La palabra “político” habitualmente tiene connotaciones negativas. A menudo trae a la cabeza robar, mentir, corrupción y actividad ilícita. Sin embargo la mayor parte de las personas parece buscar a los políticos para que dirijan por ellas el mundo, para que las protejan y para que mejoren sus vidas. En todo ejemplo de elecciones locales o nacionales, los ciudadanos se centrar profundamente en elegir al político que piensen que hará lo mejor por su comunidad o nación. Buscan políticos con experiencias, conocimiento, perspicacia e ideas. Buscan un líder.
¿Pero pueden nuestros cargos electos, aunque sean honorables y bienintencionados mejorar realmente nuestras vidas? Echemos un vistazo a las diversas posibles vías de ayuda.
Actualmente, la principal demanda a los políticos es crear empleos para nosotros. Pero como son las empresas (no el gobierno) las que crean empleos, esa tarea es imposible. El gobierno puede expandir e incorporar más trabajadores a sus filas o puede financiar directamente la creación de empleos concretos en un mercado concreto con el dinero de los contribuyentes. En cualquier caso, implica una destrucción de riqueza y los empleos (al contrario que los empleos del sector privado) no se pagan por sí mismos, sino que en realidad requieren cada vez más financiación fiscal cada año, lo que reduce más el capital en la economía.
Si los empleos no son rentables (si no son parte de un proceso de producción que acabe creando al menos la misma cantidad de ingresos que los costes que se emplearon en generar dichos ingresos), entonces usan más recursos de los que crean, destruyen riqueza. Esto significa en último término menos recursos disponibles para cada persona y a precios mayores.
Pero incluso si el gobierno subvenciona empleos no rentables (es decir, empleos verdes) y “financia” (es decir, subvenciona) ese trabajo a hacer por su falta de beneficio, sigue habiendo una destrucción neta de riqueza. Esto pasa porque las subvenciones llegan directamente de lo que de otra forma serían nuestras rentas.
Cuando se nos quita dinero mediante impuestos para pagar los costes extra requeridos para producir algo que no elegiríamos voluntariamente comprar nosotros mismos a ese precio total superior (es decir, el precio de venta más la subvención pagada de nuestro bolsillo para hacer al producto “digno” de fabricarse), nuestro dinero se desperdicia. Otros bienes que preferiríamos no estarán disponibles porque los recursos utilizados para fabricar esos bienes se usaron en su lugar para fabricar el producto que no queríamos.
Salvo para construir estaciones espaciales, bases militares y otras actividades destructoras de riqueza financiadas públicamente, el gobierno no crea ni construye nada. Por tanto no tiene poder para crear empleos reales en el mercado; solo puede “dirigir” y regular.
Repito, solo las personas y las empresas individualmente producen y crean: sus ideas y capital son los que crean negocios de forma rentable.
Año a año, la mayoría de las empresas actualmente existentes contratarían más trabajadores si se les permitiera hacerlo. Por ejemplo, supongamos que una empresa tiene 100$ para pagar salarios. Supongamos además que ha contratado a 9 personas para un salario medio de 11,11$ la hora cada uno (11,11$ x 9 personas = 100$). Si hubiera habido una décima persona disponible para realizar trabajo en la empresa y ayudar a aumentar su producción, ¿por qué no habría contratado la empresa a esa persona y distribuido los 100$ entre 10 personas, en lugar de 9, con un salario de 10$ la hora cada una (10$ x 10 personas = 100$)?
Porque el gobierno impide que la gente sea contratada por debajo de un precio concreto, principalmente mediante leyes de salario mínimo. Como la productividad de los trabajadores sin cualificación es baja y no pueden (todavía) producir tanto en ingresos por ventas como lo que la empresa tendría que pagarles por su trabajo, no son rentables al nivel del salario mínimo y por tanto no son contratados.
Ahora mismo, en concreto, el desempleo es inusualmente alto porque la economía está desequilibrada. Este desequilibrio lo causó la expansión del crédito público, que dio incentivos económicos para que las empresas transfirieran capital y trabajo a lugares que se revelaron como no rentables una vez cesó la expansión del crédito (por ejemplo, el sector de la construcción de viviendas).
Actualmente sigue habiendo desequilibrio porque las políticas de gasto en estímulo, subvenciones y la impresión de aún más dinero (dinero que ha mantenido artificialmente balances bancarios, pero que apenas ha llegado a la economía real) han impedido que los precios bajes, se aprecien las pérdidas en malas inversiones y así capital y trabajo vuelvan a donde eran rentables. Si nuestros políticos permitieran realmente a la economía que se corrigiera por sí misma, los bancos prestarían y las empresas supervivientes se harían más estables, más rentables y más dispuestas a contratar más trabajadores.
Otra forma en que la gente piensa que nuestros cargos electos pueden ayudarnos es apoyándonos financieramente. Los votantes aceptan las propuestas de los políticos para seguros públicos de desempleo, subvenciones y pagos de transferencias de muchos tipos. Pero para redistribuir riqueza, esta debe tomarse de algún otro. A los votantes normalmente no les importa, ya que saben que el dinero que recibirán viene sobre todo de los ricos, que, a sus ojos, ya tienen demasiado.
Pero lo que no saben es que la mayoría de la riqueza de los ricos no está en forma de casas, automóviles y yates, sino en forma de fábricas, máquinas, herramientas, tecnologías y pagos laborales. Mediante su propiedad de acciones, bonos, inversiones privadas, sus propias empresas y otros activos, la riqueza de los ricos está principalmente en forma de bienes de capital. En otras palabras, los ricos poseen la mayoría de las herramientas que usamos en nuestro trabajo para producir los mismos bienes y servicios que creamos para consumir nosotros mismos. Además de esto, ¡estos dueños de capital nos pagan dinero para producir estos bienes que consumiremos!
Cuanto más dinero dejemos que se tome de los ricos (tanto por mayores impuestos como por inflación del gobierno), menos capital tendremos la gente normal para trabajar y menos podremos producir. Esto significa menos bienes y precios mayores, significa menores salarios reales.
Los efectos de nuestros actuales paquetes de “estímulo” son de naturaleza similar. Cuando las empresas necesitan tanto capital como puedan echar mano, se lo quitamos para dárselo a otros para consumir. Si los inversores y sus empresas mantuvieran por el contrario este capital, podrían proporcionarnos más trabajo, más bienes y un mayor nivel de vida. El capital mantenido por los ricos producirá más capital y más bienes de consumo.
El capital tomado de los ricos y dado a otros para consumir no solo se destruye sino que también representa nueva riqueza adicional que no se creará nunca.
Los políticos son también elegidos para el fin de proteger a las supuestamente malvadas empresas, las entidades que nos han dado prácticamente todas las cosas físicas que tenemos. La primera forma en que hacen esto es en forma de regulación. Pero lo que realmente nos protege son las leyes que defienden nuestra propiedad y persona frente a la agresión: las regulaciones en su mayor parte simplemente permiten a un grupo beneficiarse a costa de otro. Las regulaciones no benefician a los individuos.
Regulaciones como las leyes antitrust impiden que las empresas menos competitivas afronten nueva competencia.
Las regulaciones de la atención sanitaria que se afirma que no ayudan a obtener solo los doctores más competentes, en realidad reduce la oferta de doctores y aumenta los costes de la atención sanitaria. Para tratar este problema, el gobierno paga (y empuja a las grandes empresas a pagar) nuestra atención sanitaria. El resultado general es una oferta artificialmente reducida y una mayor demanda de servicios sanitarios, lo que aumenta los costes al doble de la tasa de inflación, haciendo la atención sanitaria inasequible para muchos.
La regulación medioambiental y energética nos impide utilizar energía nuclear segura y limpia, impide que las empresas petrolíferas posean y perforen suelo les incentiva a perforar el territorio menos seguro lejos de las costas, generando derrames de crudo. También ha llevado a escaseces intermitentes de gasolina y a precios del petróleo más altos en general.
La FAA y la regulación aérea generan retrasos en vuelos, largos atascos de horas de aviones en la pista y aeropuertos públicos monopolistas con colas de seguridad a veces hasta fuera de la puerta. También dan a los pasajeros tarifas mucho más altas debido a que se impide la competencia: a las aerolíneas nacionales se les protege de la competencia extranjera y a las aerolíneas con base en algunas grandes ciudades se les protege de otros competidores nacionales por medio de los ayuntamientos, como en mi ciudad, Atlanta, en la que la ciudad protege a Delta de la competencia de aerolíneas como Southwest y JetBlue.
Igualmente, la regulación pública del sector del agua genera escasez de agua en muchos estados. En muchos países, la regulación pública de los servicios de energía, luz y teléfono producen a los residentes caídas constantes y tiempos de espera de semanas o meses para conseguir servicio.
Los ejemplos de regulaciones dañinas continúan durante miles de páginas (en el registro nacional). Si no fuera por estas regulaciones (ya que todas hacen que se produzcan menos cosas) tendríamos multiplicados los bienes y servicios que tenemos actualmente y una calidad de vida muy superior.[1]
Otra forma en que los políticos nos “protegen” frente a las empresas es “dirigiendo” la economía. Un ejemplo: en lugar de permitir que los mercados controles los tipos de interés, el gobierno elige por nosotros un tipo mejor, de forma que pueda (supuestamente) estimular el crecimiento económico y “eliminar las fluctuaciones del mercado”.
Para hacer esto, crea dinero de la nada y lo inserta en la economía. El nuevo dinero empuja al alza los precios de productos de consumo y activos (más recientemente, los precios de la vivienda) y da alas empresas incentivos artificiales para asumir cargas de deuda e invertir en áreas en las que, guiados por los precios del mercado, no lo harían. El resultado son auges y declives económicos, crisis financieras, destrucción de capital, recesiones y desesperanza general. Los ciudadanos, al final, son “ayudados” recibiendo desempleo, precios más altos, menores ahorros y un futuro incierto.
Una y otra vez, elegimos políticos locales y nacionales que pensamos que mejorarán nuestras vidas, pero no pueden. Los mismos problemas que queremos que resuelvan son los que crearon previamente al tratar de gestionar nuestras vidas en nuestro lugar.
La verdad es que los propios políticos no tienen ninguna idea de cómo ayudarnos, no tienen idea de lo que están haciendo. Pero no les importa, porque lo que les importa son los votos y la gloria de “liderar la nación”. De hecho, la forma en que son elegidos es vendiendo la riqueza de otros (los medios de producir prosperidad) a cambio de votos.
Por tanto, tanto para ganar votos como para aparentar estar ayudándonos, se decían a las mismas acciones cansinas una y otra vez: imprimir dinero, gravar a los ricos, ofrecer nuevos programas sociales, “invertir” en nuevos sectores, dedicarse al gasto de estímulo, aumentar el salario mínimo, etc. Se hace una y otra vez, década tras década, agotando nuestra estructura de capital y reduciendo nuestra capacidad de crear riqueza y aumentar los salarios reales.
Lo irónico es que aunque los votantes, con el tiempo, no ven que estas políticas alivien la pobreza, eliminen el desempleo, rebajen los precios, aumenten su riqueza real noi les den una mayor estabilidad económica, votan una y otra vez a la misma gente que promete más de lo mismo. Y en cada nuevo ciclo electoral, evalúan seriamente la nueva cosecha de políticos ofreciendo los mismos viejos “planes” y tratan de determinar cuál les puede ayudar más.
Deberíamos poder ver ahora que un político “experimentado” es alguien que tiene un conocimiento riguroso de cómo comprar votos, destruir riqueza y manipular la economía de la peor manera. Deberíamos ver que cuando votamos por un “líder” con “ideas”, nos limitamos a tener un buen actor que propone formas de emplear las tradicionales políticas de orientación socialista, pero con un nuevo giro, como una nueva multa (impuesto) por producir riqueza o un nuevo programa (mecanismo de redistribución de riqueza) para ayudar a los “sin voto”.
También deberíamos ahora entender que un político considerado como con “conocimiento” o un “historial” es simplemente alguien que ha estado por el vecindario y sabe cómo hacer estas cosas de una forma suave y eficiente, y alguien que ha estado robando, mintiendo y dañando a los ciudadanos durante más tiempo.
Desconocido para el votante medio, lo que puede hacer más y con más seguridad para mejorar su vida es aquello por lo que votan a los políticos para que les protejan: el mercado libre.
Un mercado libre produciría una mayor cantidad de capital por persona y por tanto una mayor productividad por cabeza, lo que a su vez aumentaría el volumen de bienes y servicios, rebajando así los precios en relación con los salarios. Pero para lograr esto, sería necesario que los dueños del capital fueran capaces de mantener su propiedad.
Así, los trabajadores no necesitarían asistencia pública porque habría muchos empleos disponibles para todos (junto con seguros sanitarios de bajo coste que la gente contrataría para sí misma) ya que siempre hay más trabajo por hacer que trabajadores disponibles (y ya que no habría controles salariales impidiendo a los trabajadores aceptar empleos). Los pagos de transferencias y “servicios” públicos serían reemplazados con nuevos pagos aumentados de salarios.
Lo más importante es que los salarios reales de todos los trabajadores aumentarían cada año, al aumentar la productividad y la producción (y los que contribuyeran más a producir cosas que quieran los consumidores ganarían proporcionalmente más dinero).
Igualmente, en un mercado libre, no necesitaríamos la “protección” del gobierno, porque estaríamos protegidos por la dura competencia en el mercado. Si una empresa intentara pagar menos o cobrarnos más, habría muchas más empresas a las que podríamos acudir que estarían ofreciendo salarios mayores y precios menores (es decir, salarios y precios de mercado) para atraernos. Las empresas por tanto encontrarían formas de producir con costes más bajos, un objetivo que podrían lograr más fácilmente con más capital disponible para ellas. Cuanto más capital se emplee y cuanto mayor sea la productividad correspondiente de los empleados, más altos serán los salarios en el mercado.
Y sin la manipulación pública de los tipos de interés y la impresión de moneda, no habría malas inversiones a gran escala y por tanto tampoco recesiones ni crisis financieras. En este caso, los precios bajarían en lugar de aumentar la mayoría de los años y nuestras vidas en general mejorarían con el tiempo.
Ningún político puede mejorar nuestras vidas.
Ningún planificador central puede determinar qué es mejor para cada uno de nosotros individualmente o en conjunto. La economía solo funciona mediante decisiones y elecciones individuales.
Ningún político puede ayudar a las empresas a producir más eficientemente o de una forma que agrade más a los consumidores. Utilizando precios de mercado y tasas de beneficios, las empresas generalmente determinan mejor lo que queremos para nuestras vidas. Si juzgan correctamente y producen lo que necesitamos y deseamos, tienen éxito; si no, mueren.
El gobierno, por el contrario, dicta lo que quiere que tengamos y no tiene ningún sistema de pérdidas y ganancias para determinar si tiene éxito en agradar a sus “clientes” o si está produciendo o destruyendo riqueza en el proceso. Como no puede determinar su éxito o fracaso en términos monetarios, siempre está necesariamente destruyendo riqueza neta. Y como el gobierno es un monopolio, no permite competidores a los que podamos acudir.
Los votantes siempre quieren que los políticos “hagan un buen trabajo”. ¿Pero qué es un buen trabajo? Parece que pensamos que los políticos lo están haciendo bien si la economía parece ir bien. Pero a menudo es una ilusión fácil crear por medio de imprimir dinero e hinchar artificialmente (¡y temporalmente!) mercados de activos, PIB y tasas de empleo.
El único examen real de si se hace un “buen trabajo” es si ha sido más fácil o no para la gente (toda la gente) lograr un mayor nivel de vida de un año para otro, con la misma cantidad de horas laborales trabajadas.
De hecho, casi todos los políticos pueden aparentar hacer un trabajo decente solo estando ahí, ya que son empresas e individuos los que hacen funcionar una economía, excepto en el grado en que los políticos ponen palos en las ruedas económicas.
La única forma en que los políticos pueden realmente mejorar la economía (y nuestras vidas) es (1) apartarse del camino y (2) deshacer las políticas que han implantado previamente y que la obstaculizan.
De hecho, no necesitamos políticos en absoluto, solo leyes que nos protejan a nosotros mismos y nuestra propiedad. Y hasta que uno de ellos no llegue ante nosotros pidiendo ser elegido a cambio de instituir mercados libres y libertad en general, no hay razón por la que debamos asignar a un político ningún valor ni reconocimiento e indudablemente nos deberíamos votar por ellos y sus dañinas propuestas.
Publicado originalmente el 29 de septiembre de 2010. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
[1] En Cuba, la regulación que se supone que protege y ayuda a los ciudadanos incluye la ilegalización de la fabricación de acondicionadores de aire, tostadoras y microondas. En Belice, a los ciudadanos se les protege con una regulación que da a una empresa el monopolio de los servicios celulares, haciendo a su dueño muy rico, pero las llamadas telefónicas muy caras.