El progreso de la inventiva

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4144[Extraído del capítulo 18 de The Mainspring of Human Progress (1953)]

Cuando estaba empezanso la Revolución Americana, las condiciones de vida apenas habían cambiado desde el reinado de Nabucodonosor. La mujer de la colonia buscaba su propia leña y cocinaba sobre una hoguera, igual que han cocinado las mujeres desde el inicio de la historia y exactamente como más de dos tercios de las mujeres de la tierra cocinan hoy día. Hilaba y tejía teles burdas, con un huso y un telar legados por los primeros egipcios. Toda ama de casa hacía su propia sopa y velas y acarreaba agua de un manantial o un pozo. Una simple piedra de molino, datada en la antigua Babilonia, molía el grano que el granjero estadounidense cortaba y trillaba con cuchillos y mayales que eran más antiguos que la historia.

Estas eran las condiciones existentes cuando nuestros antepasados se zafaron de los grilletes de la tiranía del Viejo Mundo con el fin de que los seres humanos pudieran tener el control de sus propias vidas y hacer uso completo de su iniciativa individual.

La explosión de energía humana fue tremenda y no puede ilustrarse mejor que por el progreso de la inventiva que tuvo lugar inmediatamente.

En 1793,  Eli Whitney inventó la desmotadora, que podía hacer la labor de cuatro docenas de hombres. Pero eso es sólo parte de la historia. La invención de Whitney hizo comercialmente rentable cultivar el algodón “semilla verde” de fibra corta que crecía salvaje en las laderas de Virginia y los estados del Sudeste. Al contrario de las variedades de fibra larga y sea-island, las hilas se agarraban tan tenazmente a la semilla de fibra corta que sólo podían separarse a mano unas pocas onzas al día.

Los inferiores costes de proceso aumentaron el mercado para todas las variedades del algodón. Los acres dedicados al cultivo aumentaron grandemente y los estados sureños entraron en una era de gran prosperidad. En menos de diez años, la producción anual de algodón en Estados Unidos había aumentado de menos de cinco millones de libras a más de cincuenta millones.

Nueva Inglaterra compartió esta prosperidad. La disponibilidad de algodón en tan grandes cantidades a precios tan bajos estimuló el desarrollo de cardadoras y telares. Unos pocos años después en Waltham, Massachussets, por primera vez en la historia, el algodón en bruto se convertía en tela terminada bajo el techo de una fábrica.

Ahora podían obtenerse telas a precios al alcance de todos. Ya no era necesario que el ama de casa trabajara horas extraordinarias en su rueca y telar manual. Gracias a Eli Whitney, podía tener alguna que otra tarde ocasional para descansar y divertirse.[1]

Producción en masa

En 1799, el mismo Eli Whitney, mediante la influencia de Thomas Jefferson, recibió un contrato para fabricar mosquetes para el Departamento de Guerra. Su trabajo en ese proyecto fue uno de los hitos más importantes en el desarrollo de la técnica moderna de producción en masa.

Se considera frecuentemente a Whitney como el inventor de la producción en masa, pero eso no es muy ajustado a la realidad. En Inglaterra a principios de la década de 1680, un hombre llamado Sir Dudley North había diseñado un programa de producción masiva, con particular referencia a la construcción de buques. El análisis y propuesta de Sir Dudley se presentaron en un escrito titulado Considerations Upon the East-India Trade, que hoy sigue siendo un notable documento sobre los fundamentos de la producción en masa.

Sir Dudley estaba muy preocupado por la confusión y perplejidad a la que estaba sujeto el trabajador como consecuencia del constante cambio de un tipo de trabajo a otro. Quería “disminuir” esa innecesaria confusión mediante planificación por adelantado y asignación de trabajos de distintas variedades a distintos artesanos con distintas habilidades y talentos.

No disminución de salarios

Sir Dudley también previó las posibilidades de reducir costes “pues los salarios no deberían rebajarse”. Pero era un adelantado a su tiempo. La idea de aumentar la producción mediante una planificación sistemática era demasiado revolucionaria como para recibir una consideración seria. Y la idea de hacer las cosas más fáciles a los trabajadores era directamente antisocial.

Poco progreso

Cien años después, Adam Smith, en La riqueza de las naciones, se extendió sobre los principios establecidos por Sir Dudley North. Pero la producción masiva había progresado poco. Los barcos seguían construyéndose a la manera antigua, sin disminución en la confusión. Los estadounidenses preocupados por la producción, que probablemente habían oído acerca de Sir Dudley, fueron los primeros en producir buques en forma de producción masiva, y no lo hicieron hasta la Primera Guerra Mundial.

Prácticamente todo lo que Adam Smith pudo encontrar para explicar acerca de líneas de progreso práctico fue que el principio de operación especializada se estaba aplicando para fabricar alfileres. Eso era en el año 1776.

En este lado del Atlántico, en ese mismo año histórico, llegó a Rhode Island un rumor  de que un fabricante de clavos llamado Jeremiah Wilkinson había perfeccionado una nueva invención que podía aumentar su producción a varios miles de clavos diarios por hombre. El “nuevo invento” de Jeremiah resultó no ser nada más que un medio de poner una docena de piezas de metal en un torno, de forma que, con un gran martillo, podía golpearse a todas las cabezas al mismo tiempo.

Hoy un procedimiento así parecería perfectamente obvio, pero entonces era una extraordinaria novedad y representaba un importante paso hacia la eficiencia moderna de la fabricación.

Intercambiabilidad

Pero la producción en masa, si se aplica a algo más allá de los artículos más simples, depende no sólo de la división del trabajo y las múltiples operaciones, sino también de la existencia de partes intercambiables y uniformemente exactas. Whitney fue pionero en la idea de la intercambiabilidad como principio fundamental de la producción y aplicó con éxito el principio a un producto que debe fabricarse con la máxima precisión.

Las armas siempre se habían fabricado a mano. Cada parte tenía que limarse, darse forma y ensamblarse laboriosamente por armeros altamente capacitados. No había división del trabajo. A nadie le había preocupado nunca “disminuir la confusión”. Cada trabajador hacía todo, desde la culata al gatillo. Cada arma era ligeramente distinta de cualquier otra y cada parte de cada arma era distinta de la parte correspondiente en cualquier otra arma.

Whitney propuso sustituir con máquinas altamente especializadas las operaciones manuales menos uniformes. Así, cada pieza se fabricaría exactamente como tendría que ser en su forma final.

Reparaciones simplificadas

Esto no sólo reduciría las operaciones de ensamblaje a un procedimiento rutinario, sino que además simplificaría mucho el problema de las reparaciones. Ya no sería necesario realizar un montón de trabajo experto para elaborar y ajustar una parte que reemplace a otra desgastada o rota.

En contrato de Whitney implicaba la fabricación de diez mil mosquetes durante un periodo de dos años y los funcionarios del gobierno, pensando en términos de producción gradual o artesanal, supusieron naturalmente que los envíos se harían un ritmo regular de alrededor de un centenar por semana. Pero una característica de la producción en masa es que, aunque es un método más rápido y mejor para fabricar una vez que se empieza, lleva mucho tiempo iniciar la producción.[2]

Hacían falta alrededor de cien máquinas diferentes para producir armas iguales en forma de fabricación en masa, sin mencionar las herramientas especiales, modelos, instalaciones, etc. que había que ordenar hacer. Incluso con las técnicas, instalaciones y conocimientos altamente perfeccionados de hoy, tomaría alrededor de seis meses comprar e instalar la maquinaria y equipos necesarios para producir armas de calidad en grandescantidades.

Pero en 1799, no se trataba de salir y comprar la maquinaria. Era antes de la época de la industria especializada de herramientas. La mayoría del equipamiento que tenía que tener Whitney simplemente no existía. Tenía que diseñarse y construirse de la nada.

El brillante, ambicioso y audaz Whitney, quizá sin proponérselo, había asumido la labor de establecer los fundamentos de la moderna industria de la máquina herramienta, sin la que pocos, por no decir ninguno, de nuestros productos manufacturados de hoy estaría disponible a precios al alcance del ciudadano medio.

Habría sido mucho más sencillo seguir adelante y fabricar a mano las armas y seguramente las primeras se hicieron parcialmente a mano, pero al final del año sólo se habían proporcionado quinientos mosquetes. El Departamento de Guerra se impacientaba y reclamaba una rescisión.

Whitney fue convocado a Washington para comparecer ante un comité de expertos. Sabía que estaba en problemas salvo que pudiera interesarles en su ambiciosa empresa. Apareció ante el comité con una caja conteniendo las piezas sueltas de diez armas.

Sin más ceremonias, las puso en la mesa de la conferencia y, como un niño encantado con un nuevo juguete, hizo una demostración de qué podía lograrse mediante el uso de maquinaria, herramientas, modelos e instalaciones especiales. Con piezas elegidas al azar y sin necesidad de ningún ajuste, montó dos armas ante sus ojos y las pasó para su inspección.

Impresionante demostración

Fue una demostración impresionante, pero el comité tenía que considerar los aspectos prácticos. El gobierno no había encargado diez armas, ni 510, sino diez mil. Se había consumido la mitad del tiempo y el propio Whitney tuvo que admitir que no sería capaz de cumplir con el plazo. Pero se las arregló mejor que Sir Dudley North y, con el apoyo de su amigo, el Presidente Jefferson, se prorrogó el contrato.

A medida que pasaba el tiempo, Whitney tuvo que obtener prórrogas adicionales, pero el encargo se cumplió finalmente y los Estados Unidos entraron en la Guerra de 1812 con diez de los más perfectos mosquetes que se hubieran fabricado jamás. Por primera vez en la historia, podían fabricarse armas de fuego de precisión en cantidades casi ilimitadas.

La Guerra de 1812 se ganó y en los años que siguieron, la conquista y colonización del oeste se facilitaron mucho mediante la aplicación de las técnicas de Whtiney por Samuel Colt.

Pero fue de mayor importancia que Whitney hubiera puesto los fundamentos para la producción cuantitativa de productos civiles complejos: bicicletas, máquinas de escribir, linotipias, proyectores de cine, neveras eléctricas, automóviles.

Se ha estimado que incluso el más sencillo, barato y mísero tipo de automóvil no podría fabricarse por menos de 20.000$ sin máquina hervienta e intercambiabilidad de las piezas que lo hacen posible (y el coste de las reparaciones sería incluso más desorbitado).

Aparato de lujo

Inspirado por lo que había aprendido de la empresa de Whtney, Eli Terry, un relojero de Plymouth, Connecticut, anunció que iba a fabricar quinientos relojes (todos con idéntico diseño) que vendería a unos 10$ cada uno, frente al precio habitual de 25$.

Esto rea aún más asombroso que el nuevo método de Wilkinson de fabricar clavos. Un clavo s una cosa muy simple, pero un reloj era un mecanismo misterioso, delicado y altamente complicado. Ya se fabricaban relojes en tiempos de los faraones, pero hasta la época de Eli Terry siempre habían sido lujos ornamentales de reyes y príncipes. El hombre común había dependido del sol y las estrellas.

Desde el punto de vista del viejo mundo, el tiempo no era importante y la conservación de la energía humana tampoco parecía importante. Sólo cuando los hombres son libres empiezan a valorar su tiempo y cuando los hombres empiezan a dar valor al tiempo humano, empiezan a darse cuenta de la importancia de preservar la vida humana.

A través de los siglos, el principal negocio ha sido siempre la guerra. Cuando la gente ganaba una guerra, hacía esclavos a los derrotados; si perdía se convertían en esclavos de sus conquistadores. En todo caso, siempre había un exceso de quien soportara las cargas. Las largas horas de trabajo penoso ayudaban a mantener sumisos a los esclavos, así que no había ningún incentivo para desarrollar técnicas de ahorro de mano de obra, no tenía sentido preocuparse por el tiempo.

Bajo esas condiciones, no había sitio para los Eli Whitneys o Eli Terrys. Si hubiera surgido alguno, habría sido desaprobado como “enemigo del orden social”. Por eso fueron descartadas las avanzadas ideas de Sir Dudley. Algunas de sus obras más apreciadas  se suprimieron hasta años después de su muerte, cuando fueron publicadas anónimamente  por un grupo de cautelosos admiradores.

Terry no era un recién llegado al negocio de la relojería. Durante muchos años había estado trabajando en las áreas rurales de Nueva Inglaterra, vendiendo relojes caros a plazo. Pero la idea de fabricar relojes de calidad uniforme a precios suficientemente bajos como para hacerlos asequibles para todas las familias era algo nuevo y radical.

Eli Terry, hasta donde he podido descubrir, fue el primero en poner en práctica la idea estadounidense de bajo coste y gran volumen mediante producción en masa y amplia distribución. Después de tres años, junto con su socio, Seth Thomas, habían construido y vendido más de cinco mil relojes.

Esto atrajo a otros a este negocio. Aumentó la competencia. Mejoró la calidad. Los salarios subieron. Los precios bajaron. Se estaba gestando la fórmula exclusiva de Estados Unidos.

Un fabricante, un hombre llamado Peck, vio posibilidades en el comercio exportador. Su primer envío de relojes de bajo precio a Inglaterra fue retenido en la aduana de Liverpool alegando sospechas. Los funcionarios de aduanas sabían el valor de lso relojes y sabían que éstos simplemente no podían producirse a los bajos precios que mostraba la factura de Peck: debían haberse hecho pagos fraudulentos bajo cuerda para evitar el pago completo del arancel.

La ley británica preveía que en esta situación, los bienes en cuestión serían confiscados para pagar el total de la factura más un 10%. Los relojes nunca llegaron al consignatario. Se los apropió el gobierno. No sé qué Hicieron con ellos.

Pero Peck., al ser un hombre práctico, no se quejó. Era un fabricante práctico, no un vendedor. El beneficio extra del 10% era “terciopelo puro” y más bien disfrutó de la idea de disponer de su producción sin ningún gasto en ventas o riesgo de crédito. Añadió más trabajadores y continuó enviando sus relojes a Gran Bretaña y recibiendo dinero de la aduana hasta que cayeron en la cuenta.

Aunque las fuentes son incompletas, quiero pensar que lo británicos, por aquel entonces, empezaron a pensar que quizá Sir Dudley tenía algo de razón. Sin embargo se tardaron otros cien años en desarrollar y extender las técnicas de producción en masa hasta el punto de que un trabajador pudiera cambiar de un empleo a otro sin problemas.

El sueño de Sir Dudley se cumplió, no en Inglaterra, sino en Estados Unidos. Llegó a su realización por la inteligencia de los ingenieros de producción estadounidenses. Pero difícilmente habría llegado a su perfeccionamiento completo si se hubieran introducido en al situación otras formas de confusión. Aunque de una naturaleza artificial, habrían sido tan enturbiadores que incluso un Sir Dudley North habría tenido dificultades en apuntar una vía de solución.


Nota del autor: Este capítulo se basa en material obtenido a lo largo de muchos años de una gran variedad de fuentes. Pero quiero expresar especialmente mi agradecimiento a mi amigo, Carl Crow, y a su libro The Great American Customer (Nueva York: Harper & Brothers, 1943).


Publicado el 9 de marzo de 2010. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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