La evolución del conocimiento científico

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descargaLa filosofía de la ciencia aspira a explicar el proceso de evolución del conocimiento científico no sólo para ayudar a interpretar la historia de la ciencia, sino también para aportar criterios para que un científico tenga elementos en base a los cuales optar por adherirse a una u otra corriente de explicación científica. A su vez, la propia filosofía de la ciencia estudia los procesos de cambio de criterios y enfoques que se dan en las distintas áreas del conocimiento. Así, en su trayectoria a lo largo del presente siglo pueden diferenciarse al menos cuatro momentos sucesivos y distintos, cada uno de los cuales recoge al anterior en un marco explicativo más amplio: primero, el verificacionismo o positivismo lógico; segundo, el falsacionismo; tercero, la sucesión de paradigmas; y cuarto, los programas de investigación científica. Estudiaremos sucesivamente cada uno de estos momentos.

El verificacionismo o positivismo lógico

Para la escuela del positivismo lógico, identificada con el Círculo de Viena (35), lo que proporciona carácter científico a una proposición es que sea verificable a través de procedimientos de naturaleza empírica. De acuerdo con esta escuela, los conocimientos que no fueran susceptibles de pasar esta prueba no serían científicos y quedarían relegados al campo de la metafísica. Los representantes más destacados de esta corriente (Wittgenstein, Carnap, Schlick, Schumpeter, etc.) concebían la ciencia como sometida a una unidad de método (“monismo metodológico”) que habría de aplicarse con carácter uniforme, con independencia de cuál fuera su objeto de estudio (ciencias de la naturaleza o ciencias humanas o de la sociedad).

El positivismo lógico pronto empezó a ser objeto de críticas demoledoras. Así, por ejemplo, se ha puesto de manifiesto que el criterio de verificación positivista no es verificable en sí mismo, por lo que, de acuerdo con los principios de la propia escuela, carece de sentido y no es científico, sino que forma parte del campo de la “metafísica”. Es decir, el criterio positivista de verificación es, según el propio criterio, una afirmación universal a priori, sin ningún contacto con la realidad empírica. Además, el positivismo no tiene en cuenta que el hecho de “significar algo” no es empíricamente discernible de acuerdo con el criterio de verificación. Una proposición tiene sentido si es verificable, es decir, si los hechos que observamos son capaces de verificarla o no. Pero para poder apreciar si los hechos verifican o no una proposición, tenemos que dar previamente significado a los hechos que observamos, con lo cual estamos dando significado a algo antes de ver si ese algo tiene o no significado (todo ello de acuerdo con el propio principio positivista de la verificación). Y es que el hecho de tener o no sentido una afirmación es algo que no puede establecerse en relación con los hechos observables del mundo exterior, sino que es tan sólo un puro resultado del razonamiento humano. Es decir, todo acto de verificación presupone siempre un acto previo de la inteligencia, efectuado sin conexión alguna con el mundo exterior (36). Éstas y otras insuficiencias del positivismo lógico dieron lugar a la visión más amplia de Popper, que se denominó falsacionista y que estudiamos a continuación.

El falsacionismo

Para Popper no hay un único método de investigación científica. La contrastación de las hipótesis puede ser empírica o racional. Por otro lado, la unidad metodológica de la ciencia sólo sería de perspectiva, en el sentido de que debería comportar las notas de racionalidad, teoricidad, realismo y crítica. Para él, la probatura o verificación positiva de una proposición científica está condenada al fracaso. Lo que debe hacerse con una proposición científica es intentar “falsarla”, esto es, intentar establecer su inadecuación para con la realidad que debe explicar y los acontecimientos que ha predicho. En la medida en que los reiterados intentos de falsación de una proposición no tengan éxito, ésta se mantendrá por el investigador, pero sujeta siempre a nuevas pruebas, por lo que su aceptación comporta un elemento esencial de interinidad o provisionalidad. Siguiendo textualmente a Popper (37):

“El conocimiento, especialmente el conocimiento científico, progresa a través de anticipaciones injustificadas (e injustificables), de presunciones, de soluciones tentativas para nuestros problemas, de conjeturas. Estas conjeturas son controladas por la crítica, esto es, por intentos de refutaciones, entre los que se encuentran tests severamente críticos. Ellas pueden sobrevivir a estos tests, pero nunca pueden ser justificadas categóricamente: no se las puede establecer como indudablemente verdaderas, ni siquiera como “probables” (en el sentido del cálculo de probabilidades). La crítica de nuestras conjeturas es de importancia decisiva: al poner de manifiesto nuestros errores, nos hace comprender las dificultades del problema que estamos tratando de resolver. Es así como llegamos a adquirir un conocimiento más profundo de nuestro problema y a estar en condiciones de proponer soluciones más maduras: la misma refutación de una teoría -es decir de una solución tentativa seria para nuestro problema- es siempre un paso adelante que nos acerca a la verdad y es ésta la manera por la cual podemos aprender de nuestros errores.”

Aunque la postura de Popper es, sin duda, un significativo paso adelante en relación con la del positivismo lógico del Círculo de Viena, es sin embargo también vulnerable a algunas de las críticas efectuadas a las posturas ingenuamente verificacionistas. Así, por ejemplo, se puede argumentar que el propio criterio popperiano de demarcación no es, en sí mismo, falsable, con lo cual no deja de ser un criterio sin sentido científico de acuerdo con el propio criterio de demarcación popperiano. Además, el criterio popperiano tiene otras insuficiencias lógicas de importancia que es preciso considerar. De acuerdo con Popper, lo que da el carácter de “científico” a una afirmación es el hecho de que ésta sea “falsable” o no por el observador. Tomemos como ejemplo la proposición de que “todos los cisnes son blancos”. Uno puede falsar, pero no verificar, la afirmación de que “todos los cisnes son blancos” de acuerdo con el criterio de Popper; basta con que encontremos un cisne negro para que podamos considerar falsa la anterior afirmación, pero aunque todas nuestras observaciones sean de cisnes blancos, no podremos dar por verificada la misma. Sin embargo, desgraciadamente, podemos verificar, pero en forma alguna falsar, la proposición contraria a la anteriormente mencionada, es decir, la de que “algunos cisnes no son blancos”, o la de que “al menos un cisne es negro”. ¿Por qué no puede falsarse la afirmación contraria? Porque como esta última afirmación es de naturaleza particular, uno sólo puede contradecirla estableciendo una proposición universal, lo cual es imposible de llevar a cabo por procedimientos empíricos. Así, para falsar la afirmación “algunos cisnes no son blancos”, uno debe de verificar que todos los cisnes son blancos. Ahora bien, se puede haber observado cualquier número infinitamente grande de cisnes no habiendo encontrado ninguno negro entre ellos, sin que se pueda decir, no obstante, que no existen en absoluto cisnes negros, si es que se quiere ser coherente con la propia metodología popperiana. Claramente hay algo equivocado con esta metodología, pues es absurdo afirmar que la proposición P tiene sentido y es científica por ser falsable, mientras se niega el sentido y el carácter científico de la proposición contraria P’. Si una proposición es cierta, su contraria es falsa y viceversa; pero lo que es incompatible con nuestra lógica es que el contrario de una proposición, cierta o falsa, carezca totalmente de sentido científico por no ser en forma alguna falsable.

Por otro lado, el método popperiano es más débil en el caso de las ciencias sociales (y más concretamente en el campo de la economía) cuyos hechos u objetos de investigación no son nunca directamente observables en el mundo exterior. En efecto, una pieza, por ejemplo, de metal es “dinero”, un sonido emitido por una persona es una “palabra” y un determinado compuesto químico es un “cosmético”, solamente porque alguien “piensa” o “cree” que la pieza de metal “es” dinero; alguien “interpreta” como una palabra con significado el sonido que escucha; y alguien “utiliza” para tratarse la piel el compuesto químico que ha comprado como cosmético. Está claro que los hechos que son objeto de investigación en economía son respectivamente el “dinero”, la “palabra”, el “cosmético”, y no el trozo de metal, el sonido emitido por una persona o el compuesto químico que, respectivamente, y en términos estrictamente físicos y empíricamente observables constituyen tales objetos. Luego los hechos de la acción humana, a efectos de su estudio por parte del científico social, pertenecen a una u otra clase, o a una u otra categoría de fenómenos, no de acuerdo con lo que el observador conozca sobre la entidad física de tales objetos, que es la única directa y empíricamente observable en el mundo exterior, sino de acuerdo con lo que tal científico conoce e interpreta que la persona observada llega a saber sobre tales objetos. Esta interpretación es posible porque en la ciencia social, el científico comparte la misma naturaleza humana de los observados (cosa que no ocurre en el mundo de la ciencia natural) y dispone, por tanto, de un conocimiento “de primera mano”, introspectivo o íntimo, sobre tal naturaleza humana, que es el que precisamente le permite interpretar lo que los otros seres humanos, observados por él, hacen. Por eso, las ciencias sociales han de construirse en función de las opiniones o intenciones de las personas que actúan, opiniones que, por no ser directamente observables de forma empírica en el mundo exterior, hacen muy difícil la falsación empírica de las hipótesis en el campo de las ciencias sociales. Si a esto añadimos que la experiencia sobre los hechos que son objeto de investigación en las ciencias sociales es siempre una experiencia sobre hechos o fenómenos complejos y de tipo histórico, en relación con los cuales no cabe efectuar experimentos de laboratorio, es decir, observar cambios en un elemento aislado manteniendo inalterables cualesquiera otras condiciones que influyan sobre ese hecho, es evidente que la falsación empírica de hipótesis es un ideal que, aunque parezca muy loable enunciar y saludable perseguir, en la práctica de la ciencia económica es muy difícil alcanzar en la mayor parte de las circunstancias (38).

Las anteriores consideraciones no dejaron de afectar al propio Popper, que siguió una trayectoria en la que se podrían apreciar tres momentos distintos: un primer Popper falsacionista dogmático; un segundo Popper falsacionista ingenuo o juvenil; y un Popper ya maduro, falsacionista sofisticado, que entiende la falsación como cuestión de grado y que, en consecuencia, resaltaría más la apertura, la crítica, el realismo y la voluntad de innovación, de forma que, para él, la demarcación entre el conocimiento científico y el no científico no provendría ya tanto de un determinado criterio o de un método particular para formular y contrastar proposiciones, como de un enfoque en el que las notas de racionalidad, contenido teórico, realismo, tolerancia y propiciación de nuevas ideas serían las que permitirían fijar la demarcación entre las distintas formas de conocimiento (39).

Los paradigmas: su concepto y evolución

El paso siguiente lo constituye la obra de T.S. Kuhn, La Estructura de las Revoluciones Científicas (40). Kuhn concibe la ciencia “normal” como estructurada en torno a algún logro científico del pasado al que denomina paradigma y que constituye el punto de referencia de la actividad científica cotidiana, así como el elemento orientador del trabajo de investigación. De vez en cuando sucede que el conjunto de conocimientos que constituyen el núcleo de referencia de la disciplina es incapaz de dar cuenta de hechos relevantes, abriéndose un “proceso revolucionario” en la Ciencia, resultado del cual aparece un nuevo paradigma capaz de superar las limitaciones del precedente y que termina por constituirse en el nuevo marco de referencia. A lo largo de los “períodos normales”, el conocimiento que constituye la Ciencia se incrementa de forma paulatina gracias a la resolución de puzzles, los cuales se entroncan con el marco analítico configurado por el paradigma o matriz disciplinal. Además, Kuhn da un énfasis especial a la dimensión sociológica de la Ciencia; así, en una ciencia madura, existe un solo paradigma, las discusiones metodológicas son escasas y el acuerdo entre los científicos de la disciplina respecto a los problemas que les conciernen es amplio, de manera que los investigadores se someten de buen grado al juicio de sus colegas en lo referente a la validez de las nuevas proposiciones establecidas. Como consecuencia de ello, el lenguaje de los miembros de la profesión es el mismo y, cuando aparece un nuevo paradigma superador de las deficiencias del precedente, no sólo la aceptación es general, sino que la misma se efectúa de forma rápida. En versiones más matizadas de su postura original, Kuhn acepta la posibilidad de coexistencia de paradigmas rivales, sin que ello suponga que la disciplina que los mantiene pierda su carácter científico.

Los Programas de Investigación Científica

La poca precisión del concepto de paradigma, así como las múltiples acepciones de la voz en los textos de Kuhn, da lugar al concepto de “Programa de Investigación Científica” que fue adelantado por primera vez por Imre Lakatos en 1973.(41) Se puede considerar que el concepto de Lakatos no es sino una síntesis avanzada que integra y amplía las visiones de Popper y Kuhn. De acuerdo con Lakatos, un Programa de Investigación Científica (Scientific Research Program o SRP en adelante) está formado por un entramado de teorías interrelacionadas, en las que ninguna tiene plena autonomía. El SRP consta de un “núcleo central” configurado por enunciados básicos sobre los que se asienta la concepción global. Este “núcleo central” no es normalmente sometido a la crítica, dado lo cual a su alrededor se articula un conjunto de principios metodológicos (“heurística negativa”) cuya misión es doble: por un lado proteger el núcleo firme de la refutación experimental y, por otro, deshacer tipos radicalmente distintos de intentos explicativos. El SRP también incluye una “heurística positiva”, es decir, un plan acerca de cómo modificar o rectificar la complejidad de los modelos explicativos de la teoría. Con el tiempo, el Programa de Investigación Científica genera un “cinturón de protección” constituido por las teorías y conceptos que se derivan de su núcleo y que lo preservan de los ataques críticos. De acuerdo con Lakatos, un SRP está en una fase progresiva si las sucesivas teorías generadas por su heurística positiva añaden nuevos contenidos que corroboran el sistema. Por el contrario, está en fase degenerativa o estancada si se limitan a la defensa del núcleo central (42).

De acuerdo con Lakatos, la historia de la Ciencia estaría formada por una sucesión de SRP’s, en la que éstos entrarían en conflicto y superación sucesiva, sin excluirse momentos de confrontación y coexistencia. Además, la sustitución de un SRP por otro no respondería al procedimiento falsacionista, al que más que sustituir, lo que hace es dar la vuelta, pues la falsación negativa popperiana se sustituye por instancias que muestran un excedente de contenido, más que por refutaciones explícitas. La metodología de los SRP’s resalta la existencia de períodos prolongados de confrontación, por lo que no es fácil decir cuándo un programa de investigación se ha estancado definitivamente, o cuándo una de las alternativas en presencia ha conseguido una ventaja decisiva frente a las otras.

El planteamiento de Lakatos ha dado pie al desarrollo de la denominada “Teoría Anarquista del Conocimiento”, cuyo principal representante es P.K. Feyerabend (43). La Teoría Anarquista del Conocimiento parte de constatar que ninguna de las metodologías de la Ciencia ha tenido éxito, es decir, que no ha proporcionado las reglas apropiadas para guiar la actividad de los científicos. Afirma que todas ellas tienen sus limitaciones y, en su opinión, la única regla apropiada es que “todo vale”, sin que ningún método pueda aspirar a la primacía y ni siquiera las teorías rivales sean compatibles, dado que los enunciados observacionales que usan dependen del contexto teórico en que surgen, por lo que la comparabilidad lógica de teorías rivales no es posible. De esta postura deriva el que la elección entre teorías rivales sea, en última instancia, subjetiva. Extendiendo el concepto, podría llegarse incluso a concluir que el conocimiento científico no sería superior a otra modalidad cualquiera de conocimiento, lo que llevaría, como consecuencia lógica, a pedir el fin de la institucionalización de la Ciencia en la sociedad moderna.

El planteamiento de Feyerabend no proporciona ninguna guía para dilucidar las ventajas ni siquiera relativas de las explicaciones científicas alternativas, y cuestiona la posibilidad incluso de llevar a cabo una Historia de la Ciencia. Sin embargo, ha motivado una saludable desconfianza, humildad y apertura de criterios, que eran muy necesarias en la filosofía de la Ciencia. Las debilidades de Feyerabend, por otro lado, son múltiples y así, en lo referente a la inclusión de la Ciencia entre el saber humano en general, debía demostrar que las aportaciones que ha hecho no se diferencian de la brujería, la astrología y del resto de “disciplinas” similares, cuyos supuestos saberes están constituidos en última instancia por “cajas negras” de las que salen proposiciones que no son ni contrastables ni intersubjetivas (44). Quizá sea la perspectiva de Lakatos la más completa, sobre todo porque pone de manifiesto que el mayor error metodológico que puede cometer una comunidad de científicos es el de ignorar los problemas profundos. En consecuencia, a partir de Lakatos, se explicitan los núcleos de los distintos Programas de Investigación Científica, minimizándose la importancia del cinturón protector que debe proteger a la teoría de los ataques externos y que puede desaparecer rápidamente si es percutido con un proyectil alternativo de tamaño y peso proporcionados. Es decir, el mayor peligro de un Programa de Investigación Científica no proviene tanto de las anomalías experimentales o de la ausencia de predicciones efectuadas, sino que proviene de otros Programas de Investigación alternativos que consigan éxito y que se encuentren dotados de un núcleo firme e incompatible con el que se defiende.

Como conclusión, hay que resaltar la importancia que para los científicos ha de tener la modestia y la tolerancia en lo que se refiere a la calificación de las disciplinas, evaluación interna de cada una de ellas, delimitación de sus fronteras y vinculación a métodos y criterios de trabajo. Metodológicamente, ningún exclusivismo está, por tanto, a la postre justificado y por ello, como veremos más adelante al tratar de la economía como cuerpo científico, las distintas opciones en presencia tienen todas ellas su lugar, si bien el peso particular y el mérito que se asignen a cada una de ellas es muy variable y se ha de evaluar caso por caso, pero por la propia disciplina que, en última instancia, es la única responsable de su propio progreso (45).

 

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(35)Una de las paradojas más curiosas de la historia del pensamiento es que si puede afirmarse que ha existido una escuela de economía metodológicamente más opuesta al positivismo lógico del Círculo de Viena, ésta ha sido, precisamente, la Escuela Austriaca de Economía, que tuvo su origen en Menger, y posteriormente fue desarrollada, entre otros, por Böhm-Bawerk, Mises y Hayek.

(36)Brand Blanshard, Reason and Analysis, Open Court, Illinois, 1973, capítulos 5 y 6, pp. 189-249, e igualmente toda la bibliografía que cito en mi artículo “Método y Crisis en la Ciencia Económica”, ob. cit.

(37)Karl R. Popper, El Desarrollo del Conocimiento Científico: Conjeturas y Refutaciones, Editorial Paidos, Buenos Aires, 1979, “Prefacio”, p. 1.

(38)Véase especialmente Brand Blanshard, Reason and Analysis, Open Court, Illinois, 1973, pp. 228-229. Sobre el carácter subjetivo y no directamente observable de los hechos que son objeto de investigación en las ciencias sociales ha de consultarse especialmente a F.A. Hayek, “The Fact of the Social Sciences”, en Individualism and Economic Order, Gateway, Chicago, 1972; The Counter-Revolution of Science: Studies on the Abuse of Reason, Liberty Press, Indianápolis, 1979; y también en general toda la bibliografía que cito en las páginas 32 y 33 de mi artículo “Método y Crisis en la Ciencia Económica”, publicado en Hacienda Pública Española, nº 74, 1982 y reeditado en el volumen I de mis Lecturas de Economía Política, Unión Editorial, Madrid, 1986, pp. 11-33. Finalmente, Bruce Caldwell afirma que los criterios popperianos de falsación, a pesar de la retórica y popularidad que han alcanzado en economía, no sólo no han sido utilizados en la práctica, sino que, y esto es aún más importante, parecen ser impracticables, de manera que hay que abandonar la idea dogmática de que el falsacionismo popperiano es la única respuesta legítima para los profesionales de la economía en el campo de la metodología. Véase su notable Positivism: Economic Methodology in the Twentieth Century, 2ª edición, Routledge, Londres, 1994, p. 236. En el mismo sentido debe leerse el artículo de Daniel M. Hausman, “Economic Methodology in a Nutshell”, Journal of Economic Perspectives, volumen 3, nº 2, primavera de 1989, pp. 115-127.
(39)Karl R. Popper, Realismo y el objetivo de la ciencia: postscriptum a la lógica de la investigación científica, Volumen I, Editorial Tecnos, Madrid, 1985, especialmente las pp. 26-27.

(40)T.S. Kuhn, La Estructura de las Revoluciones Científicas, Fondo de Cultura Económica, Méjico, 1975.

(41)Imre Lakatos, Pruebas y Refutaciones: La lógica del descubrimiento matemático, Alianza Editorial, Madrid, 1982; y La Metodología de los Programas de Investigación Científica, Alianza Editorial, Madrid, 1982.

(42)Una interesante aplicación del análisis de Lakatos sobre los Programas de Investigación Científica a la Escuela Austriaca de economía puede verse en Mario J. Rizzo, “Mises and Lakatos: A Reformulation of Austrian Methodology” en Method, Process and Austrian Economics: Essays in Honor of Ludwig von Mises, Israel M. Kirzner (ed.), Lexington Books, Massachusetts, 1982, pp. 53-75. Una aplicación del análisis lakatosiano sobre las fases degenerativas o de estancamiento de los SRP’s en relación con el “paradigma walrasiano” puede verse en mi artículo “La crisis del paradigma walrasiano”, en Jesús Huerta de Soto, Estudios de Economía Política, Unión Editorial, Madrid, 1994, cap. 2, pp. 56 y ss.

(43)Paul K. Feyerabend, Contra el Método: Esquema de una teoría anarquista del conocimiento, Editorial Ariel, Barcelona, 1974; Adiós a la razón, Editorial Tecnos, Madrid, 1984; ¿Por qué Platón?, Editorial Tecnos, Madrid, 1985.

(44)Otra peligrosa variante del relativismo científico es la constituida por la “cultura post-modernista de la conversación” impulsada por los defensores de la Escuela hermenéutica contemporánea que encabezados por Hans-Georg Gadamer (Truth and Method, The Seabury Press, Nueva York, 1975; Philosophical Apprenticeships, MIT Press, Cambridge, Massachusetts, 1985) y otros (Paul Ricoeur y Jacques Derrida), consideran que no existen verdades objetivas y que todo el conocimiento científico es de naturaleza tácita y depende del contexto en que se formule y de cómo se interprete. En contra de esta postura, véase, por ejemplo, M.N. Rothbard, “The Hermeneutical Invasion of Philosophy and Economics”, The Review of Austrian Economics, vol. III, 1987, pp. 45-59. Y también David Gordon, “Hermeneutics versus Austrian Economics”, The Ludwig von Mises Institute, Auburn University, 1986. Estos últimos autores son especialmente críticos de la postura hermenéutica recientemente defendida por el economista Don A. Lavoie (Economics and Hermeneutics, Routledge, Londres, 1990), y por Deirdre (antes Donald) McKloskey, Knowledge and Persuasion in Economics, Cambridge University Press, Cambridge, 1994.

(45)En suma, los científicos han de desarrollar su labor en un mercado de libre competencia de ideas y métodos, de acuerdo con lo defendido por Michael Polanyi en su notable “The Republic of Science: Its Political and Economic Theory”, incluido en Knowing and Being, editado por Marjorie Grene, The University of Chicago Press, Chicago, 1969. Este pluralismo metodológico es también defendido por Bruce J. Caldwell en su obra Beyond Positivism: Economic Methodology in the Twentieth Century, Routledge, Londres, 1994, 2ª edición, especialmente su capítulo 13, pp. 245-253.


Publicado originalmente en JHS (www.jesushuertadesoto.com).

 

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