar la útil expresión de Hayek) de creerse omnisciente o al menos los suficientemente sabio y poderoso como para poder mantener la política monetaria más apropiada ajustada al milímetro en todo momento. Por tanto, en lugar de suavizar los vaivenes más violentos del ciclo económico, la Reserva Federal y, en menor grado, el Banco Central Europeo ha sido más probablemente sus constructores y los culpables de su empeoramiento.

Por tanto, el dilema que afronta Ben Bernanke y su Consejo de la Reserva Federal, así como los demás bancos centrales (empezando por el Banco Central Europeo) no es en absoluto cómodo. Durante años han esquivado su responsabilidad fiduciaria y ahora se encuentran en un callejón sin salida. Puede permitir que empiece ahora el proceso recesionista, y con él el sano y doloroso reajuste, o pueden posponerlo combatiendo la resaca con más bebida. Con esto último, aumentan exponencialmente las posibilidades de una estanflación aún más grave en un futuro no muy lejano. (Este fue precisamente el error cometido tras el crash de la bolsa de 1987, un error que llevó a la inflación del final de la década de 1980 y concluyó con la aguda recesión de 1990-1992).

Además, la reintroducción de una política de crédito barato en esta etapa solo podría obstaculizar la necesaria liquidación de inversiones no rentables y reconversión empresarial. Podría incluso prolongar indefinidamente la recesión, como pasó en la economía japonesa, que después de que se hayan intentado todas las intervenciones posibles, dejó de responder a cualquier estímulo que implicara expansión crediticia o métodos keynesianos.

Es en este contexto de “esquizofrenia financiera” donde debemos interpretar los últimos “tiros a ciegas” disparados por las autoridades monetarias (que tienen dos responsabilidades completamente contradictorias: tanto controlar la inflación como inyectar toda la liquidez necesaria en el sistema financiero para impedir su colapso). Así, un día la Fed rescata a AIG, Bear Stearns, Fannie Mae y Freddie Mac y al siguiente permite quebrar a Lehman Brothers bajo el ampliamente justificado pretexto de que “dar una lección” y rechazar alimentar el riesgo moral. Finalmente, a los luz de cómo se están desencadenando los acontecimientos, el gobierno de EEUU anunció un plan de 700.000 millones de dólares para comprar activos ilíquidos (es decir, sin valor) del sistema bancario. Si el plan se financia con impuestos (y no con más inflación), significará una pesada carga impositiva sobre las familias, precisamente cuando son menos capaces de soportarla.

En comparación, las economías de la Unión Europea están en un estado algo menos malo (si no consideramos el efecto expansionista de la política de depreciación deliberada del dólar y las relativamente mayores rigideces  europeas, especialmente en el mercado laboral, que tiende a hacer las recesiones en Europa más largas y más dolorosas). La política expansionista del Banco Central Europeo, aunque no libre de graves errores, ha sido en cierto modo menos irresponsable que la de la reserva Federal. Además, cumplir con los requisitos de admisión al euro (convergencia) implicaba una rehabilitación sana e importante de las principales economías europeas. Solo unos pocos países de la periferia, como Irlanda y especialmente España, iniciaron una considerable expansión del crédito en el momento en que iniciaron sus procesos de convergencia.

El caso de España es paradigmático. La economía española tuvo un auge económico que se debió, en parte, a causas reales (reformas estructurales liberalizadoras que tuvieron su origen de la administración de José María Aznar). Sin embargo, el auge fue en buena parte alimentado por una expansión artificial del dinero y el crédito, que crecieron a un ritmo casi tres veces los correspondientes en Francia y Alemania.

Los agentes económicos españoles interpretaron esencialmente la disminución en los tipos e interés resultante del proceso de convergencia en los términos de dinero barato tradicionales en España: una mayor disponibilidad de dinero barato y solicitudes masivas de préstamos a los bancos españoles (principalmente para financiar la especulación inmobiliaria), préstamos que estos bancos han concedido creando dinero ex nihilo mientras los banqueros centrales europeos contemplaban imperturbables. Al afrontar el aumento de precios, el Banco Central Europeo ha seguido fiel a su mandato y ha decidido no rebajar los tipos de interés pese a las dificultades de aquellos miembros de la Unión Monetaria que, como España, ahora descubren que mucha de su inversión en bienes inmuebles fue un error y se encaminan a una reorganización larga y dolorosa de su economía real.

Bajo estas circunstancias, la política más apropiada sería liberalizar la economía a todos los niveles (especialmente en el mercado laboral) para permitir la rápida reasignación de factores productivos (particularmente la mano de obra) a sectores rentables. Igualmente, es esencial reducir el gasto público y los impuestos, para aumentar la renta disponible de los agentes económicos altamente endeudados que tienen que devolver sus préstamos tan pronto como sea posible.

Los agentes económicos en general y las empresas en particular solo pueden rehabilitar sus finanzas recortando costes (especialmente costes laborales) y pagando los préstamos. Lo esencial para este objetivo es un mercado laboral muy flexible y un sector público mucho más austero. Estos factores son fundamentales si el mercado ha de revelar lo antes posible los valores activos de los bienes de inversión producidos por error y por tanto poner las bases para una recuperación económica sana y sostenida en un futuro que, por el bien de todos, esperemos que no esté demasiado distante.


Publicado originalmente el 6 de octubre de 2008. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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