La policía del pensamiento de FDR: Aún viva, aún censurando

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En febrero [de 2004], Janet Jackson y Justin Timberlake es sabido que dieron al mundo una nueva perspectiva sobre la expresión “música pop”. Durante el espectáculo del descanso de la Superbowl, Timberlake arrancó la copa derecha del sujetador del vestido de cuero de Jackson y mostró su pecho al mundo. En más de un sentido, fue probablemente la mayor exhibición que ha conseguido Jackson en una actuación durante años.

Aparte del hecho de que fue un truco burdo y evidente por parte de una cantante que se hace mayor (un truco para atraer la atención hacía sí misma el día anterior a la publicación de un single), también fue un intento de parecer importante para una audiencia más joven. Como las travesuras de Madonna con Britney Spears en los premios MTV, la muestra de ese comportamiento soez e injustificado hizo que pareciera más desesperada por conseguir atención que por reforzar su imagen como rebelde.

E hizo algo más. Preocupó mucho al público, especialmente a los comentaristas conservadores. Reclamando que la FCC aplicar por fin sus estándares con respecto a la “decencia” en las ondas, muchos presentadores de radio y escritores exhortaron a sus audiencias y lectores a llamar a la FCC y presentar quejas. Esto ha valido para reforzar la legitimidad de la FCC, un órgano federal cuya existencia estira el significado de la disposición de comercio interestatal de la Constitución y contradice lo que dice la Primera Enmienda de que “El Congreso no podrá hacer ninguna ley (…) limitando la libertad de expresión”.

Los códigos para las emisiones televisivas se llaman “estándares contemporáneos de la comunidad”.  Parece difícil, si no absurdo, justificar la imposición de “estándares de la comunidad” que sean creados y aplicados por una autoridad centralizada y es igual de difícil entender cómo los defensores del “gobierno pequeño” puedan apoyar un organismo federal que fue creado bajo la administración de Franklin Delano Roosevelt como forma de intimidar a los enemigos y echar una mano a los amigos.

En 1938, por ejemplo, la FCC revocó la licencia de Yankee Radio Network, una emisora conservadora que a menudo hacía editoriales contra las políticas de FDR. La FCC anunciaba: “La radio puede servir como un instrumento para la democracia solo cuando se dedica a la comunicación e intercambio de ideas equitativa y objetivamente presentadas (…) No puede dedicarse a apoyar principios que [la emisora] resulta considerar más favorablemente”.

La justificación que emplearon Roosevelt y sus acólitos para la creación de la FCC se ha reiterado durante décadas. Según los impulsores de la Ley Federal de Comunicaciones de 1934, el espectro radiofónico era un recurso limitado. También cruzaba las fronteras federales. Como tal, era necesario apropiado que el gobierno federal poseyera las ondas de radio. Como argumentaba la administración Roosevelt, el espectro de emisión era, por su naturaleza, un bien público y era de interés público que Washington regulara su uso, impidiendo así potenciales conflictos entre empresas privadas.

Extrañamente, para otros recursos limitados, como la tierra y el agua, el gobierno federal no era necesario como árbitro. De alguna manera, la gente resolvía bien sus diferencias a nivel local y estatal. Dentro de ciertos parámetros, el papel era un recurso limitado (aunque lentamente renovable). Solo había un número finito de árboles utilizables en Estados Unidos en 1934, pero, por alguna razón, esta escasez no se usaba como justificación para la regulación del contenido de periódicos y libros. Quizá fuera porque el público estadounidense lo habría visto como una limitación de la Primera Enmienda, igual que debería haber visto la apropiación federal del espectro radiofónico como la acción inconstitucional que era.

Desde su concepción, la FCC ha sido un organismo politizado que usa el dinero del contribuyente para hacer cosas que los contribuyentes podrían gestionar por sí mismos más eficientemente y sin favoritismo político: Ha cerrado emisoras pequeñas y presionado a los productores televisivos para cambiar el contenido de sus programas. Ha dictado a las cadenas qué clase de materiales pueden emitir en determinados momentos del día y ha multado a emisoras por usar lenguaje que no se ajustaba a su propia definición amorfa de “decencia”.

Su presupuesto se ha duplicado desde principios de los noventa y ahora es de unos abrumadores 292.958.000$ para el año fiscal 2005. Pero, para muchos, la FCC no hace lo bastante. No castiga lo suficiente los locutores de radio bocazas e irreverentes. No multa lo suficiente a las estaciones de radio por emitir “gangsta rap” lleno de obscenidades. Solo ahora, dicen, la FCC está empezando a despertar y a oír las quejas de los estadounidenses medios. Solo ahora está haciendo su trabajo.

Extrañamente, el hecho de que estas nuevas protestas públicas fueran la que hicieron que la FCC se pusiera en pie y actuara demuestra que lo irrelevante e inútil qie son realmente los estándares de la FCC. Solo después de que millones de estadounidenses se preocuparan por algo que vieron, entonces actúa la FCC. Esto significa que la actividad de la FCC es simplemente una función de la insatisfacción pública. Si hay insatisfacción pública, ¿qué necesidad hay de que una agencia diga a las emisoras que hay insatisfacción pública?

Si se han ofendido los estándares de la gente y esta lo dice, ¿apara que necesitamos un organismo para poner de alguna forma un imprimátur en sobre esa queja pública? Es redundante e innecesario, igual que la mayoría de los organismo del gobierno.

También absorbe casi 300 millones de dólares anuales, dinero que empequeñece los 5,5 millones en multas que pudo recaudar contra las 200 emisoras que transmitieron la treta de Jackson. ¿Qué podría haber ocurrido se este dinero de los contribuyentes se hubiera dejado en manos de personas que fueran libres de hacer sus propios juicios morales acerca de lo que vieron en televisión?  ¿Qué podría pasar en los medios de comunicación si la gente fuera libre de ejercitar su propia ética a través de sus propias decisiones, en lugar de dejar que estas se ahogaran por los “estándares de la comunidad” de un cargo público?

Es improbable que hubiera Janet Jacksons corriendo desnudas en la cadenas infantiles. De hecho, al recuperar su poder, los estadounidenses estarían más vigilantes a la hora de patrullar las ondas. Ya responden al material “indecente” evitándolo y evitando a los anunciantes que lo patrocinan. No todos harán esto, pero los que quieran evitar un mal contenido pueden hacerlo y las emisoras que quieran atraer a gente para que vuelva su programación responderán de la manera correspondiente.

La CBS transmitió la Superbowl de 2004 y es una apuesta segura que la cadena hará todo lo posible para garantizar que el próximo año será diferente. Quieren que vuelva la gente, para poder ofrecer mejores cifras de audiencia a sus anunciantes.

Janet Jackson y Justin Timberlake calcularon mal. No entendieron que no toda la televisión es como la MTV, no toda televisión atiende el mínimo común denominador. La gente tiene gustos variados y esos gustos se reflejan en la multitud de alternativas disponibles hoy en televisión. Pueden tener su lugar para un comportamiento más grosero, pero no será en otra emisión de la Superbowl y probablemente no será en la CBS durante algún tiempo, salvo que den fuertes garantías de que adecentarán sus actuaciones.

Lo que hace el mercado es algo que la FCC nunca podrá hacer. Permite a la gente decidir por sí misma, con su propio dinero, lo que es apropiado o inapropiado, lo que es decente e indecente. La amenaza de multas de la FCC no será lo que impida que los ejecutivos de la cadena contraten a Jackson y Timberlake. Será la amenaza de perder negocio.

Consideremos que las publicaciones impresas no están sometidas a ningún censor federal y el mercado ha conseguido ordenar gustos y disponibilidad basados en la preferencia del consumidor. Algunas aplicaciones son apropiadas para una visión amplia y otras no. Lo mismo pasa con la web y, por lo mismo, con la mayoría de la propia vida. El trabajo de separar el grano de la paja, eligiendo y rechazando, comprando y absteniéndose de comprar, es parte de una conducta responsable en la propia vida. Renunciar a cualquier parte de esto a favor de un organismo federal significa renunciar a dos cosas que deberíamos valorar: responsabilidad y libertad.

Curiosamente, solo un mes antes de la actuación de Jackson en la CBS, el Congreso empezó audiencias para dos nuevas propuestas de ley que impondrían más restricciones a las emisiones de televisión. Suscitando ese clamor por la imposición federal, los supuestamente rebeldes Jackson y Timberlake pueden haber resultado ser los mejores aliados que los moralistas del gobierno pudieran haber tenido nunca.


Publicado originalmente el 23 de abril de 2004. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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