Sanders y sus seguidores no son gente rara

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Dependiendo del punto de vista, Bernie Sanders mantiene o aumenta sus posibilidades contra la candidata favorita Hillary Clinton en el debate de primarias presidenciales demócratas de la noche del martes. Su mensaje resonaba claramente entre la audiencia presente, especialmente sus declaraciones de aumentar el salario mínimo a 15$ la hora, el calentamiento global y la baja de maternidad obligatoria pagada.

Los progresistas están encantados con Sanders, que supuestamente convoca a más de 20.000 personas por evento. Les inspira con sus ataques al capitalismo, calificándose alegremente como un “socialdemócrata”. Y sus planes económicos, aunque sean un embrollo, apelan a sus ideas radicales (y desastrosas) de igualitarismo.

Por suerte, hay murmullos de descontento (a los progresistas les gusta comerse). Sus masas son abrumadoramente blancas y maduras, llevando a acusaciones de que Sanders sufre un problema de blancura. Su estado de origen, Vermont, es ridículamente próspero y poco diverso, hogar de progresistas silvestres de limusina a los que les gusta más la idea de la vida urbana que la realidad. Pero nadie ha perdido nunca una liza política simplemente por hipocresía, y aunque la rama del socialismo de Bernie podría desvanecer con la masa de los mayores con chanclas, los milenials de Ocupa Wall Street están a la espera.

Independientemente de si Sanders consigue la nominación, no debería subestimarse el tamaño y energía del fenómeno Bernie. Los libertarios constantemente juzgan mal el grado en que el pensamiento socialista está profundamente enraizado n la psique estadounidense.

Como Sanders, millones de progresistas estadounidenses mantienen estas creencias profundamente estatistas y autoritarias:

  • Cambios en el clima amenazan la extinción humana.
  • Deberían prohibirse los combustibles fósiles y deberían ser obligatorios los combustibles alternativos.
  • Riqueza y renta deberían redistribuirse por fuerza.
  • Ninguna persona debería ganar más de una cantidad determinada anual de dinero.
  • Deberían aumentarse enormemente los programas sociales.
  • Deberían nacionalizarse sectores enteros (sanidad, educación), mientras que otros (energía, banca) deberían estar regulados hasta el punto de una nacionalización de hecho.
  • Debería instaurarse alguna forma de gobierno global.
  • Debería implantarse un impuesto global a la riqueza.
  • Debería prohibirse la propiedad privada de armas de fuego.
  • Debería aplicarse legislación antidiscriminación a organizaciones religiosas privadas.
  • Deberían imponerse cuotas reciales, de género y orientación sexual tanto a empresarios públicos como privados.
  • Deberían criminalizarse ciertos tipos de discursos.
  • Ciertos delincuentes debería sufrir penas mayores, si están motivados por el “odio”.
  • Debería buscarse una justicia social por cualquier medio necesario.
  • El gobierno debería tratar de conseguir una igualdad de rentas.

Estas ideas, y la gente que las tiene, no son raras en Estados Unidos. Hay millones de progresistas militantes, la mayoría registrados como demócratas, que creen exactamente lo que cree Bernie. Puede que prefieran votar a Hillary Clinton por razones puramente tácticas, porque no estén seguros de que el país esté “preparado” para un socialismo integral o porque piensen que Hillary tenga más posibilidades de derrotar a los odiados republicanos en las elecciones generales.

Pero los progresistas y demócratas normales están de acuerdo con Bernie Sanders en general, ya planeen votarle o no.

¿Están de acuerdo con Ron Paul los republicanos y conservadores normales? ¿Realmente la mayoría de los republicanos registrados defienden eliminar el impuesto de la renta, derogar todas las agencias federales, abolir la Ley de la Reserva Federal, acabar con todas las intervenciones en el exterior y disminuir drásticamente el ejército de EEUU? ¿Son la mayoría de los republicanos, en el fondo, antiestatistas? La respuesta es que no. La mayoría de los conservadores solo son nominalmente menos estatistas, a menudo más corporativistas y casi invariablemente más militaristas que los progresistas.

La razón es sencilla, aunque tendamos a olvidarla: el siglo XX fue un siglo radicalmente progresista. Impuesto de la renta, banca centralizada, planes de seguro social, economía keynesiana del lado de la demanda e internacionalismo wilsoniano (todas ideas radicales) se han convertido en artículos atrincherados de fe a lo largo de los últimos 100 años. Cuando hablamos hoy de política o economía, lo hacemos dentro de un marco completamente progresista.

Toda la agende progresista del último siglo, que hubiera sonado absurda  para el oído teñido de libertario del estadounidense medio en 1900, ahora es simplemente la base de lo que origina toda la acción pública.

Por eso los libertarios abolicionistas están a la defensiva en el discurso político moderno, mientras que los grandiosos progresistas están al ataque: la postura por defecto en la política estadounidense es que el gobierno haga algo.

Hay que no deberíamos rebajar ni minimizar el éxito de los progresistas en cambiar dramáticamente el paisaje a favor del estado en el último siglo. Los progresistas no se fueron nunca, a pesar de la retórica de Ronald Reagan o Milton Friedman o Bill Clinton. La época del gran gobierno sigue aquí y siempre lo estuvo.

¿Qué deberían hacer entonces los libertarios en un absurdo mundo progresista con un supuesto calentamiento global, desigualdad, racismo, sexismo, homofobia, transfobia y privilegios hasta la náusea?

La respuesta podría llenar un libro, pero dejadme que sugiera que empecemos liberándonos nosotros mismos de las cargas de la política. Nuestra batalla es por los corazones y las mentes, no por los votos. Mientras que demócratas y republicanos se obsesionan con los candidatos y sus supuestas políticas, los libertarios son libres de permanecer psicológica y emocionalmente alejados de todo este sórdido proceso.

Y con ese alejamiento viene la libertad: la libertad de inspirar, educar e influir en otra gente de bien sin la divisiva nube de políticos partidistas creando sospechas y desconfianza. Una vez la gente sabe que no estás simplemente dando argumentos para apoyar a “tu tipo” (o a cualquier tipo), tiende a verte más imparcialmente y por tanto más favorablemente.

Una nueva era de libertad, paz y prosperidad no se ganará en las urnas. Se ganará a nivel del suelo, individuo a individuo, al tambalearse las ideas progresistas a la vista de la deuda pública insostenible, las guerras insostenibles del gobierno y los derechos insostenibles del estado.


Publicado originalmente el 15 de octubre de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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