Los efectos descivilizadores del gobierno

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¡Ah los tiempos en que los socialistas creían en el progreso material! Ya no es así. Ahora proponen pobreza y defienden regulaciones públicas para producirla y esperan que estemos agradecidos por ello. Aunque el socialismo no pueda realmente producir una mayor productividad, sí puede hacer lo que desean los socialistas “postmaterialistas”. Los medios socialistas pueden funcionar para producir menores niveles de vida.

Extramente, esto es una traición a Karl Marx, cuya queja principal sobre el capitalismo era que fracasaba en mejorar las condiciones del obrero:

El trabajador moderno (…) se hunde cada vez más profundamente por debajo de las condiciones de existencia de su propia clase. Se convierte en un indigente y la indigencia se desarrolla más rápidamente que la población y la riqueza.

El lema de Lenin era “El comunismo es poder soviético más electrificación de todo el país”. Medir el PIB era fuente de gran orgullo para los países, igual que las grandes innovaciones en los viajes espaciales y la tecnología militar.

Lo mismo pasaba con respecto a los planes públicos que estaban cerca de la completa nacionalización. Durante la Era Progresista, el objetivo de la política del gobierno era la mejora material de la población. La insistencia en romper los monopolios corporativos con leyes antitrust se debía a que eran una rémora sobre la competencia y por tanto el crecimiento económico. El banco central era impulsado como un instrumento para alimentar el crecimiento y progreso económico.

El New Deal no era sino una manifestación de la fe prevaleciente en la planificación pública, que buscaba mejorar la suerte material de la humanidad. La idea de progreso estaba implícita en su estructura ideológica. Toda comunidad rural iba a conseguir carreteras y electricidad. Los granjeros iban a abandonar sus tierras adoptar la industria. Nuestro retrógrado apego a la vida rural establecida sería revolucionado y todos abrazaríamos la tecnología moderna que no traería el estado.

Viva la pobreza

En algún punto del camino, durante los últimos 50 años, la crítica del capitalismo pasó de condenar su fracaso en extender la riqueza a condenar exactamente lo contrario. De repente el gran pecado del capitalismo era que estaba produciendo demasiado, haciéndonos demasiado materialistas, alimentando en crecimiento económico a costa de otros valores, extendiendo la decadencia de la clase media y causando en general que la sociedad estuviera demasiado preocupada por la productividad y demasiado centrada en el nivel de vida.

Al señalar este dramático cambio, Murray N. Rothbard escribe que el punto de inflexión podría haber sido la obra de 1958 de John Kenneth Galbraith llamada La sociedad opulenta, que es una larga arenga contra el consumismo, la decadencia de la clase media y la siempre creciente riqueza de la persona media bajo el capitalismo. Galbraith afirmaba que todo esto se estaba produciendo a costa de las instituciones públicas y las infraestructuras públicas.

El libro se convirtió en superventas. Cambió la forma en que la izquierda  promocionaba la intervención pública y criticaba los mercados libres. Este libro fue el primero de medio siglo de libros similares que recuperaban el espíritu de Rousseau, esa inclinación a idealizar el mundo antes de la industrialización, a jugar con la idea de que la sociedad de cazadores-recolectores tenía mucho de valor, de imaginar que todos podemos vivir mejor si comerciamos solo al nivel de la pequeña tribu y cultivamos nuestra propia comida y todo lo demás que conlleva el primitivismo.

El romance de la caza y la recolección

La actual palabra de moda para presumir de este nuevo amor por rebajar el nivel de vida y de pobreza forzosa es sostenibilidad.

Si queréis una definición de sostenibilidad, es esta: renunciar a los avances de la civilización por la fuerza.

Un rápido vistazo a la literatura revela cientos de títulos de este tipo: Sostenibilidad por diseño: Una estrategia subversiva para transformar nuestra cultura de consumo; Indicadores de sostenibilidad: Midiendo lo inmedible; La vuelta a la sostenibilidad; 147 pistas para enseñar sostenibilidad; Viviendo en verde: Una guía práctica para una sostenibilidad sencilla; El puente del fin del mundo: Capitalismo, medio ambiente y pasar de la crisis a la sostenibilidad; Sostenibilidad: Un asombroso retrato de cómo será pronto la vida; Permacultura: Principios y vías más allá de la sostenibilidad; Futuros escenarios: Cómo las comunidades pueden adaptarse al pico petrolífero y el cambio climático.

El autor de estos dos últimos libros, el australiano David Holmgren, es un personaje interesante. Es el innovador de esta idea de que tenemos que ir más allá de la sostenibilidad. Si tenéis dudas sobre la sostenibilidad, creedme: no tenéis que ir más allá de ella. He estado viendo entrevistas en YouTube de este tipo tan simpático. Siempre está sentado al exterior, rodeado de paisajes naturales y pájaros cantando y tiene ese estilo de prosa retorcida que está a punto de cautivarte.

Considera como axiomáticamente cierto que el petróleo, el gas y todas las formas modernas de producción de energía van a terminarse, tanto porque los combustibles fósiles se están agotando como porque la gente ya no tolerará un planeta que se está calentando hasta niveles intolerables debido a la propia modernidad. No se pueden discutir estos supuestos básicos. En una entrevista, Holmgren comenta de pasada que la tecnología ha ido por camino durante los últimos 500 años.

Ahora, tengamos en cuenta que estas opiniones no son en absoluto las dominantes. Si entrevistara a la mayoría de los compradores de Earth Fare mientras deambulan en busca de huevos de gallinas libres, velas de oreja y bocadillos de brotes de soja hechos con pan de mantillo orgánico, no podría encontrar un acuerdo universal que sea completamente correcto. Esa es la moda ideológica de nuestros tiempos.

En una entrevista, Holmgren hablaba con gran optimismo acerca del futuro de los suburbios. Decía que podrían modernizarse fácilmente para adaptarse a un nuevo mundo de sostenibilidad. Recordemos, dice, que los estacionamientos de asfalto son buenos para recoger agua potable de lluvia. Nuestros patios traseros pueden convertirse en huertos para cultivar nuestra propia comida. Nuestros garajes serían inútiles si no hubiera automóviles, así que podríamos convertirlos en talleres para realizar artesanías como bancos y sillas y mesas y cosas.

Por supuesto hay unos pocos problemas con esta visión del mundo. No habría clavos con los que hacer cosas, porque el proceso de fabricar clavos es increíblemente complicado y requiere una enorme división del trabajo y acumulación y uso de capital. Tampoco habría madera, salvo que se talara en el patio, ya que el sector maderero tal y como lo conocemos se basa enormemente en herramientas mecánicas, transporte de combustible fósil y la división del trabajo y acumulación de capital extendida sobre muchos países.

También está el problema de que la gente tendría que abandonar sus empleos cotidianos para hacer toda esta horticultura y artesanía, pero por supuesto no tendrán opción, ya que el fin de los combustibles fósiles llevará a un desempleo masivo. No estoy seguro de cómo planea tener agua recogida del asfalto y distribuirla casa por casa, salvo en camiones, que quizá también tenga algún plan para carruajes tirados por caballos. Por supuesto, hay que fabricar los carruajes y alimentar a los caballos, lo que presenta otros problemas.

No parece entender que su plan no es una visión romántica de un mundo reconectándose con la naturaleza, sino más bien una receta para una muerte masiva a una escala sin precedentes. En su idílica época de hace 500 años, solo había 500 millones de personas vivas en todo el planeta. No vivían muy bien. Hoy hay casi 7.000 millones de personas vivas en el planeta, lo que significa que tiene que idear alguna forma de deshacerse de los 6.500 millones que no podrían sostenerse solo con la tecnología de hace 500 años.

Por supuesto, no se nos escapa la ironía de que poder ver este video es en sí mismo un milagro de la tecnología moderna, algo que habría sido inconcebible incluso hace cinco o diez años. Además, hace diez años no me habría sido posible comprar sus libros pulsando un botón en un monitor electrónico, ni descargarlos en mi lector electrónico en un instante o recibirlos en forma física mañana por medio de una furgoneta. Así que quizá haya una cosa buena en su plan: no cabe duda de que, una vez implantado, David Holmgren dejaría de ser un autor superventas.

Reduciendo a la fuerza los niveles de vida

Es fácil rechazar a esta gente como excéntricos a la moda. Podemos considerar sus opiniones como una reacción comprensible de los inquietos ideológicamente en una era de sobreabundancia.

Y verdaderamente cualquier es libre de rebajar su nivel de vida por decisión propia e incluso hacer un voto de pobreza y mantenerlo. Pero es un hecho que esta tendencia ha tenido en efecto masivo sobre el propósito declarado y efecto cultural de la política pública en nuestro tiempo.

Dejemos aparte las ridículas afirmaciones que hemos estado oyendo durante dos años acerca de que de alguna forma el gobierno iba a estimular la economía (robándonos más, creando deuda masiva y gastando en todo). Esta palabrería sobre el estímulo es en realidad una huida. La rúbrica usual bajo la que la política pública se impulsa hoy es precisamente la contraria: ralentizar la producción, eliminar molestias y hacernos más virtuosos obligándonos a un nivel de vida más bajo.

Este es un comportamiento político que prevalece en nuestros tiempos y está teniendo efectos. Se nos dice constantemente que recortemos, consumamos menos, compremos localmente, seamos verdes, compartamos coche y reciclemos y ahorremos, dejemos de mimarnos. Para esto, los productos de consumo están siendo constantemente prohibidos, cada día. Tenemos cada vez menos alternativas en las áreas de la medicina, los productos químicos, alimentos, bebida y en general en todos los aspectos de la vida, sector tras sector. Todo esto equivale a una regresión de todo lo que conocemos como civilización, todo lo que asociamos con vivir mejor, más sanos, más elegantes, más prósperos y más cultos.

Consideremos, por ejemplo, la absurda pero actual guerra contra las bombillas incandescentes, el mismo símbolo de la idea brillante y la innovación que dio paso a la civilización tal y como la conocemos. Nuestros señores del gobierno han decidido que deberíamos dejar de usarlas, ya que son “ineficientes” (como si los burócratas en lugar de los consumidores y productores fueran los que tienen que decidir qué es ineficiente o no). La última fábrica en estados Unidos que produce estas bombillas cerró la semana pasada, preparándose para la prohibición de la bombilla incandescente en 2014.

Ahora se nos dice que la luz fluorescente es estupenda porque da la misma luz, es una luz mejor y consumo una fracción de energía. Si todo eso fuera verdad, no habría razón en absoluto para usar la fuerza. Los reguladores podrían quedarse en casa y dedicarse a otras tareas, como cultivar sus huertos o hacer artesanía en sus garajes. El cambio de la luz incandescente a la luz fluorescente no sería distinto del paso del  iPhone 3G al 4G o del Windows XP al Windows 7. Sería algo que los consumidores harían por sí mismos.

No necesitamos agencias públicas para decirnos que actualicemos del Photoshop CS4 al CS5 o de nuestros automóviles viejos a los modelos más nuevos del Honda Accord. Actualizaciones y cambios de producto, con suerte siguiendo la línea del progreso, se producen naturalmente mediante decisión del consumidor, dependiendo de la disponibilidad de recursos y la prioridad económica.

Pero los reguladores no confían en las decisiones humanas y no creo que haya ninguna duda de que si prevaleciera aquí la decisión humana, no veríamos el fin de las bombillas incandescentes. Estas últimas vacaciones, me sorprendió descubrir que no podía encontrar unas luces de navidad que usaran bombillas normales: todas eran fluorescentes. Compré lo que había disponible. Para mi asombro, el árbol de navidad que las tenía no daba la impresión de estar encendido en absoluto. Por el contrario parecía moteado y extraño y muy poco navideño. Parecía manchado, no encendido. La afirmación de que la luz es superior en todos los aspectos es evidentemente falsa.

Ahora bien, es posible que en un mercado libre las fluorescentes acaben ganando. Pero lo dudo seriamente o si no ¿por qué tendrían que conspirar y usar la fuerza los gobiernos del mundo para eliminar las bombillas incandescentes? Me parece claro que lo que tenemos aquí es un caso en el que el gobierno está ignorando deliberadamente las preferencias del consumidor, reduciendo nuestro nivel de vida y haciéndolo con un programa ideológico concreto en mente: uno que busca obligarnos a vivir peor, a vivir más pobres, a ser más pobres y a rechazar el progreso material.

El retorno de las chinches

Esta es una tendencia cada vez más peligrosa de las políticas públicas. Nuestro país está sufriendo actualmente una de las consecuencias.

Había un poema que era común en la década de 1920 que decía: “Duerme apretado. No dejes que te muerdan las chinches”. Generaciones han pensado en él como un dicho pintoresco que no tenía nada que ver con la realidad.

De hecho, las chinches fueron casi completamente eliminadas en todo el planeta en la década de 1950, debido a productos químicos moderno y salvadores de vidas como el DDT, inventado por el científico Paul Hermann Müller, que trabajaba para una empresa privada suiza (Novartis) que ha sido ampliamente difamada, pero ha salvado cientos de millones de vidas. Su prohibición a principios de 1970, bajo la influencia de La primavera silenciosa de Rachel Carson, se ha considerado la culpable de una calamidad global.

Debido en parte a esta prohibición, la malaria mata hoy entre uno y tres millones de personas cada año. Esto es sorprendente, pero no completamente inusual a lo largo de la historia. Es fácil considerar a los insectos como el mal más peligroso dela tierra, habiendo matado a mucha más gente que los gulags, las cámaras de gas e incluso las armas nucleares.

De hecho, los insectos son la única cosa en este mundo que ha sido más peligroso para el bienestar humano que los gobiernos (y eso son palabras mayores). En el siglo XIV, los insectos portadores de enfermedades mataron hasta el 60% de la población europea. Estados Unidos ha tenido sus propios problemas graves con la fiebre amarilla. No pensamos en esto, pero porque no tenemos ahora mismo la peste negra, debido principalmente a los logros del capitalismo.

Hoy estamos viviendo un retorno de las chinches a un nivel de epidemia. La National Pest Management Association dice que casi todas las empresas de control de plagas dicen que han visto miles de nuevos informes sobre chinches en todo el país. Hay incluso un sitio web que monitoriza esto: bedbugregistry.com. Esta epidemia, que es tan mala que incluso el New York Times publicó alarmado un editorial, se relaciona directamente con la prohibición de productos químicos que habrían tenido a las chinches bajo control.

Hay otros productos químicos aparte del DDT que controlan las chinches, como el propoxur, pero en 2007 la EPA lo prohibió para uso interior. Ahora cualquier empresa de control de plagas que la use en el interior de un edificio se ve amenazada con multas y, potencialmente, con cárcel. Esto es tan malo que el Departamento de Agricultura de Ohio ha pedido a la EPA que cambie de política, pero la EPA no cambiará. Por el contrario, aconseja a la gente “reducir el desorden en tu casa para reducir los lugares en los que se esconden las chinches” y también sugiere “eliminar los hábitats de las chinches”. ¡Ah! y por supuesto la EPA recomienda vehementemente que se trabaje en “aumentar la concienciación mediante la educación”.

El New York Times publicó un artículo de portada sobre cómo el retorno de las chinches sorprendía a los científicos. Sin embargo, al final del artículo el texto dice que los productos químicos pueden controlarlas, pero que estos están actualmente prohibidos. Bueno, si la respuesta está delante de nuestras narices, pero el gobierno nos prohíbe usar esa respuesta o los vendedores y exterminadores están demasiado intimidados por la amenazante cultura política como para asumir el riesgo, no veo que haya muchas razones para verse sorprendidos por el problema. ¿Qué hay en la causa y el efecto que esta gente no entiende?

Bueno, no quiero entrar en una disputa sobre productos químicos y sus efectos. Hay quien dice que el DDT ya no es efectivo (pero el DDT del mercado negro sigue siendo un sector próspero) y que haya inconvenientes en el propoxur o que hay otros agentes naturales y químicos que son eficaces. No soy un científico y no tengo opinión sobre cuáles son aquí las opiniones correctas. Hay opiniones para todos los gustos en estos temas.

Quiero decir sencillamente esto: el proceso de mercado que normalmente permitiría innovación, prueba y error y acumulación e implantación de todo el conocimiento científico disponible ha sido subvertido por las instituciones públicas que han supuesto saber qué es lo mejor, planificado así centralizadamente el uso de productos químicos para controlar las plagas. Incluso llevar al mercado un nuevo producto químico requiere siete años y unos 100 millones de dólares para sobrepasar la maraña regulatoria, que tiene una inclinación contra el progreso, el capitalismo y la innovación. Acabamos tenido que confiar en expertos y afirmaciones científicas en competencia, basadas en resultados enrarecidos de pruebas, en lugar de en los mercados.

Adiós agua caliente, hola basura

Otra sugerencia que oímos con respecto a las chinches es que deberíamos lavar nuestras sábanas con agua cliente. Bueno, eso estaría bien, salvo que la mayoría de las casas ya no tiene agua caliente del grifo. Debido a las regulaciones públicas, nuestros calentadores de agua se venden configurados por defecto para que el agua esté templada. Las consecuencias de esto son de por sí devastadoras. Nuestras ropas no se limpian. Nuestros cuerpos no se limpian. Nuestros platos no se limpian. Cambiar esto requiere que abras tu calentador y lo configures al máximo, pero mucha gente no conoce este truco. Si dices a un técnico que lo haga por ti, sospechará que eres un provocador y huirá.

Luego tenemos el problema de la basura. La política del gobierno está limitando cada vez más los días de recogida de basura e incluso limitando la cantidad de basura que podemos crear. Todos conocemos los ataques y la regulación de los vertederos. Y además está el asunto del propio reciclaje, que podría tener algún valor limitado bajo ciertas condiciones en un entorno de mercado. Pero bajo el gobierno nos vemos obligados a escarbar en nuestra propia basura y separarla de acuerdo con tipos para dársela al gobierno, para que pueda meterla en máquinas especialmente creadas.

Ahora, todo estudio realizado sobre reciclaje demuestra que no ahorra dinero, sino que más bien desperdicia enormes cantidades de dinero y energía que camiones y plantas de reciclaje. La mayoría de las ciudades tienen montones de desperdicios que no pueden reciclarse. No hay nada malo en el reciclaje voluntario y rentable, pero hay mucha estupidez e ineficiencia en el reciclaje planeado centralizadamente. Pero lo que más me preocupa son los implicaciones completamente descivilizadoras de tener que escarbar en nuestra basura con nuestras manos, trasladándola de un lugar a otro y creando cada vez más recipientes para guardarla durante periodos cada vez más largos de tiempo.

Esto es desagradable, poco higiénico y probablemente peligroso hasta cierto punto. La eliminación de la basura ha sido algo importante desde la antigüedad y la imposibilidad de realizarla apropiadamente ha llevado a la muerte y el desastre en todo el mundo. ¿Y quién está sin embargo controlando la eliminación de basura hoy? Por ninguna buena razón, es el gobierno. Si el sector privado se encargara, el sistema funcionaría de verdad de una forma muy diferente. Podría haber un conducto que absorbiera toda la basura instantáneamente, alejándola de nuestra casa y llevándola a una incineradora. No hay forma de saberlo, porque el control público ha detenido el proceso de innovación, igual que detuvo el proceso de innovación química.

Ahora llegamos a uno de mis temas favoritos, el ataque a la fontanería. Los datos indican que el uso familiar del agua constituye menos del 1% del uso nacional total de agua. Esto incluye toda el agua que usamos para ducharnos, lavar y regar nuestros jardines. Y aun así el gobierno lleva décadas haciendo campaña para limitar por la fuerza nuestro uso de agua en nuestras propias casas. Como consecuencia, nuestros retretes ya no funcionan. La presión del agua en nuestras casas es baja. El gobierno impone bloqueadores de agua en todas nuestras duchas de forma que no puedes conseguir una ducha decente si no arreglas tu alcachofa con un taladro.

Puedo continuar con ejemplos de esta pobreza planificada. El ataque a la medicina es una amenaza muy seria. La pseudoefedrina, una bendición de Dios para los que sufren problemas nasales, ya no puede comprarse en la farmacia en ninguna cantidad. En mi propia comunidad, hay una dama que afronta 20 años de cárcel por comprar 4 paquetes de Sudafed en 12 días en distintas farmacias, una acción perfectamente legal hace unos pocos años. Advertiréis también que simples medicinas para toses y dolores infantiles ya apenas funcionan. La mayoría se han reducido al estatus de placebos bajo la gestión pública de la medicina.

Está el ataque al amianto, un producto maravilloso para la prevención de incendios que el gobierno prohibió y luego impuso costes desorbitados para su eliminación. Resulta que retirarlo representa un riesgo mucho mayor que dejarlo. También está el ataque a la pintura con plomo.

Y no olvidemos el extraordinario mal del ataque del coche de gasolina de los estándares CAFE, la burla de los automóviles más grandes y seguros, la promoción obligatoria y financiada con impuestos del coche eléctrico y el ataque general a la energía, el petróleo y el gas y la subvención del viento, el agua y la electricidad. ¿Y quién puede olvidar la locura de los ataques a BP por su reciente desastre petrolero en el golfo? Fue un accidente, producido debido a las restricciones públicas para perforar cerca de la costa y a los límites de responsabilidad sobre las empresas petrolíferas. La empresa debería ser responsable de los perjuicios, ¿pero destruida completamente? Es absurdo.

Si los libros y la enseñanza, la distribución universal de ideas, son esenciales para la civilización, debemos estar horrorizados por lo que ha hecho el gobierno en el caso de Internet. Por primera vez en la historia teníamos la posibilidad de una biblioteca global de todos los libros impresos, todos disponibles en línea para distribución universal. Hubiera sido la mayor liberación de ideas en la historia humana, encarnada en el programa conocido como Google Books. Las revistas indudablemente habrían sido las siguientes. Por el contrario, el gobierno creó un riesgo moral para intereses privados depredadores que han invocado la “propiedad intelectual” para destruir la posibilidad, entorpecer la difusión de ideas y lograr una regresión literaria. Es el equivalente al estado alemán destruyendo la imprenta de Gutenberg mientras se estaba construyendo. Y los ataques crecen. La aplicación de la propiedad intelectual, algo que nunca existiría en un mercado libre, es ahora la amenaza número uno para Internet.

La libertad nos da civilización

¿Veis el patrón? La planificación pública nunca ha sido un buen medio para hacer nada, pero al menos hubo un tiempo en que trataba de traer progreso a la humanidad. Eran medios incorrectos para alcanzar el objetivo correcto. Hoy la planificación pública está funcionando como un medio malicioso efectivo para lograr el objetivo incorrecto: con esto quiero decir que si hay algo en lo que el gobierno sea realmente bueno, es en destruir cosas.

Aun así, al buscar reducir nuestro nivel de vida y llevarnos atrás en el progreso de la civilización, el gobierno en realidad está jugando con fuego, desatando males que hoy nos son desconocidos.

No olvidemos nunca que no fue el gobierno sino la libertad la que nos trajo la civilización. La libertad dio paso a la innovación, la liberación del ingenio humano que construyó ciudades y extendió la división del trabajo por todo el planeta. Triplicó la esperanza de vida. La libertad no dio distribución universal de alimentos, medicinas, música y aprendizaje. La libertad creó la riqueza que financia nuestras iglesias, centros de investigación, asociaciones cívicas, grupos de danza, museos de arte y reservas naturales. La libertad es lo que permite a instituciones como el Instituto Mises existir y experimentar un vibrante crecimiento. Solo una sociedad libre y rica permite que florezca la civilización para todos.

Joseph Schumpeter dijo que la gran tragedia del capitalismo es que produce riquezas tan abundantes que la gente tiende a darlas por sentadas, imaginando que puede poner trabas y destruir su maquinaria productiva sin graves consecuencias económicas ni sociales. Esto es precisamente lo que está ocurriendo hoy. Esta tendencia a idealizar la pobreza y la simpleza y un mundo sin tecnología moderna es una ideología que está animando las payasadas de intelectuales, políticos y burócratas actuales, que se han establecido como enemigos de todo lo que hace grande la visa, lo que equivale a decir que se han establecido como enemigos de la libertad.

Especialmente ahora, nuestros impuestos no están pagando civilización, sino más bien su destrucción.


Publicado originalmente el 23 de septiembre de 2010. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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