Libertarismo y libre inmigración

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LOS ANGELES - JUNE 24: A composite of numerous flags from across the world is held by immigrant reform supporters as they march on Hollywood Boulevard in support of the legalization of millions of undocumented immigrants living in the United States June 24, 2007 in Los Angeles, California. Fire officials estimated the crowd in attendance was around three thousand people. (Photo by J. Emilio Flores/Getty Images)Me llama poderosamente la atención que la gran mayoría de los libertarios defiendan la libre inmigración como consecuencia de los principios libertarios. En los debates en los que he participado, parece que el sólo hecho que ‘libre inmigración’ contenga el adjetivo ‘libre’, basta para que sea algo que los libertarios tenemos que defender para ser consistentes con nuestros principios.

Esta opinión generalizada sobre la libre inmigración entre filas libertarias proviene de un insuficiente o carente análisis serio del problema, sumado al hecho de que la mayoría de los libertarios tienden a analizar todo problema tan sólo bajo el aspecto del libre mercado y no de las instituciones que lo sostienen. Todo libertario debería profundizar más su visión de los problemas incluyendo un análisis institucional, en lugar de limitarse a lo estrictamente referente al mercado.

El término libertarismo proviene de la palabra libertad. Los libertarios defendemos la libertad individual en los términos más amplios posibles, entendiendo libertades como aquellas acciones que nadie nos puede prohibir. Más amplios posibles significa trazar límites. Estos límites son lógicos, puesto que la libertad de todo individuo termina donde comienza la libertad de otros individuos. Y eso implica definir un límite. No tenemos la libertad de matar o utilizar la fuerza sobre otros para hacer algo que no quiere, simplemente porque estamos violentando la libertad de esos otros a hacer de su vida lo que le plazca, de manera que es lógicamente imposible defender toda clase de libertades, porque unas clases de libertades violentan otras. Y la idea del libertarianismo es que todos tengamos las mismas libertades.

El libertarismo reconoce a la propiedad privada, precisamente como el criterio para trazar esos límites. La primer propiedad privada es el cuerpo. No tenemos la libertad de violentar el cuerpo de otra persona porque es de su propiedad. No tenemos la libertad de invadir el hogar de otra persona porque es su propiedad, no importa que tal acción pueda salvarnos la vida. La propiedad privada, como límite para trazar entre libertades conflictivas, implica exclusión. Eso no significa que nadie pueda entrar a propiedad privada de otro, sino que la entrada está bajo absoluto criterio de su propietario: esto no es más que el derecho de admisión.

Nadie deja entrar a su casa a cualquiera para luego asegurarse que ese cualquiera no tiene malas intenciones o su presencia no nos va a molestar o nos va a gustar. Es al contrario: no dejamos entrar a nadie, excepto si conocemos a la persona, o sabemos que viene con buenas intenciones, o queremos que entre, etc. No por eso vamos a decir que estamos aplicando una presunción de culpabilidad a todo el mundo y castigándolo por crímenes que no cometió. Es claramente una ridiculez argumental decir tal cosa. Es nuestra propiedad, y nosotros decidimos quién entra y quién no. No hay castigo ni presunción de culpabilidad de algún crimen. Es simple derecho de admisión.

El caso parece complicarse porque no estamos hablando de un territorio privado, sino de un territorio estatal. Sin embargo, esto no resuelve nada a favor de la libre inmigración. Desde el momento en que no estamos hablando de propiedad privada sino de propiedad estatal, desde el libertarismo no podemos decir qué puede hacer un estado con su territorio, porque ya está fuera del alcance de la teoría libertaria, que presupone propiedad privada como solución para resolver conflictos, y afirma que la propiedad pública resulta en conflictos irresolubles, uno de los cuales es la tragedia de los comunes.

Lo único que se puede hacer desde el libertarismo es exigir es que ese territorio deje de ser estatal para en su lugar pase a ser privado. Pero una vez logrado eso, ya opera el derecho de admisión, contrario a la libre entrada de inmigrantes. Y por tanto es su propietario o propietarios quienes tienen toda la libertad de decidir quiénes pueden o no pueden entrar.

Es decir, no sólo no existe absolutamente nada en el libertarismo que prescriba la libre inmigración, sino al contrario, el libertarianismo se fundamenta en un principio de exclusión: la propiedad privada. Con lo cual es asombroso que la mayoría de los libertarios se escandalicen cuando oyen a alguien hablar de exclusión y contra la libre inmigración.

La mayoría de los libertarios ven el problema de la libre inmigración tan sólo como un conflicto entre una libertad y una prohibición, y por lo tanto, según ellos el libertarismo prescribe la libre inmigración. No advierten que en realidad es un conflicto entre dos libertades diferentes: la libertad de unos de entrar a un territorio, y la libertad de quienes habitan ese territorio de convivir sólamente con aquellos que quieran. Observar que la mayoría de los libertarios defienden la libre secesión. Y sin embargo, nada más contrario a la libre secesión que la libre inmigración. Pues, ¿qué sentido tendría secesionarse si luego cualquiera podría entrar a ese nuevo territorio? El propósito de secesionarse es convivir en sociedad tan sólo con aquellos individuos que piensen similar. Si hay libre inmigración, no hay libre secesión, y viceversa. Es una libertad frente a otra, y no una arbitraria prohibición o reducción de libertad. Quien admite la necesidad de la libre secesión, admite por lógica que no podemos aceptar la libre inmigración.

Observar entonces que, decir que el estado no tiene derecho a prohibir la libre inmigración sobre territorio público, no es un argumento libertario. Muy al contrario, es un argumento estatista, pues se necesita la existencia de propiedad pública para que exista libre inmigración, ya que la propiedad privada la excluye. Y ni siquiera es la propiedad pública una condición suficiente, puesto que es necesario más que su existencia para que exista la libre inmigración. Pero no voy a meterme en esa línea de discusión, pues yo soy libertario, no estatista, y este artículo propone dar argumentos libertarios, no estatistas. Que el tema lo sigan discutiendo entre estatistas. Tal vez muchos libertarios no terminen de aceptar todas las consecuencias lógicas de la propiedad privada, y necesiten algo de estado a fin de cuentas.

Lo que sí podría discutirse un poco más es si conviene o no a una sociedad permitir la libre inmigración. Pero ya es un tema completamente separado del tema de si el libertarismo la prescribe o no. Ya no es una discusión ética en base a los principios libertarios, sino tan sólo una discusión práctica en base a los resultados esperados.

La mayoría de los libertarios dicen que sí, que siempre conviene la libre inmigración, porque implica más gente para comerciar, para producir, para trabajar, etc. Eso es un punto a favor de la libre inmigración, sobre todo cuando se discute con quienes la rechazan con el argumento de que quitan trabajo e implican subsidios estatales que todos pagamos. Los libertarios en este sentido tenemos nuestra argumentación económica que refuta la idea de que los inmigrantes quitan trabajo. También neutralizamos el argumento del aumento de los subsidios estatales ya que mostramos la obviedad de que el problema entonces no es la inmigración, sino la existencia de dichos subsidios.

En cuanto al argumento de que los inmigrantes traen crimen y violencia, la mayoría de los libertarios contestan que no podemos presumir culpabilidad a priori, y que para algo ya existe el ordenamiento jurídico: para castigar crímenes y violencia contra el individuo. Entonces: ¿a qué temer? Ya existe la criminalidad en nuestra sociedad y ya existen los instrumentos para combatirla.

Y acá es donde trastabilla de nuevo la opinión mayoritaria de los libertarios. Para empezar, no dejar entrar inmigrantes no es presumir culpabilidad o castigarlos por crímenes que no se cometieron, de la misma manera que no dejar entrar a tu casa a desconocidos tampoco lo es. Con lo cual lo de la presunción de culpabilidad es sencillamente un argumento ridículo.

Pero más importante aún, es entender que las instituciones que defienden la libertad no son dadas, trascendentales, impuestas por dioses por encima de los humanos, inmunes y con poder absoluto sobre los individuos de una sociedad. Las instituciones son fenómenos culturales, es decir, residen en la cultura de la sociedad en la que se manifiestan. Y son mucho más vulnerables de lo que la mayoría de la gente cree. De hecho vemos todos los días cómo, y sobre todo en las sociedades infectadas por el populismo, las primeras pequeñas violaciones a la libertad van condicionando a la cultura y las instituciones a aceptarlas cada vez más frecuentes y peores. Y en el correr de pocos años resulta una sociedad sin contrapesos para defender a nadie del poder absoluto del gobierno. Nada esto hubiera sido posible sin un substrato cultural muy particular que ha rechazado la libertad y responsabilizado a ella de todos los males del mundo, hasta de las incapacidades propias.

Los inmigrantes llevan a donde van su cultura y por lo tanto, el acervo cultural que sostiene las instituciones de donde provienen. Por eso en países como EEUU, de inmigración fundamentalmente anglosajona, se han logrado sociedades mucho más libres que en los países de inmigración fundamentalmente latina, que son más propensos al populismo, al socialismo, al fascismo, etc. en general, a sociedades más totalitarias y dictatoriales.

EEUU ha recibido muchas oleadas migratorias de diversas partes del mundo luego de la primera oleada de inmigrantes anglosajones, sobre todo europeas. Y mantuvo razonablemente la calidad de las instituciones liberales, aunque últimamente vemos como se está ‘latinoamericanizando’, lo cual no es de extrañar dado que viene acumulando influencia cultural de inmigrantes latinoamericanos desde hace muchas décadas.

Toda institución sufre cambios frente a las oleadas inmigratorias. El lenguaje, el acervo histórico, la comida, la vestimenta, los mitos, etc. Defender esas instituciones contra la influencia extranjera sólo le interesan a los nacionalistas, no a los libertarios, a quienes nos agrada la diversidad y la mezcla cultural. Pero a un libertario lo que le debe importar, si realmente cree en sus principios, es defender las instituciones que defienden la libertad. Y éstas pueden no verse influídas, o incluso potenciadas, si las oleadas migratorias provienen de países con una cultura de respeto a la libertad. Pero se ven seriamente debilitadas cuando las oleadas migratorias provienen de culturas donde se tolera y se consiente la violencia contra el individuo de diversas maneras.

Entonces, el funcionamiento de las instituciones liberales no es automático. Funciona en la medida en que la gran mayoría de la gente respeta la libertad del otro. Pero dejan de ser eficientes cuando comienzan a masificarse las influencias en sentido contrario: la tolerancia, la indiferencia, el consentimiento frente a la violencia contra el individuo. Eso no sólo sucede cuando los individuos “se dejan estar” frente a influencias internas que comienzan a crecer (como el nazismo en la Alemania de los años 30), sino también, y de forma mucho más rápida aún, cuando se reciben grandes masas migratorias de personas que no están acostumbradas a sentir y vivir bajo la influencia de la libertad y sus instituciones. Cuando la influencia migratoria desde esta clase de culturas es pequeña, los inmigrantes suelen adaptarse con los años. Pero cuando ésta es grande, los inmigrantes comienzan a producir transformaciones profundas y comienza a institucionalizarse la violencia, porque ésta pierde contención.

Otra forma de verlo, al estilo de cómo argumentaba Hoppe, es imaginarse que un buen día sacamos a todos los suizos de Suiza y ponemos sólo población musulmana. ¿Seguirá siendo la misma suiza sólo porque ocupan el mismo territorio? ¿seguirá existiendo la misma cultura de libertad sólo porque los musulmanes están en territorio suizo? A menos que creamos que la cultura de una sociedad depende de alguna influencia mágica del territorio que ocupan, es obvio que no es así. Es un caso extremo, pero podemos imaginar a continuación qué pasaría si queda sólo un suizo. O dos, o tres, frente a millones de musulmanes. ¿Seguiría existiendo la cultura de libertad que hay en Suiza?

Evidentemente hay una masa crítica de inmigrantes a partir de la cual las instituciones suizas dejan de funcionar y comienza a dominar la cultura musulmana y sus instituciones. Incluso aunque en el poder judicial, legislativo y ejecutivo se conserven autoridades suizas, y el resto de la población es musulmana, es muy claro que las primeras no van a poder gobernar a las segundas, ya que se necesita una muy importante masa de ciudadanos que considere legítimas a las autoridades. Lo mismo sucedería si sustituyéramos todas las autoridades musulmanas de un país musulmán, por suizos.

Las instituciones no se imponen a la fuerza, como muchos libertarios parecen creer. La amenaza del uso de la fuerza tan sólo evita que una pequeña minoría sea capaz de desestabilizarlas. Pero no funciona para sostenerlas frente a una enorme cantidad de gente que no cree en ellas.

Por lo tanto, la inmigración de por sí no es una amenaza a la libertad. No es ni buena ni mala. Puede traer más prosperidad como todo lo contrario. Sí es mala la libre inmigración, es decir, la inmigración irrestricta y sin ninguna clase de selectividad en cuanto al acervo cultural que traen, porque no permite discriminar. Y no se trata de la estúpida generalización de ‘todos los que vienen de aquí o de allá son criminales’. Se trata de que aún los que no son criminales, si provienen de ciertas culturas donde se tolera un grado importante de violencia contra el individuo, o traen consigo esa violencia (por ejemplo el trato que se da a las mujeres en algunas culturas), o traen un acervo cultural que permite el desarrollo de dicha violencia, aunque sea en forma de tolerancia y consentimiento pasivo, o no reconocen legitimidad en la forma en que se solucionan los conflictos en la sociedad a la que llegan, y aunque lo que busquen sea vivir más seguros en una sociedad que promete otra cosa, entonces la cultura de libertad sencillamente se desmorona, y lo que se logró fue todo lo contrario a lo que los defensores de la libre inmigración buscaban: en nombre de la libertad, la destruyeron, puesto que la libertad que defendieron fue la libertad de destruir el resto de las libertades. Tal es la ingenuidad de muchos libertarios.

En conclusión, la libertad no es algo dado en las sociedades libres. No es un bloque sólido e inviolable, inmune a toda influencia externa. No es un halo mágico que protege a los individuos. Es parte de su cultura y su práctica diarias. Residen en la cultura, y viajan con ella. No son una característica de un territorio. Y como tal, al igual que el resto de sus aspectos culturales, sufren transformaciones ante la influencia de las olas migratorias. Dichas transformaciones pueden ser buenas, o pueden ser malas. No es de libertario asumir a priori que son buenas si esas transformaciones implican o pueden implicar el deterioro de la cultura de libertad. O lo que queda de ella. Pues ya el trabajo de los libertarios en casa es muy difícil como para que encima de eso los estatistas reciban refuerzos de grandes masas de individuos que desconocen qué es vivir en libertad y los compromisos que implica para sostener esa clase de vida.

Algunos no convencidos con todo esto se autoconfunden trazando una analogía entre la libre circulacion de mercancías y la libre circulación de personas. Si existe libre circulación de mercancías, debíera existir libre circulación de personas. ¿Cuál es la diferencia? Sencillo. La libre circulación de mercancías no deteriora la cultura de libertad. Las mercancías no tienen cultura, no tienen voluntad. Las personas sí.

Es muy fácil tratar de desalmados a los que no permiten la entrada de gente que intenta escapar de la miseria de sus países de orígen. Sobre todo si se acompaña con fotos de niños muertos. Muchos libertarios, al apelar a esta clase de argumentos emocionales, me resultan como que todavía no han superado la manipulación emocional de las ideologías populistas que con las mismas tácticas buscan horadar la libertad todos los días.

Antes bien deberíamos enfocarnos en comprender las causas de esas tragedias humanas en los países orígen, qué tanto defienden la libertad en dichos países y por lo tanto qué tanto pueden socavar la cultura de libertad allí dónde van, y por qué no presionar más bien para que sean recibidos por países con cultura mucho más similar que no estén viviendo la misma tragedia, en lugar de apelar al facilismo políticamente correcto de culpar a Occidente siempre, ese mismo Occidente que por algo es elegido por quienes huyen.


Tomado de AustrianUruguay, el artículo original se encuentra aquí.

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