Deja que la NPR añada culpabilidad a tu gusto. Ese bombón escondido detrás de tu botella de whisky escocés acaba de enfrentarse a una nueva capa de pecado. Con la esclavitud infantil en la producción de chocolate y la crueldad animal en la recogida de cocos, se ha iniciado la confección de un conflicto.
De acuerdo con un grupo de derechos animales que apareció en una edición reciente de The Salt en la NPR, los monos abusados son un ingrediente clave del curry de Panang. Aunque la práctica tailandesa-malaya de usar monos para recoger cocos se remonta a cientos de años, caer en el punto de mira de los veganos activistas y guerreros de la justicia social es un fenómeno nuevo. El antropólogo Leslie Sponsel, citado brevemente en el artículo de la NPR, ofrecía una defensa de la simbiosis simia. Me encontré con el Dr. Sponsel en su casa de Hawaii esperando conocer más acerca de su área de estudio. “El debate sobre la moralidad de esclavizar a los monos para que hagan un trabajo es un problema occidental, no tailandés”, explicaba Sponsel.
Ecologista de toda la vida y autor de Spiritual Ecology: A Quiet Revolution, Sponsel tenía reservas acerca de ver trabajando a recolectores primates. En lugar de reclamar un boicot nacional a los productos de coco como han hecho algunos, Sponsel hizo lo que cualquier antropólogo que se gane su salario está formado para hacer: pararse y observar. Señalaba que ni su esposa (budista tailandesa), ni un colega catedrático tailandés de una universidad local veían la práctica en términos morales. Añadamos una completa falta de reparos de la población musulmana local y Sponsel concluía que los monos que trabajan nos son una causa, sino una parte del ser de la vida de la península.
El explorador británico Robert Shelford observaba en su libro de 1916 A Naturalist in Borneo:
El modo de operar es el siguiente: Se ata una cuerda a la cintura del mono y se lleva a un cocotero, al que asciende rápidamente, luego toma un coco y si el dueño juzga que este está maduro para arrancarlo, grita al mono, que entonces gira el coco hasta que lo desprende y lo deja caer al suelo; si el mono toma un coco verde, el dueño tira de la cuerda y el mono prueba otro. (…) [A veces] se evita completamente el uso de la cuerda, guiando al mono por los tonos e inflexiones de la voz de su amo.
Según Sponsel, “Los macacos trabajadores son la diferencia entre un modo de vida y una pobreza abyecta para muchos granjeros del sur de Tailandia. Picaduras de serpientes, hormigas que pican y caídas mortales esperan a quien o lo que sea que suba a estos árboles”.
Dado que los mejores monos recolectan cocos a una velocidad veinte veces mayor que el humano más hábil, está claro el incentivo para continuar una sociedad de siglos. Durante su trabajo de campo, Sponsel nunca observó u oyó de un mono del que abusaran sus dueños. Advirtió que muchos eran tratados de una forma similar a la que un occidental tratar a una mascota familiar. “En algunos hogares”, observaba, “puede incluso llegar a ser considerado un miembro de la familia”.
Para un país que ve cómo su población de perros callejeros es enviada a Vietnam cada nuevo año tet para convertirse en plato principal, a los macacos tailandeses les podría ir peor. Según Sponsel, “Los jóvenes son amaestrados y guardados con una cuerda o cadena atada al dueño o a una casa cuando no están trabajando”. Es esta práctica la que se ha ganado la ira de algunos activistas. Sponsel responde que en nuestra sociedad, lo civilizado es llevar a la mascota con una correa. ¡Y quien no ha visto a una madre que ata una correa a su propio hijo al pasear por un centro comercial abarrotado! Según Sponsel, los monos que observó estaban bien alimentados, criados y atendidos. De hecho veía a menudo macacos llevados en carros por sus dueños camino de la plantación.
“Este debate no es nuevo”, explicaba Sponsel. “Ya en 1952, The Murder of the Missing Link, de Jean Marcel Brulle abordaba nuestra obligación moral con los primates”. En un relato de ciencia ficción, un hombre preña a una mona y luego mata al recién nacido para obligar a un jurado a deliberar si el asesinato se extiende más allá de la humanidad. Ya sea por su pecho peludo o por su trato con las mujeres (incluidas las simias), Burt Reynolds interpretó el papel protagonista en El eslabón perdido, una película de 1970 sobre el dilema de Brulle.
Mientras algunos llaman a un boicot, Sponsel advierte sobre esta campaña. “Deberían considerar seriamente cómo puede afectar negativamente su campaña en el modo de vida de los granjeros pobres. Algunos activistas parecen estar más preocupados por los animales que por lo humanos, aunque estos últimos sean también animales y tengan sus derechos.
En un mundo perfecto, los granjeros tailandeses tendrían máquinas y los monos tendrían naturaleza salvaje. Pero en el mundo que tenemos, en el que la destrucción del hábitat elimina poblaciones enteras, cocoteros y granjeros necesitados pueden ser lo único que mantenga a los macacos en los árboles y fuera de estar en la mesa como cena.
Publicado originalmente el 6 de noviembre de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.