El euro en la pendiente resbaladiza

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Para mucha gente, es un misterio por qué las divisas fluctúan entre sí. Para el turista medio, no parece haber ninguna razón evidente por la que sus dólares o yenes o lo que sea deban valer más o menos cuando vuelven al mismo destino un año más tarde.

Ni siquiera a nivel teórico parece que las divisas deban fluctuar. Después de todo, son lo mismo: pedazos de papel. Y bajo la ley de precio único, estos pedazos de papel deberían todos tender hacia el mismo precio. Pero un rápido vistazo a los mercados de cambio de moneda demuestra que no. Fluctúan constantemente, normalmente en pequeños movimientos en las cifras después del punto decimal, a las que los intermediarios se refieren como “puntos”. Pero con el tiempo estos puntos suman fluctuaciones muy grandes.

Merece la pena ver lo que pasaba cuando estos pedazos de papel representaban algo realmente. Actualmente no representan nada salvo a sí mismos, mientras que solían representar un peso concreto de oro. E igual que uno es ahora libre de intercambiar cualquier divisa por otra, solía ser posible que la gente exportara o importara oro a su voluntad.

Todo esto cambió en 1914. Las políticas restrictivas y proteccionistas aplicadas durante buena parte del último siglo estuvieron siempre acompañadas por restricciones en el movimiento del oro; a veces su exportación estuvo completamente prohibida. La libertad de intercambio de monedas se restauró gradualmente, al menos para los europeos, desde 1979 en adelante, cuando el gobierno británico derogó completamente los controles de cambio.[1]

Sin embargo, antes de que se impusieran las primeras restricciones, había movimientos constantes de oro de un centro comercial o financiero a otro. Estos se notificaban en los periódicos de la misma forma que se hace hoy con los movimientos en los mercados de cambio de moneda. Pero estos movimientos de oro, que se corresponden con la liquidación de cuentas entre las diversas naciones comerciales, representaban solo en torno al 2% de la cantidad total de bienes comerciados.[2]

La situación ahora es exactamente la opuesta, ya que el comercio exterior representa solo en torno al mismo diminuto 2% (o incluso menos) de la cantidad total de transacciones en los mercados de cambio de moneda, que aparentemente canalizan la muy impresionante cifra de 1 billón de dólares diarios.[3]

¿Y por qué esta incesante actividad en los mercados, donde los operadores se toman un descanso solo los fines de semana y no siempre? Parte de la actividad la causa el dinero que va al extranjero a ser invertido, pero  las cifras de inversión exterior no llegan no a acercarse a la contabilización de lo que se produce en las incontables mesas de operaciones en todo el mundo.

¿Qué es entonces? La respuesta, por supuesto es que una gran parte de la actividad es especulativa. ¿Pero sobre qué están especulando los tipos delante de las pantallas (sin olvidar a amas de casa aburridas en Pennsylvania o en otros lugares con acceso a Internet)?

Como las divisas ahora son “gestionadas” por los bancos centrales, están apostando sobre las distintas formas en que los bancos centrales gestionan sus distintas divisas. Por lo general se piensa que el banco central de EEUU, la Reserva Federal, gestiona el dólar tratando de mantener “creciendo” la economía estadounidense. En esto ha tenido mucho éxito en la última década, aunque una visión más serena considera que lo que hace se parece más a hinchar un globo y crear una burbuja bastante monstruosa. Y en todo caso, la población estadounidense continúa aumentando, proporcionando así un “crecimiento” natural.

Por el contrario, el banco central europeo tiene una obligación de mantener la estabilidad de precios, lo que en la práctica significa tratar de mantener la inflación en torno al 2% o menos. Al mismo tiempo, los europeos han mostrado menos inclinación por procrear, supuestamente realizando solo los movimientos de esta actividad.

Sin embargo, dejando aparte el amplio marco político, el que una economía crezca depende al menos en cierta medida por cuántos agentes económicos sean gravados, ya sean ciudadanos privados o empresas. En general, los ciudadanos y empresas de EEUU tienen menos cargas fiscales que sus equivalentes a este lado del Atlántico. Como consecuencia, a lo largo de los dos últimos años,[4] los que especularon sobre un dólar al alza generalmente han ganado la mano.[5]

La introducción del euro consiste simplemente en introducir otra divisa “gestionada” en papel. El que suba o baje frente a otras divisas continuará dependiendo de cómo se gestione este y los demás. Dado que ni la forma en que se “gestionan” ambas divisas, ni que los respectivos regímenes fiscales vayan a cambiar en el futuro cercano, no hay razón por la que la situación actual no deba prevalecer durante algún tiempo.


Publicado originalmente el 18 de diciembre de 2001. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

[1] Sin embargo el Tratado de Maastricht permite que se repongan los controles de cambio de forma “temporal”, mientras que el gobierno británico ya no tiene autoridad legal para hacerlo.

[2] Ver Le lancinant Problème des Balances des Paiements. Jaques Rueff 1965.

[3] La cifra actual de 1 billón de dólares diarios es hasta cierto punto una ilusión, ya que la cantidad real de dinero implicado es mucho menor. El mercado de cambio de moneda es un mercado de futuros en el que los tratos tienen lugar “en el margen”. Es el margen (en algunos casos tan bajo como un 1%) el que da una idea más clara de las cantidades reales implicadas.

[4] O cinco, si se considera al marco alemán como un pseudoeuro.

[5] El repentino aumento del euro en octubre de 2000 puede atribuirse a la intervención de todos los bancos centrales en su apoyo. Está por ver si ellos, y en particular el Tesoro de EEUU, repetirían la experiencia desde el cambio de administración.

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