[Austrian Economics Newsletter, Otoño de 1993]
El Profesor Gary S. Becker, ganador del Premio Nobel 1992 de Ciencias Económicas es como el Profesor Moriarty del famoso Sherlock Homes. Holmes decía de Moriarty, “Una y otra vez, en casos de los más variados tipos (falsificaciones, robos, asesinatos) he sentido la presencia de esta fuerza”.
De forma similar, el Dr. Becker ha puesto su firma en virtualmente todos los rincones no sólo de la economía, sino también de la ciencia social en su más amplia definición. E igual que cuando la víctimas de ficción de las novelas de Arthur Conan Doyle temblaban cuando el Profesor Moriarty estaba en el pueblo, casi ningún estudioso se encuentra seguro en los campos de la historia, el derecho, la sociología, la psicología, la criminología, la ciencia política o la filosofía cuando el procesador de textos de Gary Becker se activa.
La trayectoria de Becker abriendo nuevos caminos para la “ciencia lúgubre” empezó con su libro de 1957, The Economics of Discrimination. Antes de esta obra, el estudio del prejuicio y la discriminación habían sido de exclusivo dominio de sociólogos y psicólogos. Becker demostró que demanda y oferta, coste y beneficio y pérdidas y ganancias podían dar bastante luz sobre este asunto.
Gracias a su trabajo, sabemos que la gente paga un precio por la discriminación, sea ésta por raza, sexo o cualquier otro criterio. Quienes tienen esas preferencias tienden a perder en la lucha competitiva del mercado, pues deben pagar más por factores igualmente capaces de producir. El mercado premia a la gente indiferente al color. Por tanto, el capitalismo, lejos de ser la empresa racista y sexista que los marxistas creían que era, es realmente un comportamiento bastante humano.
Cuando el estado se apropia de gran parte de la economía, el proceso de liberación del mercado (el de penalizar a los intolerantes) se limita en ámbito. No puede funcionar en el sector público, debido a la ausencia de pérdidas y ganancias.
Tampoco la obra de Becker sobre la familia ayuda o consuelo a quienes tratan de denigrar esa institución tradicional. Ha aplicado a las relaciones maritales las ideas recogidas en el estudio del comercio internacional.
Por ejemplo, tomemos la ventaja absoluta. Ésta es la doctrina que muestra cómo los países pueden beneficiarse de la especialización mundial y la división del trabajo, pues algunos pueden producir algo más barato, mientras que otros son más productivos en otro producto. Por eso no se producen plátanos en Canadá ni jarabe de arce en Costa Rica: cada nación se especializa en lo que mejor hace y comercia por las especialidades de otro.
Esto es parte integrante de la explicación económica del matrimonio. El marido habitualmente se gana la vida especializándose en actividades de mercado, mientras que a menudo es un patoso en la cocina, cuidando niños, etc. La esposa, debido a la interrupción del trabajo y quizá a distintos intereses, puede ser menos productiva que su marido fuera de casa. Como consecuencia, sus ganancias tienden a ser menores que las de él. Por el contrario, complementan sus trabajos. Juntos son más fuertes económicamente, igual que en el caso de las sociedades de negocios donde un miembro se encarga de los clientes mientras otro se preocupa de la fabricación y las cuentas.
El “imperialismo económico” de Becker (aplicando teoría microeconómica a problemas tradicionalmente monopolizados por otras ciencias sociales) tiene pocos límites, si es que los hay. Ha aplicado la microeconomía a modelos de ciclo de vida, actividades criminales, política, comportamiento de los votantes, inmigración, educación, divorcio y asignación del tiempo. La lista sigue y sigue.
Pero al elegir a Becker, el comité de Estocolmo ha continuado una buena tradición de premiar con el Nobel a economistas del libre mercado que, accidental o voluntariamente, han estudiado o enseñado en la Universidad de Chicago. La lista hasta ahora incluye a Milton Friedman, F.A. Hayek, Theodore Schultz, George Stigler y James Buchanan. Gary Becker es un digno sucesor de este equipo de estrellas. Lo sorprendente no ha sido que ganara el Premio Nobel, sino que tardara tanto en conseguirlo. De hecho no he sido el único de sus antiguos alumnos que ha perdido dinero en los últimos siete años apostando a que recibiría el premio.
Conocí a Gary Becker cuando era estudiante de postgrado en la Universidad de Columbia en 1965. Ya tenía una reputación como enfant terrible y sus cursos eran muy conocidos en la comunidad académica local. Fue miembros de mi tribunal de examen oral y luego me honró aceptando ser mi director de tesis. Sin embargo a mitad de mis estudios dejó Columbia para unirse a la facultad de la Universidad de Chicago. Durante años he bromeado diciendo que Columbia no era lo suficientemente grande para nosotros dos.
En los años siguientes, he tenido la suerte de poder relacionarme con él en muchas reuniones de la Sociedad Mont Pelerin y conferencias del Fondo de la Libertad. Muy leal con todos sus colegas y antiguos alumnos, ha sido para mí un cálido apoyo durante años. Personalmente me encantó el reconocimiento que le hizo el comité del Premio Nobel.
¿Cuáles son las consecuencias de este premio para la economía austriaca? Puede haber algún beneficio positivo, pero no muchos. Este reconocimiento no potenciará la tradición austriaca más que los de Friedman, Stigler o Coase. Los efectos beneficiosos para la praxeología serían indirectos, no directos como lo fueron en pequeña medida en el caso de Buchanan y en grande en el de Hayek.
Se producirán algunos beneficios porque las escuelas de Chicago y austriaca son las únicas escuelas de pensamiento económico orientas a la libre empresa. Pensemos, por ejemplo, en la economía normativa. Lo que ayude a una escuela, ayudará a la otra, en la medida en que compartan esas cosas en común.
La dirección de la influencia es principalmente de una sola dirección, por supuesto, de la Escuela de Chicago a la Escuela Austriaca y no a la inversa. Como dice el chiste del elefante y el ratón (dice el ratón, subido al hombro de un elefante que cruza un puente, “¡Tío, sí que hemos hecho que se mueva ese puente!”), esto ocurre porque uno es mucho mayor y más visible que el otro.
En la medida en que Becker se opone a las leyes de salario mínimo, controles de rentas, aranceles, socialismo, nacionalización de la industria, licencias, etc., y en la medida en que apoya los mercados, la privatización y los derechos de propiedad, esto no puede sino ayudara los austriacos en su lucha por una sociedad más libre.
Por el contrario, en relación con la economía positiva, no habrá ninguna mejora; si hay algún impacto, será negativo. Esto ocurre porque la postura metodológica de Chicago está demasiado cerca (de hecho es indistinguible) de la del resto de la profesión. Es un gran contraste con Hayek, cuya recepción el premio ha sido la principal responsable de la recuperación austriaca. Conozco a Gary Becker, es amigo mío y céname, no es Friedrich Hayek. Ni siquiera es un James Buchanan, que adoptó una postura sobre el subjetivismo de los costes compatible con la de la escuela praxeológica.
En lo que respecta a Becker, la Escuela Austriaca bien podría no existir. En ninguno de sus escritos hay ni siquiera el más mínimo indicio o evidencia de cualquier familiaridad o interés sobre ella. Los nombres de Menger, Böhm-Bawerk, Mises y Hayek nunca han salido de sus labios en los muchos en que he acudido a sus cursos.
No, el Premio Nobel 1992 es un teórico de microeconomía neoclásico hasta la médula. Está completamente imbuido de la tradición positivista: economía matemática, curvas de indiferencia, verificación de hipótesis, falsacionismo, econometría, etc. Lo único remarcable (lo que le diferencia de casi todos los demás que están en este sector particular) es la brillantes e imaginación con la que utiliza estas herramientas tradicionales de análisis.
Pero eso no le hace un austriaco. No le hace alguien más receptivo a la tradición austriaca que cualquier otro economista de la corriente principal que tenga menos talento. Además, ha adoptado numerosas posturas que divergen mucho de las sostenidas por los economistas austriacos. Fijémonos en lo siguiente:
- Sostiene que no hacen la falta la racionalidad y el propósito para comprender la actividad económica en general, ni las curvas decrecientes de demanda en particular. (Ver su polémica con Israel Kirzner sobre el asunto). [1]
- Adopta la opinión típica de Chicago de que el monopolio (definido como un sector altamente concentrado) es una violación de la libertad económica y debería prohibirse mediante leyes antitrust. Quizá reformaría radicalmente esa legislación, pero no la derogaría.
- Mantiene que la política es tan susceptible de análisis económico como cualquier otro tipo de actividad. Con esto quiere decir que los partidos políticos son similares a las empresas, los votos en las urnas son como votos en dólares y ser elegido equivale a obtener ganancias. En resumen. El gobierno es sólo un acuerdo institucional más, igual que la iglesia, la familia, los clubs sociales, los Boy Scouts, etc. Como parte integrante de esta opinión, defendía en una de sus columnas más recientes en Business Week la subasta de los derechos de ciudadanía en EEUU.
- En muchos asuntos (el patrón oro, el rechazo del Sistema de Reserva Federal, los tipos fijos de cambio) sus opiniones no se diferencian de las de su colega Milton Friedman.
Todos los economistas deberían entonar tres hurras entusiastas por este Premio Nobel muy merecido. En áreas de la economía normativa, este acontecimiento supone un espaldarazo a muchas de las opiniones sobre el libre mercado sostenidas por los austriacos. Pero ene lo que se refiere al análisis económico positivo, no ayuda en nada a la escuela praxeológica.
[1] Gary S. Becker, “Irrational Behavior and Economic Theory”, Journal of Political Economy 70 (Febrero de 1962): pp. 1–13; Israel M. Kirzner, “Rational Action and Economic Theory”, ibid. 70 (Agosto de 1962): pp. 380–85; Becker, “A Reply to I. Kirzner”, ibid. 71 (Febrero de 1963): pp. 82–83; Kirzner, “Rejoinder”, ibid. 71 (Febrero de 1963): pp. 84–85.
Publicado el 16 de febrero de 2010.Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.