La transformación del sistema estadounidense de partidos

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[A History of Money and Banking in the United States (2002)]

Los historiadores económicos ortodoxos atribuyen el triunfo de William Jennings Bryan en la convención demócrata de 1896 y sus posteriores renominaciones a presidente, a un justificado levantamiento del “pueblo” reclamando inflación por encima de los “intereses” por mantener el oro. Friedman y Schwartz atribuyen el auge de Bryan a la contracción de precios de las últimas tres décadas del siglo XIX y el triunfo del oro y la desaparición del asunto “dinero” al aumento de precios después de 1896.

Este análisis convencional olvida varios problemas. Primero, si Bryan representaba al “pueblo” frente a los “intereses”, ¿por qué perdió Bryan y perdió tan estrepitosamente no una sino tres veces? ¿Por qué triunfó el oro mucho antes de que cualquier inflación de precios se hiciera evidente, en realidad en lo más profundo de la contracción de precios de 1896?

Pero la principal omisión del análisis convencional es la desconsideración de las ideas muy ilustradoras proporcionadas en los últimos 15 años por la “nueva historia política” de la política estadounidense del siglo XIX y su cultura política. La nueva historia política empezó yendo más allá de los asuntos políticos nacionales (en buena parte económicos) e investigando disputas políticas estatales y locales. También revisó los registros reales de votos de parroquias, distritos y condados y descubrió cómo votaba la gente y por qué votaba lo que votaba. El trabajo de la nueva historia política es verdaderamente interdisciplinar, pues sus métodos van de técnicas complejas para el análisis del voto a dar ideas de la historia religiosa étnica americana.

En las siguientes páginas presentaremos un resumen de los descubrimientos de la nueva historia política sobre la estructura estadounidense de partidos del siglo XIX en adelante y sobre la transformación de 1896 en particular.

Primero, la historia de los partidos políticos estadounidenses es una historia de sucesivos “sistemas de partidos”. Cada sistema de partidos dura varias décadas, con cada partido político teniendo cierta característica central; en muchos casos, el nombre de partido puede seguir siendo el mismo, pero su característica esencial puede cambiar radicalmente, en las llamadas “elecciones críticas”. En el siglo XIX, el segundo sistema de partidos de la nación (whigs frente a demócratas), que duró de 1832 a 1854, se vio sucedido por el tercer sistema (republicanos frente a demócratas), que duró de 1854 a 1896.

Característico de ambos sistemas de partidos fue que cada partido estaba comprometido con una ideología distintiva que se enfrentaba a la otra y estas visiones del mundo en conflicto creaban disputas feroces y cercanas. Las elecciones se disputaban de forma especialmente dura. El interés era alto porque los partidos ofrecían “una alternativa, no un eco” y por tanto la tasa de cambio era notablemente alta, a menudo llegando al 80 o 90% de los votantes registrados. Más notablemente, lo candidatos no ocultaban su ideología durante las campañas, como estamos acostumbrados a ver en el siglo XX, para apelar a un “votante independiente” fluctuante e ideológicamente indiferente.

Había muy pocos votantes independientes. Por tanto, la forma de ganar elecciones era destacar tu voto y la forma de hacerlo era intensificando y fortaleciendo tu ideología durante las campañas. Cualquier tibieza llevaría a los votantes republicanos o demócratas a quedarse en casa disgustados y las elecciones se perderían. Muy raramente habría un cambio al odiado otro partido.

Un problema que sorprende a cualquiera interesado en la historia política del siglo XIX es: ¿cómo exhibía la persona media interés tan grande e intenso sobre temas económicos tan arcanos como banca, oro y plata y aranceles? Miles de personas con baja formación escribían tratados combativos sobre estos temas y los votantes estaban intensamente interesados. Atribuir la respuesta a la inflación o la depresión (a intereses aparentemente económicos, como hacen los marxistas y otros deterministas económicos) simplemente no basta. Las mucho mayores depresiones e inflación del siglo XX no han generado ni lejanamente tanto interés de las masas como las crisis económicas más tenues del siglo pasado.

Solo los descubrimientos de los nuevos historiadores políticos han aclarado este acertijo. Resulta que la masa del público no estaba necesariamente interesada en aquello de lo que estaban hablando las élites o los políticos nacionales. El interés más intenso y directo de los votantes se aplicaba a los asuntos locales y estatales y a esos niveles locales los dos partidos disputaban una pelea política intensa y furiosa que duró de la década de 1830 a la de 1890.

El inicio de la pelea que duró todo el siglo empezó con la profunda transformación del protestantismo estadounidense en la década de 1830. Esta transformación arrasó como un fuego lo estados del norte, especialmente el territorio yanqui durante la década de 1830, dejando al sur prácticamente intacto. La transformación arraigó especialmente en la cultura yanqui, con su espíritu agresivo y dominante.

Este nuevo protestantismo (llamado “pietismo”) nació del ardor de Charles Finney y el gran movimiento restauracionista de la década de 1830. Su credo era en general el siguiente: Cada persona es responsable de su propia salvación y esta debe llegar en un momento emocional de “renacimiento”. Toda persona puede lograr la salvación, toda persona debe hacer todo lo posible para salvar a todos los demás. Esta obligación de salvar a otros era más que un simple trabajo misionero: significaba que se iba al infierno si no se hacía todo lo posibles por salvar a los demás. Pero como toda persona está sola y afronta la tentación del pecado, este papel solo puede cumplirse con el uso del Estado. El papel del estado era eliminar el pecado y crear una nueva Jerusalén en la tierra.

Los pietistas definían el pecado con mucha amplitud. En particular, el más importante políticamente era el “demonio del ron”, que nublaba las mentes de los hombres y por tanto les robaba su libre albedrío teológico. En la década de 1830, los pietistas evangélicos lanzaron una cruzada prohibicionista decidida e infatigable a nivel estatal y local que duró un siglo. El segundo era cualquier actividad en domingo, salvo ir a la iglesia, lo que llevó a una serie de leyes de tipo sabático. Beber en domingo era por supuesto un doble pecado y por tanto era particularmente atroz.

Otro impulso vital del nuevo pietismo yanqui era extirpar el catolicismo romano, que roba a los comulgantes su libre albedrio teológico al someterlos a los dictados de sacerdotes que son agentes del Vaticano. Si no podían prohibirse directamente los católicos romanos, su inmigración podía ralentizarse o detenerse. Y como sus adultos estaban irrevocablemente atrapados en el pecado, resultaba vital para los cruzados pietistas tratar de establecer escuelas públicas como fuerzas obligatorias para protestantizar la sociedad o, como les gustaba decir a los pietistas, “cristianizar a los católicos”. Si los adultos son casos perdidos, los niños deben ser salvados por la escuela pública y las leyes de asistencia obligatoria.

Ese era el programa político del pietismo yanqui. No se despreciaba a todos los inmigrantes. Británicos, noruegos u otros inmigrantes que pertenecían a iglesias pietistas (ya fueran nominalmente calvinistas o luteranas o no) eran bienvenidos como “verdaderos estadounidenses”. Los pietistas del norte encontraron su hogar, casi como un solo hombre, primero en el Partido Whig y luego en el Partido Republicano. Y también lo hicieron en los partidos Greenback y Populista, como veremos luego con detalle.

A este país llegaron durante el siglo un creciente número de inmigrantes católicos y luteranos, especialmente de Irlanda y Alemania. Los católicos y altos luteranos, a quienes se había llamado “ritualistas” y “litúrgicos”, tenían tipos muy distintos de cultura religiosa. Toda persona no es responsable de su propia salvación directamente: para salvarse, se une a la iglesia y sigue su liturgia y sacramentos. Por tanto, en un sentido profundo, la iglesia es responsable de la salvación de cada uno y no hay necesidad de que el Estado elimine la tentación. Por tanto estas iglesias, especialmente la luterana, tenían una actitud de laissez faire hacia el estado y la moralidad. Además, sus definiciones de “pecado” no eran ni cercanamente tan amplias como las de los pietistas. El alcohol está bien con moderación y beber cerveza con la familia en cervecerías los domingos después de ir a la iglesia  era una tradición del gusto de los alemanes (católicos y luteranos) y las escuelas parroquiales eran vitales a la hora de transmitir valores religiosos a sus hijos en un país en el que eran una minoría.

Prácticamente como un solo hombre, los católicos y los altos luteranos encontraron su hogar durante el siglo XIX en la Partido Demócrata. No sorprende que los republicanos se vanagloriaran llamándose a sí mismo “el partidos de las grandes ideas morales”, mientras que los demócratas se declaraban a sí mismos “el partido de la libertad personal”. Durante casi un siglo, los perplejos demócratas litúrgicos pelearon a la defensiva contra gente a la que consideraban “fanáticos pietistas” continuamente atacando y tratando de prohibir su alcohol, sus cervecerías dominicales y sus escuelas parroquiales.

¿Cómo se relaciona todo esto con los asuntos económicos actuales? Simplemente en que los líderes de cada partido iban a sus votantes y “elevaban sus conciencias” para que se interesaran vivamente por las cuestiones económicas nacionales. Así, los líderes republicanos irían con los suyos y dirían: “Igual que necesitamos un gran gobierno paternalista a nivel local y estatal para eliminar el pecado e imponer la moralidad, también necesitamos un gran gobierno a nivel nacional para aumentar el poder adquisitivo de todos mediante inflación, manteniendo a raya los bienes extranjeros baratos (aranceles) y manteniendo a raya la mano de obra extranjera (restricciones a la inmigración).

Y por su parte, los líderes demócratas irían a sus votantes y dirían: “Igual que los fanáticos republicanos están tratando de eliminar vuestro alcohol, vuestras cervecerías y vuestras escuelas parroquiales, la misma gente está tratando de mantener a raya los bienes extranjeros baratos (aranceles) y tratando de destruir el valor de vuestros ahorros mediante inflación. El gobierno paternalista a nivel federal es tan malo como lo es en casa”.

Así que estatismo y libertarismo se extendieron a otros asuntos y otros niveles. Cada bando infundía sus asuntos económicos con un fervor moral y pasión que derivaban de valores religiosos profundamente arraigados. El misterio del apasionado interés de los estadounidenses por los asuntos económicos en esta época está resuelto.

Sin embargo, tanto en el segundo como en el tercer sistema de partidos los whigs y los republicanos tenían un grave problema. En parte debido a la demografía (mayor inmigración y mayores tasas de nacimientos), los litúrgicos demócratas se estaban convirtiendo lenta pero inexorablemente en el partido mayoritario en el país. Los demócratas estaban divididos por la cuestión de la esclavitud en las décadas de 1840 y 1850. Pero ahora, en 1890, los republicanos veían la escritura en el muro. La victoria demócrata en la campaña al Congreso en 1890, seguida de la victoria sin paliativos ni precedentes de Grover Cleveland, llevándose ambas cámaras del Congreso en 1892, indicaban a los republicanos que estaban convirtiéndose en condenados a sr una minoría permanente.

Para arreglar el problema, los republicanos, a principios de la década de 1890, liderados por los republicanos de Ohio, William McKinley y Mark Hanna, lanzaron una inteligente campaña de reconstrucción. En particular, estado tras estado, se deshicieron de los prohibicionistas, que se estaban convirtiendo en un estorbo y perdieron un gran número de votos luteranos alemanes. También modificaron su hostilidad hacia la inmigración. A mediados de la década de 1890, los republicanos se habían trasladado rápidamente hacia el centro, hacia el borrado de su pietismo político.

Entretanto, se estaba empezando a producir un levantamiento en el Partido Demócrata. El sur, entonces una región demócrata de un solo partido, estaba viendo su propio pietismo transformado en la década de 1890. Los pietistas pacíficos se estaban ahora convirtiendo en evangélicos y las organizaciones protestantes del sur empezaron a reclamar la ley seca. Entonces los nuevos estados montañeses escasamente poblados, muchos de ellos con minas de plata, eran también pietistas en buena parte. Además, se había creado en el Partido Demócrata nacional un vacío de poder, que normalmente habría sido temporal. Al pobre Grover Cleveland (un demócrata de moneda fuerte y laissez faire) se le culpo del pánico de 1893 y muchos demócratas importantes partidarios de Cleveland perdieron sus puestos como gobernadores y senadores en las elecciones de 1894. Los demócratas de Cleveland fueron temporalmente débiles y la coalición sud-montañesa estaba lista para actuar. Viendo esta oportunidad, William Jennings Bryan y su coalición pietista tomó el control del Partido Demócrata en la trascendental convención de 1896. El Partido Demócrata nunca volvería a ser el mismo.

Católicos, luteranos y demócratas de laissez faire partidarios de Cleveland sufrieron una sacudida mortal. El “partido de nuestros padres” se había perdido. Los republicanos, que habían estado moderando su postura en todo caso, vieron la oportunidad de su vida. En la convención republicana, el representante Henry Cabot Lodge, representando a los Morgan y los intereses financieros de Boston a favor del patrón oro, dijo a McKinley y Hanna: “Comprometeos con el patrón oro (el tema económico básico para Cleveland) y abandonar vuestras ideas sobre plata y greenbacks y os respaldaremos. Rechazadlo y apoyaremos Bryan o a un tercer partido”. McKinley aceptó el acuerdo y, a partir de entonces, los republicanos, en términos del siglo XIX, fueron un partido centrista. Sus principios eran ahora altos aranceles y patrón oro y la ley seca se olvidó sigilosamente.

¿Qué iban a hacer los pobres litúrgicos? Muchos de ellos se quedaron en casa en manda y de hecho las elecciones de 1896 marcan el inicio de la gran caída en los porcentajes de votación que continúa hasta hoy. Algunos de ellos, angustiados ante los pietistas, inflacionistas y prohibicionistas partidarios de Bryan, acabaron superando su angustia y votaron republicano por primera vez en sus vidas. Los republicanos, después de todo, habían purgado a los odiados prohibicionistas y adoptado el oro.

Las elecciones de 1896 inauguraron en cuarto sistema de partidos en Estados Unidos. De un tercer sistema de partido de lucha cercana y alternancias entre un Partido Republicano pietista-estatista y un Partido Republicano litúrgico-libertario, el cuarto sistema de partidos consistía en un Partido Republicano mayoritario centrista frente a un Partido Demócrata minoritario pietista. Después de uno pocos años, lo demócratas perdieron su naturaleza pietista y también se convirtieron en centristas (aunque normalmente minoritarios), con una ideología moderadamente estatista apenas distinguible de la de los republicanos. Así fue el cuarto sistema de partidos hasta 1932.

Una divertida anécdota, que nos cuenta Richard Jensen, resume buena parte de las elecciones de 1896. La ciudad muy alemana de Milwaukee había sido principalmente demócrata durante años. Los luteranos y católicos alemanes en América eran especialmente partidarios del patrón oro y eran enemigos declarados de la inflación. La nominación demócrata al Congreso en Milwaukee la había obtenido un demócrata populista, Richard Schilling. Sonando para todo el mundo como los monetaristas o keynesianos modernos, Schilling trataba de explicar en un discurso de campaña a los alemanes reunidos en Milwaukee  que realmente no importa qué material se use como dinero, que “oro, plata, cobre, papel, chucrut o salchichas” funcionarían igual de bien como dinero. En ese momento, las masas alemanas de Milwaukee se rieron de Schilling en el escenario y los agudamente oportunistas republicanos adoptaron como su lema de campaña “Schilling y chucrut” y arrasaron en Milwaukee.

Los greenbackers y posteriormente el Partido Populista pro-plata, inflacionista y seguidor de Bryan no era “partidos agrarios”: eran grupos de pietistas tratando de eliminar el pecado personal y político. Así, como señala Kleppner:

El Partido Greenback era menos una amalgama de grupos de presión económica que una coalición ad hoc de “verdaderos creyentes” e “ideólogos”, que crearon su partido como un movimiento “cuasirreligioso” que mostraba el marchamo indeleble de una “fe transfiguradora”.

Los greenbackers concebían su movimiento como la “religión del Maestro marchando entre los hombres”. Y los populistas describían su defensa de la plata libre de 1890 en Kansas, no como una “campaña política”, sino como “un renacimiento religioso, una cruzada, un pentecostés de política en el que una lengua en llamas se pose sobre cada hombre y cada uno se exprese como el espíritu le haya inspirado”.

El pueblo había “escuchado la palabra y podía predicar el evangelio del populismo”. No era casualidad, como vemos, que los greenbackers casi invariablemente apoyaran la ley seca, la escolarización pública obligatoria y aplastar las escuelas parroquiales. O que los populistas en muchos estados “se declararan inequívocamente a favor de la ley seca” o participaran en diversas formas de fusión con el Partido Prohibicionista.

La transformación de 1896 y la muerte del tercer sistema de partidos significaron el fin del gran partido libertario de laissez faire y moneda fuerte de Estados Unidos. El Partido Demócrata yo no era el partido de Jefferson, Jackson y Cleveland. Sin ninguna encarnación política del laissez faire en existencia y con ambos partidos ofreciendo “un eco, no una alternativa”, el interés público por la política disminuyó. Quedó un vacío de poder en la política estadounidense para la nueva ideología estatista corporativa de progresismo, que arrasó ambos partidos (y creó un Partido Progresista de corta vida) en Estados Unidos después de 1900.

La Era Progresista de 1900-1918 creó un estado de bienestar y guerra en Estados Unidos que ha establecido el molde para el resto del siglo XX. El estatismo llegó después de 1900, no debido a la inflación o la deflación, sino debido a una serie de condiciones únicas que habían destruido a los demócratas como partido de laissez faire y dejaron un vacío de poder para el triunfo de la nueva ideología de cartelización obligatoria mediante una sociedad de gran gobierno, negocios, sindicatos, tecnócratas e intelectuales.


Publicado originalmente el 11 de octubre de 2011. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.