Cuando eres popular, no necesitas libertad de expresión

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When You’re Popular, You Don’t Need Freedom of Speech La libertad de expresión no es algo que la gente considere normalmente como un ámbito de la economía, pero, en muchos sentidos, una comprensión económica del apoyo y la oposición a la libertad de expresión puede ilustrar bastante lo que está ocurriendo ahora en Occidente.

Lo primero que tiene que advertirse es que la izquierda está ganando la batalla cultural- Aunque más personas se identifican como “conservadores” que como “progresistas” en Estados Unidos, más gente se identifica ahora como “progresista” que en el pasado por un margen sustancial. Las actitudes ante el matrimonio gay cambiaron extremadamente rápido hacia la izquierda mientras que el apoyo al aborto legal se mantuvo casi constante. Y evidentemente medios, universidad y Hollywood están muy a la izquierda como descubrió un estudio de la empresa de análisis político no partidista Crowdpac (y como puede decir en cinco minutos cualquiera que vea cualquier otra cosa que no sea Fox News).

Es verdad que algo de esto es indudablemente bueno, como el cambio de opinión sobre la legalización de la marihuana. Algo es problemático, como la creciente popularidad del socialismo.

En cualquier caso, la izquierda, habiendo conseguido el dominio cultural, ya no necesita la libertad de expresión. Después de todo, nadie tuvo nunca problemas para estar de acuerdo con las ideas convencionales. Como dijo Noam Chomsky: “Incluso Goebbels estaba a favor de la libertad de expresión que a él le gustaba”.

Por otro lado, la derecha está pasándolo mal en la batalla cultural y por eso apoya el concepto de libertad de expresión, porque la necesita para que sus mismas opiniones no se vean prohibidas. En un sentido económico, esto podría llamarse la “utilidad marginal decreciente de la libertad de expresión”.

La ley de la utilidad marginal decreciente dice que mientras se mantenga constante el consumo de otros productos, disminuye la utilidad marginal que deriva una persona de consumir una unidad adicional de ese producto. En este caso, el producto es la libertad de expresión. Los izquierdistas pueden haber propuesto una libertad de expresión sin limitaciones a principios de la década de 1960, pero era porque la derecha tenía en ese momento el poder cultural. La libertad de expresión tenía una gran utilidad para la izquierda en ese momento y una pequeña utilidad para la derecha.

Ahora la situación se ha invertido. La derecha está en desventaja, así que apela a la libertad de expresión. La izquierda está en cabeza y ya no necesita la libertad de expresión, así que la ha descartado.

Si esta declaración suena exagerada, pensad simplemente en los códigos de comportamiento de las universidades y la siempre creciente lista de microagresiones, casi siempre triviales, que pueden considerarse como “expresión de odio”. He aquí una pequeña muestra de ejemplo para ilustrar lo absurdo en que se ha convertido:

  • Brendan Eich se vio obligado a dimitir como CEO de Mozilla después de una reacción violenta masiva por haberse opuesto al matrimonio homosexual.
  • Un candidato en las elecciones europeas fue arrestado en Gran Bretaña por citar un pasaje de Winston Churchill acerca del Islam.
  • Geert Wilders, un político holandés, fue juzgado por cinco cargos, incluyendo “insultar criminalmente los musulmanes por su religión”.
  • El presentador conservador de radio Michael Savage fue expulsado de las ondas en Gran Bretaña.
  • Mark Steyn y Ezra Levant fueron desalojados delante de la Comisión Canadiense de Derechos Humanos acusándoles de “islamofobia”.
  • Un hombre fue despedido porque alguien escuchó a escondidas su chiste sobre “dongles” y causó un escándalo sobre ellos en los medios sociales.
  • Un grupo llamado  Color of Change presionó lo suficiente como para hacer que Patrick Buchanan fuera despedido de la MSNBC por expresar opiniones políticamente incorrectas en su libro Suicide of a Superpower.
  • Al “artista de la seducción” Julien Blanc se le prohibió entrar en Gran Bretaña por hacer comentarios sexistas.
  • Un alumno de la Universidad de Purdue fue considerado culpable de “acoso racial” por leer (sí, leer) un libro llamado Notre Dame Vs the Klan en el que, debe advertirse, el malo es el Klan.

De hecho la lista continúa interminablemente y quizá se resuma mejor en la casi inadmisible falta de autoconciencia requerida por las feministas de la Universidad de Manchester que recientemente censuraron al periodista anitfeminista Milo Yiannopoulos para que no participara en un debate sobre (lo habéis adivinado) la censura.

Por supuesto, mucho de esto es solo presión social o decisiones de instituciones privadas, lo que es previsible (aunque no perdonable) bajo un marco libertario. Pero mucho de ello implica directamente fuerza pública o voluntad de que la haya. Por ejemplo, Adam Weinstein quiere literalmente “arrestar a los negacionistas climáticos”.

De hecho, aunque muchos creen que la juventud actual es la más tolerante políticamente de la historia, en realidad es la menor. Como explica April Kelly-Woessner: “la tolerancia política se define generalmente como la voluntad de extender las libertades civiles y los derechos democráticos básicos a miembros de grupos no populares”. Qué grupos no son populares, no es la pregunta que se hace.

Así, por ejemplo, alguien que crea que un hombre debería poder casarse con su cabra no es necesariamente tolerante políticamente. Lo que le haría tolerante en este sentido es si está dispuesto a reconocer los derechos (particularmente con respecto a la expresión) de quienes están en desacuerdo con él y sus proclividades maritales.

En este sentido, la tolerancia política ha declinado sustancialmente. Por primera vez desde que se mide, la tolerancia política de los jóvenes ha caído por debajo de la de sus padres y, como señala de nuevo Kelly-Woessner: “se relaciona con una orientación de ‘justicia social’”, al menos para los menores de cuarenta.

De hecho, la incapacidad de tolerar opiniones políticas que vayan en contra de las propias, particularmente en la izquierda, se ha convertido en tan ridícula como para ser cómica. Tomemos, por ejemplo, la descripción de Judith Shulevtiz del “espacio seguro” creado en la Universidad de Brown debido a un debate entre la feminista Jessica Valentia y Wendy McElroy, en el que se esperaba que McElroy criticara el término “cultura de la violación”.

El espacio seguro (…) pretendía dar a la gente que pudiera considerar los comentarios “polémicos” o “delicados” un lugar para recuperarse. La habitación estaba equipada con galletas, libros para colorear, burbujas, plastilina, música relajante, almohadas, sábanas y un vídeo de cachorros jugando, así como alumnos y miembros del personal formados para tratar traumas.

Bueno, al menos dejaron que el debate se produjera.

Pero la izquierda no siempre tuvo un monopolio del pensamiento y la legislación contra la libertad de expresión. Tampoco la derecha parece oponerse hoy a ella cuando puede impulsar esas cosas. Helen Thomas fue expulsada del grupo de prensa de la Casa Blanca por decir: “Los judíos debería sufrir un infierno en Palestina”. Shirley Sherrod fue despedida por supuestas declaraciones contra los blancos, una mujer de Kansas fue despedida por un post de cincuenta palabras en Facebook que fue considerado contra al soldado estadounidense y la derecha se enfureció por un comentario de Jeremy Wright de “los pollos llegando a casa para hacerse lo gallitos”.

Mientras que los progresistas quieren prohibir palabras como “zorra” y, al menos en el caso de Sheryl Sandberg, también “mandona”, los conservadores solían prohibir esas “siete palabras de que no puedes decir”.

Cyuando la derecha tenía más autoridad cultural, los supuestos comunistas eran desalojados delante de del Comité de la Cámara sobre Actividades Antiestadounidenses, los activistas de los derechos civiles eran hostigados y el Código de Producción de Películas prohibía a los directores mostrar cosas como el mestizaje.

Pero eso era entonces y esto es ahora. Al pasar el péndulo de la preeminencia cultural de un lado a otro, la izquierda y la derecha cambiaron su apoyo a la libertad de expresión.

Sin embargo no quiero dibujar una falsa equivalencia ahora y decir que la derecha fue tan mala como la izquierda mientras ganaba batalla cultural. Mucha de la ideología de la izquierda, al menos de la extrema izquierda, deriva de gente como Herbert Marcuse y otros marxistas culturales que querían explícitamente limitar la libre expresión de las “clases opresoras”.

A veces puede ser difícil discernir qué es exactamente libertad de expresión, como en los casos de difamación, calumnia y amenaza directa. Pero realmente aquí no se trata de eso. La inmensa mayoría de las expresiones “reguladas” hoy son sencillamente las de una opinión impopular. Sí, muchas ideas son malas. Y debería refutarse. Además, recurrir al uso de la fuerza política para silenciar a los adversarios es una señal de debilidad de la posición propia. Pero al usar la fuerza para silenciar a otros, los defensores contra la expresión están dando otro argumento. Están argumentando que la fuerza política podría y debería usarse para silenciar a la gente que no nos gusta. ¿Qué idea podría ser peor que esa?


Publicado originalmente el 9 de noviembre de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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