¿Por qué soy anarquista?

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Nota de Laurance Labadie a la edición de Detroit de 1934: El presente artículo fue publicado por primera vez en 1893 en The Twentieth Century, un semanario radical neoyorquino dirigido por Hugh O. Pentecost. Posteriormente fue reimpreso por The Oriol Press (la “Prensa de la Oropéndola”) de Joseph Ishill en una edición limitada y no comercial de sólo cien ejemplares distribuidos con la dedicatoria manuscrita del tipógrafo como una forma de conmemorar el octogésimo cumpleaños del autor (17 de abril de 1934).

Precisamente, lo limitado de aquella edición me impulsa a reeditarlo, con la esperanza de que el círculo de su influencia se extienda y aumente.

L.L.

¿Por qué soy Anarquista? Ésta es la pregunta que el editor de Twentieth Century me ha pedido que responda. Recojo el guante aunque, para ser franco, creo que es una tarea difícil. Si el editor o alguno de sus colaboradores me sugiriese alguna razón para ser otra cosa, seguramente no tendría dificultad en discutir.¿No proporciona este hecho, después de todo, la mejor de todas las razones para ser Anarquista, a saber, la imposibilidad de descubrir una buena razón para ser algo más? Al demostrar la invalidez del Socialismo de Estado, del Nacionalismo, del Comunismo, del Georgismo (*), del capitalismo imperante y de todas las numerosas formas de Arquismo existentes o en proyecto, se demuestra, de un solo golpe, la validez del Anarquismo. Una vez rechazado el Arquismo, sólo el Anarquismo se puede afirmar. Es simple lógica.

Puede, evidentemente, que esta respuesta resulta insatisfactoria para los lectores de Twentieth Century. El error y la puerilidad del Socialismo de Estado y de todos los despotismos afines han sido repetida y efectivamente demostrados de muchas maneras y en muchos lugares. No hay ninguna razón para repetir estos argumentos aquí. Supongo que los lectores prefieren algo positivo.

Entonces, para comenzar, soy Anarquista porque el Anarquismo y su filosofía favorecen mi propia felicidad. ¡Oh, si ése fuera el caso, todos deberíamos ser Anarquistas! A una sola voz clamarán todos los Anarquistas -por lo menos todos los que se hayan liberado de las supersticiones religiosas y éticas: “es una petición de principio, ¿qué tal si nosotros negamos que el Anarquismo favorezca nuestra felicidad?” ¿Hablan en serio, amigos míos? ? La verdad es que no les creo o, para ser más cortés, creo que hablan así por que no comprenden el Anarquismo.

¿Cuáles son las condiciones de la felicidad? De la felicidad perfecta, sin duda, son muchas. Sin embargo, las condiciones primordiales y principales son pocas y sencillas. ¿No lo son la libertad y la prosperidad material? ¿No es esencial para la felicidad de todo ser que él y los que le rodean sean libres, y que él y los que le rodean vivan sin ansiedad con respecto a la satisfacción de sus necesidades materiales? Parece inútil negarlo y, si alguien lo negara, parecería igualmente inútil discutir. Un hombre que, en principio, no aprecia el valor de la libertad no lo hará ante un cúmulo de evidencias y estadísticas acerca de cómo la felicidad humana se ha incrementado con la libertad humana. También para todos, excepto para este hombre, será evidente que, de estas dos condiciones, la libertad y la riqueza, la primera tiene prioridad como factor en la producción de la felicidad. No sería más que un pálido reflejo de la felicidad aquel contento que uno solo de los factores pudiera dar. Sin embargo, mucha libertad con poca riqueza sería preferible a mucha riqueza con poca libertad. La acusación de “burgueses” que los Socialistas Anarquistas dirigen contra los Anarquistas es correcta en este punto y sólo en este punto pues, por mucho que aborrezcan a la sociedad burguesa, los Anarquistas prefieren su libertad parcial a la esclavitud completa del Socialismo de Estado. Sí, es preferible esta jungla en la que algunos están arriba y otros están abajo, en la que algunos caen y otros suben, en la que hay algunos ricos y muchos pobres -pobres que no están, sin embargo,  completamente encadenados o sin esperanza de un futuro mejor- que esa visión que nos pinta, por ejemplo, el Sr. Thaddeus Wakeman (**) de una comunidad ideal, uniforme y miserable de bueyes plácidos  y serviles.

Repito: no creo que ningún Anarquista pueda negar que la libertad es la primera condición de la felicidad y, en ese caso, no puede negar, tampoco, que el Anarquismo, que no es sino otro nombre para la libertad, conduce a la felicidad. Siendo esto así, el caso está cerrado y no necesito nada más para justificar mi credo Anarquista. Incluso si existiese alguna forma de Anarquismo que tuviese la facultad de crear riqueza infinita y de distribuirla con perfecta equidad (y pido perdón a los lectores por esta absurda hipótesis de una distribución de lo infinito), aún en ese caso, repito, siendo tal sistema una negación de la condición primera de la felicidad, obligaría a su rechazo y  a la aceptación de su única alternativa, el Anarquismo.

Pero, aunque esto es suficiente, no es todo. Es suficiente para la justificación, pero no para la inspiración. La felicidad posible en una sociedad cuya distribución de la riqueza no sea mejor que la presente difícilmente puede ser calificada como beatífica. No existe perspectiva de futuro más radiante que aquella que prometa las dos fuentes de la felicidad: la libertad y la riqueza. Y el Anarquismo las promete. Promete la segunda como resultado de la primera y la felicidad como resultado de ambas.

Llegamos así al terreno de la economía. ¿Es la libertad el camino para la abundancia en la producción y para la equidad en la distribución de la riqueza? Ésa es la pregunta que hay que responder y que, ciertamente, no puede ser tratada adecuadamente en un solo artículo en el Twentieth Century. Sólo podemos trazar unos pocos lineamientos generales.

¿Cuáles son las causas de la desigualdad en la distribución de la riqueza? “¡La competencia!” gritan los Socialistas de Estado. Y, si tuvieran razón, estaríamos, de hecho, atrapados en una ratonera. Nunca podríamos obtener la riqueza sin sacrificar la libertad, esa libertad irrenunciable y preciosa. Sin embargo y afortunadamente, no tienen razón. No es la competencia sino el monopolio lo que priva al trabajo de su producto. Con excepción de los salarios, las herencias, los regalos y las apuestas, todos los medios por los cuales se adquieren riquezas se basan en un monopolio, una prohibición, una negación de la libertad. Los intereses descansan sobre el monopolio de la banca, la prohibición de la competencia en las finanzas, la negación de la libertad de emitir moneda; la renta inmobiliaria descansa sobre el monopolio de la tierra, la negación de la libertad de utilizar los suelos desocupados; las ganancias abusivas a costa de los salarios se basan en los monopolios de los aranceles y de las patentes, en la prohibición o la limitación de la competencia en las industrias y las artes. No hay más que una excepción y es, comparativamente hablando, bastante trivial. Me refiero a la renta económica que, a diferencia de la renta monopólica, no se basa en la negación de la libertad sino que es consecuencia de las desigualdades de la naturaleza. Es muy probable que exista siempre. Sin duda tenderá a disminuir en una situación de completa libertad pero parece ilusorio que se llegue alguna vez al punto de fuga que el Sr. M’ Cready (***) espera con tanta confianza. En el peor de los casos, sin embargo, éste será un problema menor, similar al de las ligeras disparidades que siempre van a existir como consecuencia de las desigualdades en la habilidad.

Por lo tanto, si, tal como hemos visto, todos estos métodos de extorsión del trabajo descansan sobre la negación de la libertad, entonces el remedio consiste en la realización de la libertad. Destruyamos el monopolio de la banca, establezcamos la libertad en las finanzas y veremos descender los intereses bajo la benéfica influencia  de la competencia. Liberemos el capital y los negocios florecerán, aparecerán nuevas empresas, aumentará la demanda de trabajo y, poco a poco, los salarios de los trabajadores alcanzarán el nivel de su producto. Lo mismo ocurrirá con los otros monopolios. Eliminemos los aranceles, suprimamos el monopolio de las patentes, permitamos la ocupación de las tierras baldías y el trabajo se dispondrá a tomar posesión de lo que le pertenece. Entonces la humanidad vivirá en la libertad y el bienestar.

Esto es lo que quisiera ver y me gusta pensar que lo veré (****). Y porque el Anarquismo traerá este estado de cosas es que soy Anarquista. Sé que esto no puede ser probado. Pero tampoco puede ser refutado por una simple negación. Estoy esperando a alguien que me demuestre, con hechos históricos o con argumentos lógicos, o bien que los hombres tienen necesidades sociales superiores a la libertad y la riqueza o bien que existe alguna forma de Anarquismo que pueda cubrir estas necesidades. Hasta entonces, los cimientos de mi credo político y económico se manten


Notas del traductor

(*) “Single-taxism” en el original. La traducción literal sería “impuestouniquismo” pero he preferido dejarlo en “Georgismo” -respetando las mayúsculas que son parte del estilo del autor- por ser más claro y sencillo. Henry George (Filadelfia, 1839- Nueva York, 1897) fue el principal teórico y defensor del impuesto único a la tierra.
(**) Thaddeus Burr Wakeman (1834-1913) fue un abogado líder de los positivistas norteamericanos, editor de la revista Man y presidente del Club Liberal de Nueva York.
(***) Sin mayor información sobre este caballero.
(****) Nótese que Tucker, como muchos otros anarquistas de la época, de todas las tendencias, pensaba que era factible que la nueva sociedad comenzase en un tiempo relativamente corto.


Publicado por Austroanarquistas. El artículo original se encuentra aquí.

 

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