“En otras palabras, creemos que el capitalismo es la máxima expresión del anarquismo y el anarquismo es la máxima expresión del capitalismo. No sólo son compatibles, sino que no se puede tener uno sin el otro. El verdadero anarquismo será el capitalismo, el verdadero capitalismo será el anarquismo”.
Murray Rothbard
Vivimos en una época de grandes desaciertos económicos, crisis sin fin aparente y de innumerables frustraciones personales que han llevado a muchísimas personas a cuestionarse la viabilidad del orden actual y a reflexionar sobre si habrá un futuro esperanzador –o por el contrario terrorífico- para la humanidad. Lo cierto es que el panorama no es nada alentador, pero no todo está perdido: aún en la oscuridad en la que nos encontramos podemos vislumbrar la luz al final del túnel. Es ésta, quizá, la oportunidad de oro para demostrar a los incrédulos que el orden centralizado actual es utilitariamente ineficiente, científicamente imposible y, lo más importante, moralmente inaceptable.
Ya todos estamos acostumbrados a que la opinión pública general achaque las causas de la crisis a las oscuras maniobras del mercado, al individualismo egoísta, al ánimo de lucro y un largo etcétera de parafernalias que forman parte de la argumentación típicamente socialista e intervencionista. Pero, ¿es realmente la economía de mercado la gran responsable de la crisis? Las fallas del mercado siguen siendo el chivo expiatorio favorito de los Estado del mundo entero para zafarse de la responsabilidad, que sólo les corresponde a ellos, sobre los actos que inefablemente nos han conducido a nuestra lamentable condición actual.
Hay que ser totalmente irresponsable y caradura para señalar las fallas del mercado libre en un entorno donde tal mercado es totalmente inexistente. Y es que hemos llegado a tal grado de inconsciencia, que pareciera que hemos decidido deliberadamente obviar el hecho de que el actual orden económico –y político, claro está– es dirigido, sino en su totalidad, si en gran parte, por una élite gobernante totalmente inescrupulosa, inepta y corrupta, y no por las leyes naturales inherentes a los intercambios libres y voluntario que se darían en un entorno enteramente capitalista.
Debemos a los grandes comunicadores mediáticos y a los intelectuales socialistas que hoy la palabra capitalismo signifique cualquier cosa. Es necesario señalar que no sólo no es cierto que todos nuestros problemas sean responsabilidad del capitalismo, sino que también en la medida en que el mercado existe hoy día, está completamente intervenido y matemáticamente “organizado” por los entes que se encargan de la planificación central y la creación de modelos macroeconómicos que en teoría tienen en cuenta todos los escenarios posibles. En otras palabras: el capitalismo es inexistente.
El capitalismo real es el capitalismo laissez faire, libre de cualquier intervención del Estado y totalmente contrario a los mercados intervenidos que tenemos en casi todo el mundo hoy día. El capitalismo es “dejar hacer” en contraposición del actual “harás lo que el planificador determine que debas hacer”. Ludwig von Mises en su tratado de economía La acción humana nos dice:
El laissez faire no pretende no pretende desencadenar unas supuestas fuerzas ciegas e incontroladas. Lo que quiere es dejar a todos en libertad para que cada uno decida cómo concretamente va a cooperar en la división social del trabajo y que sean, en definitiva, los consumidores quienes determinen lo que los empresarios hayan de producir. La planificación, en cambio, supone autorizar al gobernante para que, por sí y ante sí, sirviéndose de los resortes de la represión, resuelva e imponga.
En todo caso no es el capitalismo el gran responsable de nuestra actual crisis, sino el socialismo “de mercado”. Muchos podrían decir que esto no es socialismo, que en el mundo entero se respeta de forma más o menos generalizada la propiedad privada de los medios de producción, y eso es medianamente cierto. Pero también es cierto que no podemos hablar de capitalismo cuando, aun reconociéndose la titularidad privada de la propiedad de los medios de producción, es un ente central el que decide de qué forma y medida serán utilizados y para qué fines. No es sólo socialismo la división del trabajo en ausencia de propiedad privada de los medios de producción, sino que también es socialismo cuando no se puede hacer uso de los medios de producción privados en un ambiente de libertad y cooperación consensual. De nada sirve el reconocimiento del derecho a la propiedad, si su ejercicio está sujeto a limitaciones establecidas coercitivamente por el Estado.
Por socialismo entendemos lo que el Doctor en Economía y catedrático español Jesús Huerta de Soto define en su libro Socialismo, cálculo económico y función empresarial como: “todo sistema de agresión institucional contra el libre ejercicio de la acción humana o función empresarial”. Si no podemos actuar en el mercado de forma libre –siempre respetando la vida, la libertad y la propiedad de los terceros-, entonces estamos en un entorno donde la planificación se traduce como una agresión institucionalizada desde el Estado que nos obliga a actuar y a comportarnos de forma distinta a la que realmente quisiéramos.
Por lo tanto, si la economía de mercado es totalmente contraria a la planificación estatal, podemos decir de forma categórica que el sistema que realmente ha entrado en crisis es el intervencionismo alentado por el paradigma neomercantilista keynesiano y por las políticas de estado socialistas. Lo que ha quedado en evidencia no es que el mercado tenga fallas excesivas, sino que los controles centrales descoordinan mucho más de lo que coordinan, pues el mercado y las relaciones humanas son demasiado complejas y el flujo de información que generan es tan abrumador que es completamente imposible manejar de primera mano toda la información necesaria que permita al planificador ordenar de forma consistente y realista la economía. ¿Cómo puede ser el mercado el responsable de las decisiones que sólo un pequeño grupo ha tomado y ha impuesto a los demás?
El orden actual es completamente virtual. La única forma de que exista un orden económico real, es que la cooperación social se realice en ausencia de un aparato jerárquico centralmente impuesto. El capitalismo es posible sólo en un entorno –al menos en el ámbito económico– completamente anárquico, donde el orden fluya de forma espontánea en ausencia de la intervención estatal. Aún los liberales y libertarios que aceptan la existencia del Estado, están de acuerdo que la economía funciona de forma más eficiente y dinámica, sí y sólo sí, el Estado se mantiene totalmente al margen, dejando a los individuos tomar las decisiones que terminarán dando coherencia y efectividad al mercado.
Pero es que aún para los fervientes creyentes del Estado y la democracia, la planificación entraña un problema, no sólo económico, sino además también político, pues al manejar la economía se manejan con ella todos los ámbitos de la acción humana. Friedrich A. von Hayek, liberal clásico perteneciente a la Escuela Austriaca de Economía, nos advierte de algunos problemas políticos que puede generar la planificación central de la economía:
La razón por la que la adopción de un sistema de planificación central conduce necesariamente a un sistema totalitario es bastante sencilla. Quienquiera que controle los medios debe decidir para qué fines van a servir. Dado que bajo las condiciones modernas el control de la actividad económica significa también el control sobre casi todas nuestras actividades. La naturaleza de la pormenorizada escala de valores que debe guiar la planificación hace imposible que se determine por nada parecido a los medios democráticos. El director del sistema planificado tendría que imponer su escala de valores, su jerarquía de fines, lo que, si basta para determinar el plan, debe contemplar un orden definido de rangos en el que colocar la posición de cada persona. Para que el plan o la ideología tenga éxito, o para que parezca que el planificador lo tiene, hay que hacer creer a la gente que los objetivos elegidos son los adecuados. Toda crítica al plan o a la ideología subyacente debe considerarse como sabotaje.
En este sentido, el libertarismo –aún el sector minarquista– es profundamente anarquista, pues comprende que la máxima expresión del capitalismo es la no interferencia del Estado en el proceso dinámico de los intercambios humanos que se dan dentro del mercado, y que por tanto, considera innecesaria la presencia de la coordinación estatal en la economía. Ya sabemos que liberales y minarquistas replicarán y dirán que ellos no son anarquistas, que creen que el Estado o es necesario o es un mal necesario, cosa que no pretendemos discutir. Pero rara vez hemos escuchado a alguno de ellos defender la actuación estatal en lo que respecta a la planificación central del aparato productivo. Es por ello que categóricamente nos atrevemos a afirmar que el ideario económico de los liberal-libertarios es, en este sentido, anarquista –aunque la mayoría de ellos no vayan a estar dispuestos a aceptarlo–, pues rechaza cualquier tipo de coacción de carácter institucional que sólo puede realizar el Estado.
Referencias:
Hayek, F. (1999) Socialismo y guerra. Madrid: Unión Editorial.
Huerta de Soto, J. (2010) Socialismo, cálculo económico y función empresarial (4ª edición) Madrid: Unión Editorial.
Mises, L. (2011). La acción humana: Tratado de Economía (10ª edición). Madrid: Unión Editorial.
Luis Landa: Director de Formación del Instituto Ludwig von Mises Venezuela. Twitter: @Luis_Ale_Landa