Libertad y propiedad

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250px-Ludwig_von_Mises[El presente texto es una traducción de Hernán Cobo, transcrita por David Gallegos Rubio, del discurso realizado por Ludwig von Mises en el 9º Encuentro de la Mont Pelerin Society en Princeton, New Jersey, el 9 de septiembre de 1958.]

I.

A los ojos de los escritores griegos y romanos, la libertad no era algo que tenía que ser concedido a todos los hombres.

Era un privilegio de la minoría, a la cual debía de sostener la mayoría.

Lo que los griegos llamaban ‘Democracia’ era, a la luz  de la terminología actual, no lo que Lincoln llamó ‘Gobierno del Pueblo’ sino la oligarquía: la soberanía de los ciudadanos de pleno derecho en una comunidad donde las masas eran meteques o esclavos.

Incluso esta libertad bastante limitada después del siglo IV antes de Cristo no fue tratada por los filósofos, historiadores y oradores como una práctica constitucional institucional.

Al ver esto, que ésta ya era una característica del pasado perdida para siempre, lamentaron el fin de esta edad de oro, pero no conocieron ningún método para volver a ella.

La segunda noción de libertad no fue menos oligárquica, aunque no se inspiró en ninguna reminiscencia literaria.

Fue la ambición de la aristocracia terrateniente, y a veces también de los patricios urbanos, de preservar sus privilegios contra el creciente poder del absolutismo real.

En la mayor parte de Europa continental los príncipes se mantuvieron victoriosos en estos conflictos.

Solamente en Inglaterra y en los Países Bajos, los nobles y los patricios lograron derrotar a las dinastías. Pero lo que ganaron no fue la libertad para todos, sino sólo la libertad para una élite, para una minoría de la población.

No debemos de condenar como hipócritas a los hombres que en esas edades apreciaban la libertad mientras conservaban la incapacidad legal de la mayoría, incluso la servidumbre y la esclavitud. Ellos se enfrentaban a un problema que no sabían cómo resolver satisfactoriamente.

El sistema de producción tradicional era demasiado limitado para una población en constante aumento. El número de personas para quienes, en un sentido amplio del término, los métodos pre capitalistas de la agricultura y la artesanía no dejaban cabida, era creciente. Las masas se estaban muriendo de hambre, eran una amenaza para la conservación del orden existente de la sociedad y durante un largo tiempo nadie podría pensar en otro orden; un estado de cosas que alimentara a todos estos desgraciados. No podía haber sido ninguna cuestión de garantizarles derechos civiles, menos aún de darles una parte de la dirección de los asuntos del Estado. El único recurso que los gobernantes conocían era mantenerlos callados recurriendo a la fuerza.

El sistema pre capitalista de producción fue restrictivo. Su fundamento histórico fue la conquista militar: los reyes victoriosos otorgaban la tierra a sus paladines. Estos aristócratas eran señores en el significado literal de la palabra ya que no dependían del patronazgo de los consumidores: comprando o absteniéndose de comprar en un mercado. Por otro lado, ellos eran los principales clientes de las industrias de procesamiento que, bajo el sistema gremial, estaba organizado en bases corporativas. Este esquema se oponía a la innovación, se prohibió la desviación de los métodos tradicionales de producción, el número de personas para las cuales había puestos de trabajo (incluso en la agricultura o en las artes y artesanías) estaba estrictamente limitado.

Bajo estas condiciones, muchos hombres (para usar las palabras de Malthus) tuvieron que descubrir que: “En el poderoso banquete de la naturaleza no había ninguna vacante a ser cubierta por él” y que la naturaleza le decía “que se había ido”.

Sin embargo algunos de estos parias, lograron sobrevivir, engendrando hijos. Y de hecho, el número de indigentes crecía irremediablemente cada vez más.

Pero entonces aparece el capitalismo.

Es costumbre ver las innovaciones radicales que el capitalismo trajo consigo en la sustitución por la fábrica mecánica de los métodos más primitivos y menos eficientes de las tiendas de artesanos.

El rasgo característico del capitalismo que lo distingue de los métodos pre-capitalistas de producción fueron sus nuevos principios de comercialización.

El capitalismo no es solamente la producción en masa sino producción en masa para satisfacer las necesidades de las masas.

Las artes y artesanías de los buenos viejos tiempos habían atendido casi exclusivamente a las necesidades de los ricos. Pero las fábricas producen bienes baratos para muchos. Todas las primeras fábricas resultaron haber sido diseñadas para servir a las masas, el mismo estrato que trabajaba a las fábricas. Ellos se sirvieron bien mediante el suministros, directa o indirectamente con la exportación y proporcionándose así alimentos y materias primas extranjeras.

Este principio de comercialización fue la firma del primer capitalismo, así como la del actual capitalismo.

Los empleados mismos son los clientes que están consumiendo la mayor parte de todos los bienes producidos. Son los clientes soberanos, los que siempre tienen la razón. Su compra o su abstención de compra determinan lo que ha de ser producido, en qué cantidad y de qué calidad.

Al comprar lo que les conviene, hacen ganar y expandirse a las empresas y a otras perder dinero y achicarse. De esta manera, ellos están continuamente cambiando el control de los factores de producción en manos de los empresarios que tienen más éxito satisfaciendo lo que ellos quieren.

 

II.

En el capitalismo, la propiedad privada de los factores de producción es una función social. Los empresarios, capitalistas y propietarios de tierra son mandatarios, por así decirlo, de los consumidores. Para ser rico, no es suficiente tener de golpe capital ahorrado y acumulado. Es necesario invertir una y otra vez en aquellas líneas en las que mejor se satisface el deseo de los consumidores. El proceso de mercado es una repetido plebiscito diario que expulsa inevitablemente de las filas de la gente rentable a los que no emplean su propiedad de acuerdo con las órdenes dadas por el público. Pero el empresario, blanco del odio fanático de todos los gobiernos contemporáneos y de los seudo intelectuales adquiere y preserva la grandeza sólo porque funciona para las masas.

Las plantas que se adaptan a los lujos de unos pocos, nunca alcanzan gran tamaño.

El inconveniente de los historiadores y políticos del siglo XIX fue que no se dieron cuenta que los trabajadores eran los principales consumidores de los productos de la industria. En su opinión, el asalariado era un hombre que trabajaba duro para el beneficio exclusivo de una clase ociosa parasitaria. Ellos abrigaban la falsa ilusión de que las fábricas debían deteriorar la suerte de los trabajadores manuales. Si hubieran prestado atención a las estadísticas, fácilmente hubieran descubierto la falacia de su opinión: la mortalidad disminuyó, la esperanza de vida media se prolongó, la población se multiplicó y el hombre común pudo disfrutar de servicios con los que un rico de las edades anteriores no hubiera soñado. Sin embargo, este enriquecimiento sin precedentes de las masas no era más que un subproducto de la Revolución Industrial.

Su principal logro fue la transferencia de la supremacía económica de los propietarios de la tierra a la totalidad de la población.

El hombre común ya no era un esclavo que tenía que conformarse con las migajas que caían sobre la mesa de los ricos. Las tres castas parias que eran características de los tiempos pre-capitalistas: los esclavos, los siervos y toda esa gente que los autores patrísticos y escolásticos, así como la legislación británica de los siglos XVI al XIX llaman pobres, desaparecieron.

Sus descendientes se convirtieron, en este nuevo escenario de negocios, no sólo en trabajadores libres sino también en clientes.

Este cambio radical se refleja en la importancia atribuida por las empresas a los mercados.

Lo que las empresas primero necesitan, y se repite una y otra vez, son mercados y más mercados. Ese fue el lema de la empresa capitalista.

Hay bajo el capitalismo una sola forma de riqueza: Servir a los consumidores mejor y más barato que lo que lo hacen los demás. Dentro de la tienda y la fábrica, el dueño – o en las corporaciones, el representante de los accionistas, el presidente – es el jefe. Pero esta jefatura es meramente aparente y condicional. Está sujeto a la supremacía de los consumidores. El consumidor es el rey, es el verdadero jefe y el fabricante se prepara para no ser superado por sus competidores en servir mejor a los consumidores.

Fue esta gran transformación económica lo que cambió la faz del mundo.

Muy pronto fue trasladado el poder político de las manos de la minoría privilegiada a las manos de la gente.

El sufragio universal vino a raíz de la emancipación industrial.

El hombre común a quien el proceso de mercado había dado el poder de elegir al empresario y los capitalistas adquiere poderes análogos al gobierno: se convierte en votante. Esto ha sido observado por economistas eminentes como Frank A. Fetter de Princeton, que el mercado es una democracia en la que cada centavo da derecho a voto, que el gobierno representativo del pueblo es un intento de organizar los asuntos constitucionales de acuerdo con el modelo de mercado. Pero este diseño nunca pudo lograrse plenamente. En el campo de la política es siempre la voluntad de la mayoría la que prevalece. Pero las empresas no sólo satisfacen los deseos de las mayorías, también sirve a las minorías siempre que no sean tan pequeñas en número como para ser insignificantes.

La industria de la confección de ropa produce no sólo para gente normal sino también para el fuerte y la industria editorial no sólo publica Westerns e historias de detectives para las masas sino también libros para lectores discriminadores.

Hay una segunda diferencia importante.

En la política, no hay medios para que un individuo o un pequeño grupo de individuos desobedezcan la voluntad de la mayoría. Pero en el campo intelectual la propiedad privada hace la rebelión posible. En este universo no hay premios que se puedan ganar sin sacrificios. Pero si un hombre está dispuesto a pagar el precio, es libre de apartarse a la ortodoxia o neo-ortodoxia dominante. ¿Cuáles serían las condiciones que habría en la comunidad socialista para herejes como Kierkegaard, Schopenhauer, Veblen, o Freud? ¿Para Monet, Courbet, Walt Whitman Rilke o Kafka?

En todas las épocas, los pioneros de nuevas formas de pensar y actuar, podrían trabajar sólo porque la propiedad privada hizo posible el desacato a las formas de la mayoría. Sólo unos pocos pioneros fueron lo suficientemente independientes económicamente como para desafiar al gobierno en las opiniones de la mayoría. Pero encontraron en el clima de la economía libre algunas personas públicas preparadas para ayudarlos y apoyarlos. ¿Qué podría haber hecho Marx sin su patrón, el fabricante y explotador, Friedrich Engels?

Lo que vicia toda crítica económica del capitalismo de los socialistas es su incapacidad para comprender la soberanía de los consumidores en la economía de mercado. Sólo ven la organización jerárquica de las diversas empresas y planes y se encuentran perdidos para darse cuenta que el sistema de ganancias obliga a las empresas a servir a los consumidores.

En sus relaciones con los empleadores, los sindicatos proceden como si sólo la malicia y la codicia pudieran evitar lo que ellos llaman ‘la gestión del pago de niveles salariales más altos’. Su miopía no ve más allá de las puertas de la fábrica. Ellos y sus secuaces hablan de la concentración del poder económico y no se dan cuenta que el poder económico reside, en última instancia, en manos del público consumidor de los cuales los propios trabajadores son la inmensa mayoría. Su incapacidad para ver las cosas como son, se refleja en esas metáforas inapropiadas como ‘Reinos y Ducados industriales’. Son demasiado torpes para ver la diferencia entre que un rey soberano o un duque puedan ser despojados solamente por un conquistador más poderoso y un ‘Rey del Chocolate’ que pierde su ‘reino’ tan pronto como los clientes prefieran frecuentar otro proveedor.

Esta distorsión está en la base de todos los planes socialistas.

Si alguno de los jefes socialistas hubiera intentado ganarse la vida vendiendo hot dogs hubiera aprendido algo sobre la soberanía de los consumidores. Pero eran revolucionarios profesionales y su único trabajo era encender la guerra civil.

El ideal de Lenin era construir el esfuerzo de producción de una nación de acuerdo con el modelo de la oficina de correos, un equipo que no depende de los consumidores porque sus déficits son cubiertos mediante el cobro compulsivo de los impuestos.

“El conjunto de la sociedad” decía, era “convertirse en una oficina y una fábrica”. No vio que el carácter mismo de la oficina y la fábrica cambian completamente cuando están solas en el mundo y no se le otorga a la gente la oportunidad de elegir entre los productos y servicios de varias empresas. Fue debido a su ceguera, que se le hizo imposible ver el papel que el mercado y los consumidores juegan en el capitalismo. No podía ver la diferencia entre libertad y la esclavitud debido a que a sus ojos los trabajadores eran sólo trabajadores y no además, clientes. Creía que eran esclavos bajo el capitalismo, y que no cambiaría su estado cuando nacionalizara todas las fábricas y comercios. El socialismo sustituyó con la soberanía de un dictador o un comité de dictadores a la soberanía de los consumidores.

Junto con la soberanía económica de los ciudadanos desaparece también su soberanía política.

Para el Plan de Producción Único (que anula cualquier planificación por parte de los consumidores) corresponde al ámbito constitucional del principio de una sola parte que priva a los ciudadanos de cualquier oportunidad de planificar el curso de los asuntos públicos.

La libertad es indivisible. El que no tiene la facultad de elegir entre varias marcas de comida enlatada o jabón también se ve privado de la posibilidad de elegir entre varios partidos y programas políticos y para elegir [quién ocupara] los cargos públicos. Ya no es un hombre, sino que se convierte en un peón en manos del ingeniero social supremo. Incluso su libertad a la progenie posterior será dirigida por la eugenesia. Por supuesto, los dirigentes socialistas de vez en cuando nos aseguran que la tiranía dictatorial durará sólo el periodo de transición entre el capitalismo y el gobierno representativo hasta el milenio socialista en el cual, lo querido y deseado por todos, será completamente satisfecho una vez que el régimen socialista está suficientemente seguro de poner en riesgo al capitalismo.

Miss Joan Robinson, representante eminente de la escuela neo – británica de Cambridge es lo suficientemente amable para prometer: ‘Incluso a las sociedades filarmónicas independientes se les permitirá existir’. Por lo tanto la liquidación de todos los disidentes es la condición que nos traerá lo que los comunistas llaman libertad. Desde este punto de vista también podemos entender lo que otro distinguido inglés, el señor J.G. Crowther tenía en mente cuando elogió La Inquisición como ‘beneficioso para la ciencia cuando se protege a una clase en ascenso.’ El significado de todo esto es claro: cuando toda la gente mansamente se incline ante un dictador, no habrá ningún disidente que se libre de sr liquidado. Calígula, Torquemada y Robespierre habrían estado de acuerdo con esta solución.

 

III.

Los socialistas han diseñado una revolución semántica para convertir el significado de los términos en su contrario. En el vocabulario de la “neolengua” como George Orwell la llamó, hay un término “Principio del Partido Único”. Ahora, etimológicamente partido se deriva del término parte. La parte única ya no es diferente de su antónimo, el todo, es idéntica. El Partido Único no es un partido y el Principio de Partido Único es de hecho un principio de no-partido. La libertad implica el derecho a elegir entre la aprobación y la disidencia pero en neolengua esto significa el deber de asentir incondicional y estrictamente la prohibición de la disidencia.

Esta inversión de la connotación tradicional de todas las palabras de la terminología política no es sólo una peculiaridad de la lengua de los comunistas rusos y sus discípulos fascistas y nazis. El orden social en el que la abolición de la propiedad privada despoja a los consumidores de su anatomía e independencia y por lo tanto, somete a todo hombre a la discreción arbitraria de la Junta Central de Planificación. No podría haberse ganado el apoyo de las masas sino hubiera camuflado su principal carácter. Los socialistas nunca hubieran engañado a los votantes si ellos abiertamente les hubieran dicho su fin último. Para uso exotérico se vieron obligados a hablar de la boca para fuera del tradicional reconocimiento de la libertad. Diferentes fueron las discusiones esotéricas entre los círculos internos de la gran conspiración. Allí, el iniciado no disimulaba sus intenciones con respecto a la libertad. La libertad era, en su opinión, sin duda una buena característica en el pasado marco de la sociedad burguesa ya que les proporcionaba la oportunidad para embarcarse en sus planes. Pero una vez que el socialismo ha triunfado, ya no hay necesidad de libre pensamiento y acción autónoma por parte de los individuos. Cualquier otro cambio sólo puede ser una desviación del estado perfecto que la humanidad ha alcanzado en el logro de la felicidad del socialismo. En tales condiciones, sería simplemente una locura tolerar la disidencia.

Los admiradores del régimen del sistema soviético nos dicen una y otra vez que la libertad no es el bien supremo. Se trata de algo que ‘no vale la pena tener’ si implica pobreza. Sacrificarla con el fin de alcanzar la riqueza de las masas está en sus ojos totalmente justificado. A excepción de algunos individualistas rebeldes que no pueden ajustarse a las formas de los becarios regulares, todas las personas en Rusia son perfectamente felices.

Podemos dejarlo indeciso si esta felicidad también hubiera sido compartida por los millones de campesinos ucranianos que murieron de hambre, los presos en los campos de trabajos forzados y por los líderes marxistas que fueron purgados.

Pero no podemos pasar por alto el hecho de que el nivel de vida era incomparablemente superior en los países libres de Occidente dado que es otorgando libertad como se paga el precio por la adquisición de la prosperidad.

Los rusos hicieron un mal negocio. Ahora no tienen ni lo uno ni lo otro.

La Filosofía Romántica trabajó bajo la ilusión de que en las primeras épocas de la historia del individuo, era libre; y que el curso de la evolución histórica lo privó de su innata libertad primordial.

Como Jean Jacques Russeau vio, la naturaleza concede libertad a los hombres y la sociedad lo esclaviza. De hecho, el hombre primitivo estaba a merced de cualquiera más fuerte que no podía arrebatarle sus escasos medios de subsistencia.

No hay nada en la naturaleza a lo que pueda darse el nombre de libertad. El concepto de la libertad se refiere a las relaciones sociales entre los hombres. Es cierto que la humanidad no puede darse cuenta de la idea ilusoria de la independencia absoluta del individuo. Dentro de la sociedad todo el mundo depende de lo que los demás están dispuestos a contribuir a su bienestar a cambio de su propia contribución a su bienestar. La sociedad es esencialmente el intercambio mutuo de servicios. En tanto las personas tienen la oportunidad de elegir, son libres. Si se ven obligados por la violencia o la amenaza de violencia para rendirse a los términos de intercambio, es esclavo, no libre. Precisamente porque el amo asigna tareas y determina qué tiene que recibir si las cumple.

En cuanto aparato social de la represión y la coacción, en el gobierno no puede haber ninguna cuestión de la libertad. Es el recurso a la violencia o amenaza de la violencia con el fin de que la gente obedezca las órdenes del gobierno ya sea que nos guste o no. En cuanto la jurisdicción del gobierno se extiende hay coacción, no libertad.

El gobierno es una institución necesaria, el medio para hacer que el sistema de cooperación social funcione sin problemas, sin ser molestado por actos violentos por parte de gánsteres, ya sean de origen nacional o extranjero

El gobierno no es, como a algunos les gusta decir, un mal necesario: No es un mal sino un medio, el único medio, disponible para hacer posible la pacífica convivencia humana.

Pero lo contrario a la libertad es golpear, encarcelar, colgar. Todo lo que el gobierno hace en última instancia es apoyado por las acciones de los agentes de policía armados.

Si el gobierno hace una escuela o un hospital, los fondos necesarios se recaudan con los impuestos. Es decir, por los pagos exigidos a los ciudadanos.

Si tenemos en cuenta el hecho de que, dada la naturaleza humana, no puede haber civilización ni paz sin el funcionamiento del aparato gubernamental de la acción violenta, tal vez podamos llamar al gobierno la institución humana más beneficiosa. Pero sigue siendo cierto que el gobierno es la represión, no la libertad. La libertad se encuentra sólo en el ámbito en el que el gobierno no interfiere. La libertad es siempre la libertad del gobierno. Se trata de la restricción de la interferencia del gobierno. Predomina en los ámbitos en los que los ciudadanos tienen la oportunidad de elegir la forma en que quieren proceder. Los derechos civiles son los estatutos que circunscriben precisamente el ámbito en el cual se permite a los hombres que realizan los asuntos del Estado restringir la libertad a los individuos para actuar.

El fin último que los hombres han de apuntar para el establecimiento del gobierno es hacer posible el funcionamiento de un sistema definido de cooperación social bajo el principio de la división del trabajo.

Si el sistema social que la gente quiere tener es el socialismo, comunismo, planificación, no existe una esfera de libertad izquierda. Todos los ciudadanos están sujetos en todos los aspectos a órdenes del gobierno. El Estado es un Estado Total, el régimen es totalitario. Sólo el gobierno planea y obliga a todos a comportarse de acuerdo con este plan único.

En la economía de mercado los individuos son libres de elegir la forma en que quieren integrarse en el marco de la cooperación social. En cuanto a la esfera de mercado se extiende, es espontánea la acción de parte de los individuos. En virtud de este sistema que se llama laissez-faire y al cual Ferdinand Lassalle apodó ‘El Estado Vigilante Nocturno’, hay libertad porque hay un campo en el que los individuos son libres de planificar por sí mismos.

Los socialistas deben de admitir que no puede haber ninguna libertad bajo un sistema socialista. Pero tratan de borrar la diferencia entre el estado falto de libertad y la libertad económica, negando que exista libertad en el intercambio de productos y servicios en el mercado. Cada intercambio de mercado es, en palabras de un colegio de abogados pro – socialista, “una coacción sobre la libertad de los demás”. No hay, a sus ojos, ninguna diferencia que valga la pena mencionar, entre el pago de un impuesto por un hombre o una multa impuesta por un juez o la compra de un periódico o la entrada de una película. En cada uno de estos casos el hombre está sujeto al poder del gobernante. No es libre. Como dice el profesor Robert L. Hale, “la libertad de un hombre es “la ausencia del cualquier obstáculo para el uso de bienes materiales. Esto quiere decir: No soy libre, dado que una mujer que ha tejido un suéter, tal vez como regalo de cumpleaños de su esposo, puso un obstáculo para que yo lo use. Yo mismo estoy restringiendo la libertad de otra persona porque me opongo que use mi cepillo de dientes. Al hacer esto, estoy de acuerdo con esta doctrina: el ejercicio de poder de gobierno privado; que es análogo al poder del gobierno público, los poderes que ejerce el gobierno de encarcelar a un hombre en ‘Sing Sing’.

Los exponentes de esta increíble doctrina consistentemente concluyen que la libertad no puede ser encontrada en ninguna parte. Afirman que lo que ellos llaman ‘presiones económicas’ no difieren esencialmente de las presiones que practican los amos con respecto a sus esclavos. Rechazan lo que ellos llaman el poder gubernamental privado pero no se oponen a la restricción de la libertad por parte del gobierno del poder público. Quieren concentrar todo lo que ellos llaman las restricciones de la libertad en las manos del gobierno. Atacan a la institución de la propiedad privada y las leyes que, como dicen, ‘se interponen listas para hacer cumplir los derechos de propiedad’; es decir, de negar la libertad a cualquiera que actúe de una manera que los viole (a los derechos de propiedad).

Hace una generación todas las amas de casa preparaban sopa procediendo de acuerdo con las recetas que habían conseguido de sus madres o de un libro de cocina. Hoy en día, muchas amas de casa prefieren comprar una sopa enlatada, calentarla y servírsela a su familia. Pero, dicen nuestros sabios doctores, que ‘la empresa de conservas está en condiciones restringir la libertad del ama de casa’ ya que al pedir un precio por lata se pone un obstáculo a que ella lo use.

Las personas que no gozan del privilegio de ser tutelados por estos eminentes maestros de derecho dirían que el producto enlatado fue convertido por la fábrica de conservas y que la empresa produciéndola elimina el mayor obstáculo para que los consumidores obtengan y usen la lata, es decir, su inexistencia.

La mera esencia de un producto no puede satisfacer a nadie sin su existencia. Pero, ‘están equivocados’, dicen los doctores. La empresa domina el alma de la casa y destruye por su excesiva concentración de poder, su libertad individual y es el deber del gobierno evitar una ofensa tan grave.

‘Las empresas (por ejemplo) bajo el auspicio de la Fundación Ford y otros de este grupo, deben de estar sujetos al control del gobierno.’

¿Por qué compra nuestra ama de casa el producto enlatado en lugar de aferrarse a los métodos de su madre y su abuela? Sin duda porque ella piensa que con esta forma de actuar es más ventajoso para ella que la costumbre tradicional. Nadie la obligó.

Hubo personas que se llaman intermediarios, promotores, capitalistas, especuladores, jugadores de bolsa, que tuvieron la idea de satisfacer un deseo latente de millones de amas de casa mediante la inversión en la industria de las conservas. Y hay otros capitalistas igualmente egoístas que en muchos cientos de otras corporaciones proveen a los consumidores cientos de otras cosas. Cuanto mejor una corporación sirve al público, más clientes recibe, más grande se vuelve.

Entren a la casa de la familia estadounidense promedio y verán para quién están girando las ruedas de las máquinas.

En un país libre nadie está impidiendo de adquirir riquezas para servir a los consumidores mejor de lo que lo están siendo. Lo que necesita es sólo cerebro y trabajo duro. “La civilización moderna, casi toda la civilización” dijo Edwin Cannan, el último de una gran serie de eminentes economistas británicos, “se basa en el principio de hacerle las cosas agradables a aquellos que complacen el mercado y desagradable para los que no lo hacen”.

Toda esta charla sobre la concentración del poder económico es vana. Cuando más grande es una empresa a más gente sirve, más depende de complacer a los consumidores, la mayoría, las masas. El poder económico de la economía de mercado está en las manos de los consumidores.

 

IV.

La actividad capitalista no es una simple continuación una vez alcanzado el estado de producción, es la incesante innovación, los repetidos intentos diarios de mejorar, la provisión de los consumidores con productos nuevos, mejores y más baratos. Cualquier estado actual de las actividades de producción es simplemente transitorio.

Prevalece incesantemente la tendencia a suplantar la cosa que ya logró, por otra que sirva mejor a los consumidores. En consecuencia, existe bajo el capitalismo una circulación continua de las élites. Lo que caracteriza a los hombres a los que llaman Capitanes de la Industria es la capacidad de aportar nuevas ideas y ponerlas a trabajar. Por más grande que una empresa pueda ser, está condenada en cuanto no consiga ajustarse todos los días a los mejores métodos posibles para servir a los consumidores.

Pero los políticos y otros aspirantes a reformadores sólo ven la estructura de la industria como existe hoy. Ellos piensan que son lo suficientemente listos como para arrebatar el control de las plantas como están hoy y gestionarlas, apegándose a las rutinas ya establecidas mientras que el recién llegado ambicioso será el magnate del mañana, ya está preparando planes para cosas inauditas, todo lo que tiene en mente es llevar a cabo los asunto siguiendo las huellas andadas.

No hay registro de una innovación industrial ideada y puesta en práctica por burócratas. Si uno no quiere sumergirse en el estancamiento den dejar libres las manos de esos hombres desconocidos de hoy que tienen el ingenio para guiar a la humanidad en el camino hacia condiciones más y más satisfactorias.

Este es el principal problema de la organización económica de una nación.

La propiedad privada de los factores materiales de producción no es una restricción de la libertad de todos los demás pueblos de elegir lo que más les convenga, es por el contrario, el medio que asigna al hombre común, en su calidad de comprador, la supremacía en todos los asuntos económicos; es el medio para estimular a los hombres más emprendedores de un país a esforzarse, en la medida de sus capacidades, al servicio de todas las personas.

El principio de la filosofía social occidental es el individualismo. Su objetivo es la creación de una esfera en la que el individuo sea libre de pensar, de elegir y actuar sin estar sujeto por la interferencia del aparato social de la coerción y la opresión, el Estado.

Todos los resultados espirituales y materiales de la civilización occidental fueron el resultado de la operación de esta idea de la libertad. Esta doctrina, las políticas del individualismo y del capitalismo, su aplicación en los asuntos económicos, no necesitan de ningún apologista y propagandista. Los logros hablan por sí mismos.

El caso del capitalismo y la propiedad privada se basan también, al margen de otras consideraciones, en la eficiencia incomparable de su esfuerzo productivo. Es esta eficiencia la que hace posible para el negocio capitalista soportar una población en rápido crecimiento con una mejora continua del nivel de vida. La resultante progresiva prosperidad de las masas crea un ambiente social en el que los individuos excepcionalmente dotados, son libres de dar a sus conciudadanos todo lo que son capaces de dar.

El sistema social de la propiedad privada y el gobierno limitado es el único sistema que tiene a cultivar a todos aquellos que tienen la capacidad innata de adquirir cultura personal.

Es un pasatiempo injustificado menospreciar los logros materiales del capitalismo observando que hay cosas que son más esenciales para la humanidad: que haya automóviles más grandes y más rápidos, hogares con calefacción central, aire acondicionado, refrigeradores, lavadoras y televisores.

Ciertamente hay fines más nobles y elevados, pero son más altos y más nobles precisamente porque no se puede aspirar a ellos por cualquier esfuerzo externo sino que requieren la determinación y el esfuerzo personal del individuo.

Los que elevan este reproche contra el capitalismo muestran una visión bastante cruda y materialista, suponiendo que la cultura moral y espiritual puede ser construida ya sea por el gobierno o por la organización de actividades productivas. Todos estos factores externos que se pueden alcanzar en este sentido son para lograr un ambiente y una competencia que ofrezca a la gente la oportunidad de trabajar en su propia perfección y edificación personal.

No es culpa del capitalismo que las masas prefieran una pelea de boxeo a una representación de Antígona, de Sófocles, música de jazz a las sinfonías de Beethoven y el cómic a la poesía. Pero lo cierto es que, si bien las condiciones pre-capitalistas, como las que aún prevalecen en la mayor parte del mundo hacen que éstos productos sólo sean accesibles a una pequeña minoría de personas, el capitalismo da a muchos una oportunidad favorable de esforzarse por ellos.

De cualquier ángulo que uno pueda mirar al capitalismo, no hay razón de lamentar el paso de los supuestos viejos tiempos, menos aún se justifica anhelar las utopías totalitarias, ya sea d los nazis o del tipo soviético.

Estamos inaugurando hoy la Novena Reunión de la Sociedad Mont Pelerin. Es oportuno recordar en esta ocasión, que las reuniones de este tipo en las que las opiniones opuestas que fomentan la mayoría de nuestros contemporáneos y gobiernos, sólo son posibles en un ambiente libre (freedom[i]) y de libertad (liberty[ii]), que es la marca más apreciada de la Civilización Occidental.

Esperemos que este derecho a la disidencia nunca desaparezca.


Tomado de Eslibertad.org, el artículo original se encuentra aquí.

 

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