La mentira de la guerra humanitaria

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Muchos de los sociólogos actuales son utilitaristas. Hablando en general, un utilitarista es alguien que cree que se puede llegar a la justicia mediante un análisis de coste-beneficio. Por ejemplo un economista utilitarista te diría que, antes de considerar una nueva ley, hay que determinar los costes y beneficios “sociales” de dicha ley. Algunos hablan acerca de los costes y beneficios sociales de legalizar la venta de drogas o la prostitución y concluyen que si los beneficios superan a los costes, deberían implantarse estas leyes.

Ronald Coase, probablemente uno de los economistas utilitaristas menos comprendidos, ha sido criticado a menudo por lo que no ha dicho (es decir, el llamado Teorema de Coase), pero raramente criticado por lo que sí dice (que los derechos individuales dependen del potencial de dichos derechos de crear riqueza agregada). El siguiente artículo es una crítica de la postura de Coase a la teoría de los derechos.

Coase, en su ensayo “El problema del costo social”, argumentaba que, en caso de que el Mercado no lo haga, el gobierno debe asignar derechos de propiedad de una forma que maximice la renta nacional. Su principal argumento era que la existencia de costes de transacción excluiría la asignación eficiente de derechos de propiedad mediante transacciones del mercado. Así que ésta sería labor del gobierno.

Esencialmente, Coase está proponiendo una teoría de la justicia en la que los derechos individuales dependen de las circunstancias. Si un funcionario del gobierno descubre que quitarle los derechos a Jim y dárselos a Janice generaría un aumento de la renta nacional, esta reasignación de recursos es justa, independientemente de si Jim y Janice están de acuerdo con ella.

Algunos economistas adoptaron una postura más abstracta y hablaron acerca de maximizar el bienestar o la utilidad social. En este marco, la utilidad (satisfacción total por objetos materiales, experiencias y otras dentro de una sociedad) se trata como una cantidad que puede aumentarse o reducirse por una política pública. Una política que lleve a una mejora en el bienestar social total está, en este marco, justificada.

Esta postura respecto de la teoría de los derechos tiene un fuerte efecto en economía y está empezando a extenderse a otras áreas de la actividad humana. Una de esas actividades es la guerra.

El utilitarismo y la política de guerra “humanitaria”

La idea de un militarismo “benevolente” o “desinteresado” no es nueva. Sin embargo empezaré con una de las más recientes misiones militares “benevolentes”. El 24 de marzo de 1999, los miembros de los gobiernos de 19 países de la OTAN decidieron que con el fin de evitar una “catástrofe humanitaria” en Kosovo, debía bombardearse la República Federal de Yugoslavia.

Esta guerra, denominada “ Ángel misericordioso” se ha usado como ejemplo de una guerra “humanitaria” con éxito por parte de sus defensores. A pesar de que los iniciadores de la guerra se han justificado a menudo apelando al bienestar de de algún grupo de individuos (normalmente una nación o grupo étnico), ésta fue la primera referencia explícita al humanitarismo como única justificación para una guerra.

Más recientemente, se han usado argumentos similares para proponer el mantenimiento de tropas occidentales en Iraq y Afganistán bajo la pancarta de “construir nación”.

En estos casos de nuevo la decisión de retirarse o permanecer depende de un análisis de coste-beneficio a largo plazo, no sólo para los países que tienen tropas allí, sino supuestamente para los habitantes del país “anfitrión” y toda la “comunidad internacional”. Muchos de quienes apoyan o rechazan estas guerras sólo difieren en sus métodos de contabilizar los costes y beneficios agregados.

Introduciendo las expresiones “cost benefit analysis” [“análisis de costes beneficios”] y “war in Irak” [“guerra en Iraq”] en Google se obtienen un 15.000 resultados (para estas dos expresiones exactas juntas). Los resultados incluyen artículos académicos, blogs de expertos legales, sitios de noticias de TV, artículos de periódicos, discursos de políticos, etc. Estos resultados son un indicaron aproximado de volumen y ámbito de la búsqueda utilitaria de la estimación correcta de costes y beneficios en esta guerra. La estimación trata de incluir no sólo el gasto monetario sino asimismo el “sufrimiento humano”, la “seguridad nacional”, la “libertad”, etc.

Otra operación militar reciente donde se han usado argumentos similares fue el bombardeo de la franja de Gaza en 2008. Fue descrita por sus promotores como un intento de prevenir el sufrimiento futuro de civiles israelíes al tiempo que se mantenía el sufrimiento civil palestino al mínimo. Las premisa subyacente era que cualquier baja civil en la guerra puede justificarse afirmando que era un paso necesario para evitar mayores bajas civiles en el futuro.

Estas justificaciones de coste-beneficio de las guerras humanitarias pueden resumirse en las palabras de Frida Ghitis, analista política y colabarodara habitual del Miami Herald y la World Politics Review. Ghitis me escribió diciendo que “la guerra a veces se justifica para detener atrocidades aún peores. Ésa es la justificación humanitaria”.[1]

Así que se reconoce que la guerra humanitaria, igual que cualquier otra guerra, implica algunos costes en forma de sufrimiento o muerte de víctimas inocentes. Pero este sufrimiento o muerte se justifica si es un sacrificio colectivo necesario para un beneficio mayor, independientemente de si las víctimas están de acuerdo en ser sacrificadas. Es claramente un argumento utilitarista cuando una acción es justa si los beneficios agregados resultantes de la acción exceden los costes agregados. El propósito de este artículo es demostrar por qué este argumento utilitarista, cuando se lleva a sus conclusiones lógicas, pierde credibilidad.

Cálculo de atrocidades

La idea de una guerra utilitarista humanitaria implica un ejercicio de contabilidad donde los costes se comparan con los beneficios. Utilizando los términos sugeridos por los defensores de dichas guerras, los costes son las atrocidades cometidas como consecuencia directa de una guerra humanitaria, mientras que los beneficios son las atrocidades evitadas mediante la guerra. Hay dos problemas con esta interpretación: primero, cómo se miden las atrocidades; y segundo, cómo vamos a contabilizar las atrocidades que nunca se produjeron.

Algo no es una atrocidad sólo porque haya alrededor un montón de líquido rojo llamado sangre, sino porque un ser humano experimenta ciertas emociones cuando ve esta escena y los acontecimientos que la preceden. El grado en que algo es una atrocidad viene determinado por la experiencia interna de una persona, no por las propiedades físicas del hecho.

Así que cuando nos enfrentamos a la medición de las atrocidades, cada caso de sufrimiento humano es distinto y no tiene sentido ninguna comparación objetiva. Por ejemplo, ¿qué es una mayor atrocidad: un niño que pierde a sus padres por una bomba en un avión o un hombre que pierde la vista por la metralla de una bomba de racimo o un padre que pierde a su hija de tres años bajo los escombros de su casa? ¿Quién va a evaluar la “cantidad” de atrocidades cometidas?

La utilidad, la importancia que las diferentes personas dan a diferentes aspectos de la realidad física y a sus propias vidas y bienestar, es subjetiva. Así que no hay una unidad objetiva de medida de la utilidad. No podemos comparar evaluaciones de la realidad física realizadas por dos personas distintas: no podemos sumarlas o multiplicarlas en ninguna forma objetiva que pueda ser entendida igualmente por todos.

Por tanto, no podemos llegar a una medición agregada objetiva de las atrocidades causadas por la guerra.

Sin embargo, incluso si aceptamos la idea absurda de que la justicia de una guerra puede depender de la cuenta de cadáveres y brazos, piernas y ojos perdidos, hay otro problema: nunca sabremos qué es lo que evitó una guerra. Sólo podemos especular con lo que habría pasado si la guerra humanitaria nunca hubiera ocurrido.

Aceptar cálculos de justicia basados en especulaciones de futuro daría a la gente el derecho a usar la violencia contra cualquiera del que sospechen que cometerá un crimen.

Incluso si se aceptan los juicios éticos basados en la especulación y las mediciones “objetivas” del sufrimiento, el profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chicago, Eric A. Posner duda de que esté justificada ninguna de las recientes intervenciones humanitarias, incluido el bombardeo de Yugoslavia de 1999. Argumenta que los costes de las recientes intervenciones humanitarias exceden con mucho su estimación de beneficios potenciales.

Conclusión

Quienes quieren empezar guerras “humanitarias” antes han de persuadirnos de que conocen el futuro. Luego han de persuadirnos de que saben el valor objetivo de las muertes y los sufrimientos humanos individuales. Finalmente, han de persuadirnos de que las vidas de algunas personas son menos valiosas que otras.

 


Publicado el 2 de marzo de 2010. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

[1] Frida Ghitis, mensaje de correo electrónico al autor, 28 de mayo de 2007.