Cómo me convertí en un anarquista

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[Publicado originalmente en Fee.org el 26 de febrero de 2013]

La gente me pregunta a menudo: “¿Cuándo te convertiste en un anarquista?” No es una pregunta fácil de responder. Los cambios profundos en la perspectiva intelectual de uno no se producen de la noche a la mañana. Primero contemplas la idea. Luego evalúas su viabilidad. Puede que incluso adoptes completamente la idea, pero solo en abstracto. El cambio intelectual real llega cuando vez cómo funciona la idea en el mundo real, incluso en tu vida diaria. Es entonces cuando llega la confianza en una idea.

Por esta razón, siempre me desorienta que alguien pueda convertirse en socialista. Es la idea menos factible imaginable. Los bienes escasos no pueden literalmente ser poseídos sobre una base socialista. Tratad de socializar vuestro portátil o vuestros zapatos o cualquier bien de consumo o de capital. Dos personas no pueden ser dueños simultáneos y completos de la misma cosa. El socialismo siempre acaba con la propiedad y el control del Estado, lo que lleva al desastre siempre que se implanta completamente. Los socialistas de la vida real o no entienden la idea o simplemente deciden vivir en una ilusión.

La primera vez que oí acerca del tipo de anarquismo de propiedad privada fue cuando vi el libro de Murray Rothbard, El hombre, la economía y el estado en la estantería de un catedrático. Solo el título ya trataba directamente los problemas en los que pensaba entonces. Pregunté por él al catedrático y este se alarmó, como si hubiera visto algo que no tenía que ver. Rápidamente me advirtió contra la lectura del libro. “Rothbard es un anarquista”, dijo ominosamente. Inmediatamente quise leerlo (pero no pude porque no estaba en la biblioteca de la facultad y no podía encontrar una forma de llevarme el  libre del catedrático de su estantería).

Por el contrario, puse la idea en pausa y me sumergí más profundamente en la tradición del libre mercado. Cuando más leía, más me impresionaba. Milton Friedman tenía razón. Henry Hazlitt tenía razón. Ludwig von Mises tenía razón. F. A. Hayek tenía razón. Leonard Read tenía razón. Toda esta tradición que se remontaba a Adam Smith era algo realmente espectacular. El mundo estaba tratando de dirigir economías mediante decretos del gobierno y aun así todo iba mal. Solo la libertad y la propiedad privada son realmente productivas, creativas, progresistas y dan poder a todos en la sociedad.

Y aun así, ninguno de esos pensadores llegaba a decir que realmente no necesitamos un estado. Todos parecían estar de acuerdo en que el estado es necesario para mantener la paz. Que es realmente todo lo que se interpone entre nosotros y el caos. Sin el estado no podríamos ni siquiera dar ese primer paso en el orden social. No habría ninguna vía a la seguridad que demos por sentada. No se proveerían los bienes y servicios esenciales. No habría tribunales, ni ejército, ni tal vez siquiera carreteras. El estado proporciona cosas que el mercado no puede proporcionar, o eso dice esta forma de pensar.

Con el paso del tiempo, estas ilusiones se hicieron pedazos para mí de una en una. Carreteras, correo, comunicaciones e incluso bienes públicos legendarios como los faros (desde una perspectiva puramente histórica), todos habían sido proporcionados por el mercado. Luego el gobierno se los apropió. ¿Tribunales? En la década de 1980, los tribunales públicos estaban ya llenos y eran tan ineficientes que empresas e individuos no querían usarlos. El arbitraje privado era una opción mucho mejor. Incluso en los asuntos empresariales normales, los contratos se escribían de forma que las disputas tuvieran que resolverse en tribunales privados.

Para mí, eso significaba que ni siquiera esos servicios eran algo exclusivo del estado: podían proveerse exclusivamente en el libre mercado. Lo mismo pasaba con la seguridad familiar y personal. No es el estado el que nos mantiene seguros día a día, sino nuestras propias precauciones y medidas preventivas como cerraduras, armas y servicios de seguridad privados.

Y aun así todo esto me estaba pasando en los días menguantes de la Guerra Fría. Un holocausto nuclear nos amenazaba cada día. Los enemigos extranjeros nos rodeaban. Los comunistas querían nuestra forma de vida. Parece un poco loco incluso hablar hoy de esto, dado lo increíblemente pobres y patéticos que se reveló que eran todos los países del bloque soviético después de 1989. Pero entonces daba miedo. No podíamos desarmarnos como nación porque eso ponía en riesgo nuestro modo de vida.

Leyendo historia, empecé a encontrar cosas interesantes. El Miedo Rojo resultaba algo que subía y bajaba en la historia de EEUU. La gente estaba aterrorizada por los comunistas en la década de 1920, igual que en la de 1980. Entretanto hubo un periodo raro en el que los líderes estadounidenses y soviéticos se consideraban aliados cercanos en la lucha contra japoneses y alemanes.

De hecho, Estados Unidos hizo muchas cosas para mantener al régimen soviético al mando y, después de la Segunda Guerra Mundial, los propios Estados Unidos ayudaron a entregar a la Unión Soviética Europa Oriental. Después de eso, los soviéticos de repente se convirtieron de nuevo en enemigos. Fue para que se prestara atención a ese absurdo por lo que George Orwell escribió 1984. (El título es una inversión de 1948. El libro se publicó en 1949).

Estos hechos empezaban a complicar el panorama. No tengo que tratar aquí todo el revisionismo histórico, pero baste con decir que el paisaje de Estados Unidos en guerra en el siglo XX resultaba estar mucho menos claro de lo que parecía en los semanarios ideológicamente polarizados. Era una lucha entre estados, en la que ambos se inclinaban por mentir a su gente, explotando a sus poblaciones y favoreciendo el conflicto por encima de la paz. Tampoco era posible no advertir que cuanto más potenciara Estados Unidos su maquinaria bélica contra el comunismo, más el gobierno vigente se convertía en una amenaza para la libertad estadounidense. La guerra resultaba no ser nunca amiga de la libertad.

Entretanto empecé a darme cuenta de que si Estados Unidos fuera realmente invadido por un país enemigo, los gobiernos podrían ayudar, pero también podían dañarnos imponiendo la ley marcial, nacionalizando sectores y tomando las armas, como tienden a hacer los gobiernos en cualquier emergencia. En la práctica, serían ciudadanos y mercados los decisivos para imponerse a los invasores mediante medios privados: nuestras propias armas, aparato de seguridad, redes de amistad y esfuerzos individuales y comunitarios.

Tal y como pensaba, era una idea completamente risible que podamos depender del gobierno para toda nuestra protección. Basándome en la experiencia, el gobierno podía causar aún más daño simplemente porque los gobiernos tienden a usar las emergencias en su provecho y en provecho de quienes les dan poder (intereses creados). Peor aún, la gente con poder tienda a estimular e incluso crear emergencias cuando tiene el poder para hacerlo.

Por supuesto, esta fue mi evolución a lo largo de un periodo de probablemente unos cinco años. Finalmente un día me detuve y me pregunté lo siguiente: ¿Hay algo que haga el gobierno que tenga que hacerse y que no puede lograrse mejor y más eficientemente por una libre asociación?

Le di vueltas a la pregunta en mi cabeza. No podía pensar otra respuesta, salvo que no hay nada que haga el gobierno que merezca la pena hacerse que no pudiera hacerse mejor mediante libre asociación. Era un pensamiento terrible. ¿Me estaba convirtiendo en un anarquista? ¿Iba a cambiar mi vida este pensamiento? Si seguía esta dirección ¿iba a hacer algo terriblemente irresponsable? Encontré consuelo en la posibilidad de que no hubiera llegado hasta el final, de que quizá hubiera algo en la forma en que formulé la pregunta que olvidaba algún aspecto diminuto del gobierno que yo pudiera adoptar de forma que no tuviera que considerarme loco.

Fue en el bvestíbulo de un hotel en el que estaba Murray Rothbard cuando acabé haciéndole esta pregunta. Se lo dije directamente. Si respondo no a la pregunta anterior como está formulada, ¿significa eso que soy un anarquista? Murray dijo que sí. Aclaré: Si he concluido que el estado no contribuye con nada de valor al orden social y no puede llevar a cabo mejoras reales a lo que creamos nosotros mismos, ¿soy un anarquista? Dijo sí otra vez. Respondí: Bueno, entonces supongo que lo soy. Sonrió, me sacudió la mano vigorosamente y me felicitó efusivamente, todo con su conocido sentido del humor. Guau. Creí que la tarea había finalizado.

Y aun así, estaba equivocado. La tarea intelectual había terminado, pero seguía siendo demasiado fácil mantener la idea como abstracción, no algo que afectara a mi trabajo o vida diaria. Una cosa es tener una visión lejana de la luz y otra ver esa luz a nuestro alrededor. Este paso llevó muchos más años de pensar sobre cosas concretas como derechos humanos, servicios del mercado, el funcionamiento de la libertad, la forma en que el estado ha funcionado en la historia y la forma en que funciona hoy. Las etapas finales de este proceso de pensamiento tardaron muchos años en construirse.

Lo que descubrí gradualmente en el curso de mi vida cotidiana es que el anarquismo nos rodea. El estado no nos despierta por la mañana, hace nuestras camas, airea nuestras sábanas, construye nuestras casas hace que funcionen nuestros automóviles, cocina nuestros alimentos, nos hace trabajar duro, produce los libros que leemos, gestiona nuestros templos, nos da ropa, llega a tiempo, elige nuestros amigos y amados, toca la música que nos gusta, produce las películas que vemos, se preocupa por nuestros hijos, se ocupa de nuestros padres, elige dónde vamos de vacaciones, dicta nuestras conversaciones, hace estupendos nuestros días libres ni muchas más cosas.

Todas estas son cosas que hacemos nosotros mismos. Damos forma a nuestro propio mundo. Mediante el ejercicio del albedrío humano, todos trabajamos para ordenar el mundo que nos rodea. Eso es lo que hace toda la población mundial. Todos trabajamos a partir de nuestro propio interés correctamente comprendido para encontrar formas de tener una buena vida y trabajar con otros sobre una base de beneficio mutuo para ver que nuestra buena vida no llega a costa de los derechos y libertades de otros. La libertad está donde vienen las cosas bellas en nuestras vidas. Y esto es verdad en todo el mundo. Siempre ha sido verdad. Una bella anarquía es la gran fuente de la propia civilización.

¿Qué papel desempeña el estado? Interfiere. Nos quita propiedad, reduciendo nuestra riqueza individual uno por uno. Bloquea oportunidades mediante regulaciones y creación de cárteles. Es peor que eso: Busca formas de iniciar guerras, se entromete en nuestras familias, castiga comportamientos pacíficos que no dañan a nadie, reduce el desarrollo en multitud de maneras. El estado es el gran externo. Es exógeno a la propia sociedad. La mayoría del mundo funciona como él y sin embargo la civilización florece, porque la gente lucha por ignorar el estado tanto como sea posible. ¿Qué pasaría si desapareciera? No veo ningún inconveniente real y sí muchas ventajas.

Y aun así persiste el problema de los que advierten del apocalipsis si desaparece el estado. La mayoría de los que creen en un gobierno limitado (“minarquistas”) evocan la idea. Incluso grandes pensadores como Ludwig von Mises y Henry Hazlitt creían esto. Todos aceptaban alguna versión de la pesadilla evocada por Thomas Hobbes: en ausencia de estado, la vida sería desagradable, solitaria, brutal y corta. Bueno, escribía en una época de disturbios políticos, un tiempo en el que tribus religiosas luchaban para controlar el estado. La vida sin el estado habría sido exactamente así, pero precisamente debido a la presencia del estado, no debido a su ausencia.

No voy a ver todas las permutaciones de esta idea, ni tratar de refutar toda justificación del estado en este artículo, pero mencionaré una intuición muy común que tiene mucha gente. La gente dice que no tiene mucho sentido eliminar el estado porque esta creará otro en su lugar. No duda de que esta afirmación sea verdad. La gente tiene la ilusión de que le estado contribuye de forma importante a la sociedad. Quieren líderes que gobiernen desde arriba, aunque sepan que hay inconvenientes.

Pensad en el Samuel de las escrituras hebreas. El pueblo acudió a él queriendo un rey. Él les advirtió que un rey se quedaría con sus propiedades, haría siervos a sus hijos, iniciaría guerras terribles y acabaría esclavizando a todos. No importaba: Querían un rey de todas formas.

Así es el pueblo. A veces pide su propia esclavitud. Por eso el estado sigue reinventándose. Todo el mérito se atribuye a los que al menos entienden que debe limitarse si ha de existir. Pero esos límites en realidad nunca han funcionado. Por eso en mejor limitarse a que la sociedad florezca sin ninguno.

El gran proyecto de la libertad es ilustrar al pueblo contra la ilusión de que cualquier estado puede ser amigo y benefactor de la humanidad. Eso fue la revolución liberal de finales de la Edad Media a través de la Ilustración. Tenemos que entender la belleza de la libertad si queremos alcanzarla.

Desde el inicio de la era digital, se nos ha permitido observar de primera mano el asombroso poder creativo del albedrío humano. Cada nanosegundo, personas de todo el mundo están trabajando para crear nuevos tipos de asociaciones, instituciones, capital y medios de prosperidad. Vemos cosas desarrollándose ante nuestros ojos que nunca imaginamos posibles hace siquiera una década. Solo acaba de empezar. Estamos en la planta baja de cosas como la impresión 3-D, divisas alternativas y civilizaciones basadas en la red capaces de darnos más películas, libros, arte y sabiduría que la que haya adquirido ningún ser humano en tiempos pasados viviendo varias veces. Este mundo recién aparecido está transformando nuestras vidas. Fijaos: Ningún estado hizo esto, ningún estado aprobó esto, ni ningún estado está dirigiendo esto.

Finalmente, dejadme admitir que mi anarquismo probablemente sea más práctico que ideológico, lo que es lo contrario de lo que predican los anarquistas más conocidos de la historia. Veo el orden del albedrío humano y su acción a mi alrededor. Lo encuentro inspirador. Libera mi mente para entender qué realmente importante en la vida. Puede ver la realidad como es.

El anarquismo no es una ideología lejana que me haga añorar un mundo sin estado, sino más bien las realidades prácticas de la lucha humana por hacer algo de este mundo mediante nuestro propio esfuerzo. Solo los seres humanos pueden superar la gran maldición  de la escasez que nos ha impuesto el mundo. Hasta donde yo sé, el estado, en el mejor de los casos, es la mayor molestia que ralentiza el poderoso proyecto de construir la civilización.


Publicado originalmente el 5 de agosto de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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